lunes, 25 de enero de 2010

Las cacas de perro y mis zapatillas

Vengo de la Policía Local, caracoles. Ayer llegó a mis oídos la noticia de que tanto el cuerpo de seguridad como el colegio de veterinarios de Ciudad Real andan como locos buscando una respuesta que explique la repentina mutación de las cacas de perro, pues, sucede que el 85 % de las boñigas halladas en las calles de nuestra amable ciudad durante estas últimas semanas presentan unas marcas idénticas cuyo origen se desconocía hasta que yo, superponiendo la conciencia ciudadana a mi reputación una vez más, me he dirigido a la policía y he dicho:

-Seños agentes, detengan la investigación: ni extraterrestres ni virus “caca perruna”, las marcas de las boñigas pertenecen a mi zapatilla derecha.

Efectivamente, caracoles, de un tiempo a esta parte no hago otra cosa que pisar mierdas con el pie derecho. Para no morir de rabia e indignación, las primeras veces jugué a creer que una tonelada de suerte entraría en mi vida. Qué bien, seguro que a partir de ahora empiezo a hablar inglés en condiciones, pensaba -yo pensaba- mientras limpiaba mi zapatilla con el bordillo.

Pero la esperanza también se pierde, sobre todo si, lejos de incalculables fortunas, lo más que me he encontrado estos días han sido problemas para tramitar mi visado a China, por ejemplo. Entonces me pregunto qué hacer para encontrar algo positivo a lo que aferrarme en el episodio “las cacas de perro y mis zapatillas”. Porque pisar boñigas es algo que ya forma parte de mi día a día y prestar atención al andar no es terapia suficiente, caracoles.

Cuestiónalo todo, Natalia, me decía mi última psiquiatra una y otra vez. Cuestiónalo. Y ha sido así, cuestionando, cómo he llegado a la conclusión de que he de moderar mis razonamientos más irracionales: A partir de ahora topar con un semáforo en verde no tendrá más trascendencia en mi vida que la de un suceso que me ha permitido llegar aún más puntual a las citas, ya nunca más será la señal de que algo bueno está por suceder. No volveré a decir “eres demasiado aries para mí, lo siento” o “qué bueno que seas libra, éste es el comienzo de una gran amistad”. La próxima vez que pise una caca de perro me limitaré a maldecir a su dueño, lo prometo.

¿Que por qué “moderar” esta querencia en vez de erradicarla? Porque, bien pensado y bien sentido, la lógica irracional tiene un punto semi estúpido que me encanta.

¿Sabían que en los edificios chinos no existe la planta cuarta porque el cuatro es el número de la mala suerte frente al ocho, que es el buen rollo numeralizado?

martes, 19 de enero de 2010

Disculpen la redundancia

-...Y han visto la foto en la que salgo fumando, tía.
-¿Cómo etiquetas esa foto, tía?
-Yo no la he etiquetado, tía. Lo hizo Carapedo, tía.
-Qué strong, tía...


El diablo se debe estar poniendo las botas con internet, ¿no creen ustedes? Su última acción, a saber, ha recaído en esa pobre choni cuyo tuenti ha sido descubierto por algún familiar. Sí, a mí también me parece estremecedor.

Este diálogo real ligeramente retocado para la ocasión nos viene a demostrar que las chonis también sufren, que una servidora es una persona irremediablemente cotilla en lo que a conversaciones ajenas se refiere y que el mundo 2.0 lo carga un demonio del que lo único que sabemos a ciencia cierta es que es todo un enemigo de la familia, del recato y de las buenas formas.

Y es que, a pesar de que sus bondades son muchas, podemos decir y decimos que los peligros de la red son inextricables, caracoles. El yin y el yang, ya sé. La noche y el día. El nestea y la absenta. El laurel y la pimienta. Internet es una cosa más, es un reflejo como otro cualquiera de las distintas naturalezas del individuo y de sus procesos como tal.

Pero tampoco es necesario que lleguemos al extremo de que a nuestra protagonista le caiga un castigo neroniano por ello, ¿o sí?

Abracitos para todos, caracoles.

viernes, 15 de enero de 2010

De humores malos o Díganme que le puede pasar a cualquiera, por favor

Te levantas, compruebas que no ha salido el sol pero te alegra que, al menos, no esté lloviendo. Claro que te alegra. Vas al baño, desayunas y, sin pena ni gloria, te dedicas a tus labores mientras escuchas Amparanoia. Te dices “Amparo de Amparanoia, queremos un disco tuyo” e incluso te haces gracia. Y es que a veces tienes un humor de lo más ingenioso, agudo y chispeante. Te encantas, no lo puedes negar.

Pasadas unas horas, vuelves a la cocina con la intención de tomar tu segundo café y notas que algo ha cambiado: estás de mal humor y no sabes por qué. Discutes con esa cafetera que, de repente, se ha vuelto perezosísima, reparas en que la cocina parece una pocilga y, por supuesto, eximes tu parte de culpa en el asunto. Mientras el maldito café se decide a salir de una vez, vas al baño de nuevo. Lavas tus manos, abres la puerta y te encuentras con el incauto de Mohamed, tu compañero de piso:

-A ver si tiramos de la cadena, Mohamed...

-Nata, yo acabo de levantarme y Santi está durmiendo... Quizá has sido tú la que no ha tirado de la cadena...

-Sí, claro, he sido yo... ¡y una mierda!

