viernes, 28 de noviembre de 2008

Completamente viernes

a

Foto: "Las blancas paredes de mi habitación"

Son las 6.15 am, caracoles. No madrugo para que dios me ayude y tampoco sufro de insomnio. No utilizo despertador y no me echo al mundo hasta las 10 de la mañana. Me despierto a las 6.00 am, sin más.

Y hoy es viernes. Tengo una especial simpatía para con los miércoles, los viernes y los domingos. Sobre todo para con los domingos. Los miércoles me gustan porque son el ecuador de la semana, los domingos suelen ser días de agradable morriña y saudade y los viernes siempre han tenido su encanto. Los viernes en Socuéllamos, The bad queens lo daba todo en Gran Vía, la discoteca de los macarras en la que no pedían el carné de identidad. En Ciudad Real, la noche de muchos viernes era calimocho en Chupitos con Otto o película con Álvaro y/o Santi. Y los viernes tampoco solía ir a clase así que, por las mañanas, tocaba paseo hasta la biblioteca de El prado y largo y solitario café en El Rincón de Luna. Qué delicia.

De todas las cartas de mi baraja, de todas mis facetas, tengo un especial cariño a esa que tiene aires de bohemia.

Los viernes en Alemania suelen ser de mochila y autobús con destino a una ciudad que, en la mayoría de los casos, apenas sé pronunciar y en estos viernes también renace la bohemia que habita en mí.

A día de hoy nadie pensaría que hace poco más de un año mi pelo no medía más de dos centímetros y en las paredes de mi habitación no se veía ni un cachito de gotelé. Servilletas, azucarillos, frasecitas, recuerdos, fetiches, fotos… todo estaba colgado en mi desordenada habitación.

Claro que he cambiado. Era justo y necesario, ya dije. Sin embargo, mantengo mi esencia (mis cartas) y disfruto tanto siendo consciente de ello, caracoles… Qué delicia, qué gozada.

Es realmente bonito construirse a uno mismo y también lo es dejarse construir. Y que viva la bohemia, aunque sólo sea un ratito.

También hubo viernes en los que caracoleaba con media sonrisilla en la boca pensando en el blas que solía comentar en el blog los fines de semana ¿Se acuerdan de blas? Dijo que llegó caído del siguiente blog y dijo muchas cosas más. Sus comentarios siempre tuvieron duende, ¿verdad? Algo me dice que ya no sigue entre nosotros, caracoles.

¡A desayunar! Me reclaman en la cocina. Desayuno y pa' Dortmund que nos vamos (¡esta vez la ciudad es pronunciable!). Y ustedes conmigo y todas esas facetas, todas esas cartas, también se vienen con nosotros. Cómo no habré caído antes, la tonta metáfora estaba servida: somos caracoles, llevamos la casita a cuestas ─con cimientos y tejado incluidos─.

Disfruten del fin de semana, amigos.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

What are you doing?

Están muy calladitos últimamente, ¿no? ¿No les habrá pasado algo malo, caracoles? O algo bueno, claro. Bueno, no nos engañemos, este blog nunca se ha caracterizado por el aluvión de comentarios públicos. Y aunque no me lo digan, supongo que ustedes cuestionarán todo lo que aquí se dice… No vayan a creerme a pies juntillas, que no es un caracol todo lo que reluce.

Pero ustedes están ahí, lo sé porque una energía interior me lo dice y porque hace unas semanas cometí el error de instalar un contador de visitas en Un mundo mejor para los caracoles: qué cosa más insana, amigos. La curiosidad me pareció razonable al principio y tras pensarlo muy mucho no encontré nada nocivo en el acto de hacer un seguimiento de esta página desde esa perspectiva. Por tener una referencia, me dije mientras me registraba en www.miarroba.com.

Los primeros días todo fue sobre ruedas, a tenor de los datos obtenidos tuve a bien esforzarme por actualizar en las mañanas y bueno, habida cuenta de que en mi cabeza no rondaban más de quince caracoles, fue una agradable sorpresa confirmar que unos cuantos más merodean por esta página. Ni me conectaba ni me conecto demasiado a internet pero, eso sí, cada vez que lo hacía abría Miarroba como quien abre Hotmail para mirar el correo. Y al tercer día según las escrituras que estoy escribiendo, me di cuenta de que instalar un contador de visitas estaba muy lejos de haber sido una gran idea. Qué cosa más insana, insisto. Con decirles que un día me puse tristona tras comprobar que entre las cinco y las seis de la mañana ninguno de ustedes había pasado por aquí, se lo digo todo.

Al séptimo día, también según estas escrituras, desinstalé el contador y recuperé el norte. Así de rotunda soy yo a veces, caracoles.

Y luego me fui a Twitter y ante su “What are you doing?” yo contesté lo siguiente: Recuperar la libertad, eso es lo que estoy haciendo y no hice uso de las 131 palabras restantes de las que podía disponer. Más luego, fui a leer mi muro en Facebook (porque Hotmail así me lo había solicitado) y, de repente, el mismísimo Facebook me preguntó esto: ¿En qué piensas?

Apagué el ordenador ante la sensación de que nada bueno me estaba aportando internet esos días. Cierto es que, de lo acontecido con Mi arroba, sólo yo tengo la culpa por no haber sabido mantener la curiosidad razonable que me acompañó durante todo el proceso de la instalación del dichoso contador de visitas. En cuanto a Twitter y a Facebook, poco puedo decir. Ellos están ahí como una herramienta más para fortalecer y aun forjar redes sociales y la gente los usa como tal. La idea original de ambas, en principio, es muy sanota, ¿no? Y hasta Nacho Escolar tiene su cuenta en Twitter. Sin embargo, yo no sé por qué, el formato de estas páginas me genera cierto rechazo.

No creo que vaya a fortalecer los lazos con mi agenda de contactos sabiendo qué están haciendo a cada momento (aunque a Carla parece que le ha ido muy bien. Vean el vídeo, no tiene desperdicio) y tampoco me interesan demasiado sus álbumes de fotos.

