viernes, 30 de mayo de 2008

De huelga, ¿por qué no?




Ya saben lo que hay.


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Caracoles, estoy muy insatisfecha con mis entradas de esta semana. Pido perdón por la pobreza de contenido y las ausencias injustificadas. ¡Nos vemos el lunes!

jueves, 29 de mayo de 2008

Jo

¿Ustedes exigen en razón de lo que dan o dan en razón de lo que les dan? La primera conclusión a la que llego yo es que el individuo tiende a exigir y a dar indistintamente. Supongo que los manuales de las divinidades aconsejan que el sujeto dé en función de las necesidades atisbadas en el objeto al que le va a ser dado algo y reciba en función de las necesidades que ese objeto debe atisbar en él en tanto que sujeto. Éste sería el ideal más puro, el equilibrio llevado a su máxima expresión y ésta sería la única conclusión a la que yo llego.

Para los humanos y, ni que decir tiene, para los caracoles, el tema es mucho más peliagudo. Por dios, qué damos, qué pedimos, qué queremos, qué me aconsejan para cenar. Qué qué. ¿Se avecina una disertación sobre la duda? No, pueden estar tranquilos, todo lo que deben saber sobre este tema lo encontrarán en las revistas de autoayuda.

No quiero hablar de la duda pero tampoco sé muy bien adónde quiero llegar con este comentario. Supongo que mi equilibrio mental necesita manifestar su más profundo “jo” ante el dar, el recibir y, claro, el esperar para seguir siendo tal cosa: equilibrio mental. Y es que no alcanzo a entender qué quiero que me dé quién y, peor aún, no entiendo si, como individuo cualquiera que soy, merezco que algo me sea dado por quién. Uy, vaya lío. ¿Cómo voy a entenderlo si apenas puedo formularlo?

Pues eso, caracoles, que estas cosas de las relaciones humanas son la mar de complicadas. Cuántas veces por una decepción nos encontramos con tres sorpresas y cuántas veces, viceversa, ¿verdad? Y hay que ver lo complicado que es otras veces tener que dar (porque nos sale de dentro) sin esperar nada a cambio. Y hay que ver lo bien que suena esta enmienda casi religiosa, la del dar sin esperar, y, sin embargo, en el día a día -en el tú conmigo- la tal enmienda viene siendo humanamente inviable. Una vez más, de esto sabe mucho más Dios y servidora se ve limitada a manifestar un profundo y sincero “jo” que abarca todas estas cuestiones relacionadas con el dar, el recibir y, claro, el esperar bajo una rotunda sentencia “El mundo adolece de un grave problema de comunicación” en la que caben muchas más cosas aún. Jo.

miércoles, 28 de mayo de 2008

De incidencias y comprensiones

Antes de nada, quiero agradecer a Saudade que accediese a escribir la crónica de nuestro viaje a Suráfrica: ¡gracias, Saudade! En cuanto a la paella, pues eso. Se puso fea la cosa pero ya estoy bien, pueden estar tranquilos, caracoles.

Esta mañana he vuelto a colgarme los auriculares de Teléfono de la Esperanza-Digitex y estoy pasando este miércoles sin ningún tipo de contratiempo gracias (en parte) a la charla que nos ha soltado Alfonso, mi jefe. Dice que en Digitex nunca hay problemas, hay incidencias. Y también dice que la vida nos irá mucho mejor si nos animamos a usar este pequeño matiz en nuestro día a día.

Incidencias, dice. Suena bien, ¿no? A partir de ahora yo tampoco tendré problemas sociales, familiares, sentimentales o económicos; tendré incidencias y, es más, fíjense en lo que digo: a partir de ahora, todo aquello que pueda considerarse negativamente será una incidencia provocada por agentes externos a mi persona. La culpa será de la sociedad, de la familia, de los sentimientos, de la economía, de mi voluntad, de mi abulia, de mi ilusión, de mi frustración… pero nunca será mi culpa. Pelillos a la mar.

No crean que no me asusta concederle tanta potestad a la palabra; asumo que lo dicho en el párrafo anterior puede volverse contra a mí y demoler la arquitectura que sostiene a este individuo que les escribe. Me asusta, claro que me asusta, pero desde que tomé la determinación de poner el lenguaje de mi parte, no puedo dejar de buscar beneficios entre los intersticios de sintagmas, subordinadas o interminables parrafadas. No soy yo, es mi reconciliación con el lenguaje la que no conoce límites. ¿Esto será una ventaja o una incidencia?