Preparas el café, vuelves a tu habitación y te permites el lujo de dar un portazo, pero te sientes mal porque has metido la pata hasta el fondo y lo sabes. Te sientes tan mal que incluso escribirías un asco de vida si supieses cuál es el origen de tu mala leche porque, ése es el problema: ignoras el origen de tu mala leche.

Querido mal humor, ¿por dónde has venido? Querido mal humor, ¿por dónde vas a marcharte?

La solución debe estar en tu interior y tu misión es encontrarla. Ni modo: Nadie ha mascado chicle con la boca abierta, las vecinas de arriba no se han puesto tacones hoy, aún faltan unas semanitas para que tu óvulo se destruya y quedan restos de la comida de ayer, es decir, hoy no tienes que cocinar. Tienes un humor de perros y no detectas ninguna causa aparente. No entiendes nada.

Eso sí, eres consciente de que la combinación de enfado y culpa no te favorece lo más mínimo. Entonces quieres gritar, quieres dormir, quieres retroceder en el tiempo. Quieres que Amparanoia saque nuevo disco de una maldita vez. Tienes que pedirle disculpas a Mohamed.

Soplas con toda la fuerza que tus negros y desgastados pulmones te permiten y dices “Fuera, energía negativa. Fuera. Fuera”. Te armas de coraje, llamas a su puerta y pides disculpas: “Tranquila, Nata, ya sé cómo eres”.

Te debates entre seguir el camino de la autocompasión o aceptar que a veces te comportas como una niñata. Entretanto, caes en la cuenta de que, al menos, el mal humor ha desaparecido.

lunes, 11 de enero de 2010

La revolución sexual

Azules, verdes o amarillas, principalmente. Si tiro de archivo no puedo evitar tener la sensación de que les he contado un período de mi vida de cabo a rabo. Y ustedes lo han leído. Y no ha pasado nada: los pajaritos han seguido piando, las florecillas del campo no han dejado de deslumbrarnos con su belleza, sus vidas no se han visto alteradas por mis palabras y a mí me ha sentado de maravilla escribirlas. Que si dudas, que si crisis, que si me voy, me quedo o me tiro un pedo... Lo que les digo, caracoles, me faltó decirles de qué color son mis bragas: azules, verdes o amarillas, principalmente.


No mienten los que dicen que los blogs personales provocan pancreatitis, aracnofobia y alopecia y tampoco van muy desencaminados los que acusan a los bloggers de este tipo de páginas de ser personas con pocas chucharillas en la cocina, uno o ningún termo y dos sartenes. Sí, todo eso es verdad. Pero no es menos cierto que esa misma blogosfera te sorprende con una espeleolofilia de las buenas o incluso puede ayudarte a salir de una bartolinitis aguda. Y qué me dicen de los emparedados. Una maravilla, ¿verdad?

Sin embargo, como decíamos cuando decíamos que siempre había un límite para todo, todo tiene un límite. Por eso y porque “¡zas! en toda mi boca” he borrado algunas de las entradas que pululaban por aquí. A mí me gusta caracolear, caracoles, y sólo sé hacerlo partiendo de mi anecdotario personal pero, ustedes ya me entienden, hay que llevarse bien con los límites. Seguro que ni lo notan, sólo han sido unas cuantas. En cualquier caso, por si las moscas, disculpen las molestias.

Las publiqué en su momento porque las publiqué y las borro ahora porque he tardado casi dos años en darme cuenta de que Un mundo mejor para los caracoles también es sólo un blog, aunque personalmente a veces sea algo más que un blog. Casi dos años. No está mal del todo, ¿no?

Y que viva la revolución sexual

viernes, 8 de enero de 2010

La entrada de nada

Érase una vez un hombrecillo de nada. Tenía la nariz de nada, la boca de nada, iba vestido de nada y llevaba zapatos de nada. Se fue de viaje a una calle de nada que no iba a ninguna parte. Se encontró a un ratón de nada y le preguntó:

-¿No temes al gato?

-No, de veras -contestó el ratón de nada-, en este país de nada sólo hay gatos de nada, que tienen bigotes de nada y garras de nada. Además, yo respeto el queso. Me como sólo los agujeros. No saben a nada, pero son dulces.


"El hombrecillo de nada", G. Rodari


Disculpen la ausencia, caracoles. Las rebajas y las convocatorias de enero es lo que tienen.

viernes, 1 de enero de 2010

La ley del deseo

Creo firmemente que hay quien debería subirse al carro del deseo de vez en cuando, siquiera para buscar nuevas motivaciones, ¿no les parece? También pienso que muchos de nosotros deberíamos hacernos mirar esa maldita costumbre de pedirle deseos al año nuevo de no ser porque es inútil intentar desmontar el imaginario de según qué individuos y porque, al fin y al cabo, no hemos venido aquí a colapsar la ya bastante colapsada seguridad social con nuestras patologías irreversibles.

Desear es demasiado fácil: Les deseo lo mejor, caracoles. ¿Ven? No me ha costado ningún esfuerzo. Además, desear no tiene límites: Que este año el Atlético nos dé una alegría, por favor. ¿Qué me dicen de ésta? Convengamos que para el buen funcionamiento del deseo es casi fundamental que no exista demasiada distancia entre el deseador y la cosa deseada, aunque también podemos recurrir a la clásica formulación de deseos claros pero imprecisos que nos permitan ir improvisando sobre la marcha: Les deseo la búsqueda y el encuentro de la felicidad, caracoles, y, si ya la encontraron, espero no la pierdan de vista.

En fin, allá cada uno con su manera de pedir deseos o de no pedirlos. Lo importante es buscarla.

¡A currarse el 2010 se ha dicho!