Internet es la leche, me atrevería a decir que es toda una pieza alemana pero no hay que perder el norte ni el criterio a la hora de utilizarlo, ¿no creen? Y no es que comparta del todo la opinión de David Edgerton pero sí la considero, caracoles: "La esencia de todos estos nuevos aparatos no es que nosotros podamos hacer cosas que antes no podíamos, sino que podemos hacerlas de
diferentes maneras"
. Entonces, el norte y el criterio, a mi juicio, siguen siendo los pilares básicos.

martes, 25 de noviembre de 2008

A lo tonto


Foto: "Dicen que, así, hasta abril"

“Éste tiene pocas piezas alemanas”, ésa es la expresión con la que mi amiga Alicia suele referirse a toda aquella persona que no destaca por su inteligencia, sino más bien por todo lo contrario. Yo, como siempre, me río con sus cosas porque Alicia tiene esa gracia tan especial que tienen las personas graciosas que no llegan a recrearse en su humor. No obstante, he de reconocer que hasta que llegué a Alemania no entendí muy bien esa expresión (¿tener pocas piezas alemanas?) y así se lo hice saber el otro día mientras chateábamos por el Messenger:

-Ay Alicia, ahora entiendo lo de las piezas alemanas. No te imaginas la de cachivaches que hay por aquí. Cachivaches que son tremendamente útiles cuando sabes utilizarlos pero, ay amiga, hasta que eso se aprende hay un buen número de intentos frustrados y ridículos que ponen en entredicho la integridad de todo individuo. No basta con tener piezas alemanas, hay que saber utilizarlas y eso no es nada sencillo.

En Alemania un abrelatas puede ser tu peor enemigo y ni os cuento lo que puede llegar a hacer un cajero automático. Los alemanes son muy listos, no me cuesta ningún trabajo reconocerlo. Tengo todo tipo de dudas cuando quiero tirar algo a la basura y he de enfrentarme a las siete papeleras de reciclaje pero ése es mi problema, bien lo sé. Ellos son muy listos y muy concienciados y lo digo sin el menor recochineo, pueden estar seguros. No sabría explicarles, caracoles, tengo la sensación de estar en un lugar capitalista y comunista al mismo tiempo.

Como no soy ningún saco rato, me esforzaré por no perder algunas de las costumbres que estoy adquiriendo aquí: el reciclaje, por seguir con el ejemplo y, por supuesto, estoy deseando deshacerme del apretón de manos como saludo o felicitación de cumpleaños (cómo echo de menos los abrazos de México, caracoles). Y es que hay piezas alemanas que no me gustan ni un pelo.

¿Saben cuántas veces he tenido que decir “keine Religion” ? Cuatro, las mismas cuatro veces que he tenido que ir a una oficina a tramitar los documentos necesarios para poder trabajar en el kinderdorf de manera legal. En cuatro oficinas de distintas dependencias estatales se me ha preguntado cuál era mi religión y, por no extenderme demasiado, no les voy a contar las distintas reacciones ante mi “¿Religión? Ninguna”.

Y en repetidas ocasiones se me ha preguntado si he tenido relaciones sexuales alguna vez. Por supuesto, esta pregunta no se ha formulado dentro del ambiente burocrático (¡Hasta ahí podríamos llegar!), esta pregunta ha venido de mi círculo de amigos. Por no extenderme demasiado, tampoco les voy a contar las distintas reacciones ante mi respuesta.

Alemania está siendo un poco de cal, un poco de arena y un mucho de “a lo tonto” ahora que (a lo tonto y a la fuerza) estoy aprendiendo alemán y mis investigaciones sobre la comunicación ya no gozan del estado tan puro del que gozaban durante mis primeras semanas aquí. Y sigo pensando en la simultaneidad: estoy bien aquí pero podría estar mejor o peor en otro lugar y sucede que aquí ya me queman los pies.

A lo tonto, aprendo de la mayoría de mis desapasionados compañeros lo que no quiero hacer si algún día llego a dedicarme al trabajo social, a lo tonto confirmo las sospechas de lo perjudicial que pueden llegar a ser las religiones para el individuo y a lo tonto retilino mi tilín, que no es lo mismo que hacer tolón y tampoco es destilinarse limpiamente. A lo tonto, aprendo muchas cosas y eso está muy bien de no ser porque el envoltorio no me convence demasiado.

Les cuento que, llegado este punto, o cambio la perspectiva o cambio el paisaje.

¿Cómo llevarán los patos lo de la nieve? Y ustedes, ¿cuántas cosas hacen a lo tonto?

lunes, 24 de noviembre de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




Saudade nunca había estado allí y tenía mucha curiosidad. Mi madre le advirtió que poco más que ver las huellas de los disparos de Tejero puede hacer un ciudadano en el Congreso y también le dijo que no es ningún espacio para el ocio y el turismo; Amelia dijo: Saudade, el Congreso es un lugar de trabajo. No tiene mucho sentido que hagamos la pella ahí, en pleno hemiciclo.

Pero Saudade puso esa carita de pera que siempre le funciona con nosotras dos y en Madrid nos plantamos, caracoles. Eso sí, Amelia y yo hicimos saber a nuestro guitarrista que el destino elegido no nos convencía demasiado. ¿Qué hacemos en el Congreso los tres solicos, Saudade? Seguro que allí los domingos no está ni ese dios al que se le supone la omnipresencia.

Dejamos “El caparazón del caracol” en el desierto aparcamiento y entramos por la puerta de atrás sin tener que forzar ningún pomo. Qué despistados, tanto león y tanta cerradura en la entrada principal y luego dejan la trasera abierta. Ángela María, ¿en qué mundo vivimos?

Como tengo unas ganas de jarana en el cuerpo que no puedo con ellas, no pude evitar plantar en el suelo el arroz y los demás ingredientes que, al ser sólo tres comensales, cabían en una pequeña bolsita mientras refunfuñaba con cierta violencia. Soy un poco mala, caracoles: a veces las excentricidades de Saudade me sobrepasan y a veces me gustaría viajar sin él. A veces me gustaría viajar sin Saudade. Paella para tres, menudo rollo.

