lunes, 28 de septiembre de 2009
¿Qué no arreglará la paella de mi madre?
Lo publicaremos cuando las aguas hayan vuelto a la calma para así poder unir el lanzamiento de nuestro primer libro con la redacción de nuestra segunda obra proyectada: un ensayo sobre la idiosincrasia del pueblo español centrado en su recurrente tendencia a actuar a posteriori. A buenas horas, mangas verdes. ése será el título de nuestro segundo libro.
Para escribir este nuestro primer ensayo, Amelia y yo hemos tomado como fuente de documentación lo vertido en todo tipo de medios parciales (desde los más rojillos a los más fachas) y en las conversaciones de los bares. Asimismo, durante todo este tiempo, hemos contado con la inestimable ayuda de nuestro círculo de amigos y familiares, especialistas todos ellos en asuntos de cualquier índole.
¿Que qué tiene que ver esto con la paella de mi madre? Se lo cuento ahora mismito.
Sucede que Amelia y yo andábamos un poco atascadas en lo referente a la subida de impuestos, un asunto que bien merece un lugar importante en nuestro ensayo. No acabábamos de descifrar el mensaje de nuestro dialogante presidente y tampoco la postura de Rajoy nos resultaba del todo comprensible. Es lo que tiene la oratoria política, ustedes ya me entienden.
Llamamos a mi amiga Alicia, licenciada en Derecho, funcionaria durante más de un año en distintos departamentos de Hacienda, actual auxiliar de Justicia a la espera de destino definitivo y firme defensora del centro en lo que a política se refiere (¿?).
-Hola, nena, ¿estás ocupada?
-Qué va, estaba repasando la Constitución. Por hacer algo, ya sabes.
-Ah, muy bien. Nada, te llamaba para preguntarte por lo de la subida de impuestos.
-¿Qué queréis saber?
-Alicia, ¿eso es bueno o malo?
-Mujer, es saludable para nuestra economía que los impuestos suban.
-Te escuchamos.
-¿Me escucháis?
-Sí, estoy con mi madre. Tengo el “manos libres” activado.
-Pues eso, los impuestos tienen que ajustarse a la realidad económica y social.
-Alicia, te estás yendo por las ramas...
-No, no voy a ningún sitio, Nata.
-Jo, es que como decían que la subida se aplicaría a las rentas más altas y esas cosas...
-¿No queríais igualdad?
-Alicia...
-Era broma, era broma. Ya sabes que me encanta picaros.
-Ya veo, ya. Entonces, ¿la actual subida de impuestos es de izquierdas o de derechas?
-¿De izquierdas o de derechas? Qué anticuada estás, eso ya no existe. Todo depende de cómo, hacia dónde y para qué se suban. Ya os lo dije, chicas, esto es el centro. Aún faltan algunas pinceladas, pero esto es el centro.
-¿Sí? Pues vaya.
La conversación con Alicia no aportó demasiada luz a nuestro ensayo pero sí avivó las ganas de un buen paellazo. Porque, al final, ni las rentas más altas ni las SICAV de las narices: la peor parte, para el pobrecito labrador, que ya se las ingeniará para entrar o seguir dentro del apasionante mundo de la economía sumergida. Y qué decir de Rajoy...
Así que, paellazo al canto para un Gobierno que nos contenta con alguna que otra medida social razonable, pero no tiene la más mínima intención de trasladar esa perspectiva a la economía. Como dice el chispeante Cayo Lara, el PP y el PSOE parecen el Dúo Dinámico porque “si no la misma música, sí que tienen la misma melodía”.
sábado, 26 de septiembre de 2009
Las naves no arden
habrá que quemar las naves"
M. Benedetti
-A lo hecho, pecho.
-Me quedé porque decidí no irme y no al revés.
-La cosa no pinta mal del todo. No puedes quejarte.
-Tienes razón y, encima, lo de las clases de Español para Erasmus... Va a ser toda una experiencia.
-Pues claro.
-Ya, pero...
- No lo digas.
-Yo no quería esto
-¿Qué querías tú?
-Pues eso, lo otro.
-Tú no lo querías... y, ¿ahora? ¿Lo quieres ahora?
-¿A qué juegas? Te estoy diciendo que, en el fondo, yo quería lo otro.
Dice Belén Gopegui que, a pesar de nuestro empeño, la mayoría de las veces dividimos. Ni elegimos, ni hacemos un borrón para empezar con la nueva cuenta. Somos de fragmentos. Nada de ésta sí, ésta no. Ésta me gusta, me la como yo. Ni hablar del peluquín.
