miércoles, 29 de octubre de 2008

Tonto es el que hace tonterías. Yo también soy Carlos Otto (II)

Desde que vivo en armonía con los pájaros, con las florecillas del campo y conmigo misma, intento rasgar todo lo posible antes de inclinarme a pensar que el sujeto que tengo enfrente es imbécil, idiota, estúpido o tonto. Antes era mucho más fulminante (yo antes era un poco mala, caracoles) pero ahora alargo mucho más el supuesto beneficio de la duda, que a tantas veces no benefecia lo más mínimo.

Es cosa de catecismo que un cinturón naranja no puede competir con un cinturón negro, nuestros enemigos también nos definen y es por eso que me resisto a creer que el despido de Carlos Otto haya sido ordenado por un imbécil.

Ignoro si ha sido el mismísimo Díaz de Mera el que ha solicitado la expulsión inmediata o lo han decidido sus súbditos que, si bien olvidan todo principio y pensamiento crítico cuando llegan al puesto de trabajo, siempre tienen muy presente qué hacer o qué no hacer para tener contenta a la mano que les da de comer. El caso es que, haya sido Díaz de Mera o hayan sido los jefes más inmediatos de Carlos Otto, no consigo imaginar qué carajo ha pasado por la cabeza de uno o de otros a la hora de efectuar dicho despido a tan sólo 24 horas de que el artículo en cuestión hubiese salido publicado.

Cómo pueden ser tan tontos, me pregunto. ¿Acaso no se dieron cuenta de que éramos muchos los ciudadrealeños y los españoles en general que estábamos pendientes del desenlace de la historia? Dejando a un lado la vía legal, desde la que parece que los dos bandos pueden hacerse pupa, sigo rasgando y me digo que tanto descaro sólo puede proceder del cerebro de un imbécil.

Estando como estamos con la crisis, ¿cómo se les ocurre facilitarnos tanta mala propaganda de su propia empresa? ¡Tenían que haber esperado un poco, hombre! Además, las personas imbéciles, por lo general, suelen disfrutar de las desgracias ajenas; por eso, un verdadero imbécil haría insoportable la vida laboral de Carlos Otto condenándole a adornar notas de prensa y poniendo bombas fétidas cerca de su puesto de trabajo para que todos sus compañeros piensen que Carlos Otto se ha tirado uno de esos pedos que pasan a la historia de los pedos. Aplicando este modus operandi diariamente, en un par de meses, Carlos Otto abandonaría el lugar a pesar del cual se ha formado como periodista.

Probablemente Otto, que de tonto no tiene un pelo, haría algo con tamaña extorsión (¡bombas fétidas!) e incluso podría llegar a los tribunales... Pero un imbécil siempre cree que tiene el plan perfecto porque también cree que es más listo que nadie. Un imbécil actuaría con lo que para él es “precaución” y,por lo tanto, la posible denuncia por extorsión laboral no se le antojaría como un verdadero problema.


De cara a Carlos Otto, el imbécil podría haber fingido no estar al tanto de las “barbaridades” que el susodicho suelta por esa página suya con la que se entretiene y, pasado un tiempo, podría haberlo puesto en la calle aduciendo recorte de plantilla y antigüedad ─para ello sólo tendría que quitarse del medio previamente a la última persona contratada después de Carlos Otto, lo cual no supondría ningún tipo de conflicto para un imbécil (porque los imbéciles tampoco tienen escrúpulos, claro)─ .

Es probable que, también en este hipotético caso, a Carlos Otto la reducción de plantilla le oliese un poco mal y el imbécil no desdeñaría la opción de que, una vez más, Carlos y su blog difamasen y calumniasen acerca de su despido proponiendo otras causas diferentes a las alegadas por sus superiores. Aún así, el imbécil seguiría creyéndose con el plan perfecto y, bueno, en algún momento de lucidez, caería en la cuenta de que se hubiese armado mucho más revuelo con un despido inmediato. El "recorte de plantilla" no ha sido la mejor opción pero podría haber sido mucho peor, diría el imbécil para sus adentros.

Aliviada tras comprobar que un individuo de la talla de Carlos Otto-Reuss Cantón no se las está viendo con un imbécil, me pregunto qué clase de persona ha ordenado su despido inmediato.