Y en ésas estábamos, preparando la paella para tres, cuando se abrió una puerta y empezaron a desfilar un sinfín de corbatas y peinados enlacados (esto es, con mucha laca). Cristóbal Colón debió sentir algo parecido cuando vio por primera vez a la población autóctona de las Américas que “descubrió”.

Ellos nos miraban sin pestañear, sin pronunciar una sola palabra que pudiera ser utilizada en su contra y nosotros, tres cuartos de lo mismo.

Mi madre se adelantó: ¿Qué hacen ustedes aquí, señores diputados? Y los todos los diputados, cual rebaño de gallegos, respondieron al unísono con otra pregunta: ¿Nosotros? ¿Qué hacen ustedes aquí?

Amelia, muy gallega ella también, les contestó lo evidente: Estamos preparando una paella, Saudade nunca había estado en el Congreso y decidimos venir a comer aquí. Como es domingo pensamos que no habría ningún problema.

Y ellos, al unísono una vez más, contestaron: Nosotros, los diputados, venimos a trabajar al Congreso todos los domingos. Es uno de esos secretos de Estado y así debe seguir siéndolo. Y ahora que ustedes lo saben, ustedes deben morir.

-¡Hombre! Ya que estamos aquí, ¿no les apetece un poco de paella? Amelia, como buena madre que es, tiene esos “por si acaso” que tienen todas las madres, así que tenemos material suficiente en el avión: ¡podemos preparar un arrocito para todos!

- Pero ustedes no pueden estar aquí, ustedes deben morir. No podemos correr el riesgo de que el resto de españoles sepan que trabajamos los domingos.

- Será mejor que lo digan, cabezas de chorlito… No están al tanto de que en la prensa nacional se les está tildando de perezosillos y desmotivados. Y bueno, ya que vamos a morir, ¿podrían desvelarnos el misterio de los congresos de domingo?

- Pues es muy sencillo, señorita, como ya hemos dicho en repetidas ocasiones, durante la semana tenemos otras ocupaciones que atender como diputados y nos resulta prácticamente imposible abrir más las agendas. Por eso decidimos reunirnos los domingos.

- Y por qué lo hacen a escondidas. Ay madre, ¿acaso la política de los políticos no es transparente? Qué decepción, Ángela María.

- Pues lo hacemos por ustedes, queridos ciudadanos. Nosotros nos entregamos en cuerpo y alma a nuestro trabajo y trabajamos por su felicidad social pero somos conscientes de que no es saludable transmitir esa imagen. Fingimos que nos vamos de vacaciones en agosto para no levantar sospechas y para que ustedes se tomen la vida con tranquilidad, sin agobios. Ése es nuestro trabajo, velar por su tranquilidad.

- No lo entiendo.

- Pues está muy claro, niña. Si los españoles supiesen que nosotros los diputados trabajamos todos los días de la semana podría llegar a extenderse esa tónica a todas las profesiones y entonces nadie pasearía por las calles ni tomaría unas cañitas en el bar de la esquina: trabajar y trabajar, ése sería el mensaje que transmitiríamos.

Y nosotros no queremos eso para ustedes. Ustedes tienen que trabajar, claro, pero también tienen que disfrutar. Nuestro trabajo es harina de otro costal. Nosotros velamos por su felicidad social en todos los sentidos y, por lo tanto, nuestra dedicación debe ser absoluta. Nosotros no sabemos qué es la familia (y los maricones y los progres tampoco, dijo algún otro desde el fondo de la sala), hace años que no pisamos un cine y ni siquiera podemos ver Aída.

- Vaya tela, jamás imaginé que se cocía tanta devoción laboral por estos lares. Y ahora que sabemos su secreto, dicen que nos van a matar, ¿no?

- Pues es que no nos queda más remedio, no podemos correr el riesgo de que los ciudadanos sepan que las personas que los representan se saltan las leyes trabajando muchas más horas de las establecidas.

- Ya, bueno, pero el asesinato tampoco es del todo legal. Hagamos un trato: mientras ustedes trabajan, nosotros preparamos la paella. Si después de probar nuestro arroz, siguen con la idea de firmar tres sentencias de muerte, nosotros moriremos por el bien de España sin oponer ningún tipo de resistencia.

- Trato hecho.

Y aquí estoy, caracoles, vivita y coleando. Qué no arreglará la paella de mi madre...

PD: prometimos guardar el secreto: confío en su discreción, caracoles.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Al agua, patos


Foto: "Que me quiten lo bailao"


¡Ha llovido! Hoy debe ser un buen día para los patos…


Eso me dicen que dijo mi sobrina Andrea uno de los días que Socuéllamos amaneció encharcado. Dijo que ése era un buen día para los patos. Andrea, la misma que se puso en las babas de un caracol, determinó que esos animales necesitaban un agujerito en la tierra para dormir y me dijo eso que ya saben (“tía, ¿me ayudas a construir un mundo mejor para los caracoles?”); esa misma Andrea, consciente de que un día lluvioso es sinónimo de recreo en el pasillo y no en el patio, se alegra por la alegría que debe correr por las venas de los patos un día como hoy.

¿Es para comérsela o no es para comérsela?

Mi hermana también tiene algo del espíritu feliz de Andrea. Una de sus grandes virtudes no es tanto su entusiasmo vital, como su facilidad para contagiarlo. Pero, claro, Ana es una Alarcón Mosquera y, con las mismas, se viene abajo en menos que canta un gallo o un pato se queda sin agua.

Aunque nunca he sido madre primeriza, supongo que la ilusión y el miedo deben andar a la par durante esos meses en los que el cigoto se está formando. Creo firmemente en ti y estoy segura de que vas a ser toda una madraza, le digo una y otra vez y ella, como quien oye la lluvia que sólo alegra a los patos, sigue con su ilusión y su miedo a partes iguales y, a veces, no tan iguales.