Aunque el héroe que todos llevamos dentro intente convencernos de lo contrario, lo cierto es que rara vez jugamos al todo y la nada. Más bien, hacemos fracciones y seleccionamos partes combinadas de los trozos del pastel y, si persistimos en creer que elegimos una porción entera , supongo, es por culpa de la poesía y otras bobadas.
Los ciudadanos somos poco conscientes de ello, no obstante, la mayoría de lo que por avatares de la vida llegamos a considerar basura, posteriormente, vuelve a nuestras manos convertido en otra cosa. Es reciclado, reutilizado, convertido en algo que puede tener una finalidad igual o distinta a la que tenía antes pero, eso sí, con parte de su esencia primigenia.
Lo mismo pasa con las cosas de la vida, ¿no les parece? Cuando sacamos la basura o la alegría no nos libramos del todo de ninguna de las dos. El individuo es una planta de reciclaje que, en colaboración con el paso del tiempo, crea obras derivadas a partir del pasado que alguna vez fue presente. Esto puede ser bueno o malo en función de la carta elegida, perdón, quise decir "dividida".
Si analizarlo es tan sencillo, ¿por qué carajo a veces vivir es tan complicado, caracoles?
martes, 22 de septiembre de 2009
"No más ropa rosa para Edurne"
He creado la plataforma “No más ropa rosa para Edurne” a fin de proteger a mi querida sobrina de posibles traumas futuros. No contaba con el beneplácito de mi familia a tal efecto (principalmente con el de mi hermana), no obstante, yo soy una persona arriesgada que roza incluso lo temerario, fiel a sus principios y convicciones y una luchadora nata por las causas que bien lo merecen, así que, después de mucho pensarlo, he enviado un escrito formal a Ana recordándole los derechos y deberes que tiene como madre de la criatura y advirtiéndole que sus actos rozan la ilegalidad: aún no se ha prohibido vestir a un hijo casi única y exclusivamente de un color, pero el borrador ya está redactado, créanme.
Y mi hermana me ha enviado un telegrama como acuse de recibo:
DOS OPCIONES TIENES. stop. COMPRAR (Y PAGAR, CLARO) LA ROPA DE TU SOBRINA. stop. O TENER UNA HIJA PARA VESTIRLA COMO TE DÉ LA GANA. stop.
Como viene siendo habitual en casa de los Alarcón Mosquera, Amelia ha tenido que tomar las riendas de la confrontación haciendo de juez e intentando, sin poner mucho empeño en ello, no formar parte del pleito. La experiencia me dice que, en este tipo de situaciones y por razones que desconozco, la opinión de la hija pequeña (que soy yo) no suele ser tenida en gran consideración y, por tanto, intuía que la plataforma “No más ropa rosa para Edurne” saldría escaldada de todo este asunto. Pero la esperanza, amigos, es lo último que se pierde, y yo esperé en mi lado del cuadrilátero con una la firme convicción de que Amelia volvería de la salita con un veredicto favorable a mi noble causa.
Mi gozo en un pozo. Amelia se ha dejado llevar por el discurso maternalista de mi hermana, dibujado con lágrimas de pseudo ofendida y cargado de argumentos tan vacíos como el de que la ropa rosa es más económica. Efectivamente, caracoles, es algo lamentable.
Ahora resulta que es mi hermana la que tiene la última palabra y, si hubiese alguna pequeña posibilidad de hacerla cambiar de opinión, el hecho de que la balanza de Amelia esté a su favor complica el asunto sobremanera. Y es que mi madre también tiene una inexplicable y misteriosa predilección por el color rosa, a pesar ser una persona con buen gusto.
En fin, cuando llegue el momento, invitaré a merendar a casa a mi sobrina para explicarle que yo hice todo lo que estuvo en mi mano, pero no hubo manera de luchar contra esos dos pesos pesados que son mi hermana y mi madre.
¿Esto es todo lo que se cuenta Un mundo mejor para los caracoles? Pues sí, mire usted, esto es lo que había para hoy. Ea
jueves, 17 de septiembre de 2009
Uh, vaya lío. Las razones de la razón son mis amigos.
Mi relación con la poesía no es nada cordial. Creo que, exceptuando a Roger Wolfe, tiendo a hojear antologías y poemarios con cierta distancia y soberbia. Pero a veces me dejo tocar, claro. Lo que pasa es que yo no sé asimilar de manera aislada y me cuesta horrores enfrentarme a formatos tan artificiales como el del verso, por eso me gusta mucho más lo poético de las cosas que la poesía propiamente dicha.
Entonces, ¿por qué carajo esos versos que les citaba al principio me sobrevienen con cierta frecuencia? Puestos a elegir y sin ánimo de ofender a Paul Verlaine, preferiría recordar otros poemas mucho más sublimes a mi juicio que “Llora en la ciudad”. En fin, no sé, la razón tiene razones que el corazón desconoce (¿o era al revés?), el caso es que, sin yo saber muy bien por qué, mi cabecita me recuerda de vez en cuando que “llora en mi corazón como llueve en la ciudad” sin que mi corazón se manifieste al respecto. Todo un misterio, ¿no les parece?