Y ninguna respuesta me convence, caracoles. Eso sí, sobre lo que no me cabe la menor duda y rabia es qué somos nosotros para ellos, para esta clase de malos en general. Ellos nos tienen por imbéciles y juegan con ventaja porque somos más y hay más probabilidades de que entre nosotros se encuentre algún imbécil de verdad. También juegan con nuestra memoria que tiende a olvidar lo que no nos afecta en primerísima persona y, por supuesto, juegan con la simultaneidad. Porque, mientras todos tenemos los ojos puestos en el periodista despedido, dios sepa lo que se esté haciendo y deshaciendo con el aeropuerto de Ciudad Real.

Por eso no han fingido la más mínima consideración hacia la inteligencia y la sensibilidad del ciudadano de a pie que ha sido testigo del caso "Otto" en el que, antes que el despido, estaba la denuncia de los trapicheos de cuatro malnacidos. Porque ni la tienen, ni la necesitan.

martes, 28 de octubre de 2008

Yo también soy Carlos Otto

Que lo han despedido, caracoles. Que han despedido a Otto del periódico El Día.
Él escribió este artículo de opinión ayer, todos intuíamos (él más que ninguno, claro) que sus patitas estarían en la calle más temprano que tarde y, efectivamente, Carlos Otto-Reuss Cantón, periodista desde hace más de dos años de El Día de Ciudad Real, ha sido despedido esta misma mañana por sacar a la luz toda la mierda (perdón, toda la mierda) que se esconde detrás del Aeropuerto de Ciudad Real. Especulación y manipulación, un poco lo de siempre, ¿no? La cosa no debería haber llegado tan lejos de no haber sido porque uno de los mierderos, uno de los que han especulado y manipulado la mierda, es el ilustrísimo Domingo Díaz de Mera, el dueño de media Ciudad Real, periódico en el que hasta esta mañana trabajaba el periodista en cuestión incluido.

Quien conoce a Otto sabe tan bien como yo que a tocapelotas, no hay quien le gane y también sabe que nunca da puntada sin hilo, por eso su despido estaba ya más que cantado desde hace un tiempo. Esto sólo ha sido cerrar con media verónica y salir por la puerta grande pero es que, caracoles, el periodista Carlos Otto-Reuss Cantón siempre entra a puerta gayola y por eso su despido podría haber estado ya más que cantado desde hace un tiempo.

En honor a la verdad (qué bien suena, ¿eh?), el artículo de opinión que Otto publicó en su blog personal (en su blog personal, insisto) no debería haber sido tan aplaudido, hay quien dice que es un héroe y todo. Otto es un periodista y ha hecho su trabajo. Pero, jo, sucede que, por honor a la verdad, Otto ha sido despedido. Su acción, su texto, sus verdades refutadas –porque Otto no ha sido despedido por mentiroso-, en definitiva, su gesto, no debería ser tildado de valiente y, sin embargo, habría que ser muy cínico para no quitarse el sombrero ante este verdadero profesional de la información.

A mí también me gustaría felicitar a mi amigo Otto por haber escrito un buen artículo, sin más. Disfruto cada una de las líneas de su blog, me encanta la elegancia y picardía con la que escribe este gran amigo mío y, sin embargo, además tengo que quitarme el sombrero porque, en contra de toda convicción y deseo, en este 28 de octubre de 2008, es de agradecer que a una no le manipulen la información y que, además, le cuenten esos sucesos que no deberían suceder pero suceden.

Maldito sea este Modus Tolens, Otto. Si P, entonces Q. Y es que, desafortunadamente, la verdad no sólo nos hace libres; la verdad incomoda y la verdad desemplea a un intachable empleado. Si P, entonces Q.

Soy un pecador y voy a hacer un desmadre

A veces me avergüenzo de pertenecer al género humano.

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Lamentable y afortunadamente, aquí se está cociendo algo para que la injusticia cometida contra Carlos Otto-Reuss Cantón no pase sin pena ni gloria por Ciudad Real: "Yo también soy Carlos Otto"". Allí nos vemos, caracoles

lunes, 27 de octubre de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




Aunque no soy ninguna maleducada, he de reconocer que de protocolaria tengo poco, caracoles. No obstante, siempre he sido muy consciente de que es de bien nacido, ser agradecido y, como yo soy una bien nacida (la etimología de mi nombre así lo dice), este fin de semana, Saudade, Amelia y yo nos hemos apretado nuestra correspondiente paella en Oviedo y la hemos compartido con los galardonados con el Príncipe de Asturias.

Por lo general, este tipo de premios me la traen, como suele decirse, al fresco. ¿Sabían que en 1973 se le otorgó en Premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger, un personaje que también ha pasado a la historia por acciones tan loables como como colaborar en la organización de los golpes de estado de Argentina y Uruguay, organizar la Operación Cóndor en Chile y ser cabecilla en los bombardeos secretos de Laos y Camboya?