Digo que a veces no son tan iguales porque, a veces, ella solita se enreda en la espiral de enfermedades infantiles que desconoce, en si a la criatura le dará por no comer, por meterse en las drogas o, peor, en política. Mi hermana se pregunta qué hará ante el clásico “no me ajuntan mis amigos” y es ahí cuando el miedo gana terreno a la ilusión y a Ana le asaltan todo tipo de dudas personales y no tan personales. Cuando el miedo gana terreno a la ilusión, mi hermana suele acabar el monólogo con lo siguiente: y, además, creo que no es nada sensato traer a alguien a este mundo tan cruel y asquerosamente corrompido.

¿Qué les parece? Suena a topicazo, ¿verdad? Y, sin embargo, yo ya he oído a más de una futura madre llegar a la misma conclusión: ¿Quién soy yo para traer a una indefensa criatura a esta tierra de barbarie? La duda, como siempre, es razonable pero creo haber dado con la respuesta feliz. Y es que si esos padres siguen vivos es porque no se está tan mal por aquí. Por eso seguimos vivos los que seguimos vivos, ¿no? Porque, con todo, no se está tan mal por aquí.

Nadie dijo que fuese fácil. No obstante, de todo lo que se puede hacer con una vida, vivirla es, a todas luces, lo más constructivo. Yo me alegro de haber nacido, me alegro de vivirla, y animo a todos los embriones del mundo a que salgan de sus correspondientes placentas sin miedo, que salgan con alegría e ilusión y con ganas de hacerlo bien.

Los patos de Alemania deben pasarlo bomba.

Que tengan un buen día, caracoles.

lunes, 17 de noviembre de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




De camino a La Mancha, no pude evitar relacionar el sarpullido en la piel que me invadió con la imagen de Amelia, Saudade y yo misma comiendo paella con el G-20, así que descarté el viaje a Washington en un santiamén, además, ya hemos estado por allí en más de una ocasión. Luego pensé que podíamos cocinar para todo ese pelotón que paseó por las calles madrileñas exigiendo justicia para el pueblo saharaui pero, al llegar al aeropuerto de Socuéllamos, mi madre me recibió con una gran noticia: Ana se ha quedado en estado de buena esperanza. ¡Paella familiar se ha dicho!

Mi hermana Ana, la misma que contrajo matrimonio hace poco más de tres meses y me obligó a comprarme el segundo vestido de mi vida (aunque me salí con la mía y lo utilicé como falda. Soy toda una rebelde, caracoles), se ha quedado embarazada por obra y gracia de Antonio, su santo esposo.

Ante tal sorpresa, una parte de la familia se deja guiar por aquella tremenda y gratuita frase de mi madre que todos recordamos mientras intentamos contener la carcajada: “los Alarcón Mosquera somos muy fértiles” (Amelia, como Otto, tampoco es perfecta), otros dicen que mi hermana se ha dejado llevar por el miedo a que los vecinos del pueblo vayan diciendo por ahí que no vale para tener hijos porque eso es lo que se dice en los pueblos cuando, pasado un añito de matrimonio, no llevas un churumbel bajo el brazo: se dice que no vales para tener hijos, así como lo leen. Y otros, ante el óvulo fecundado de Ana, nos damos golpes de pecho gritando a pleno pulmón que a los Alarcón Mosquera no nos gusta perder el tiempo y es que mi hermana siempre soñó con ser madre.

Además, los Alarcón Mosquera seguimos a rajatabla el compromiso con nuestra nación y nos tomamos muy en serio eso de rejuvenecer el país. Mi madre, en su momento, trajo seis vástagos al mundo y ahora mis hermanos continúan la empresa con siete pequeñas criaturas en total, una en camino y las que quedan por venir. Yo, por la parte que me toca, he prometido mantenerme joven eternamente.

La noticia ha sacado las sonrisas de los mayores y ha fruncido los ceños de las más pequeñas. A mi sobrina Marta le parece estupendo que haya un nuevo miembro en la familia pero exige que esa persona se quede eternamente en la barriga de mi hermana. Nerea llama al sentido común de los adultos recordando que en casa de la abuela ya no hay sitio para nadie más y Andrea recurre a estrategias psicológicas dignas de admiración: ¿Es que quieres engordar, tía?

Yo aproveché el filón de mis sobrinas y eché mi leña pidiéndole a mi hermana, con lágrimas en los ojos, que no dejase de mimarme cuando esa criatura llegase al mundo. Ella me abrazó y me dijo que eso nunca sucedería pero, una cosa no quita la otra, Nata: ya es hora de ir pensando en buscar un trabajo serio, ¿no?

Ante tal provocación por parte de mi consanguínea me dirigí a la otra punta de la mesa con la intención de servirme otro plato de paella mientras Nerea me robaba la silla para sentarse al lado de mi hermana, un suceso terriblemente frecuente en casa de los Alarcón Mosquera (que te roben la silla), así que tuve que sentarme con los mayores y también tuve que escuchar su conversación sobre nóminas, hipotecas y números rojos. Qué aburridos son los adultos a veces.

La cosa está realmente jodida, caracoles. Mi hermano Fernando ya no tiene internet en casa, Raúl y su camión llevan una temporadita sin pisar el extranjero y tampoco hay mucho que transportar por el territorio nacional: las vacas flacas, Nata, las vacas flacas.

Insisto, caracoles, la cosa está realmente jodida y las consecuencias de esta sucia jugarreta tienen nombres, apellidos y descendencia. Espero que a ustedes les pinten mejores naipes.

viernes, 14 de noviembre de 2008



Y ésas son las escaleras que estoy a puntito de bajar para ponerme rumbo a Socuéllamos y preparar la paella de este fin de semana.

Que la pasen bien, caracoles. ¡Nos vemos el lunes!

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Decimonónica y moralista :

Me van a disculpar, caracoles, pero esta semana estoy un poco más decimonónica de lo normal y, si ayer comenzábamos con Madame Bovary para caracolear, hoy tiramos de La Regenta. Si mal no recuerdo, creo que fue el propio narrador de la historia el que advirtió que a veces hay que fingirse mucho más humilde de lo que en realidad se es.

Los grandes de la historia son mucho más grandes cuando disimulan su grandeza lo suficiente como para que los demás veamos que son grandes sin necesidad de que ellos tengan que decirlo explícitamente. Eso es, a mi juicio, fingirse humilde.