El otro día les hablaba de mi superadísima fobia a los perros gracias a Quita, la perra de la casa, y también les decía que se trataba de uno de mis tres miedos irracionales. Pues bien, los otros dos son cruzar la calle y el lenguaje, así, a secas. Nunca tuve un accidente atravesando la calzada, como tampoco presento síntomas de dislexia o tartamuditis ni fui atacada por animal alguno en los veintitrés añitos que llevo rondando por aquí pero sólo pensar en esas tres cosas, me horrorizaba. Ea.

Nunca me propuse con demasiado ahínco luchar contra esas pesadas losas irracionales y, por ende, de alguna manera incontrolables. De hecho, conservo el homigueo en los pies cada vez que tengo que llegar al otro lado de la calle para continuar mi camino y es que tampoco quiero ser la más valiente del cementerio, que por algo somos humanos. Esto es, somos destructibles y sensibles al entorno y a nosotros mismos.

Me atrevo a decir que, en cuanto al lenguaje, ni llegué me planteé la posibilidad de afrontar el poder del verbo desde otra perspectiva que no fuese la del dolor. Me sentía tan incapaz de mantener una conversación o escribir siquiera la lista de la compra que ni en los días de sol más intenso podía concebir que hubiese una salida en la que la palabra y yo mantuviésemos, al menos, un trato cordial. Sin duda alguna, de los tres, ha sido el miedo al lenguaje el que más me ha marcado. Ignoro cuándo y por qué apareció y ahora que él solito se ha marchado, no me apetece averiguarlo. Quiero pensar que si no lo digo en voz alta, no volverá nunca. Por eso escribo sin mirar la pantalla del ordenador.

Resumiendo, como el que se apunta a yoga o a pilates, yo me apunto a las incidencias. Nunca volveré a tener un problema y nunca más la culpa será sólo mía, ampliaré horizontes para dar cabida a cuantos factores hayan podido intervenir. Pero qué grande es el lenguaje, caracoles.

Eso mismo decía ayer José Luis Sampedro al hablar de la diferencia entre tolerancia y comprensión. El escritor manifestaba su predilección por esta última palabra neutral y aséptica pues, según él, la primera, la tolerancia, supone cierta superioridad del sujeto para con el objeto. No es lo mismo que una persona tolere o comprenda, de la misma manera que no es lo mismo ser tolerado que comprendido. Hay que ver, la de matices que se esconden tras algo tan cotidiano y práctico como el lenguaje, ¿verdad? Por supuesto, a partir de ahora, también me apunto a lo de comprender en vez de tolerar.

domingo, 25 de mayo de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



El caparazón del caracol aterrizará en breve en la ciudad de Johannesburgo, región de Gauteng, Suráfrica. Rogamos se abrochen los cinturones.

Hola, caracoles (¿caracoles? En fin…), soy Saudade. La semana pasada acompañé a Nata, a Amelia y al grupo System Ali a Nápoles y este fin de semana me han dejado acompañarles a Suráfrica.

Nata me ha pedido que escriba una breve crónica sobre el viaje y apague la alarma sobre lo sucedido. Ya está fuera de peligro, probablemente esta tarde le darán el alta y mañana mismo volverá al blog, pasado a más tardar.

También me ha dicho que no hace falta que escriba sobre la paella de Amelia en sí, dice que ya estaréis hartos de tantas alabanzas y que, al fin y al cabo, no estamos aquí para comentar las delicias de esa santa mujer sino para caracolear. Un comentario general, Saudade, para transmitir lo más relevante, me dijo Nata. Pues ahí va:

Llegamos a la plaza Mayor de Johannesburgo y mientras ellas se ponían manos a la obra con la paella yo me puse a tocar la guitarra para que el personal se fuese acercando. Amelia comentaba felizmente que en el corrillo había mozambiqueños, zimbaues, surafricanos negros y surafricanos de primera y yo le respondía con una sonrisilla nerviosa sin entender muy bien a qué se refería. Según pasaban las horas, y los acontecimientos, fui conociendo el conflicto:

La ola xenófoba que arrasa Suráfrica a base de ataques más que violentos ha provocado una tensión insostenible entre los ciudadanos. Como dijo Amelia, allí convive (bueno, allí habita) gente de Suráfrica, Mozambique y Zimbaue y los primeros quieren que los otros dos salgan inmediatamente del que consideran su territorio supongo que por motivos económicos o historias de ésas. El caso es que, mientras andábamos en esta guisa, la de la paella, allí todo el mundo bailaba y comía como si nada hubiese pasado. (¿De verdad no puedo hablar de las bondades de esa paella?).

