lunes, 28 de julio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



No se me olvida que les debo una crónica del viaje de mi madre y yo a Mali, el tercer país más pobre del mundo. Ruego a todos los caracoles sean pacientes y, mientras tanto, lean lo que sigue. Algo está por suceder, amigos; no desesperen, hablaré de Mali a su debido tiempo.

En cuanto a este fin de semana, les cuento que ha tenido lugar la despedida de soltera de mi hermana, que se casa el próximo sábado. Así pues, esta vez la paella ha sido a puerta cerrada en el domicilio de los Alarcón Mosquera en el que, cabe decir, cada vez vive menos gente y sustituimos el estribillo del “Imagine” versión flamenca de Saudade por un incansable “ay Ana, que te casas ya”.


Una boda es una boda es y, como ya he comentado alguna vez en este blog, yo no soy muy partícipe de toda la parafernalia que gira en torno al hecho de que una pareja de tortolitos se instale bajo un mismo techo. Sin embargo, no puedo negar que algo de saudade y felicidad me invade cuando la miro y digo “ay Ana, que te casas ya”.


A mi madre le pasa igual. Ella no puede negar que le da penica pensar que la boda de mi hermana implica que, definitivamente, cada uno de sus seis mochuelos está en su olivo. Ayer recordábamos cuando apenas cabíamos en la mesa del comedor y hoy preparamos una salita de estar más en la que va a dejar de ser la habitación de mi hermana. Al mismo tiempo, Amelia mira a Goyo, mi padre, y suspira. Ésta es nuestra segunda boda, le dice.

Mis padres volverán a disfrutar de un nidito de amor para ellos solos. Después de tanta intimidad limitada y acaso nula, tantas veces nula. Amelia y Goyo podrán corretear desnudos por la casa y echar el pestillo de la puerta. Ya no tienen que aguantar las pequeñas insolencias y desfachateces que durante treinta y seis años han consentido a sus vástagos, como por ejemplo, el hecho de que ninguno de nosotros llevase las llaves encima. Mi madre siempre está en casa y, si es que va a ausentarse, ella misma deja las llaves escondidas en uno de los escondites de la familia Alarcón Mosquera.

Y qué mejor momento para comenzar una vida de recién casados que ahora, que de verdad son el uno para el otro. Como no está el horno para bollos, para no entrar en cuestiones tan controvertidas como el enamoramiento, el querer y el amar de las que no me apetece ni hablar ni pensar, convengamos que mis padres han estado enamorados férreamente desde que se dieron su primer beso hasta la fecha.

Bien, pues, como testigo directo de esta entrañable pareja, puedo decir que no es sino ahora, después de casi cuarenta años de matrimonio, cuando mis padres son realmente el uno para el otro. Insisto, no estoy poniendo en entredicho los sentimientos habidos y sentidos entre mis padres; sólo digo que es ahora cuando los dos disfrutan de las mismas cosas con similar intensidad o sufren por aspectos cotidianos y no tan cotidianos del mismo calibre.

Dicen que los que duermen sobre el mismo colchón se vuelven de la misma condición. Yo no sé si esto será bueno o malo -dependerá de la condición, supongo- lo que parece indudable es que algo de verdad esconde este refrán y que mis padres han ido asimilando costumbres, perspectivas e inquietudes hasta perder casi la totalidad de su esencia como individuos. Con esto no quiero decir que tal mutación haya sido equilibrada o satisfactoria para las dos partes, la de Goyo y la de Amelia, eso sólo lo pueden saber ellos. Bástese que quieran saberlo, claro.

Yo no acabo de posicionarme, caracoles. Y es que, a veces, este dejar la individualidad al margen de uno mismo por ese otro me parece sublime y, a veces, terrible. Supongo que cada uno cuenta la feria según le va, por eso hay días que ese dejarse ser con otra persona para ser otra cosa distinta a lo que se es me parece sublime y otras, terrible.

En fin, ¿qué no arreglará la paella de mi madre? Fíjense, dos bodas al precio de una y yo sigo sin vestido para la ocasión.

jueves, 24 de julio de 2008

Opositando voy, opositando vengo

Soy Natalia Alarcón Mosquera, he preparado la programación de segundo de Bachillerado de acuerdo con las exigencias de la ley de educación vigente. Para prepararla he seguido todas las indicaciones indicadas atendiendo especialmente a la proposición y posterior consecución de unos objetivos a partir de la división de la materia en doce unidades didácticas.

Lo que sucede es que hace apenas unos días decidí cambiar mi presentación oral. Quiero decir que coloqué este examen dentro de un continuum; quiero decir que me pregunté cuál era el objetivo último de esta prueba: ustedes tienen que decidir si estoy preparada para ser profesora de lengua y literatura en un centro de enseñanza pública.