"la diferencia entre una persona culta y una inculta se observa en la cantidad de dinero que necesita para su ocio: el segundo tiene que gastar para llenar el vacío que el culto llena por sí mismo"
.

"Nadie nos pregunta acerca de las elecciones (en Estados Unidos). En México les interesa qué tenemos que decir porque hay más respeto por los artistas, filósofos e intelectuales y eso ocurre casi en todas partes"


Ayer me encontré estas dos frasecitas por la red. La primera la pronunció Fernando Savater; la segunda, Paul Auster. Con el primero no profeso demasiado y admiro la genialidad del segundo.

No sé a ustedes, caracoles, pero a mí no me dio tiempo a posicionarme ante tales sentencias ya que el tufillo pretencioso y prepotente me echó para atrás desde un primer momento. Y eso que yo apenas gasto dinero en mi ocio y también estoy indignada porque ningún periódico norteamericano se ha interesado en saber qué se opina en Un mundo mejor para los caracoles acerca de las elecciones en la Casa Blanca.

La de Savater no sé ni por dónde cogerla. Quiero decir que no sabría decirles qué es exactamente lo que me irrita de esa frase pero me irrita, caracoles. A pesar de que, hasta cierto punto, esté de acuerdo con lo que dice, la frasecita me irrita mucho. En la de Paul Auster eliminaría la subordinada causal en un plis plas: “porque hay más respeto por los artistas, filósofos e intelectuales”. Uf, me da repelús y todo.

¿Qué hace esta gente con su cultura y su intelectualidad? ¿No creen que se podría decir lo mismo de otra manera? Ellos, los cultos y los intelectuales podrían decir lo mismo de otra manera, con un mensaje igual de contundente pero menos agresivo. Ellos son los listos, ellos saben hacerlo.

Además, eéa sería una bonita y constructiva diferencia entre una persona culta y una inculta (entiéndanse los adjetivos “culto” e “inculto” en sus más amplias acepciones).

En cuanto al Paul Auster que yo he leído, esperaría más bien algo así como: En Estados Unidos nadie nos pregunta acerca de las elecciones, a diferencia de lo que ocurre en otros tantos países como México, allí no les interesa lo que tenemos que decir. Porque tenemos cosas que decir.

De puertas para adentro, Castilla es ancha. Sin embargo, para vivir en sociedad, uno debe fingirse mucho más humilde de lo que probablemente sea o “merezca” ser, ya lo dijo el narrador de La Regenta, ¿no?

martes, 11 de noviembre de 2008

Te veo y no te veo




“No debemos tocar a los ídolos o el dorado se nos quedará en las manos” o algo así se dice en Madame Bovary. ¿Quiénes son sus ídolos, caracoles? ¿Cuánto malo y cuánto bueno les ha causado la presencia de un ídolo en su vida?

Yo adolecía de una grave tendencia a la mitomanía y, aunque en más de una ocasión el dorado que envolvía a mi mito no era tal cosa (no era dorado) y, como a la Bovary, se me quedó en las manos, he disfrutado ensalzando la figura de quien tenía enfrente. Sin embargo, puedo decir y digo que la presencia de ídolos en mi vida ha sido más perjudicial que beneficiosa, más suicida que saludable. Ahora, mi armonía y yo admiramos pero ya nunca, o rara vez, idealizamos.

En el cupo de personas por las que quitarse el sombrero siguen estando aquellos ídolos que veneré cuando adolecía de una grave tendencia a la mitomanía. Se me llenan la boca y las manos al hablar de mi madre o de Otto, ustedes son testigos de ello, pero ya no pierdo ni el norte ni el amor propio por ellos.

No me refiero a esos ídolos de papel cuché, micrófono en mano o pestañeo en la pantalla. Hablo de la gente de nuestro alrededor, la gente que forma parte de nuestra cotidianeidad y nos influye, claro que nos influye. Porque no me cabe la menor duda de que nos hacemos del entorno que nos rodea, ya sea para imitarlo o para denostarlo.

A día de hoy me parece tremendamente peligroso convertir a una persona del día a día en un ídolo, porque ni puedes imitar los pasos que idolatras ni puedes denostarlos. El ensalzamiento de la otredad desde según qué perspectiva puede ser un acto suicida para el idólatra y una situación pegajosa e incómoda para el ídolo. Este último puede sentirse halagado por el primero en algún que otro momento, no obstante, este último también sabe y siente que el criterio del idólatra esta empañado.

No hablo de envidia, me refiero a que la persona mitómana tiende a ver y a engrandecer en su entorno algunas de las cosas que le gustaría tener dentro de sí y no tiene o no quiere ver que las tiene. La persona mitómana nunca verá que se le ha quedado el dorado que envuelve a su mito en las manos; mientras siga siendo mitómana, esa persona siempre verá a ese otro recubierto de oro.

Soy una firme defensora del uso casi ilimitado de la imaginación. De la imaginación para soportar la crueldad del día a día y darle alegrías al cuerpo, eso sí, siempre desde una ilusión de equilibrio y desde algo así como la cordura.

Si les digo la verdad, mi consideración hacia Amelia o hacia Otto ha variado muy poco desde que "sólo" los admiro y estoy segura de que, en más de una ocasión y de dos, he sido igual de pegajosa e incómoda con ellos que cuando los tenía en un pedestal porque ha sido poco el dorado que se me ha quedado en las manos después de mirarlos cara a cara, a la misma altura.

Pero ya no se trata de un acto suicida ni perjucidial. Los admiro, simple y saludablemente los admiro, como grandes individuos que son. Y ahora que no estoy loca y vivo en armonía con los pajarillos y las flores silvestres, Amelia y Otto, por ejemplo, deben asumir que también son todo lo que yo veo de ellos. Porque, como decía Machado, “el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”.

lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

- ¿Dónde vamos este fin de semana, Nata?

- Ay, no sé, mama. Estoy hecha un lío, tengo un montón de cosas en la cabeza y creo que no estoy para paellas ahora.

- ¿Cómo puedes decir eso, hija? Sabes que la paella, como la merienda, es felicidad.