Con todo, como les digo, yo no soy ninguna desagradecida y quise responder al gesto de Felipe, Felipe de Borbón, invitándole a una buena paella. Así como lo leen, caracoles, resulta que unos días antes de venir a Alemania nuestro príncipe me informó que había sido elegida Premio Príncipe de Asturias de Las Letras 2008... pero yo no pude aceptarlo. No lo rechacé porque quisiera dármelas de humilde, sencillamente, aún no me he posicionado ante el papel de la literatura en mi vida y tampoco sé muy bien qué pensar acerca del fundamento de los Premios (con mayúsculas) en general.

Como mis obligaciones con el kinderdorf me impidieron asistir a la gran ceremonia, Amelia, Saudade y yo decidimos plantarnos el sábado en el teatro Campoamor de Oviedo para comernos una paella con toda esa gentecilla que tantas cosas buenas ha hecho (Google y Rafael Nadal incluidos, galardonados con los premios de Deportes y Comunicación y Humanidades respectivamente) y con Felipe y Leticia, claro, que no es que hagan muchas cosas buenas, pero tampoco hacen mucho malo. Porque sólo eso (no hacer mucho malo) ya es digno de reconocimiento, desafortunadamente.

La paella: deliciosa, como siempre. Ingrid Betancourt se deshizo en halagos para con mi madre (Ingrid y Amelia son viejas amigas) y Margaret Atwood, la finalmente Príncipe de Asturias de Las Letras de este año, completó esa parte de su discurso ceremonial que a tantos nos puso la carne de gallina: “Es preciso que reimaginemos nuestra relación con el planeta” diciendo que “la paella de mi madre abre horizontes y, convino, los resultados de esa urgente reimaginación serían mucho más satisfactorios si todo el mundo tuviese un buen plato de este arroz entre las manos”. Yo ya se lo tengo dicho, caracoles, no sé qué tendrá la comida de mi madre pero es cierto que uno sólo puede tomar buenas decisiones después de comer lo que ella ha guisado.

Les sigo contando: Saudade disfrutó de lo lindo con una de las orquestas juveniles de Venezuela y, bueno, en general, imperó un informal pero contenido ambiente festivo. Todos comimos, bailamos “Imagine” a lo reggae y reímos a pierna suelta pero, sobre todo, hubo mucho de petit comité. Mi madre, por ejemplo, pasó casi toda la velada con Rafael Nadal y yo, aunque no desaproveché la oportunidad de buscar (y hallar) el lado humano del tenista, no me despegué ni un solo minuto de mi viejo amigo Todorov (Premio de las Ciencias Sociales).

Todorov y yo empezamos discutiendo sobre los movimientos migratorios del ave sigeratox, que siempre tiene serios problemas para hacerse un hueco allá donde va y, entre movimiento y movimiento, me repitió aquello de que “ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera".


Eso sí, a pesar de que la dinámica de la jornada fue la de los grupitos y más grupitos, todos hablamos con todos y, ya de vuelta, Amelia y yo comentábamos que todos ellos parecían ser buenas personas y pensábamos en la de gente que se ha quedado en el banquillo y en la que ni tan siquiera ha entrado en la lista, por desconocida.

Se trató, ni más ni menos, de la típica reflexión que suele suscitar este tipo de eventos. Sin embargo, a pesar de que hay mucho mamoneo dentro del mundo del reconocimiento, en premios de ámbito más social (por decirlo de alguna manera y por no utilizar horrorosas y desacertadas palabras), es agradable pensar que, afortunadamente, un buen puñado de gente se ha quedado sin ese pin que reza “lo estás haciendo de puta madre, sigue así”. Porque hay un buen puñado de gente combatiendo día a día contra este mundo cruel y asquerosamente injusto y eso no es sólo esperanzador para los ojos de quien, como yo, está sentado fumando un cigarrillo. No, no es sólo esperanzador: eso es acción. Y eso está muy bien.

Y, aunque no venga mucho al caso, no me resisto a contarles lo que sucedió cuando nos despedíamos de nuestros comensales. ¡Menudas niñas estamos hechas mi madre y yo, caracoles! Sucede que a las dos nos salió a relucir la vena más macarra y, antes de subirnos al Caparazón del caracol, nos miramos a los ojos y cuando aún Saudade no había terminado de decir “¿A que no hay huevos a…?, Amelia y yo miramos a Felipe y gritamos al unísono:

Ya está bien, ¿no? ¡VIVA LA REPÚBLICA!

jueves, 23 de octubre de 2008

Pues no se me ocurre ningún título, ea.