Tras contestarme, humilde y objetivamente, que estoy preparada para llevar a cabo la empresa llegué a la conclusión de que la programación de un curso y la exposición de una unidad didáctica, esto es, hacer el examen estándar, no me permitiría transmitir todos aquellos principios y objetivos que, a mi juicio, deberían ser tenidos en cuenta a la hora de determinar si una persona está preparada para ser profesora en un centro de enseñanza pública.

Profeso una inquebrantable fe en la educación como herramienta para forjar a personas de bien y construir un mundo mejor, (por muy mínima que sea la porción de mundo implicada). En cuanto a la enseñanza de lengua y literatura, puedo decir y digo que, tanto una como otra, son piezas clave para asimilar el engranaje del día a día o, al menos, así lo veo yo y así lo transmitiré a mis futuros alumnos.

Qué duda cabe de que un profesor, sobre todo en la adolescencia, es un referente para el alumno. Los seres humanos nos hacemos del entorno que nos rodea, ya sea para imitarlo, cuestionarlo o denostarlo. Pero, insisto, los ejemplos nos hacen. Nos son. Pues bien, haré uso de los contenidos mínimos exigidos por la legislación vigente para incitar a los alumnos a que reflexionen sobre el poder y la limitación del lenguaje, por ejemplo.

He de decir que considero tales contenidos exigidos por la ley justos y necesarios y, al mismo tiempo, susceptibles de ser modificados, como todo. En cualquier caso, no seré yo quien se subleve ante la ilusión de homogeneidad que nos pretende infundir el sistema en el que vivimos. La poesía del siglo XVIII, por ejemplo, encontrará en mi persona a la perfecta monaguilla cuando haya que llevarla a misa ante los atentos ojos de mis futuros alumnos.

Pero, eso sí, no me cansaré de señalar que, desde que el ser humano es, el mundo adolece de un grave problema de comunicación y no me faltarán ejemplos en los textos de todas las naturalezas, de todas épocas y de todos los autores para dar cuenta de ello.

Algunos de mis alumnos harán oídos sordos, como los tuyos o los tuyos o los del otro tribunal pero estoy convencida de que alguien me escuchará y entonces la educación como herramienta para construir un mundo mejor seguirá teniendo sentido. Ese alguien se posicionará ante lo que yo diga en las clases y, con los años, probablemente vuelva a cuestionar lo que yo dije alguna vez y, entonces, ese alguien tendrá su propio discurso y, entonces, sólo entonces, un individuo más pisará este mundo asquerosamente corrompido.

Y cómo voy a hacer esto. Si tuviera que dar una clase de segundo de bachillerato a día de hoy, me presentaría en el aula con este artículo de Rafael Reig que encontré ayer ojeando su página en internet. Si el cronograma me dice que toca lengua, haremos análisis sintáctico a partir de esas líneas. Si toca literatura, sea cual sea, comenzaré destapando el falso orden que tan mal disimula el caos que se esconde detrás de cada etiqueta, de cada género y de cada período. Lo ecléctico, la fusión. El mestizaje.

Amén de los exámenes regidos por los criterios de evaluación que fija el sentido común: un mínimo de contenidos y la correcta utilización del lenguaje; todos mis alumnos escribirán un texto cada semana. Como tengo los pies en la tierra y la memoria muy cerca de mis dieciséis, los ortodoxos más ortodoxos pueden estar tranquilos, mi asignatura no será ninguna “maría”. Eso sí, todos y cada uno de mis alumnos escribirán un texto cada semana.

Una semana escribirán una carta al presidente del gobierno; otra semana, se harán pasar por un dios cualquiera y escribirán una carta al ser humano, la otra, una declaración de amor, la otra de después de la otra, un artículo de opinión sobre la función de la literatura en la sociedad, la de más allá, escribirán la presentación de una página web con contenidos culturales.

Echaré mano de literatura del Romanticismo para que los estudiantes de segundo de bachillerato entren en contacto con el fastidio universal y sean conscientes de que, probablemente, se encuentran en uno de los primeros períodos decisivos de sus vidas cuando escriban sobre el “¿y ahora qué?” y sientan la infinidad de opciones que tienen a su alcance y sientan, sobre todo que sientan, la agonía de saber que lo que está en juego es, ni más ni menos, que su futuro. Con todo lo que ello supone.

Y aquí es donde se atenderá a la verdadera diversidad (a la diversidad que existe dentro de la media), en la corrección y evaluación de cada texto de acuerdo al perfil de cada estudiante. Exigiendo al alumno en función de sus posibilidades y recomendando lecturas a partir de los intereses atisbados en sus escritos.