- Sí, ya sé, pero no me apetece. ¿Te enfadas?

- No, hija, ¡cómo me voy a enfadar! Cuéntame, ¿qué pasa?

- Pues eso que te digo, que Alemania no está mal y no me disgusta la vida aquí pero… pues eso, que tengo un “pero”.

- Nata, ya sabes que lo inteligente es adaptarse. Sin atentar contra tus principios y tu esencia pero adaptarse al fin y al cabo.

- Ya, ya sé, y de veras que lo intento. Te prometo que estoy dando lo mejor de mí pero, chica, aquí no le dejan a una hacerse un hueco. No te voy a engañar, mama, estoy buscando un plan B.

- Por qué dices eso, hija, estoy segura de que tu vida allí no sólo es el kinderdorf.

- Sí, claro que tengo mis cosas buenas aquí y la cosa no está sólo en que en el orfanato no me dejen hacer absolutamente nada que se salga del programa milimétricamente programado. Se trata de que a veces me siento como una piña, mama.

- ¿Como una piña?

- Sí, como una piña o como un mango, tú ya me entiendes. Mira que no me gustan a mí esos inventarios que describen el perfil del individuo en función de su nacionalidad y mira que yo no me tengo por una españolita pero, hay que joderse mama, a veces siento que los demás ven en mí a una piña o a un mango.

- Pero, Nata, en España no hay ni piñas ni mangos

- Pues eso es lo peor de todo, mama, no sólo es que me etiqueten como española es que encima no tienen ni puta idea.

- ¿No te sientes europea, Nata?

- Pues no, no me siento europea. Me siento como una piña o como un mango, no sé. Y a veces hasta me dan ganas de bailar sevillanas y gritar “¡viva Mallorca!” aunque no me sienta española en sentido estricto.

- Bueno, igual tu visión de los alemanes tampoco es muy acertada. Ni justa, tampoco es muy justa.

- Ya, soy consciente de ello. Es lo que tienen las malditas generalizaciones. Por eso, si llego a irme antes de tiempo, me iré dejando una cuenta pendiente con Alemania. Porque pretender comprender este país desde Barntrup es como pretender obtener una visión de España desde Socuéllamos, así que volveré algún día.

- Claro, hija, tú te tienes que ir a Berlín.

- Bueno, no sé si a Berlín porque ya sabes que a mí las ciudades grandes no me llaman demasiado lo atención. Quizá algún día busque un Ciudad Real por estas tierras.

- ¿Qué piensas, hija?

- Pienso en Zapatero, mama.

- Qué cosas me dices, hija.

- Ea.

- ¿A ti también te parece humillante todo lo acontecido con el G-20?

- Hombre, tanto como humillante... Además, todavía no le he encontrado yo la gracia a esa reunión, qué quieres que te diga. Y eso, no me parece humillante, sólo pienso que hay que joderse con las etiquetas, los prejuicios y las supuestas identidades con las que se le identifican a uno.

- ¿Tú crees que Zapatero también se siente como una piña?

- O como un mango. No sé si se siente como una piña o como un mango.

- ¿Quieres que nos comamos una paella con él?

- No, mama, esta vez no; que cada palo aguante su vela. Mándale un tupperware. Si eso.



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Blogger no me deja subir la correspondiente foto, caracoles. Disculpen las molestias.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El gran dictador




Con esto de cumplir años, hace días que vengo dándole vueltas a mi vida. Haciendo balance de lo andado, de los caminos elegidos y descartados y de la situación actual, claro. No diré que mis investigaciones acerca de la comunicación están llegando a su fin porque no creo que ese día llegue nunca y porque una cosa es que hable alemán y otra muy distinta es que conozca el idioma. No obstante, caracoles, desde hace unas semanas prescindo del cuaderno en el que escribía mensajes del tipo “necesito la llave del buzón” y también ahora hablo con Janet mientas jugamos al parchís.

Una cosa me llevo a la otra y, haciendo balance, recordé mis primeras semanas en el kinderdorf y caí en la cuenta de lo absurda que puede llegar a ser la figura de la autoridad. Les cuento que a mi segundo día en el orfanato me fue asignada la casa número 12. Ahí viven once adolescentes y trabajan ocho educadores sociales. Ese misma segunda mañana me fue entregada la llave que abre todas las puertas de la casa (dormitorios, despensa, sala de ordenadores…). Me fue entregado el poder y yo ni tan siquiera sabía decir “llave” en alemán.

En esos primeros días, los chavales se dirigían a mí, me decían algo y acababan agarrándome del brazo para llevarme a la despensa: era la hora del café y las pastas y yo debía sacar las pastas y el café de la habitación en la que se guardan el café y las pastas. No obstante, yo aún no me había percatado de que ésa era una de mis funciones.

En más de una ocasión, mis compañeros tuvieron que atender otros asuntos fuera de nuestro lugar de trabajo y delegaron todas las responsabilidades en mí. “No sabe alemán pero sabrá freír 30 huevos fritos y preparar un puré de patatas”, debieron pensar mis compañeros mientras me explicaban gráficamente los pasos que debía seguir en la cocina.

Se equivocaron, claro, ni sé alemán, ni sé cocinar. Pero yo era la autoridad en ese momento y a ellos, a los once adolescentes, no les quedó más remedio que llevarse a la boca eso que quería ser una comida pero no lo era. Hasta esa fecha tampoco me había percatado de que la autoridad de turno tenía que decir “Guten Appetit” para que entonces, sólo entonces, los demás pudiesen empezar a comer. Así que, cuando terminé de repartir la comida y me disponía a meterle mano al huevo chamuscado que tenía en el plato, Marie me agarró del brazo una vez más y me preguntó ¿Guten Appetit? Yo sonreí, dije “sí” y todos agarraron el tenedor.

De lo que si me había dado cuenta en los días anteriores era de que, independientemente de que todos hubiésemos vaciado nuestros platos a los diez minutos de ser servidos, debíamos permanecer alrededor de la mesa media hora como mínimo. "Sobremesa" le suelen decir a eso, ¿no?


