Me encanta la gente apasionada, caracoles. Es algo que no puedo controlar en parte gracias a las altas dosis de empatía que corren por mis venas (porque la empatía no siempre conduce a posturas tristes, ya lo sabrán ustedes) y en parte por lo humanista del asunto. Quiero decir que cuando uno comparte sus pasiones con los demás, esos demás pueden llegar a desarrollar su intelecto o su sensibilidad, por ejemplo. Me pasaría horas escuchando a Otto hablar sobre los entresijos del periodismo o hablando con Sonia, café mediante,de teatro y de ese Elizondo del que aún no he leído nada e invertiría las mismas horas oyendo a mi hermana hablar de Edurne, y eso que aún faltan dos meses para que la conozcamos.
No obstante, aunque es menos glamuroso, suele pasar que la persona apasionada en cuestión no sólo enriquece nuestro espíritu: la persona apasionada puede arreglarle un ordenador a un caracol en cuatro ratos libres y no cobrarle ni un duro porque eso que él ha hecho sólo es un hobbie para él, una pasión. Larga vida a Lozano, sí señor.
Y su pasión me ha devuelto la mía, caracoles: escribir en un teclado con un café a la izquierda, un cenicero a la derecha y Amparanoia de fondo. ¿Me he dejado algún topicazo más por ahí?
Ahora me siento en deuda con la pasión en general y con Lozano en particular. Y es que, después de mucho pensar, acabé aceptando las limitaciones de mi imaginación y las lagunas en cuestiones de tecnología, y le compré a Lozano una tarrina de DVDs y un cartón de tabaco. Yo quería hacerle un buen regalo, un regalo que transmitiese mi infinito agradecimiento pero apenas pude consolarme con haber registrado su marca de cigarrillos. Podría haberle comprado veinte paquetes de Marlboro pero Lozano fuma Winston. Acerté, no está mal del todo, ¿no les parece?
Eso sí, en cuanto a la primera deuda que les decía, la de la pasión en general, espero resarcirme dentro de un par de líneas o, mejor, dentro de una:
Los asoleados. De principio a fin, éste es el libro que me hubiese gustado escribir a mí, caracoles. Puede tratarse tanto de un libro de relatos como de una novela corta, y no es que Joël Egloff se ponga a jugar con un sinfín de técnicas narrativas para dejar constancia de su arte. Bueno, sí lo hace, pero apenas se nota y eso es lo mejor de todo. Ay caracoles, es que está tan bien escrito que yo no sé…
Es un libro divertido y amargo a partes iguales que, de la manera más tonta, consigue arrancar profundas reflexiones. Un libro de personajes raros –excéntricos si me apuran- y, sin embargo, tan reales como frecuentes en la vida misma. Todos ellos están marcados de alguna manera por la llegada inminente de un eclipse total. Ése es el nexo común a todos los cuentecitos: el eclipse. En cualquier caso, léanlo y verán como ése no es el único punto de conexión entre los textos que conforman esta novela corta o libro de relatos.
Dicho esto me despido ampliando la ovación: Larga vida a Lozano, a Otto y al periodismo, a Sonia y al teatro, a mi hermana y a Edurne (qué ganas tengo de conocerla, caracoles), a Los asoleados. Larga vida a las pasiones que hacen bien al corazón.
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¡Muchas gracias, Laurita!
martes, 28 de abril de 2009
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4 comentarios:
Larga vida a Lozano, sí señora! Moi, j'arrive!
larga vida..y cuidao con roncar...no te apasiones...que te oigo...:P
pd:despiertame a las ocho...que me apasiona dormir...
YO NO RONCO. Ni se te ocurra volver a insinuarlo :)
entonces si no fue por el estruendo de sus ronquidos, ya me explicará cómo se rompió su cama...:P
Pienso sobre eso de madurar y ya le comento...
un abracico
pd: me vino muy bien su visita!
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