No intentaré disimular mi predilección por la obra de Unamuno, de la misma manera que Ginesa, mi profesora de lengua en segundo de bachillerato, me transmitió, sin llegar a contagiarme, su pasión por la Generación del 27. Ajena a estructuralistas y generativistas, enseñaré sintaxis como si de un tamgran se tratase y, cuando los alumnos menos interesados en los entresijos del lenguaje, se vean en la obligación de aprender un segundo idioma como dios manda y no como las leyes de educación determinan, caerán en la cuenta de que aquellas clases de relativas y subordinadas no eran tan gratuitas.

En fin, éste será el marco en el que insertarán todas mis clases. Como les vengo diciendo no pretendo dejar a un lado el temario exigido en aras de la difusión de conceptos tan abstractos y complejos como la palabra en sí y su repercusión dentro de la esencia del ser humano en tanto que individuo y ser social pero sí puedo asegurar que, como profesora de lengua y literatura, cada día me esforzaré por sembrar la reflexión sobre este tema en las mentes de mis alumnos.

En cuanto a mi programación didáctica, ahí la tienen; échenle un vistazo si quieren. Asumo es bastante mediocre, pero, insisto, se ajusta a las exigencias mínimas de la ley de educación vigente.

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Es una pena que la satisfacción con la que salí del examen no se viese reflejada en la calificación del tribunal que tenía que decidir si estoy preparada para ser profesora de lengua y literatura en un centro de enseñanza público: un 0,22. Sin embargo, la satisfacción está y eso es lo que cuenta. La próxima vez, si es que la hubiere, tendré que disfrazarme de opositora. Ais.

martes, 22 de julio de 2008

Disculpen las molestias

Caracoles, he de confesarles algo: aquí donde me ven, estoy opositando para ser profesora de lengua y literatura en un centro de secundaria. Efectivamente, a mis veintitrés añitos una parte de mi trasero se deja seducir por la idea de tener una silla vitalicia en la que apoyarse. Que no, hombre, que no, que me presento en calidad de caracol.

Hace casi un mes hice el examen escrito y esta semana tengo la prueba oral. Estoy nerviosa, caracoles. No puedo pensar en otra cosa, ni tan siquiera puedo hablarles de la paella de este fin de semana (les debo una crónica de nuestro viaje a Mali) y es que, si los nervios no me traicionan, estoy a puntito de cumplir uno de mis sueños.

Siempre quise saber qué se siente al soltar el típico discursito de “El club de los poetas muertos”, “Mentes peligrosas” o “Poli de guardería”. Ya saben, las clásicas palabrejas que el guay de turno suelta delante del director tocapelotas que luego resulta no ser tan mala gente. Ésta es mi gran oportunidad para hacerlo y, de momento, no voy a dejarla escapar. Aunque, no sé yo...qué nervios, oigan.

En fin, luego les cuento cómo acaba el episodio. ¡Disculpen la ausencia de estos días!

jueves, 17 de julio de 2008

De días tontos


Hoy estoy tristona, caracoles. Soy incapaz de diagnosticar la causa de mi malestar pero sé que estar mal estoy y no me satisface lo más mínimo. ¿Qué hacen ustedes cuando tienen un día tonto? No me refiero a un día torcido, hablo de días tontos. Un día torcido es aquél que empezó bien (o empezó, sin más) y fue ennegreciéndose poco a poco por causas identificables. Por otro lado, un día tonto es ése que se sucede en el tiempo sin mayores contratiempos –ni positivos ni negativos-, se sobrelleva con cierta insatisfacción y acaba presentando algún tipo de patología, generalmente suele tratarse de un ligero dolor de cabeza. Un día tonto, vaya.

Yo, personalmente, hace tiempo que utilizo todo tipo de estrategias para nunca dar un día por tonto o siquiera torcido. Cuestión de perspectiva, me digo, siempre hay algo que haya valido la pena. No obstante, cuando los naipes pintan más tontos que torcidos, me resulta tremendamente difícil acabar la jornada con resultados satisfactorios. Pónganle a la siguiente sentencia todo el dramatismo que gusten pero, cuando los naipes me pintan más tontos que torcidos al acabar la jornada, el único remedio confortable es acabar dicha jornada cuanto antes. Me tengo terminantemente prohibido llegar a la madrugada con los ojos abiertos en uno de estos días pues la experiencia me dice que, a esas horas, una extraña alquimia transforma la esencia del individuo en pura tristeza. En ese tipo de tristeza de naturaleza múltiple que mancha un día tonto, ya saben.

Y me voy a la cama en un santiamén, claro.