Los chavales tienen la obligación de conversar durante la comida respetando el turno de la palabra y las opiniones de los demás. Y cuando ninguno de ellos rompe el silencio, la autoridad de turno debe abrir la veda con algún comentario para que la dinámica de la conversación empiece.

Todos me miraban y algunos hablaban en voz baja para que yo, la autoridad de turno, no les escuchase (¡como si los fuese a entender!). Yo sonreía, miraba nuestros platos y pedía disculpas una y otra vez. Por lo que pude deducir y hace unos días confirmar, en ese “por lo bajini” se propuso algo así como una huelga de silencio y, desde ese momento, nadie dijo ni “mu”. Hubo risitas y pellizcos pero nadie abrió la boca durante el resto de la velada.

También sabía que era yo la que tenía que dar por concluida la sesión de la comida pero, ni por asomo, recordaba la frasecita en cuestión que tenía que decir. Rompí el silencio con la única melodía que sé tocar golpeando las manos sobre la mesa y giré la cabeza hacia mi izquierda, hacia el lavaplatos. Todos se levantaron.

Y luego llegó la hora de los deberes. De eso si que no tenía ni pajolera idea, caracoles. Tranquilamente me preparaba un café cuando Diana y Sonja aparecieron en la cocina con sus mochilas y me agarraron del brazo: tenía que abrir la sala de estudio y permanecer allí mientras ellos hacían sus tareas escolares. Supongo que también debería haberles ayudado pero ninguno tenía deberes de Español. Y, aunque hubo más de uno que se escaqueó, no faltó quien, por costumbre o por miedo a ser descubierto horas después por alguno de mis compañeros, se dirigió a la sala de estudio de la casa.

Todavía hoy alguna que otra vez esos chavales en plena edad del pavo intentan aprovecharse de que soy la nueva y, por supuesto, de mi alemán. pero no es menos cierto que bajan la música cuando me ven pasar por alguna de sus habitaciones, cambian de conversación cuando aparezco por la cocina y se pasan el mechero a escondidas.

Hoy sonrío recordando esas primeras semanas esperpénticas en el kinderdorf y las recuerdo como si se tratase de la caricaturización del gobernante inepto que ha llegado al poder un poco por casualidad y un mucho por la despreocupación de los que delegaron tal poder en él. Esa caricatura que tanto abunda y que, como yo, es de carne y hueso.

Y, aunque sentí cierto alivio, no me alegré lo más mínimo de la victoria de Obama.
Que no digo que sea inepto porque aún no lo sé y porque -oh, bendita democracia- ha sido elegido por el pueblo. Pero si digo lo que todos sabemos, que ha llegado a la presidencia por ser lo menos malo, no lo mejor.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

De huelga, ¿por qué no?




Sirva la huelga de hoy para darle un empujoncito a uno de los deseos que pedí mientras soplaba las 24 velas que temblaban sobre un puding de vainilla (¿son raritos o no son raritos?¡Un puding de vainilla!).

Un mundo mejor para los caracoles

lunes, 3 de noviembre de 2008

Bienvenido sea




¿Y ahora qué? Hoy es lunes y Otto detesta la paella (nadie dijo que Otto fuese perfecto). Aunque esta crisis se queda en casa, caracoles, no les voy a ocultar que he estado a puntito de suprimir Un mundo mejor para los caracoles y también creo conveniente advertirles que algo me dice que ese avión que ahora debe estar despegando de Madrid rumbo a Hannover (ese avión en el que tampoco me he subido) ha marcado un antes y un después en mi vida.

Así que: ¡bienvenido, “un después en mi vida”! Eso sí, Un mundo mejor para los caracoles se queda como está. Pobrecico el blog, debe estar harto de mis amenazas cada vez que una crisis aparece por la puerta.

Como estos días mi frase más repetida en Barntrup ha sido “Mein Kopf ist im Spaniam” (Mi cabeza está en España), hoy les voy a hablar un poco de este lado. Empezaré diciendo que no llevo demasiado bien que las mañanitas de niebla no sean tardes de paseo y que a las cinco de la tarde tenga que encender el flexo. Pero, bueno, una no vino a Alemania sólo a desfilologizarse también vino a liberarse de la frasecita de tanto psiquiatra desalmado: tienes una personalidad depresiva, los cambios de estación y el frío no te hacen ningún bien. Y, hasta la fecha, me doy por liberada, aunque no por ello voy a ocultar mi descontento para con las condiciones climatológicas que corren por estas tierras.

No me diagnostico ningún síntoma depresivo, caracoles. Es más, estoy más a gusto que un arbusto, como le digo a mi amiga Sonia. Pero, chica, como te digo una cosa te digo la otra, no me quedo a vivir aquí ni de coña. Y es que, al mismo tiempo que es asombroso comprobar lo feliz y rápidamente que este país recompuso sus calles después de que tanto malo anduviese por aquí y arrasase con (literalmente) todo, al mismo tiempo que todo eso, da no sé qué pasear por aquí. Todas las casitas son monísimas, los ríos están limpios y los obreros usan casco (pero no regalan piropos a las damas). No sé, esto parece el barrio de los Pin y Pon.

Aunque un águila diga “cruza, hombre, que yo no voy a pasar”, si el semáforo está en rojo, el paso de cebra no lo cruza ni el Tato. Fuera zapatos, zapatillas, botas o botines dentro del hogar y nada del cigarro de después (en las casas no se fuma). Indigentes que parecen estar colocados en la calle para que los demás completen las exigencias de su religión practicando la caridad… Y luego está lo del excesivo uso de las palabras “por favor” y “gracias” con el que, a mi juicio, no se consigue una mayor corrección en el trato sino que más bien se neutraliza el significado de dos palabras que no nos convendría viciar. ¡Menos “por favor” y más sonrisas, leñe!

