Soy Natalia Alarcón Mosquera, he preparado la programación de segundo de Bachillerado de acuerdo con las exigencias de la ley de educación vigente. Para prepararla he seguido todas las indicaciones indicadas atendiendo especialmente a la proposición y posterior consecución de unos objetivos a partir de la división de la materia en doce unidades didácticas.
Lo que sucede es que hace apenas unos días decidí cambiar mi presentación oral. Quiero decir que coloqué este examen dentro de un continuum; quiero decir que me pregunté cuál era el objetivo último de esta prueba: ustedes tienen que decidir si estoy preparada para ser profesora de lengua y literatura en un centro de enseñanza pública.
Tras contestarme, humilde y objetivamente, que estoy preparada para llevar a cabo la empresa llegué a la conclusión de que la programación de un curso y la exposición de una unidad didáctica, esto es, hacer el examen estándar, no me permitiría transmitir todos aquellos principios y objetivos que, a mi juicio, deberían ser tenidos en cuenta a la hora de determinar si una persona está preparada para ser profesora en un centro de enseñanza pública.
Profeso una inquebrantable fe en la educación como herramienta para forjar a personas de bien y construir un mundo mejor, (por muy mínima que sea la porción de mundo implicada). En cuanto a la enseñanza de lengua y literatura, puedo decir y digo que, tanto una como otra, son piezas clave para asimilar el engranaje del día a día o, al menos, así lo veo yo y así lo transmitiré a mis futuros alumnos.
Qué duda cabe de que un profesor, sobre todo en la adolescencia, es un referente para el alumno. Los seres humanos nos hacemos del entorno que nos rodea, ya sea para imitarlo, cuestionarlo o denostarlo. Pero, insisto, los ejemplos nos hacen. Nos son. Pues bien, haré uso de los contenidos mínimos exigidos por la legislación vigente para incitar a los alumnos a que reflexionen sobre el poder y la limitación del lenguaje, por ejemplo.
He de decir que considero tales contenidos exigidos por la ley justos y necesarios y, al mismo tiempo, susceptibles de ser modificados, como todo. En cualquier caso, no seré yo quien se subleve ante la ilusión de homogeneidad que nos pretende infundir el sistema en el que vivimos. La poesía del siglo XVIII, por ejemplo, encontrará en mi persona a la perfecta monaguilla cuando haya que llevarla a misa ante los atentos ojos de mis futuros alumnos.
Pero, eso sí, no me cansaré de señalar que, desde que el ser humano es, el mundo adolece de un grave problema de comunicación y no me faltarán ejemplos en los textos de todas las naturalezas, de todas épocas y de todos los autores para dar cuenta de ello.
Algunos de mis alumnos harán oídos sordos, como los tuyos o los tuyos o los del otro tribunal pero estoy convencida de que alguien me escuchará y entonces la educación como herramienta para construir un mundo mejor seguirá teniendo sentido. Ese alguien se posicionará ante lo que yo diga en las clases y, con los años, probablemente vuelva a cuestionar lo que yo dije alguna vez y, entonces, ese alguien tendrá su propio discurso y, entonces, sólo entonces, un individuo más pisará este mundo asquerosamente corrompido.
Y cómo voy a hacer esto. Si tuviera que dar una clase de segundo de bachillerato a día de hoy, me presentaría en el aula con este artículo de Rafael Reig que encontré ayer ojeando su página en internet. Si el cronograma me dice que toca lengua, haremos análisis sintáctico a partir de esas líneas. Si toca literatura, sea cual sea, comenzaré destapando el falso orden que tan mal disimula el caos que se esconde detrás de cada etiqueta, de cada género y de cada período. Lo ecléctico, la fusión. El mestizaje.
Amén de los exámenes regidos por los criterios de evaluación que fija el sentido común: un mínimo de contenidos y la correcta utilización del lenguaje; todos mis alumnos escribirán un texto cada semana. Como tengo los pies en la tierra y la memoria muy cerca de mis dieciséis, los ortodoxos más ortodoxos pueden estar tranquilos, mi asignatura no será ninguna “maría”. Eso sí, todos y cada uno de mis alumnos escribirán un texto cada semana.
Una semana escribirán una carta al presidente del gobierno; otra semana, se harán pasar por un dios cualquiera y escribirán una carta al ser humano, la otra, una declaración de amor, la otra de después de la otra, un artículo de opinión sobre la función de la literatura en la sociedad, la de más allá, escribirán la presentación de una página web con contenidos culturales.
Echaré mano de literatura del Romanticismo para que los estudiantes de segundo de bachillerato entren en contacto con el fastidio universal y sean conscientes de que, probablemente, se encuentran en uno de los primeros períodos decisivos de sus vidas cuando escriban sobre el “¿y ahora qué?” y sientan la infinidad de opciones que tienen a su alcance y sientan, sobre todo que sientan, la agonía de saber que lo que está en juego es, ni más ni menos, que su futuro. Con todo lo que ello supone.
Y aquí es donde se atenderá a la verdadera diversidad (a la diversidad que existe dentro de la media), en la corrección y evaluación de cada texto de acuerdo al perfil de cada estudiante. Exigiendo al alumno en función de sus posibilidades y recomendando lecturas a partir de los intereses atisbados en sus escritos.
No intentaré disimular mi predilección por la obra de Unamuno, de la misma manera que Ginesa, mi profesora de lengua en segundo de bachillerato, me transmitió, sin llegar a contagiarme, su pasión por la Generación del 27. Ajena a estructuralistas y generativistas, enseñaré sintaxis como si de un tamgran se tratase y, cuando los alumnos menos interesados en los entresijos del lenguaje, se vean en la obligación de aprender un segundo idioma como dios manda y no como las leyes de educación determinan, caerán en la cuenta de que aquellas clases de relativas y subordinadas no eran tan gratuitas.
En fin, éste será el marco en el que insertarán todas mis clases. Como les vengo diciendo no pretendo dejar a un lado el temario exigido en aras de la difusión de conceptos tan abstractos y complejos como la palabra en sí y su repercusión dentro de la esencia del ser humano en tanto que individuo y ser social pero sí puedo asegurar que, como profesora de lengua y literatura, cada día me esforzaré por sembrar la reflexión sobre este tema en las mentes de mis alumnos.
En cuanto a mi programación didáctica, ahí la tienen; échenle un vistazo si quieren. Asumo es bastante mediocre, pero, insisto, se ajusta a las exigencias mínimas de la ley de educación vigente.
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Es una pena que la satisfacción con la que salí del examen no se viese reflejada en la calificación del tribunal que tenía que decidir si estoy preparada para ser profesora de lengua y literatura en un centro de enseñanza público: un 0,22. Sin embargo, la satisfacción está y eso es lo que cuenta. La próxima vez, si es que la hubiere, tendré que disfrazarme de opositora. Ais.