Sin embargo, como en el fondo uno siempre lucha por sobrevivir –quiéralo o no-, esta noche hago una parada en el trayecto que va de la puerta de mi habitación a la cama y abro un documento de Word para caracolear un rato y acabar el día antes de que me den las dos de la mañana pero también para acabarlo con cierta sensación de vitalidad. ¡Qué menos se le puede pedir a un día tonto, caracoles! Que al menos tenga vida, está claro.

Y es que no caracolear hoy no era sinónimo de huelga de silencio ante un mundo cruel y asquerosamente injusto. No caracolear hoy, sólo hoy, era sinónimo de no estar viva y eso ya no se vale.

¿Alguien sabe cuándo coño se va a marchar este sucedáneo de septiembre?

Buenas noches/Buenos días.

martes, 15 de julio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




Al mismísimo Hollywood, caracoles. Ahí nos hemos plantado Marian y yo este fin de semana que se ha extendido más de lo que el sábado y el domingo exigen. Como mi madre está ultimando los detalles de la boda de mi hermana, ha preferido no salir de viaje (eso sí, nos preparó 10 buenos tupperwares cargados de generosas raciones de paella) y Saudade, por su parte, se encuentra en uno de sus necesarios retiros espirituales.

Marian y yo quisimos darle una sorpresa a nuestro viejo amigo Steven Spielberg, estábamos deseando ver la cara que ponía cuando nos viese al otro lado de la puerta después de tantos años y, efectivamente, así fue. Qué de abrazos y sonrisas, caracoles, y hay que ver lo bien que se conserva ese hombre, el ingenio que gasta y la mente calenturienta que ha ido ganando con los años.

Por fin conocimos a su esposa, Michelle, y a sus dos hijos: Tom y Adolf, jugamos con su perro, nos bañamos en su piscina y comimos paella, claro. Cuando ya todos estábamos al día de las útlimas novedades de nuestras vidas, Marian y yo hicimos saber a Spielberg que, si bien ardíamos en deseos de un reencuentro, nuestra visita no había sido del todo desinteresada:

-Ste, hemos hecho una versión de “The Goonies”, dijimos. Bueno, a decir verdad, no es una versión propiamente. Digamos que en nuestra peli aparece lo que nunca se vio acerca de Micky, Data y Gordi y su futuro, que ahora es presente. El caso es que nos hemos tomado la libertad de seleccionar algunas imágines de tu película para llevar a cabo la nuestra, no te importa, ¿verdad?

-¡Cómo me va a importar! Bobadas. Nunca me he pronunciado acerca de eso que llaman propiedad intelectual pero, como persona creativa que soy, soy consciente de que las ideas necesariamente surgen de otras ideas. Además, conociéndoos como os conozco, estoy seguro de que vuestra película no es un plagio sino una obra derivada de mi obra, ¿Me equivoco?

-Nosotras no lo hubiésemos dicho mejor. Muchas gracias, Stev. No, no te equivocas.

-Nada de agradecimientos, mis goonies son vuestros gunis. Decidme chicas, ¿cómo habéis conseguido volver a unir a los muchachos?

- Fueron ellos los que se pusieron en contacto con nosotros. Resulta que nos encontramos a Micky, Data y Gordi en las tascas de la feria, en Albacete, empezamos a hablar y acabamos trazando el esquema del vídeo que contaría su historia. Hubiese sido prefecto que Bocazas y los demás hubiesen podido participar pero fue imposible coordinar nuestras agendas, ya sabes.


- Qué me vais a contar a mí de cuestiones de agendas... Bueno y ¿cuándo podré ver vuestra película?

- Faltan unos pequeños retoques. En cuanto la comprimamos, te la hacemos llegar por la red.

viernes, 11 de julio de 2008

Yo para ser feliz quiero un camión



No sé de dónde estoy sacando las fuerzas para escribir estas líneas. Estoy tan decepcionada… Por más que lo intentase, caracoles, creo que no podrían entender lo que siento en estos momentos. ¿Han visto el último anuncio de coca cola? ¿Saben quién aparece? Loquillo, el viejo rockero que hizo historia de una actitud. Ese grandullón que para ser feliz decía no necesitar nada más que un camión… Ahí lo tienen, publicitando la coca cola. No quiero pensar qué será lo próximo.

El hecho de que mi época bakala se extendiese hasta bien entrados los dieciocho (como bien apunta Laura en la entrada anterior) ha tenido importantes repercusiones en mi vida posterior, entre ellas la de llegar a Loquillo y los trogloditas demasiado tarde. Estoy segura de que me hubiese ahorrado más de un sinsabor de haber topado con el rock mucho antes. En fin, supongo que tendré que consolarme con el hecho de que el rock llegó a mi vida, aunque más tarde que temprano.