Creo que ya es hora de ir cerrando el primer capítulo de Tilín. Eso sí, antes de nada quiero agradecerles sus comentarios. A diferencia de ese grandioso y a la vez indeciso sol que no tira ni para un camino ni para otro, ustedes me han sido de gran ayuda. Cierto es que podrían haberse mojado un poco más y es que, no me malinterpreten, pero a veces tengo la sensación de que soy la única que habla de sus cosas en Un mundo mejor para los caracoles.

Dicho esto, les cuento que he tomado una determinación y, como no hay nada que más deteste que fallarme a mí misma, mi determinación es clara e imprecisa al mismo tiempo. Ello me permitirá poder actuar sin un guión establecido y, al mismo tiempo, evitará los reproches a posteriori de esa jovenzuela que me habla cuando me sobrevienen las crisis. Han de saber que tomar determinaciones claras pero imprecisas ─imprecisas pero claras─ me ha salvado la vida casi literalmente, caracoles. Les animo a que se animen.

Como podrán imaginar, la cosa va por aquello del miedo. El miedo a recuperar esa parte del pasado y el miedo a perder esta parte del presente está ahí, no puedo negarlo pero sí puedo intentar no mirarlo. Y en esas estamos, caracoles. Digamos que el miedo se queda en el banquillo mientras el resto de elementos entran en juego. Es por eso que lo que suceda a partir de ahora con mi tilín no podrá ser analizable desde la perspectiva de la valentía o la cobardía.

La vida me va mucho mejor desde que no tengo en cuenta conceptos como “valiente” o “cobarde”. Probablemente hubiese superado el miedo a los perros y al lenguaje diciéndome “Nata, tienes que ser valiente” pero, qué quieren que les diga, me reconforta mucho más ser consciente de que no sólo me movió la adrenalina cuando elegí vivir en un piso con Quita, la perra que quitaba el sueño según Elisa y, según Peter, la perra que quitaba las penas. Cuando tenía quince años “The bad Queens” (así se llamaba mi pandilla de amigas bakalas) hacía verdaderas locuras y alguna que otra estupidez a la voz de “¿a que no hay huevos a…?” porque siempre hubo huevos a todo o a casi todo.

En su momento disfruté arriesgando por arriesgar (ni siquiera por curiosidad, sólo por arriesgar) pero ahora me gusta sacarle más miga al asunto, ordenar mis prioridades y actuar según mis pasiones y mis convicciones. Aunque, insisto, los resultados de muchas acciones de ahora no difieren demasiado de los resultados de algunas de las locuras y estupideces perpetradas cuando era una de las malas reinas.

Llegado este punto de la entrada, mi amiga Alicia (que, en su momento, también fue una bad queen) diría que “entre to' junto, no estoy diciendo na'”. Y quizá tenga razón, no estoy diciendo nada “con sustancia” y no es que quiera ir de misteriosa por la vida, porque no lo quiero; se trata más bien de que, a mi juicio y a mi experiencia, el Tolón o el no Tolón no es algo que se haga de un día para otro. De momento, tengo a bien considerar que el conocimiento negativo también es conocimiento y yo, en este tema que nos traemos entre manos, sé lo que no quiero, que ya es mucho saber. A partir de ahora, que pase lo que tenga que pasar y lo que yo quiera que pase, pero que no sea por miedo o por no miedo. Eso ya no se vale.

Y hasta aquí llega el primer capítulo de Tilín, caracoles. Seguiremos informando cuando haya algo “con sustancia” que contar.

lunes, 20 de octubre de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



Ni más ni menos que con Memoria Histórica hemos comido paella mi madre, Saudade y yo este fin de semana. Saudade llevaba semanas proponiéndolo pero Amelia y yo nunca acabábamos de entender del todo su actitud (la de Memoria Histórica) ante la vida y, claro, siempre le dábamos largas al pobre gitano de nuestro corazón.

Amelia y yo éramos conscientes de que, más temprano que tarde, deberíamos posicionarnos ante ella, siquiera para disfrutar más intensamente de una paella y, además, somos un equipo y si a Saudade le apetece comer arroz con Memoria Histórica, ¡no se hable más! ¿Cómo quedamos, Memoria?

Como siempre, la velada con el arroz con mi madre fue tierna y agradable. Quizá está vez hubo menos jolgorio del habitual; estuvimos mucho tiempo sentados, conversando, y apenas bailamos. Como suele decirse: estuvimos “de tranqui”.