Todo iba bien de maravilla hasta que Nata se alejó de la plaza Mayor para hacer sus necesidades. Nosotros pensábamos que todo Johannesburgo estaba allí congregado pero parece ser que hubo gente que no oyó el sonido de mi guitarra ni olió el arroz. Parece ser, no, fue que un grupo de personas seguía en sus roles mientras nosotros estábamos de parranda. Según me contó Nata, llegó a una calle aparentemente tranquila y solitaria y, cuando se dispuso a bajarse los pantalones para acabar con el proceso de digestión de la paella, vio cómo unos huían o se escondían y otros disparaban, pegaban o, simple y llanamente, aterrorizaban con su sola presencia.

Sobre lo acontecido después, hemos llegado a la conclusión de que tanto unos como otros pensaron que Nata era del bando contrario; por eso, cuando salió de detrás del contenedor que ocultaba sus excrementos, unos zimbaues empezaron a correr mientras un mozambiqueño, solidarizado con el otro pueblo atacado, le tiró una piedra en la espalda sin que ella pudiese verlo hasta que cayó al suelo.

Al cabo de unos segundos, Nata se levantó, no sin antes escurrirse un par de veces en el charco de barro en el que había caído. Acelerada y desconcertadamente se dirigió a la plaza Mayor con tal mala suerte que se topó con dos policías que tampoco se habían enterado de lo de la paella y le propinaron una brutal paliza de la que, como digo, se recupera favorablemente.

Nunca olvidaré la imagen de una Nata sangrando mientras yo ensayaba la versión flamenca de “Imagine” para tocársela a su regreso y Amelia repartía la segunda ronda de arroz.

Y poco más, amigos. Como les digo, lo más probable es que esta misma noche Nata vea Aída en casa.

Un saludo, Saudade.

sábado, 24 de mayo de 2008

De huegla, ¿por qué no?



Coleguis, nos vamos de huelga otra vez.


Eso sí, antes de que nos adentremos en el parón del silencio, les animo a que lean esta delicia narrativa:


“Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentra con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. El se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo”. Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?

[…] Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafda se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Tres semanas. […] A lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegia, conoce otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa.
Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir."


Brooklin Follies, Paul Auster

jueves, 22 de mayo de 2008

Cortado y vaso de agua, por favor

Ya tengo un bar en Albacete, caracoles. Zodiaco se llama: cafés a un euro, zumos de piña a euro y medio y montados a dos euros. Vaya, un bar con precios y ambiente de bar y una mesa al fondo que dice “aquí, Nata, te estábamos esperando”. Parece ser que las cuatro consumiciones consumidas no han sido suficientes para recibir el trato agradable del que será mi camarero en repetidas ocasiones. Con Antonio, el camarero de “Rincón de luna”, mi bar de Ciudad Real, también atravesé la fase iniciática de amabilidad y corrección al principio para después adentrarnos en un trato amigable a base de las conversaciones triviales y típicas que podrían tener dos conocidos cualquiera. Lo mismo con Roberto, el camarero del “Cine Morelos” y, bueno, lo mismo que ocurre en este tipo de situaciones, ya saben.

La persona responsable de ponerme el café solitario de las mañanas y alguno que otro en compañía por las noches aún no sabe que se ha convertido en tal cosa. Seguramente para él este hecho no tiene la más mínima trascendencia, ni para él ni para la parroquia que allí se junta, pero para mí sí la tiene.

No hay mejor radiografía o, al menos, no hay radiografía que más me interese a mí, que la que se puede hacer desde un bar. Eso sí, no oirán de mi boca sentencias tan ridículas y estúpidas como “todo lo que sé lo aprendí en un bar” (o en la calle, tanto me da); no obstante, creo firmemente que de la observación emitida en un café cualquiera puede extraerse una suculenta información del lugar, de la población y de los individuos. Y en ésas estamos; de momento, sólo puedo decir que Albacete me parece una ciudad amable. Seguiremos informando.