Yo, como todos, tengo mis bandas sonoras, mis melodías y mis letras y, sin duda alguna, puedo decir y digo que “Quiero un camión” ha sido fundamental en mi formación como individuo (¡gracias Álvaro!). No puedo decir que mis oídos sean demasiado exigentes (ya saben, fui bakala tiempo ha) y asumo que esta canción dista mucho de ser uno de los mejores temas del grandullón pero hay que ver el buen rollito que me entra cada vez que la escucho.

En general, todo lo que envuelve a este buen hombre me ha influido positivamente, ha sido todo un referente en mi vida. Un tipo sencillo, un poco macarra y al mismo tiempo sensiblón. No sé, una persona que tiene cosas que decir y no se las da de nada. ¡God save Loquillo!

Y ahora me viene con anuncios de coca cola, ¡no me jodas, Loco!

No es que yo tenga algún problema personal y directo con este tipo de multinacionales que llenan sus bolsillos con estrategias de mercado muy poco lícitas pasando por alto incluso los derechos humanos. Es más, si no hubiese coca cola yo no podría beber calimocho y eso sí sería una verdadera tragedia. Lo que ocurre es que me hierve la sangre cada vez que veo a alguno de estos desalmados recurriendo a conceptos tan importantes como la felicidad para vender una maldita bebida refrescante.

Soy consciente de que nos ha tocado vivir en una época de capitalismo feroz y también soy consciente de que poco puedo hacer yo para detener esta vorágine. A lo sumo puedo decir “jo, dejad de crearnos necesidades que no tenemos”. Quiero decir que, ni con la actitud más esperanzadora, creo que pudiera cambiar esta realidad. Eso sí, lo que me parece intolerable es que pretendan que asociemos un mensaje tan vital como “just do it” a unas jodidas zapatillas; la felicidad, a una bebida marrón o la inteligencia, a un coche.

Está bien, ustedes intenten vendernos lo que quieran pero, por favor, no vayan a tocarnos ninguna fibra sensible. Ofrezcan sus productos de la mejor manera posible sin hacernos olvidar que el fin último de su mensaje es ése, vendernos un producto. Utilicen el ingenio y la perspicacia para convencerme a mí, adicta a Kellogs, de que los cereales de Nestlé son los más sabrosos pero no le hagan creer a mi madre que la querré más si me compra unos Golden Grahams.

Eso no se vale, queridos peces gordos.

Ignoro dónde empieza y dónde acaba el límite pero, eso sí, hay un límite y tenéis la obligación moral de respetarlo. Es fantástico que el entorno invite a reflexionar sobre la ecología o el amor; sin embargo, ya se sabe, ni el fin justifica los medios, ni los medios el fin.

¡Y devuélvanme a Loquillo ipso facto!

martes, 8 de julio de 2008

Y me gustaba Dj Pastis

Salir a la calle como si acabase de echar un buen polvo y la posibilidad de reinventarme, éstos han sido dos de los grandes temas de conversación que han hecho de mi época universitaria un verdadero período de aprendizaje. Como el primero se explica por sí mismo, me voy a centrar en el segundo –aunque tampoco necesita de muchas aclaraciones-

¿Alguna vez se han planteado la posibilidad de trasladarse a un lugar donde no conozcan a nadie y reempezar desde el cero más absoluto? Yo he perdido la cuenta de las veces que barajé esa opción hasta que mi amiga Sonia me informó de que ese era uno de los principios de la esquizofrenia. ¡Exagerá!, le dije a Sonia y, desde entonces, pienso en esa idea intentando convencerme de que no me seduce lo más mínimo.

No es que no me guste lo que soy, ya he dicho en más de una ocasión que no me caigo del todo mal, pero no me negarán que la experiencia está pidiendo a gritos que la experimenten. Plantar las maletas en algún sitio y decir “Hola, me llamo Lucía. Tengo 30 años muy bien llevados, soy astronauta y acabo de llegar de una expedición en la luna. Me quedaré en Oporto tres meses para descansar y dedicarme a lo que realmente me gusta: coser”.

En los bancos de la facultad nos referíamos más bien a reinventarnos de tal forma que conservásemos nuestra esencia al mismo tiempo que fusilábamos nuestros fantasmas de un solo golpe (cada uno los suyos, claro). Los demás, las nuevas personas que nos acompañasen en ese nuevo lugar, nunca sabrían que alguna vez tuvimos miedo de los perros o del amor porque alguna vez un perro nos mordió y nos pisotearon el corazón.
Pues eso, reinventarse.

¡Cuántas personas podríamos llegar a ser!

La idea, insisto, aún se me antoja atractiva y no descarto plantarme un día de estos en Estambul vestida de Luis, jugador de ajedrez profesional jubilado anticipadamente por una lesión en la rodilla; sin embargo, a día de hoy, la experiencia me dice que ese proyecto es muy poco viable. Siempre acabamos delatándonos.