-Joder, qué asco de lluvia. Nos vamos a mojar bien mojados.
-“Llora en mi corazón como llueve en la ciudad”, ¿conoces ese poema?
-¿Qué me estás contando, Nata? Anda, vamos a comprar atún.
-“Como llueve en la ciudad”
-¿A Día o a Mercadona?
-“Llueve en la ciudad” -la depuración poética era esto, por fin lo entiendo-. A Día, por supuesto.
lunes, 14 de septiembre de 2009
¿Qué no arreglará la paella de mi madre?
- ¿Nos vamos de putas, mama?
- Ay hija, qué cosas me dices.
- Mujer, no te asustes. Nunca se me ocurriría ir de putas contigo. Me refería a que este fin de semana podríamos compartir nuestra paella con las empleadas del sexo.
- ¿Empleadas? Qué poco sabes de la vida, Nata. Si están todas obligadas, explotadas, maltratadas, chantajeadas... ¿Acaso no has oído hablar de la trata de blancas?
- Sí, ya sé que hay todo un sucio y peligroso negocio detrás de la prostitución pero también me consta que hay un porcentaje, por mínimo que sea, de personas que trabajan con su cuerpo en pleno ejercicio de su libertad. Lo hacen porque sí o por motivos varios y también porque, como apuntan todas ellas, mientras haya hombres, habrá putas.
- ¿Y las mujeres? ¿Pagarán por sexo las mujeres?
- Pues claro que sí, mama.
- Nena, tú no hagas eso.
- Para tu tranquilidad te diré que nunca lo he hecho y dudo mucho que alguna vez lo haga. Eso sí, después de mucho pensarlo, te cuento que no veo nada malo en el hecho de que una persona pague a cambio de tener relaciones sexuales con otra persona dispuesta, sin coacción alguna, a ofrecer dichos servicios.
- Eso es una guarrada, Nata.
- Qué va a ser una guarrada, mama. Es sexo.
- Entonces, ¿crees que se debería legalizar la prostitución?
- Mira, yo no sé.
- Es un asunto complicado, ¿verdad?
- Pues sí. Por lo visto, en Holanda la situación ha empeorado desde que se legalizaron los burdeles ya que el tráfico de mujeres ha aumentado considerablemente desde entonces y en Suecia, han optado por multar a los clientes. Piensan que si logran acabar con la demanda, se terminará la oferta.
- Anda, mira, pues a mí lo de los suecos no me parece tan mal.
- Que no, mama, que no. Que ese tipo de demanda va a existir siempre y no hay nada inmoral en ello, no te engañes. ¡Libera tu mente!
- Sé sincera, ¿no te parece algo denigrante para la mujer?
- No sé tú, pero yo soy consiciente de que, en el día, prostituyo cachitos de mi persona mucho más valiosos que mi cuerpo a cambio de nada o de muy poco. ¿Denigrante? Supongo que habrá clientes que hagan lo propio para que la prostituta en cuestión se sienta denigrada pero también pienso que, como todo, será una cuestión de actitud.
- Bueno, pues, dime cuál es tu propuesta.
- Jo, es que es un asunto complicado. Según los políticos, lo más urgente es acabar con la explotación y todo apunta a que se trata más bien de un asunto de política exterior que interior. Es decir, se trata de un problema que debería solucionarse en los países de origen de las mujeres traficadas.
- ¿Según los políticos?
- Sí, bueno, yo también considero que la trata de blancas es un problemade primerísima urgencia y sería genial que, ahora que el tema de la prostitución ha vuelto a salir a la palestra, se tomaran medidas efectivas contra este grave delito de una vez por todas. Pero no es menos cierto que ya va siendo hora de que la sociedad asuma sin poner el grito en el cielo que hay quien demanda sexo a cambio de dinero y también hay quien lo ofrece sin que por ello ninguna de las partes vea menoscabada su dignidad. Es sexo, ni más ni menos.
- No acabas de convencerme, Nata. El sexo es el fruto del amor entre dos personas.
- Sí, bueno, ésa es otra modalidad.
- Mira, hija, prometo reflexionar sobre todo esto que me dices pero, de momento, creo que se me han quitado las ganas de hacer una paella.
- Tú misma, mama. Piénsalo, pero piénsalo bien. Luego me dices qué medidas se te ocurren para acabar con el vacío legal que existe en España respecto a la prostitución en general. Eso sí, te advierto que me decepcionaría enormemente que llegases a conclusiones similares a las del gobierno sueco.