Además, si tengo “mi bar” ya me siento instalada en el destino en cuestión y, cuando lo que una necesita es sentirse integrada en lo que sea, instalarse de todas todas en un sitio es casi vital. Vivir entre tiene su encanto, como también lo tiene vivir en y sucede que a mí ya me iba apeteciendo esto último. Y no se trata de que estuviese mal en Socuéllamos, porque no lo estaba; pero, claro, no es mi sitio. Socuéllamos es mis raíces. Eso es lo que es, ni mucho ni poco, ni mal ni bien.

Al mismo tiempo, me resulta inevitable echar una miradita a estos últimos meses y añorar los cafés con mi madre, las compras con Ana, mi hermana, las risas con mi hermano Raúl y las charlas con Nerea. En estos momentos estaría bailando alguna canción de Black & Peas con otra de mis sobrinas, Marta, o riéndome de la vida y de la muerte con mi padre mientras los dos disimulamos malamente las ganas de llorar y el miedo.

Y Ciudad Real, claro.

Para no hacer ningún drama de mi traslado, mantengo la comunicación extrasensorial con Amelia (y, por supuesto, las paellas de fin de semana) y hago lo propio en Albacete: estudio alemán, le doy al teclado, salgo con mis compañeras de “Teléfono de la Esperanza-Digitex”, veo Muchachada Nui con mis compañeros de piso y supero uno de mis tres grandes miedos irracionales con Quita, la perra de la casa.

Peter dice que le pusieron ese nombre porque sus ladridos quitan el sueño y Elisa, porque su presencia quita las penas. Yo todavía no me decanto por ninguna de las dos etimologías; a lo sumo digo que Quita quita el miedo. Le acaricio la panza y dejo que juegue con los cordones de mis zapatillas pero sólo le hablo cuando no hay nadie más que ella y yo en casa.

Y Ciudad Real, claro.

lunes, 19 de mayo de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



Tengo una madre que no me la merezco, caracoles. ¿Saben cuál era la sorpresa que e había preparado para este fin de semana esa santa mujer? System Ali. Además de elegir el destino, mi madre se puso en contacto con el grupo de música formado por palestinos e israelíes que conoció en las puertas del Viña aviv rock en nuestro viaje a Palestina.

El destino fue Nápoles. Los miembros de System Ali fueron hasta el aeropuerto de Socuéllamos y desde allí todos nos montamos en “El caparazón del caracol” (nombre con el que recientemente hemos bautizado al avión que compré gracias al dinero que me cedió la UCLM y que tan bien estoy administrando) rumbo a Italia.

Como viene siendo habitual, preparamos la tradicional paella para degustarla con todos aquellos que por inercia, destino, necesidad o mala suerte se encontrasen en suelo napolitano; eso sí, esta vez contábamos con ese pedazo de banda que es System Ali y con ese pedazo de mensaje que transmite System Ali y, claro, el arroz nos supo mucho mejor. ¡No vean qué jolgorio! Desconocía la faceta rapera de madre y he de reconocer que me ha sorprendido gratamente.

En cuanto a Nápoles, qué les puedo decir, caracoles. Siempre me cautivó la magia italiana con sus pizzas y su verborrea y, sin embargo, en ningún momento pude olvidar que si estaba comiendo paella en vez de raviolis con queso parmesano es porque esa Italia que se vende también adolece de una enorme falta de humanidad. En todas partes cuecen habas, dicen.

Poco pudimos hacer para evitar el abuso del tres veces elegido Fascista Berlusconi que ahora ha tenido la genial idea de deportar a todo aquel que no tenga los papeles en regla y no reporte beneficios a la nación italiana; nosotros animamos al personal a no rendirse y también nos prestamos para sacar de allí a todo el que quisiese. La cosa se pone fea y nadie se atreve a pensar cómo ni adónde será esa deportación. Una cosa es volver y otra muy distinta es que te echen. Una cosa es ganar poco dinero y otra muy distinta es no tener ni un mínimo de calidad de vida.