Yo lo he vuelto a hacer, caracoles, ¿quién iba a pensar que esta criatura que les escribe se desvivía por el techno house a sus quince primaveras? Quiero pensar que, a día de hoy, no lo pensaría nadie; es más, me gustaría que nadie supiese de ese episodio oscuro que envuelve mi pasado y, al mismo tiempo, no puedo evitarlo: siempre acabo confesando que fui bakala tiempo ha.

Podría inventarme árboles genealógicos, podría ser una hija bastarda de nuestro ilustrísimo rey, podría haber sido la una en vez de la otra dentro de un triángulo sentimental o haber vivido rodeada de perros toda mi vida... podría muchas cosas pero siempre acabaría delatándome. Y eso que, por más miserias que les cuente en esta página, yo soy de esas personas medianamente reservadas con corazas infranqueables. I can´t believe it, siempre acabo dando pistas.

Hubiese sido tan fácil evitar las simpáticas burlas de mis compañeros de piso… Tan sencillo como decir que las primeras bandas sonoras de mi vida fueron de los Rolling Stones cuando me tocó hablar de mis primeros grupos.

No se trata de honradez o sinceridad; bien pensado, este tipo de situaciones no son analizables dentro de esos parámetros. Supongo que se tratará de humanidad. Y es que, de alguna manera, todos somos transparentes; otra cosa muy distinta es que todos seamos permeables. En fin, mostrar las miserias o los fantasmas que nunca llegan a desaparecer del todo también tiene su encanto, ¿no?

lunes, 7 de julio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


Socuéllamos está de gala, caracoles. Hace cincuenta años que el alcalde de turno de mi pueblo nombró alcalde honorífico (o algo así) al Santísimo Cristo de la Vega y ahora todos los socuellaminos lo estamos celebrando. Digo todos los socuellaminos porque, directa o indirectamente, hasta el más ateo se ha visto salpicado por esta festividad. Como muestra un botón:

Cuando apagué el cigarro para introducirme en el coche que me llevaría desde la estación de ferrocarriles de Socuéllamos al aeropuerto, nada indicaba que se presentaría un cambio de planes: mi madre y yo cogeríamos un vuelo directo a la casa de Ingrid Betancourt y comeríamos paella en el jardín de su casa (Juanair, nuestro piloto particular, está con la varicela estos días). Sin embargo, una vez más el destino cambió más planes. Hay que joderse, a veces sólo hace falta un mondadientes para que todo cambie.

Mientras yo ponía al día de las últimas novedades de mi vida mi hermana, ella conducía con cierta inercia ya que podría hacer el camino al aeropuerto de Socuéllamos con los ojos cerrados. Pero ahí estaban ellos, los cuatro beatos de turno.

La celebración del aniversario del nombramiento del Santísimo Cristo de la Vega consiste en un tour por todas y cada una de las iglesias de mi pueblo con la imagen del susodicho santo a cuestas. Para darle más rimbombancia al asunto, además, se ha tenido a bien pintar las calles con imágenes religioso-festivas con el consecuente vallado de las mismas. De esta manera a todos los socuellaminos con vehículo se les ha invitado a participar en esta fiesta impidiéndoles transitar por el pueblo con normalidad.

Doy fe de que mi hermana no ha sido la única afectada, perdón, invitada. Nosotras tuvimos que cambiar nuestra ruta habitual en tres puntos para poder llegar al aeropuerto cuando el avión ya había partido pero se dice que hay gente que no ha podido entrar en su casa durante 24 horas seguidas. ¡Qué gran idea la de las festividades! Cuánta fraternidad, cuánta unión bajo un mismo motivo; es poco menos que conmovedor. Todos reaccionando de la misma manera cuando teníamos que dar rodeos y más rodeos para poder llegar a destino: ¡Viva el Santísimo Cristo de la Vega!

Una vez en el aeropuerto, mi madre me comunicó que, aunque hubiésemos llegado a tiempo no hubiésemos cogido ese vuelo ya que Ingrid Betancourt le había mandado un sms pidiendo que aplazásemos la comida para el fin de semana que viene porque no se encontraba del todo bien, tenía que procesar demasiada información antes de volver al mundo.

Como no hay mal que por bien no venga y ya teníamos todos los ingredientes comprados decidimos unirnos a la festividad del Santísimo Cristo de la Vega y hacer la paella en un sitio cualquiera en Socuéllamos. Dadas las altas temperaturas que asolan estas tierras manchegas, nos decantamos por la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, muy fresquita ella.