Y ustedes, caracoles, ¿qué dicen al respecto?
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Durante la redacción de este post, el corrector de Word ha tenido a bien subrayar en rojo las palabras “puta”, “prostituta” y “prostitución”.
domingo, 6 de septiembre de 2009
¡A jugar!
-Muy bien, mama. Muchas aventuras.
-Me alegro. Vienes muy morena.
-Sí, el sol me ha pegado con fuerza pero he usado protección, como tú me dijiste.
-Eso está muy bien. Dime, y ¿ahora qué, hija?
-Protección factor 25, para pieles blanquitas como la mía.
-Muy bien, hija. Eso está muy bien. Pero, dime, ¿qué piensas hacer ahora?
-Aunque no creas, eh. A pesar de la crema, el primer día se me puso la cara roja como un tomate.
-Nata, empiezas a irritarme.
-Tranquila, mujer, que no llegué a quemarme del todo y ahora, mírame, estoy morenísima.
-¿Te vas, te quedas, opositas? ¿Qué es eso del Sacromonte, hija?
- Y qué me dices del pelo, mama, ¿has visto qué largo lo tengo? Ahora que he dejado la cervecería puedo llevarlo suelto otra vez.
-Nena, no tengas miedo.
- Te acuerdas del día que me lo corté. Han pasado dos años desde entonces, parece mentira… Ahora lo tengo más oscuro, ¿verdad?
-Sí, hija, sí, se te ha oscurecido el pelo.
Hay momentos en los que envidio a los cuarentones curtidos y encaminados que me envidian a mí por ser todo lo contrario (o algo así) e incluso a veces llego a implorarle una segunda oportunidad a la tierna infancia para que me permita volver allí a enmendar mis errores siendo una verdadera niña de los pies a la cabeza.
Hay que ver lo de insatisfechos que somos los humanos, maldita sea.
¿Cómo les sienta a ustedes tomar decisiones, caracoles? La falsa ilusión de libertad en el ambiente, la sombra de la sociedad de bienestar que, como la del ciprés, también es alargada, los lazos, los principios y los finales. Los propósitos y los objetivos. Los pecadores y las soledades. Este teclado y el ruido del viento. La metamorfosis del blanco a cada cambio de página, como dirías tú que dijo alguien. La sensación de tener la sartén por el mango a veces no es suficiente, ¿no les parece?
Por lo general, la elección de una carta tiene algo de agradable y gratificante. Aunque toda la baraja sea apetecible y, por consiguiente, aparezca algo así como la ansiedad, el acto de escoger ensancha el alma y el que más o el que menos cree sentirse en pleno ejercicio de su libertad por el hecho de elegir, a pesar de que sus motivaciones sean pobres y vacías porque no se hayan basado en el exhaustivo análisis de toda la baraja en general y de la carta escogida en particular. Hay quien se siente libre bajando la ventanilla del coche, ea, qué le vamos a hacer.
El caso es que a veces elegir es una mierda, se mire como se mire, y es labor del buen caracol ajustar cuerpo y alma para llevarlo de la mejor manera posible, no caer en la irresponsabilidad de no examinar toda la baraja y, sobre todo, hacer unos cuantos agujeritos en la carta elegida para que pueda transpirar y sea mucho más receptiva al constante movimiento de las cosas. No hay nada más peligroso que no agujerear las cartas de la baraja.
Sin duda alguna, lo mejor es escoger ésa que podamos esconder debajo de la manga alguna que otra vez, la que podamos perder, doblar o conservar hasta el final de la partida, cuando las cosas dejen de moverse a nuestros ojos. Una carta con la que jugar y jugársela. Una carta con esa protección solar que, con todo, no impedirá que la carita se nos ponga roja en más de una ocasión. Un as de picas o un dos de corazones. Una carta abierta con un valor ni muy elevado ni muy bajo, una carta con el precio justo. La política nos enseñó que el gobierno en mayoría no es saludable: una carta que acepte limpiamente que, sin las otras treinta y nueve, nunca jugará una buena partida.
-Mira, me llega hasta el final de la paletilla, mama.
-Te ha crecido mucho, sí.
-Ayer estuve con “las Pedroches”. Esther dice que las piedras lanzadas desde fuera rebotan y que los muros sólo se rompen desde dentro.
-¿Sí? Qué bien.
-Me quedo en Ciudad Real, mama.
-Adelante, hija, dale con fe. ¡Preparar unas oposiciones puede ser apasionante si tú te lo propones!
-Sí, bueno, convengamos que he hecho unos agujeritos por allí y por aquí y la cosa no pinta nada mal.
-¿Agujeritos?
-Los agujeros de la carta… Nada, perdona, pensaba en voz alta. ¿Un café?