martes, 28 de abril de 2009

Los asoleados

Me encanta la gente apasionada, caracoles. Es algo que no puedo controlar en parte gracias a las altas dosis de empatía que corren por mis venas (porque la empatía no siempre conduce a posturas tristes, ya lo sabrán ustedes) y en parte por lo humanista del asunto. Quiero decir que cuando uno comparte sus pasiones con los demás, esos demás pueden llegar a desarrollar su intelecto o su sensibilidad, por ejemplo. Me pasaría horas escuchando a Otto hablar sobre los entresijos del periodismo o hablando con Sonia, café mediante,de teatro y de ese Elizondo del que aún no he leído nada e invertiría las mismas horas oyendo a mi hermana hablar de Edurne, y eso que aún faltan dos meses para que la conozcamos.

No obstante, aunque es menos glamuroso, suele pasar que la persona apasionada en cuestión no sólo enriquece nuestro espíritu: la persona apasionada puede arreglarle un ordenador a un caracol en cuatro ratos libres y no cobrarle ni un duro porque eso que él ha hecho sólo es un hobbie para él, una pasión. Larga vida a Lozano, sí señor.

Y su pasión me ha devuelto la mía, caracoles: escribir en un teclado con un café a la izquierda, un cenicero a la derecha y Amparanoia de fondo. ¿Me he dejado algún topicazo más por ahí?

Ahora me siento en deuda con la pasión en general y con Lozano en particular. Y es que, después de mucho pensar, acabé aceptando las limitaciones de mi imaginación y las lagunas en cuestiones de tecnología, y le compré a Lozano una tarrina de DVDs y un cartón de tabaco. Yo quería hacerle un buen regalo, un regalo que transmitiese mi infinito agradecimiento pero apenas pude consolarme con haber registrado su marca de cigarrillos. Podría haberle comprado veinte paquetes de Marlboro pero Lozano fuma Winston. Acerté, no está mal del todo, ¿no les parece?

Eso sí, en cuanto a la primera deuda que les decía, la de la pasión en general, espero resarcirme dentro de un par de líneas o, mejor, dentro de una:

Los asoleados. De principio a fin, éste es el libro que me hubiese gustado escribir a mí, caracoles. Puede tratarse tanto de un libro de relatos como de una novela corta, y no es que Joël Egloff se ponga a jugar con un sinfín de técnicas narrativas para dejar constancia de su arte. Bueno, sí lo hace, pero apenas se nota y eso es lo mejor de todo. Ay caracoles, es que está tan bien escrito que yo no sé…

Es un libro divertido y amargo a partes iguales que, de la manera más tonta, consigue arrancar profundas reflexiones. Un libro de personajes raros –excéntricos si me apuran- y, sin embargo, tan reales como frecuentes en la vida misma. Todos ellos están marcados de alguna manera por la llegada inminente de un eclipse total. Ése es el nexo común a todos los cuentecitos: el eclipse. En cualquier caso, léanlo y verán como ése no es el único punto de conexión entre los textos que conforman esta novela corta o libro de relatos.

Dicho esto me despido ampliando la ovación: Larga vida a Lozano, a Otto y al periodismo, a Sonia y al teatro, a mi hermana y a Edurne (qué ganas tengo de conocerla, caracoles), a Los asoleados. Larga vida a las pasiones que hacen bien al corazón.

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¡Muchas gracias, Laurita!

domingo, 26 de abril de 2009

El juego de tu vida

Quizá algunos de ustedes, influidos por el tono confesional de este blog, han llegado a pensar que una servidora no valora su intimidad. Que les cuento todo y, encima, hago especial hincapié en los episodios de mi vida más, convengamos, miserables: crisis varias, amores imposibles, finales de carrera... y, ahora, abandonos.

Y si les digo que tras un exhaustivo examen de conciencia y de Un mundo mejor para los caracoles sigo igualmente convencida de que conservo a buen recaudo mi cachito de intimidad, ¿cómo se les queda el cuerpo, caracoles? Ni fu ni fa, ¿verdad? Bueno, les cuento un poco más: resulta que a tenor de las condolencias recibidas estos días por algunos de ustedes debido a mi abandono del Sevicio de Voluntariado Europeo he llegado a preguntarme si no estaré sobrepasando algún límite más por ahí.

