miércoles, 17 de diciembre de 2008

En primera persona: algo más que unas gafas

Me han regalado unas gafas sin cristales así que, mientras me decido a echarme a la calle como mimo profesional, las uso cuando utilizo el ordenador. No sé si ustedes se han percatado de que llevar gafas imprime cierta actitud intelectual ante la vida; ni más ni menos que la actitud que le faltaba a mis textos. Lo de las monturas es otra historia, implícito el aire de sabelotodo gracias a cualquier tipo de patillas, lo de las monturas es otra historia.

Éstas que tengo yo tienen unas monturas muy peculiares. Son grandes y trapezoidales, luego se me pueden aducir conocimientos de historia, filosofía y algo de esa sabiduría popular de la que cualquier hombre con gafas grandes y trapezoidales presume en el bar del que es parroquiano.

Como les digo, yo sólo utilizo mis gafas sin cristales cuando escribo y es por eso que aún no he llegado a ser uno de eses seres despreciables que están de vuelta de todo porque todo lo desprecian. De momento, mi intención es darle a mis textos un aire erudito. Estoy cansado de ser el típico escritor que sólo habla sobre traumas infantiles, desamor o sueños nunca cumplidos.

Acabo de echar un vistazo a lo que he escrito desde que Olaizábal me regaló estos anteojos y no salgo de mi asombro: un ensayo sobre política, un breve epistolario de asuntos de religión y un articulito sobre el poder y las limitaciones del lenguaje. Sin lugar a dudas, usar estas gafas sin cristales ha marcado un antes y un después en mi trayectoria como escritor y es tanta la felicidad que profeso, que voy a enseñarles algunos fragmentos de mi obra para que sean testigos de mi evolución y, así, cuando el Premio Nobel de Literatura que lleva mi nombre me sea otorgado, ustedes podrán decir: Estaba cantado, desde que empezó a usar aquellas gafas sin cristales para escribir, sus textos alcanzaron una grandeza inigualable.

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