¿“Una caña, por favor” o “una cañita”? ¿Con cuál se quedan, caracoles? ¿Cómo suelen pedir las cosas que se pueden pedir?De las que no se pueden pedir y se piden, hablaremos otro día. No se alarmen.
Les cuento que, tras un minucioso estudio, concluyo que éstas son las dos fórmulas más socorridas por los clientes, aunque quizá ustedes tampoco las utilizan demasiado. Quién sabe. Yo, por ejemplo, suelo decir lo siguiente: “¿Me pones una caña, porfa?” y me siento más educada que la mismísima princesa doña Letizia. Un poco ñoña, sí, pero educada.
Supongo que la gente que pida “una cañita” se sentirá tan colmada de buenos modales como yo e incluso un poquito más porque, generalmente, la persona que responde al saludo del camarero con “una cañita” tiene a bien acompañar su frase con una sonrisa que, sin duda alguna, repercute positivamente en la persona que ha de servir la cerveza en cuestión.
El cliente que dice “Una caña, por favor” es siempre bien recibido. Frente al “morena, danos de beber” o el “una caña” más frío y aséptico que puedan imaginarse, es casi un placer atender a una persona que no sólo no vulnera tu dignidad, camarero, si no que además te trata como si fueses ministro o banquero. Todo un detalle por su parte, a pesar de que sus fórmulas no repercuten tan positivamente como las empleadas por el cliente “una cañita” que, por lo general suele sustituir el clásico “gracias” a la hora de recoger el cambio por un “venga, hasta luego” que suena la mar de bien.
Ay, caracoles, me encanta que me digan “venga, hasta luego” con una sonrisa de oreja a oreja.
Los europeos más europeos tienden a interpretar el poco uso que se hace en España del “por favor” frente a su abundancia de “pleases” o “dankes” como un gesto descortés. Incluso muchos hispanohablantes señalan esa ausencia y se recrean en la vergüenza de creer que su raza no sabe de modales. Sin embargo, a poco que uno hurgue en nuestra lengua, reparará en las innumerables fórmulas del tipo “una cañita” que parafrasean a la perfección aquel “una caña, por favor” o sucedáneos añadiendo, además, un toque de frescura y cercanía poco menos que entrañable.
En cualquier caso, los envoltorios no merecen tanta importancia. Si al final todos acaban con su caña en el gaznate, miren, ¿qué más da?
¿Ustedes valoran a partes iguales continente y contenido? Dependerá del continente y de lo contenido, ¿verdad? Si tenemos en cuenta que el continente es la palabra y el contenido es la comunicación efectiva, la cosa se complica hasta tal punto que uno puede llegar a perder la cabeza o a llorar, sin más, pues resulta que este continente tiene tantos entresijos que a veces uno no sabe por dónde agarrarlo o, sencillamente, no lo agarra por la mejor parte; en cuanto al contenido, convengamos que la comunicación efectiva sería mucho más
tangible si acertásemos a esclarecer qué queremos comunicar realmente. Un pitoste, vaya.
Qué quieres de mí, me preguntó ella y, desde entonces, trabajo día y noche por convencerme de que no existen contenidos sin continentes. Quiero decir que ya no consiento cerrar ningún episodio existencial o vital más a base de flaquezas como no encontrar las palabras o no saber cómo explicar(me). Eso sí, me lo tomo con calma y por eso aún no le he contestado.
Dicho esto, concluyo que, a mi juicio, "El no sé qué" de Feijoo es un atajo disfrazado de ensayo poético que, entre otras cosas, exhorta a rechazar el reto que supone arriesgarse a agarrar la palabra por la mejor parte -con todas las probabilidades de error que ello supone- y a rendirse ante el esfuerzo de esclarecer qué queremos comunicar realmente. Que no, que no existe contenido sin continente y viceversa.
Conclusión: Feijoo era un comodón de mucho cuidado.