Quiero decir que es la primera vez que comparto con ustedes una miseria en tiempo real y la cosa se me antoja rara, sin más. Los puntos y las facetas se unen, lo virtual y el pie de calle entran en conexión y, de esta guisa, esa chula hermética que también soy se las ve recibiendo un abrazo que va más allá del simple reencuentro. Un abrazo de "sé que no estás del todo bien, ánimo". Y, claro, algo se me remueve por dentro al comprobar que he expuesto algunas de mis debilidades ahí fuera.

Entonces me pregunto si no estaré más guapa calladita pero siempre llego a la casi certeza de que que no, no lo estaría. La belleza, como lo "contable" de una vida, es algo relativo y si les cuento según qué cosas con la intención de contribur a la causa que nos une: construir un mundo mejor para los caracoles.

Luego de esto me pregunto qué explicación se darán a sí mismos los concursantes de "El juego de tu vida". ¿Lo han visto alguna vez, caracoles? Yo tuve la mala suerte de visionar unos minutos el otro día y no se imaginan cuánto me está costando recuperar la fe en la humanidad de nuevo.

El programa lo presenta esa otra gran profesional de los medios que es Emma García, con toda su elegancia y su forzada empatía para con el pueblo, y básicamente el participante se planta allí para que lo enganchen a un polígrafo y le pregunten cosas del tipo:

- ¿Alguna vez has deseado tirarte a tu cuñada?

- ¿Es cierto que, cuando los clientes no miran, coges los cubitos de hielo con las manos y no con las pinzas?

-¿Eres un eyaculador precoz?

-¿Te lavas los dientes todas las noches?

Las reglas del juefo son sencillas. Si el polígrafo aprueba la veracidad de las respuestas del concursante, dicho concursante se embolsa unos buenos cuartos y si miente, no se lleva nada. Eso sí, en cualquier caso, la "verdad" siempre será sacada a la luz gracias a ese aparatito al que se le reconoce la validez en algunas zonas de Estados Unidos y poco más -ahí es nada-.

¿Cuál será el por qué y para qué de este programa, caracoles? ¿Qué me dicen ustedes? Yo no me atrevo a decir mucho, pienso en lo que debió pensar (y no pensó) Emma García al firmar ese contrato y, por supuesto, pienso en los participantes con más náusea que compasión.

Que si nos manejan, que si sólo nos ponen mierda para evitarnos la tarea de pensar con sus realitys y su programación de tres al cuarto. Pobrecito el ciudadano, que siempre se deja idiotizar hasta tal punto que estos programas se convierten en la tierna banda sonora de su vida y en el peor de los casos le dotan del valor y el entusiasmo suficiente como para entrar en un plató a hacer aún más pública su falta de diginidad y respeto hacia sí mismo. Y lo hace por cuatro jodidos duros o por pasar el rato, sin más.

En fin, yo sólo espero que no sean muchos los caracoles que, influidos por el tono confesional de este blog, hayan llegado a pensar que una servidora no valora ese divino tesoro que es la intimidad.

martes, 21 de abril de 2009

¿Nos contratamos?

Pues ya estoy en la estepa manchega, caracoles. Les escribo desde Socuéllamos y de bueno les cuento que, antes de dejarme arrastrar por la agonía del "¿y ahora qué?", he decidido tomar ciertas medidas para empezar mi nueva vida con energía y entusiasmo: nada de agobios, me digo.

Para llevar a cabo la empresa voy a reforzar aún más mi faceta caracol y, en líneas generales, me voy a dejar llegar. Con lo primero quiero decir que me entrego al hecho de regresar al nido paterno con una mano delante y otra detrás con toda la ilusión que me cabe en el pecho y con unos objetivos, ya saben, claros pero imprecisos.

Mi madre y yo hemos establecido una especie de contrato verbal mediante el cual ella se compromete a facilitarme una cama (afortunadamente mi antigua habitación sigue libre), comida (ambas estamos convencidas de que un puñadito de arroz más no va a hundir la economía familiar) y el acceso ilimitado al cuarto de baño, con champú y gel incluidos.