Saudade, por su parte, no consintió regalarnos la más mínima sonrisa y ni tan siquiera le dio los buenos días a Memoria Histórica. Así de indescifrable es siempre Saudade. Él nos miraba mientras, una y otra vez, tocaba su versión más fandanguera de “Imagine”. Se me pone la piel de gallina sólo con recordarlo.

Y de qué hablamos Memoria Histórica, Amelia y yo, se preguntará algún que otro curioso caracol. Pues de todo un poco, amigos. Como ya saben, nuestras citas con la paella suelen tener lugar durante el fin de semana y lejos, muy lejos, de las oficinas grises con carpetas clasificadoras y botes para bolígrafos. Cuando nuestros comensales ven las dimensiones de la paellera y la sonrisa de mi madre captan al instante el ambiente distendido de la velada y, por supuesto, Memoria Histórica no ha sido una excepción.

No obstante, he de confesar que es más que probable que, el día que organice una fiesta, no sea Memoria Histórica una de las primeras personas a las que invite; digamos que en apenas unas horas me percaté de que esa que saboreaba el delicioso arroz de mi madre por vez primera distaba mucho de ser la alegría de la huerta.

Por supuesto, este hecho no es negativo ni positivo. No es una virtud pero tampoco es un defecto, ¿verdad? Además, es por todos sabido que las cualidades que nos definen varían en función de la situación en la que nos encontramos y es por eso que no me cabe la menor duda (o esperanza, no sé) de que Memoria Histórica no viste siempre ese lánguida y afligida carita de limón.

El caso es que nos despedimos de ella con un sentido abrazo y una tímida sonrisa en la cara mientras Amelia y yo seguíamos sin saber muy bien qué pensar sobre su existencia en el mundo. Todo fue muy extraño, caracoles, y el profundo silencio de Saudade no nos ayudó demasiado.

Memoria Histórica existe, estos ojitos míos la han visto pero, al igual que con mi tilín, ¿qué hacemos con ella? La verdad nos hace libres, eso está más que claro, pero ¿no creen que ya es un poco tarde para hacer justicia? No quiero imaginar qué clase de terapia (constructiva o destructiva) se autoaplicó cada superviviente de esa maldita guerra nuestra. No puedo imaginarlo. Y a nivel colectivo, social, el tema me parece tan delicado que tengo la sensación de que sea cual sea la postura de los titiriteros, nunca estaré conforme del todo.

Por supuesto, jamás me uniré a aquellos que, tras cada paso de Garzón, ponen el grito en el cielo porque consideran que hay conflictos en nuestra actualidad que deberían estar muy por delante en la lista de problemas a resolver. Y es cierto que apañar las cuentas pendientes con la Guerra Civil es una ardua tarea y, de alguna manera, es cosa del pasado. Pero no es menos cierto que, como dice la canción, no siempre lo urgente es lo importante. Y aunque todos salimos perdiendo con esa guerra, supongo que todos tenemos cierta ilusión de justicia en nuestro corazoncito y en nuestra cabeza. Aunque ya sea demasiado tarde, insisto.

Ya en Socuéllamos, mi madre y yo llegamos a una misma conclusión. Ella, que siempre me dice que sólo se vale mirar hacia atrás para tomar impulso, expuso (café mediante) que quizá lo más saludable para todos sería utilizar a Memoria Histórica sólo en la medida en que pueda ayudarnos a todos ( individuos, colectivos y/o sociedades) a construir un futuro mejor (individual, colectiva y/o socialmente).

A nuestro humilde juicio, Amelia y yo pensamos que debería ser conditio sine qua non que antes de dar el más mínimo paso dado en estas cuentas pendientes con el ayer, uno se pregunte si el tal paso es o no constructivo para el futuro individual, colectivo o social. Y entonces, sólo entonces, que se actúe de acuerdo con la respuesta y que esa respuesta se tenga siempre presente. Desafortunadamente, la verdad no sólo nos hace libres y, además, en algunos muchos aspectos, el antónimo de "verdad" no es necesariamente “mentira”. Volvemos, como siempre, a los límites. En fin, de esto, como de casi todo, sabe mucho más dios.

viernes, 17 de octubre de 2008

El gran hermano

El personal del Kinderdorf ha tenido a bien entregarme una televisión para que haga uso de ella en la habitación en la que habito. Así como se lo cuento, caracoles: esta mañana abrí la puerta de mi casa despeinada y desconcertada y allí estaba ella esperándome, mi nueva tele. Durante unos segundos dudé entre interpretar ese “detalle” como un gesto desconsiderado y cruel por parte de mis jefes que saben y sufren mi ignorancia para con el alemán o interpretarlo como un detalle de todas todas.