Y en ésas estuvimos, caracoles: comiendo y cantando entre altares y pilas bautismales hasta las tantas. Desafortunadamente, hubo muchos menos comensales que en otras ocasiones; eso sí, cuando Saudade estaba con su clásico “Imagine” versión flamenca llegaron ellos, los beatos, y se unieron a la fiesta. Al principio se mostraron reticentes, me atrevería a decir que incluso quisieron echarnos del edificio, pero mi madre y su don de la palabra desfacieron el entuerto enseguida.

Y es que no hay nada mejor que el hecho de que la tortilla dé la vuelta por sí misma.

Amelia se acercó y les devolvió unas cuantas citas bíblicas:

- La paz sea con ustedes, socuellaminos. Buscábamos un lugar agradable para santificar la fiesta de la paella y decidimos entrar en esta iglesia y vosotros, ¿paseando esa escultura? Pues acercaos a la paellera y comed todos de ella, que nos ha sobrado mucha.

sábado, 5 de julio de 2008

De huelga, ¿por qué no?



¿Se habían percatado de que llevaba unos cuantos fines de semana sin declarar la huelga? Pues no era ningún despiste, caracoles. Estaba estudiando las diferentes maneras de reivindicación que la blogosfera me ofrece, concretamente estos días quería analizar qué repercusión tendría nuestra huelga si dejábamos de anunciarla a bombo y platillo.

En cuanto a los resultados de este estudio, les cuento que una vez más hemos conseguido atraer la atención de medios de comunicación, peces gordos, peces espada, asociaciones de amigos de los caracoles... Todos ellos han seguido muy de cerca nuestra huelga no declarada pero huelga al fin y al cabo. Todos ellos sabían que esta estrategia no dudaría demasiado y que tarde o temprano tendríamos que volver a declarar la huelga de silencio porque “Jo, el mundo sigue siendo cruel y asquerosamente injusto y en unmundomejor…se han visto obligados a hacer huelga de nuevo".

Y ahora me dispongo a limpiar los restos de la fiesta del 4 de julio, INDEPENDENCE DAY

jueves, 3 de julio de 2008

Vivan los novios...

Nunca un dolor de cabeza me produjo tanta dicha, caracoles. ¿Saben por qué? Porque, por primera vez en muchos meses, he podido volver a recogerme el pelo en una simpática coleta. Por eso me duele la cabeza, por la falta de costumbre. Reducir mi larga cabellera a una mata de dos o tres centímetros que apenas me protegía de las insolaciones fue un error, bueno, digamos que ha sido una experiencia poco agradable. Por suerte, el tiempo ha sabido enmendarlo... En fin, me ahorro el discursito porque lo de que de los errores se aprende, que todo pasa y blablablá ya nos lo sabemos todos –y, ni con ésas, conseguimos aplicarlo a más del 30% de las situaciones del día a día, ¿verdad? A ustedes también les pasa, ¿verdad?-.

Hablo de mi pelo para introducir el tema que me ocupa estos días: la boda de mi hermana. Falta un mes para la cita y no he pensado qué ropa voy a ponerme, ¿a ustedes también les parece una tragedia? A mi familia, sí. Por un lado, el hecho de que no haya recorrido todas las boutiques del país en busca de un modelito es síntoma de que en enlace matrimonial entre mi hermana y mi cuñado me importa un rábano, algo que no es verdad. Por otro, mi familia argumenta que su preocupación está más que justificada ya que, a escasos 30 días de la cita, aún no saben cuál va a ser el color predominante entre la ropa de los invitados y, claro, no pueden decidir el estampado de los manteles del banquete.

Harta como estoy del “Nata, ve mirando algo”, “Nata, algo discreto pero elegante, por favor”, “Nata, nada de zapatillas” y sucedáneos, mi familia me ha obligado a mentirles esta mañana. Mi hermana me llamó para contarme las últimas novedades acerca de su ajuar y, como siempre, aprovechó para soltar su inofensivo “y tú, ¿has mirado algo?”. Yo le dije que he estado de tiendas toda la mañana y he encontrado un vestido discreto pero elegante que combina muy bien con unas sandalias también sencillas pero elegantes:

-¿De qué color, Nata?

-Blanco, Ana, blanco como la nieve blanca.

- ¿Blanco? Ni se te ocurra. ¡Tú no puedes ir de blanco!

-Hombre, Ana, ya sé que eres tú la que tiene que fingirse virgen pero ello no implica que yo no pueda vestir de blanco, ¿no?

-Jo, Nata, no queda bien. Y te recuerdo que la boda es civil, no religiosa.

-Bueno, pues nada, mañana miraré otra cosilla.

-No te enfades pero… jo.

-Nada, tranquila. Si no queda bien, no queda bien y punto. Seguiré buscando.