La guinda del evento la puso Saudade. Incluso los chavales de System Ali se quitaron el sombrero una y mil veces ante los sonidos de la guitarra de este gitano de pura cepa. Mi madre y yo, deseosas de aplicar lo aprendido en el curso de danza del vientre al que asistimos en la Escuela de Danza de Socuéllamos, no dudamos a la hora de lanzamos al centro del corrillo para bailar las alegres burlerías por las que se arrancó este buen hombre y no pudimos por menos que retirarnos del meollo cuando empezó con los tristes fandangos.

A las letras de desamor siguieron las de dolor, a secas. El dolor de no sentirse o de sentirse nada. El dolor de la patria y la ciudadanía, sea lo que quiera dios que sea eso. Y el dolor de la necesidad y el rechazo, claro. Mi madre y yo tuvimos a bien retirarnos del corro educadamente pues, por mucho que nos esforzásemos, nunca nos identificaríamos del todo con el sentimiento de despojo que allí se respiraba. Era el triste fandango del emigrante, con todo lo que ello supone. Un abrazo enorme, Saudade.

viernes, 16 de mayo de 2008

Uf, no se me ocurre ningún título medianamente ingenioso...

Quien me conoce sabe que no soy muy amiga de la informática (bueno, habría que decir que es ella quien no quiere buenas cuentas conmigo, ¡con la de horas que invierto yo en nuestra relación!), por eso no quiero pensar cómo se le va a poner el cuerpo a alguno cuando le diga que si alguna vez tiene problemas con el adsl de telefónica puede que tenga que lidiárselas conmigo al otro lado de la atención al cliente.
Dicho esto sólo puedo recomendar el que fue mi vade mecum cuando, hace años, intenté poner fin a mis limitaciones para vivir en sociedad: Manual para no perder los nervios cuando topas con un incompetente y pedir disculpas por anticipado con una estúpida excusa: no se enfaden conmigo, sólo soy una más.

Incompetencias aparte, aprovecho el filón para contarles que, si bien las llamadas de Telefónica no me laten demasiado, la recepción del Teléfono de la Esperanza de la reina Sofía está siendo mucho más que grata. No crean que me he dejado la humildad en Socuéllamos y vengo a venderles la moto de que le estoy arreglando la vida a todo aquel que llama, nada más lejos de mi intención colgarme esos galones. Lo que me agrada es confirmar que, en según qué casos, es suficiente tener y prestar dos orejas para sentir que este absurdo que a veces llega a ser la existencia merece la pena.

Es increíble cómo la gente se enreda y se desenreda sus problemas, vomita o saca fuerzas de donde parecía no haberlas a la voz de “tranquilo, cuéntame”. Después, apenas hay que decir un par de veces “muy bien” o “le puede pasar a cualquiera, somos humanos” y seguir escuchando atentamente. Seguir escuchando hasta ponerse en el pellejo de la otra persona con el fin de transmitirle a esa otra persona que este absurdo que a veces llega a ser la existencia merece la pena aunque, por supuesto, hay que echarle huevos al asunto. Todavía no he conocido personalmente a la reina Sofía pero, cuando lo haga, no dudaré en comunicarle que crear el Teléfono de la Esperanza ha sido una gran idea.

No obstante, no crean que todo el monte es orégano pues es inevitable que los dos sujetos que se encuentran a sendos lados del teléfono se planteen en algún momento de la conversación o, peor, al finalizar ésta, que ha habido dinero de por medio. Uno paga por hablar y otro cobra por escuchar, qué feo está esto, ¿cierto?

A las operadoras que doblamos la voz de la reina Sofía en el Teléfono de la Esperanza de la reina Sofía nos está terminantemente prohibido estrechar lazos con el cliente pero mis compañeras me han explicado el mecanismo para borrar partes de la llamada antes de que sea enviada a los superiores que supervisan nuestro trabajo. Yo tomé nota de ello por tomarla en tanto que no pensé que fuese a utilizar esta estrategia demasiado ya que podría perjudicar mi recientemente equilibrada salud mental pero, ¡ingenua de mí!, en la tercera llamada ya estaba comentando el Celebreties de Manu Chao en Muchachada nui con una de los clientes.