Evidentemente, me decanté por la segunda opción por diferentes motivos y el caso es que, después de tanto tiempo sin usar ese aparato, he decidido darle una segunda oportunidad en mi vida y es por eso que, desde hace unas horas, la televisión se ha convertido en una herramienta más para aprender alemán. Dicen que es efectivo, ya les contaré…

Mientras barajaba las infinitas utilidades que podía darle a esa cosa de 14 pulgadas mi cerebro se fue por otros derroteros y enlazó fotogramas de “Aída” (mi serie favorita, ya saben) con “La tortuga de Darwin” la obra de teatro que protagoniza la misma Aída (Carmen Machi para los amigos) y de la que Sonia me hablaba en uno de sus emails. Me encanta la correspondencia con Sonia, con todo lo que ello supone. Y luego me vino a la mente la excesiva información que, sin yo buscarla, he recibido sobre la nosecuántas edición de Gran Hermano en España.

Y es que cada mañana, antes de echarme al mundo y salir de mi habitación, leo la prensa internacional y, sobre todo, la nacional. La nuestra, la que nos identifica y une. La que sufrimos más directamente y comentamos con mayor recurrencia. La prensa española. Y no salgo de mi asombro y mi repugnancia cada vez que, navegando entre páginas escritas para que mindundis como nosotros estemos al tanto de los sucesos importantes que acontecen a nuestra ilustre nación, me topo con información sobre los actuales concursantes del programa que presenta esa gran profesional de la comunicación y los Derechos Humanos que es Mercedes Milá.

Siempre he creído que uno puede hacer oídos sordos, ojos ciegos y bocas mudas en cualquier lugar y en cualquier momento y también he creído siempre que hay palabras e imágenes contra las que no hay profilaxis posible. Yo, como tantas otras veces, me dejé llevar por el histrionismo cuando decidí trasladarme a Alemania huyendo de los aspectos de la realidad que más daño me hacen y, como tantas otras veces, hay palabras e imágenes contra las que no hay profilaxis posible. Hay que joderse.

Por suerte para mí, desconozco el historial de los chavales que viven en el orfanato en el que trabajo, utilizo el periódico para envolver los platos de la cocina (me he mudado, caracoles. Ya no estoy en Lemgo, ahora vivo en Barntrup) y, también por suerte para mí, no puedo hacer preguntas tan descaradas como “¿Estudias o trabajas?” o “¿Qué estudias?” o “¿En qué trabajas?” debido a mis conocimientos de alemán, ya saben. No soy nada partidaria de aquello de que la felicidad del individuo es proporcional a su ignorancia pero tampoco creo que sea beneficioso saber de las cosas tan detalladamente. O, al menos, me permito ponerlo en duda.

Está bien, reconozco que tal y como están, han estado y van a estar las cosas determinada información es relativamente necesaria. Aún no sé para qué, pero algo me dice que es importante saber que ahora a los gobiernos les ha entrado la loca de ayudar a solventar esa supesta crisis a aquellos que pusieron los cimientos de este gran batacazo económico que, dicen, sufrimos. Qué desfachatez, oigan. Como les digo, aún no he conseguido responderme por qué es mejor saber de estos tejemanejes que no saber nada de ellos si, al final, las barricadas se quedaron en pura poesía, en un eslogan con gancho por el que, a la hora de la verdad, no nos dejamos enganchar.

Y ahora me voy con mi madre a preparar la paella de este fin de semana. Quizá algún día, poquito a poco, un mundo mejor para los caracoles sea. Exista.

Un abrazo, caracoles.

miércoles, 15 de octubre de 2008

¿Tolón?

Soy consciente del riesgo que supone hablar de este tema en voz tan alta, en letras tan legibles y públicas y es por eso que han de saber que no lo hago porque tenga la extraña necesidad de contarles, sencillamente, lo hago porque no puedo pensar en otra cosa. Me he enamorado, caracoles, y estoy acojonada.

Imprimiendo el dramatismo justo que la situación requiere, puedo decir que sufrí tanto por eso que hubo entre el que mi fue mi imposible y yo, que llegué a creer que ninguna dicha que aquella relación pudiese haberme reportado en el pasado amortizaría el dolor y la angustia que, irremediablemente, me acompañó durante el largo proceso de olvidarlo. Jamás pensé que el desamor pudiese doler tanto. Y, sin embargo, es.