No vayan a pensar que mi hermana es de esas personas que hacen de su boda la parafernalia número uno. Para mi hermana está siendo la parafernalia número 32, más o menos, pero no la número uno. Asumo que lo dicho hasta aquí sobre mi hermana (estas dos entradas, si mal no recuerdo: Más de cien palabras y La procesión del silencio) distan mucho de representar todo lo que mi hermana tiene ahí dentro. Y fuera, también lo tiene fuera. Cierto es que mi hermana se ha ido dejando caer en la espiral de vestidos de novia y ceremonias rimbombantes sin ella quererlo demasiado. Eso sí, como les digo, Ana, no es de esas personas que hacen de su boda la parafernalia número uno.

A Ana le da penica abandonar el domicilio familiar y al mismo tiempo sueña con desayunar junto a su Antonio. Se muere de ganas por tener un día a día bajo el mismo techo junto a la persona de la que está profundamente enamorada. Esto es, mi hermana desea cotidianeidad y, por lo tanto, el bodorrio que se está cociendo escapa de toda lógica sucede.

Cuando yo le recuerdo que la primera vez que oí campanas de boda, oí que sería un miércoles cualquiera de cualquier día después de julio (fecha en la que tendrían el nidito de amor acondicionado a su antojo), ella se pone colorada y responde que no puede hacer un día cualquiera de algo que no es una cosa cualquiera. En realidad, la ceremonia va a ser muy sencillita, sin invitados especiales ni nada por el estilo. De hecho, a nadie excepto a la hermana de la novia, se le exige tal o cual indumentaria. Pero, bueno, eso ya es otra historia.

La semana que viene buscaré algún modelito para ponerme el dos de agosto, de momento estoy lidiando con algunas de sus amigas para convencerlas de que nada de stripper y también estoy recorriendo sex shops para que esas mismas amigas tengan un micropene de plástico para ponerse en la cabeza el día que celebremos la despedida de soltera.

martes, 1 de julio de 2008

Cadena de favores

¡Ten profesoras de la vida para esto! ¿Ahora qué hago yo, Montse? Tú, que entre las muchas cosas que me enseñaste, me enseñaste a actuar conforme a unos principios previamente establecidos por mí, ahora me reenvías un meme de ésos diciéndome que diga 6 cosas que me hacen feliz. Me envías un meme justo el día que se cumplen tres años, dos meses y una semana desde que hice una promesa a la virgen de Guadalupe: nunca abriré un correo “Forward” aunque ello implique romper una cadena milenaria que me reportaría 5 años de orgasmos y tampoco contestaré a esos cuestionarios que requieren aires de trascendentalidad, respuestas originales y guiños a todas y cada una de tus amistades, sin excepciones que valgan. ¿Por qué? Pues no sabría explicarlo. Por lo general, me encanta encontrarme con conversaciones o detallitos que me hagan detenerme a pensar acerca de aspectos a todas luces importantes como la felicidad o el amor, supongo que un “Forward” o un meme de ésos no entran en el cupo de conversaciones o detallitos.

Pero, claro, si me olvido de que esa petición procede de un meme y pienso que es Montse, una de mis pedroches favoritas, la que detiene mi ritmo para proponerme reflexionar sobre la felicidad y ofrecer 6 “cosas” que me hagan feliz, pues no hay más que hablar. Ahí van mis seis:

-Los suavitos de mi madre. Su especialidad son los suavitos en la cabeza y en la espalda, yo prefiero estos últimos.

-Un mini de calimocho, con todo lo que ello supone: buena compañía y, sobre todo, buen rollito.

-Pensar que llevo casi un año sin escuchar a Janis Joplin.

-Una de cal y otra de arena. La distancia física de las personas fundamentales en mi vida me obliga a colocar en esta lista el teléfono móvil.

-El café de las mañanas.

-Y escribir, claro.

Dichas mis seis y sintiendo romper la cadena, no voy a proponer a otros seis blogeros para que continúen el ejercicio. Eso sí, invito a todo aquel que le apetezca a escribir sus seis. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Siento también no saber explicar con precisión por qué este tipo de propuestas me suponen tal aversión, máxime si tengo en cuenta que una mis películas favoritas es “Cadena de favores”. ¿La han visto? Trata sobre un niño (el de “El sexto sentido” ni más ni menos) que, como proyecto de clase, plantea una cadena de favores. Esto es, la persona que comience la cadena debe hacer tres favores a tres desconocidos respectivamente ─un favor a cada uno, entiéndase─ e informales que deben hacer lo mismo con otros tres desconocidos y así sucesivamente hasta conseguir que la toda la humanidad conserve algo de esperanza y fe en lo desconocido, porque no todo lo desconocido tiene que ser necesariamente malo, ¿no? Bueno, y para conseguir un montón de cosas más.

Ais, sé que es tremendamente ñoña, pero me encanta esa película.