Yo,a cambio, me comprometo a regalarle la mayoría de mis sonrisas cada mañana. le diré una y mil veces "qué guapa estás, mujer" porque, sencillamente, la miraré con buenos ojos. La animaré a irse a la huerta con mi santo padre o a quedarse en casa según las apetencias que detecte en sus ojos. La vida se me irá en escuchar todo lo que ella me diga y en que ella se sienta escuchada. Esto es, en la medida de lo posible, mi parte del contrato consistirá en intentar contribuir positivamente a la felicidad de Amelia, mi madre.

Y ustedes, ¿están interesados en tener un caracol en sus casas? Miren que puedo repartirme, eh. Bueno, considérenlo y ya me dicen.

Para dejarme llegar felizmente, decidí limitiarme a examinar el espacio y a las personas que lo ocupan. A escasas veinticuatro horas en La Mancha, mis sobrinas ya me han contado sus excursiones a la granja escuela de Daimiel (que, según puntualiza Marta, está más lejos que "luna de miel") y he establecido diferentes contratos similares al de Amelia con otros miembros del clan de los Alarcón Mosquera: ordenador con internet a cambio de clases de inglés para Reme, por ejemplo.

Les cuento también que en mis consanguíneos he encontrado el hombro en el que apoyar mi cabeza y he recibido las precisas palabras de apoyo y comprensión que, sin duda alguna, me ayudan a recobrar la fuerza cuando pienso en Janet y en todos esos motivos que también me sobraban para quedarme. Ellos me dicen: Normal, Nata, si es que los alemanes son unos resabidillos que nos miran por encima del hombro. Son unos hijos de su madre, Nata. Ésta es la traducción apta para menores de edad de los mensajes de aliento de mis hermanos, caracoles.

Y yo me debato entre dejarme llevar por la experiencia intercultural (la retroalimentación en lo referente a perspectivas de vida en general) o tirarme por lo sencillo y limitarlo todo a esa pequeña parte en la que tiene cabida la opinión generalizada sobre España en Alemania: un país atrasado donde uno puede pasar unas buenas y despendoladas vacaciones.

Pero como eso no es todo, amigos, me resisto a reducir mi experiencia entre alemanes a esa impresión que, ciertamente, tiene su parte de verdad. Y es que, ya lo sabrán ustedes, pero son cien mil las vueltas que nos dan en educación, infraestructuras y transportes. Son la leche, vaya. Se respira, además, una consciencia ciudadana que quita o pone el hipo, según la sensibilidad del individuo.

Del individuo. Éso es con lo que me quedo yo, con la experiencia de un individuo entre individuos. Confirmo, una vez más, el fatal error que contienen las generalizaciones y los prejuicios (así de mis consanguíneos como de los "resabidillos") y sobre todas las cosas, como les digo, me quedo con la experiencia de un individuo entre individuos.

Y sin embargo, ello no impide el hecho de que -aquí, ahora y con todo- se me escape una sonrisilla que me dice: Joder, cómo me gusta España.

miércoles, 15 de abril de 2009

De cómo y no morir en el momento

Ustedes han sido testigos de que mi estancia en Alemania no ha sido del todo satisfactoria. Les he contado que ellos no cumplieron (y siguen sin cumplir) algunas de las cláusulas más importantes del contrato que firmamos. Les dije que cambié la perspectiva y adapté mis objetivos a la realidad del kinderdorf (al fin y al cabo, siempre soñé con ser invisible alguna vez y, bueno, nunca soñé con cocinar y limpiar para 30 personas pero también ha sido interesante y constructivo). En los ratos libres, jugué con Janet y Katharina.

-Rendirse. Abandonar. Joder, qué feo está eso de dejar las cosas a medias, ¿no?

-Ea, pues si quieres nos quedamos. La alternativa a “abandonar” el kinderdorf es “aguantar” en el kinderdorf.

-Mujer, no digas eso: ¡“aguantar”, vive Dios! Podemos seguir intentándolo, ¿no? Además, bien pensado, hasta hace cosa de una pausa la cosa no nos iba tan mal. ¿Qué nos ha pasado, Nata?