Todo bien conmigo, con Rebeca, con mi hada y con mi tilín pero, qué quieren que les diga, la gente por aquí está medio “apollardá”. Y pienso en la simultaneidad. Estoy bien aquí pero podría estar mejor en otro sitio.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Ajuste de cuentas

Hay dos cosas que me gustan especialmente de Mercadona, nuestro supermercado de confianza: los yogures de tarta de frambuesa y el hecho de que a los ochos años de vida se derribe el supermercado en cuestión y se construya uno nuevo en su lugar. Eso sí, he de decir que yo pondría más trocitos de frambuesa en el yogurt, de la misma manera que mis conocimientos de arquitectura y yo consideramos un derroche innecesario llegar hasta tal extremo (¡derribar el supermercado y construir uno nuevo!) habiendo tanto manitas como hay por el mundo.

No obstante, mi cuñada Rocío, empleada de Mercadona en Socuéllamos, me cuenta que la instalación está para el desguace: averías eléctricas, puertas frigoríficas que sólo se abren con el famoso "golpecito" y grietas por todos lados.

A mi cuñada le parece una excelente decisión lo del derribo y cuenta nueva para atajar esa maldita costumbre que tienen los desperfectos de desperfectarse a su antojo, sin la más mínima pretensión de guardar un orden o buscar cierta simultaneidad: un día hay que llamar al fontanero, otro al albañil… y así no podemos estar, Nata. Derribo y cuenta nueva.

No voy a proponer que acabemos con todo lo establecido y empecemos de nuevo porque, a pesar de que vivo en Un mundo mejor para los caracoles, tengo los pies en la tierra y no consigo encontrar la manera efectiva de trasladar el sistema menéame (que también tiene sus achaques, claro) a la carne y al hueso. Pero lo seguiré intentando.


Tampoco estoy llamando a esa anarquía a la que tantos temen. Creer en la anarquía es creer en el ser humano y, desde luego, viendo lo mal que hemos construido este mundo durante siglos y siglos y, sobre todo, viendo lo nada que hemos aprendido de los errores del pasado yo no apuesto un solo duro ni por ustedes, ni por mí.

Y no seré yo quien llame a la desobediencia (aunque ellos tampoco obedezcan demasiado). Llamo al cuestionamiento de fondo y a la actuación en consecuencia. Siempre ha habido estudiantes que en primer lugar asimilan los aspectos más concretos para, posteriormente, crear la visión de conjunto del temario y estudiantes que primero entienden o aprenden el marco general y luego pasan a las particularidades. Para gustos, colores.

Ya hemos denunciado y meneado lo sucedido: ya nos hemos manifestado. Y lo hemos hecho individualmente. A favor o en contra. Con nombre, pseudónimo o anónimo. Cada uno desde su ordenador se ha posicionado públicamente ante lo sucedido. Y ahora resulta que para poder hacerlo en carne y hueso tenemos que esperar a un colectivo que medio represente la denuncia que nosotros ya hemos denunciado (si es que llega a medio representarla o si es que ese colectivo aparece).

No digo que nos saltemos las reglas, digo que busquemos alternativas. Al fin y al cabo, eso es lo que hicieron las personas que en su momento lucharon para que hoy otros podamos manifestarnos en la calle sin temor a represalias de ningún tipo. Lo hicieron porque cuestionaron el orden establecido de cabo a rabo. No digo derribo y cuenta nueva porque no somos ningún supermercado de confianza digo que cuestionemos el marco general, hagamos las relaciones pertinentes y actuemos en consecuencia.

Y hasta aquí el “Yo también soy Carlos Otto” de Un mundo mejor para los caracoles.

Ay madre, ¿no me estaré volviendo punk?

sábado, 1 de noviembre de 2008

¿Quedada o butifarra? Yo también soy Carlos Otto (IV)

En Un mundo mejor para los caracoles todos los fines de semana hacemos huelga de silencio y también la hacemos en algunas otras ocasiones esporádicas. Hasta que el mundo deje de ser cruel y asquerosamente injusto, este blog no actualizará durante los fines de semana (hoy haremos una excepción).

Sí, ya sé que nuestra petición puede pecar de imprecisa pero también es bastante clara: hasta que el mundo deje de ser cruel y asquerosamente injusto. Es clara pero imprecisa, imprecisa pero clara. Así construimos un mundo mejor para los caracoles aquí y, hasta la fecha, estamos medianamente satisfechos con el resultado. Poquito a poco, solemos decir.

A mis casi 24 años, ésta sería la primera manifestación-huelga-quedada a la que asistiría porque, a pesar o a causa de tener una conciencia social ─digamos─ desarrollada, la fidelidad a mis principios nunca me ha permitido identificarme con ninguna otra ideología, creencia, alabanza o vituperio que no saliese de mí misma. No sé a ustedes pero a mí no hay nadie que llegue a representarme del todo en ningún aspecto de la vida.

Con todo, esta sería la primera manifestación-huelga-quedada porque, mal que me pese, he de reconocer que es verdad eso de que, cuanto más cerca, más duele. Y es que Carlos Otto, sencillamente, es un compañero de vida.


Y ya no les entretengo más, aquí les va ejemplo de cómo se toman las determinaciones claras pero imprecisas (imprecisas pero claras) en Un mundo mejor para los caracoles:

Si esta supuesta democracia que tenemos que venerar sometiéndonos al arma de doble filo que es la legalidad no permite que llamemos “manifestación” a lo que aquí se está cociendo, lo llamaremos “quedada” o “butifarra”, como gusten.

El pronunciamiento de la Asociación de Periodistas de Ciudad Real ya no es un cortapisas para todos los ciudadanos que, además de por el apoyo a Carlos Otto, quieren “quedar” para sublevarse contra el caciquismo y la corrupción latente en Ciudad Real desde hace ya mucho tiempo. En definitiva, amigos, “quedemos” en calidad de ciudadanos, que probablemente sea lo único que todos tengamos en común.

¿Por qué y para qué quedamos? Redactemos nuestra convocatoria. Somos personas civilizadas y no necesitamos ningún pastor que nos oriente el camino.

¿Qué quieren denunciar en la “quedada” o en la “butifarra”? Hagan sus propuestas desde el sentido cívico y humano y háganlo de la manera más clara y breve posible intentando no repetir ideas.

Y qué satisfacción si sale bien, ¿verdad?

¿Qué les parece?