Además, caracoles, desde hace unos meses disfruto tanto de mí que no había reparado en la posibilidad de volver a enamorarme porque, desde que disfruto y sufro conmigo, la idea del enamoramiento se me presenta como un sucio callejón en el que el individuo se encierra para así no tener que enfrentarse día a día a sí mismo en tanto que individuo. En ese callejón, en esa trampa mortal, el supuesto individuo sólo tiene que vérselas con ese otro supuesto individuo del que se ha enamorado, dejando así a un lado la nada desdeñable opción de mirarse y comprenderse a sí mismo.

Y, a pesar de todo esto que les cuento porque así lo pienso, tengo ese no sé qué en el cuerpo que aparece cuando alguien te hace tilín y también, insisto, tengo miedo. Tengo mucho miedo.

En lo que concierne a mi pasado, tengo miedo porque, bajo ningún concepto, estoy dispuesta a volver a pasar por aquello; porque nada merece la pena, porque yo no quiero tener cuentas con la pena. No obstante, también en lo que concierne a mi pasado, estoy relativamente tranquila porque conseguí sacar ese clavo sin ayuda de otro clavo. Y eso está muy bien, ¿no? Porque tampoco quiero clavos en mi vida.

En lo que concierne a mi presente, tengo miedo porque no quiero poner en peligro la vida conmigo. Y es que me encanta vivir conmigo, caracoles. Sí, quizá el tilín no sea incompatible con esta vida conmigo de la que les hablo pero, una cosa está clara, y es que esos dos mundos pueden llegar a tocarse en algún momento y, por lo tanto, pueden verse alterados y, seguro que en más de un aspecto, no sólo se alterarán sino que, además, esos dos mundos ─el del tilín y el del mí conmigo─ se verán afectados, con la carga negativa que ello supone. Y también habrá carga positiva, no seré yo quien lo ponga en duda; pero, insisto, no quiero que nada me merezca la pena porque no quiero tener cuentas con la pena.

Ais, caracoles, estoy hecha un lío. De que el tilín existe, no me cabe la menor duda ─el menor sentimiento─, lo que me inquieta es no saber qué hacer con él. Con el tilín, claro.

lunes, 13 de octubre de 2008

Contigo o sintigo, lo mismo me da



¡Se acabó la huelga! Qué ganas tenía de caracolear, caracoles. No imaginan cuánto me ha costado resistir la tentación de romper nuestro silencio. Muchísimo, me ha costado muchísimo. Pero, ya ven, todo pasa, todo llega. Y aquí estamos de nuevo y, lo más importante, aquí estamos con la certeza de que nuestra manifestación no ha pasado desapercibida. Poquito a poco lo conseguiremos, amigos. Un mundo mejor para los caracoles es posible, Un mundo mejor para los caracoles es.

¿Qué han hecho ustedes estos días? Yo he estado en un congreso (ellos lo llaman seminario, no sé por qué estúpida razón a mí me gusta decir que he estado en un congreso) con algunos de los otros voluntarios que andan repartidos por Alemania y lo he pasado de rechupete.

Les cuento, queridos caracoles, que mi madre, con la delicadeza que le caracteriza, siempre encuentra la ocasión para preguntarme sutilmente cómo carajo me las arreglo si apenas entiendo el alemán y mi fluidez con el inglés no está muy por encima de la de cualquier estudiante español de tercero de la ESO. Amelia me dice que todo eso de otro tipo de comunicación es muy bonito pero ella no consigue imaginarme jugando al parchís con Janet o conviviendo durante diez días con treinta personas con las que no puedo mantener la más trivial conversación que puedan imaginarse.

Yo tampoco sabría explicarle a mi madre cómo interactúo con el entorno porque, ya saben, cada entorno, cada persona, es un mundo; así que, feliz y contenta, le digo a Amelia que “y, sin embargo, es". Apenas hablo, le explico, y no intento disimular que la mayoría de las veces ni de casualidad entiendo lo que los demás me cuentan, pero tampoco pido traducción. Y, sin embargo, algunos de esos que me hablan sobre dios sepa qué ya son buenos amigos. Sin embargo, he conseguido el cariño de Janet en el orfanato, he viajado, he ido de fiesta, he ligado y acabo de añadir un buen número de correos electrónicos a mi agenda de Hotmail. Y Thommy, mama, y Thommy.

Ya les dije que la desfilologización no era el camino para combatir el grave problema de comunicación del que adolece la sociedad. Esta semana me he mordido las uñas cada vez que los otros congresistas debatían sobre política, filosofía o literatura. Y es que, a pesar de que encuentro deliciosa esta doble vida que llevo y que sólo ustedes conocen (me refiero a la paradoja de prescindir del lenguaje para relacionarme con el entorno germano al mismo tiempo que las primeras y las últimas horas de cada día las tengo consagradas a darle al teclado de este ordenador), a pesar de que me gusta lo que soy en Alemania, insisto, no puedo negar que, en más de una ocasión y de dos, echo de menos conversar (conversar, qué palabra más bonita, joder).