-Hay un límite y sobrepasarlo puede desencadenar más de una tragedia. Ya lo dijimos alguna vez.

-Pero nosotras no hemos llegado a ese límite, ¿verdad?

-Por supuesto que no hemos llegado. Por eso nos vamos, para no acercarnos más.

-Oye, en ese caso lo de abandonar no está tan feo, ¿no?

-Pues no, supongo que no está del todo mal. Hay que quererse y cuidarse, siempre lo hemos dicho.

-Claro, joder. ¡Solucionado!

-¿Y qué hacemos con Janet y Katharina?

-Ay, nena, esto iba a suceder tarde o temprano y ellas lo sabían desde el principio.

-Ya, pero me da penica.

-Ya, es normal.

Pues sí, caracoles. Hasta aquí llegó mi Servicio de Voluntariado Europeo, la labor en el kinderdorf, los experimentos con la comunicación, los viajecicos en el mitfahrgelegenheit (si viajan por Alemania, no duden en utilizarlo), las quedadas de voluntarios y la convivencia más complicada y al mismo tiempo enriquecedora (para bien) que he tenido hasta la fecha: una musulmana, una católica, un gay y un caracol. Menuda mezcla.

¿Cómo abandonar algo y seguir siendo un caracol? Con lo feo que está eso de dejar las cosas a medias... Pues muy fácil, caracoles, cuestión de perspectiva. No sé cómo se las apañarán ustedes para conseguir abandonar manteniendo la cabeza ni más ni menos alta que antes: abandonar manteniendo la cabeza en armonía. En lo que a mí respecta, les cuento que, una vez más, me aferro a las determinaciones claras pero imprecisas (imprecisas pero claras) y me convenzo de que mi vuelta a España no es evaluable en términos de abandono o cobardía o quizá si lo sea pero, ya saben: cuestión de perspectiva.

El caso es que yo estoy convencida de que me voy para quitar lo que no me benefecia, lo que me perjudica. Me voy porque me quiero bien. Sin caprichos y sin demasiadas contemplaciones: me voy porque me cuido y porque me encanta cuidarme.


No obstante, he de confesarles que necesité de un empujón externo en forma de cita obligada en Toledo el 29 de abril para dar el salto final y decirle a Janet que lo siento de veras; aunque no es menos cierto que, en cualquier caso, abandono manteniendo la cabeza en armonía y felicitándome por no haber llegado a atravesar ese límite que podría haber desencadenado más de una tragedia.

Y si ahora se me saltan unas lágrimas es porque me sobran los motivos para irme pero también, por supuesto, para quedarme y es que hay que ver cómo araña esa certeza de saber que uno no siempre puede conseguir todo lo que quiere.

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miércoles, 1 de abril de 2009

¡Al ladrón!

Me voy de vacaciones, caracoles. Sí, a pesar del nubarrón de crisis y desempleos que cubre el planeta, una servidora se va a permitir el lujo de darle la bienvenida a la primavera desde distintos puntos del territorio alemán.

Me da no sé qué hacer otro parón en Un mundo mejor para los caracoles, caracoles. El amor hay que cuidarlo y trabajarlo a diario. El amor es cosa de dos -siempre se ha dicho- y, bueno, yo no estoy cumpliendo del todo con mi parte. Demasiadas ausencias y poca chica en las presencias, jo.

Por eso, aunque la media de comentarios en este nuestro blog no ha disminuido considerablemente (difícilmente podrían alcanzarse cifras más bajas), últimamente no les siento tan cerca como antes. No me siento leída y es normal, "demasiadas ausencias y poca chica en las últimas presencias, jo".

Como les digo, me da no sé qué hacer otro parón pero, vaya, es que me voy de vacaciones. Haciendo cálculos, es probable que entre pitos, flautas, vacaciones y congresos, Un mundo mejor para los caracoles no se actualice hasta mayo. Pero se actualizará, no les quepa la menor duda. Esto no es ni una pausa, ni una crisis. Esto es que abril, como te dije, no me lo vuelven a robar.

Y poco más, caracoles, déjense llevar ustedes también por la tontuna de la primavera que, ciertamente, la sangre altera y ya nos lo contamos luego con más calma.

Estamos en contacto, sean felices.