He de confesarles que, antes de nuestra huelga, alguna que otra vez quise tener enfrente al graciosillo que se inventó aquello de que siempre hay un español en cualquier sitio para decirle cuatro cosas bien dichas ya que, hasta la citada fecha, no me había topado con ninguno. Pero llegó el congreso y, con él, aparecieron Silvia y Yolanda.

¡Chachi piruli!, pensé cuando las conocí porque, no sé ustedes, pero yo no soy de esa clase de personas que van por ahí con la estúpida idea de no relacionarse con sus compatriotas cuando están en el extranjero, aunque tampoco busque lo contrario. Sencillamente, me gusta relacionarme con aquella gente con la que me siento a gustito, sea cual sea la causa. Sea cual sea la dinámica del “a gustito”.

Siempre he detestado hablar por matar el silencio y, aunque asumo que todos alguna que otra vez hablamos por hablar, desde que reparé en el concepto de la simultaneidad no estoy dispuesta a invertir mi tiempo de interactuación con el entorno en eso –en hablar por hablar- mientras en el living room puedo observar cómo nacen, se desarrollan y mueren las relaciones sociales tras una noche de cervezas e incluso puedo aportar parte de mi hilo para tejer esa delicada red.

Cada día me esfuerzo en optimizar el tiempo del que dispongo para gastarlo (en alemán, como en inglés, el tiempo no se emplea: el tiempo se gasta) en las actividades no necesariamente activas que más me interesan. Por eso, queridos caracoles, mi cerebro sopesó todas las opciones y mis pies decidieron no arrimarse demasiado al subgrupo de las españolas ni al de los dos húngaros que no sonrieron ni una sola vez.

¿Y por qué les cuento todo esto, caracoles? Pues porque me alegra comprobar que el lenguaje es una herramienta más dentro de ese gran universo que esconde la comunicación humana y más me alegra, me alegra mucho más, ser consciente de que a pesar de que tuve la opción de elegir con o sin palabras para interactuar con el entorno, no me dejé llevar por el medio (por el cómo). Me alegra la certeza de que fueron mi instinto, mi cerebro y mis ganas las que primero se decantaron por el fin (por el quién) y fue entonces, sólo entonces, cuando vino el medio (el cómo). Primero elegí Saban, Alina, Kassha y luego vino el cómo: sin palabras, que también se puede.

Y de esta manera, Un mundo mejor para los caracoles vuelve a las andadas tras una semana de huelga.

¡Saludos cordiales, caracoles!

jueves, 2 de octubre de 2008

De huelga, ¿por qué no?



Hace mucho tiempo que no hacemos una huelga en condiciones, ¿no? Los de ahí arriba ya se han acostumbrado a que los fines de semana Un mundo mejor para los caracoles no actualice y han dejado de interpretarlo como algo personal. Pues muy mal, queridos peces gordos de todos los ámbitos habidos, por haber y por manipular, la no actualización de los fines de semana siempre va por, mejor, en contra de ustedes, que lo sepan.

Como ha pasado septiembre y ha empezado octubre (el mes de la Revolución, ya saben); como parece que lo de esa crisis que dicen está causando serios estragos y el pueblo saharaui sigue sufriendo una enorme injusticia, vamos a ampliar la duración de nuestra habitual huelga de silencio, ¿qué os parece? Como Sarah Palin y McCain siguen en sus trece y, con ellos, otros tantos seres anónimos pero igualmente despreciables se empeñan en dejar a un lado cualquier atisbo de sentido común y sensibilidad, Un mundo mejor para los caracoles ha considerado conveniente recordar que, aunque sus palabras sean necias, nosotros no hacemos oídos sordos.

Durante esta semana estaremos en huelga de silencio, sí, pero no vamos a callarnos eternamente. Tenemos muchas cosas que decir y otras tantas acciones con las que actuar. A pesar de que, a mi juicio, la psicología conductista hace aguas por muchos lados he de reconocer que tiene cierta utilidad a la hora de corregir los comportamientos más caprichosos de algunos niños (que, dicho sea de paso, no fueron educados debidamente en su momento), por eso, queridos peces gordos de todos los ámbitos habidos, por haber y por manipular, os castigamos con unos diez días de silencio. Para que recapacitéis.