No es que no quiera contarles el problema de mi tercer cliente, es que ni me acuerdo (espero que ella tampoco) porque acabamos hablando de tantas cosas que soy incapaz de recordar por dónde empezaron los tiros. La gente acaba dándose cuenta de que no somos la reina Sofía y, de esta manera, en la sexta llamada o así, quien les escribe ya estaba hablando de caracoles.

Eso sí, lo que jamás hubiese esperado era abrir mi cuenta de gmail y encontrarme con unos cuantos mensajes de clientes que no han leído ni una sola línea de este blog pero han accedido a mi dirección de correo pensando que se trataba del E-mail de la Esperanza o algo así.

Estoy tan desconcertada, caracoles. No sé qué hacer con estos e-mails, ¿ustedes qué dicen? Bueno, lo decidiré después de comer un buen plato de paella de mi madre este fin de semana que, como ya dije, es más que recomendable a la hora de tomar decisiones.

lunes, 12 de mayo de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




Este fin de semana no ha habido paella para nadie. Nos pudo la crisis, caracoles.

Barajamos varias opciones: paella para despistar al ejército que domina Birmania mientras los cargamentos de ayuda humanitaria pasan a hurtadillas; paella para apagar la llama olímpica a base de lanza-granos de arroz; paella para Ibarretxe, Zapatero, mi madre y yo con entrantes de constitución española aderezados con planes de pacificación y, de postre, documento de word en blanco y un secretario escribiendo una nueva propuesta. Después de un plato de paella de mi madre, sólo se pueden tomar buenas decisiones, doy fe de ello…. Pues eso, muchas opciones que acabaron en nada cuando caímos en la cuenta de que “oh my God, estamos en plena crisis”.

Hago un breve ex curso para poner en situación a todo aquél que aún no se haya enterado de que la economía mundial atraviesa una galopante crisis económica que sólo dios sabe cómo acabará (hacer uso del lenguaje apropiadamente me incita a escribir “dios” con mayúscula pero, por suerte, estoy aprendiendo a escapar de determinadas tentaciones). Principalmente, esta crisis tuvo su origen en la especulación del terreno y en las astronómicas hipotecas a las que el personal decidió apuntarse dejando a un lado cualquier atisbo de sensatez. Se prevé poco menos que estado de indigencia para peces gordos, constructores y promotores inmobiliarios (sí, sí, eso dicen), jardineros, dependientes, repartidores de publicidad y un sinfín de trabajadores, caracoles incluidos, por supuesto.

Cuando la UCLM decidió regalarme la friolera de 1250 euros, convine destinar ese dinero única y exclusivamente a hacer paellas por el mundo en compañía de mi madre y vivir el día a día como si ese ingreso nunca hubiese existido, así que estoy como ustedes: en plena crisis. ¿A esto se referían los primeros cuentistas que hablaron del Apocalipsis?

El caso es que la gente cambia fines de semana en casas rurales por comiditas en casa de los suegros, las pipas en el parque sustituyen las cervezas de después del trabajo y la ropa se vuelve reversible para ahorrar en lavadoras y Pull &Bear. Ay, la calidad de vida mundial ha disminuido vertiginosamente de un tiempo a esa parte, sin excepción alguna que valga. Eso me decía Batula el otro día por teléfono. La directora de una de las escuelas que se encuentran en el campamento de refugiados saharauis se pregunta con miedo qué será ahora de ellos con tanta crisis.

¿No creen que bastante tenemos con el miedo que da miedo del miedo que da que nosotros mismos nos metemos en el cuerpo como para que, encima, vengan cuatro malnacidos con los bolsillos llenos a decirnos que la economía mundial está malita?

Mi madre y yo hemos reflexionado sobre la no paella de este fin de semana y ambas coincidimos en que es la última vez que nos achicamos porque los de ahí arriba nos digan que hay que apretarse el cinturón, ¡serán cínicos! Señores, aquí abajo no hemos hecho otra cosa desde que llegamos a este mundo.

viernes, 9 de mayo de 2008

De huelga, ¿por qué no?



Ea, caracoles, de huelga otra vez más... No desesperen, estoy segura de que nuestro silencio cibernético no está cayendo en saco roto

Ay, miren qué hora es y mi madre y yo aún no hemos decidido dónde hacer la paella este fin de semana. Es una verdadera lástima que haya tantas opciones.

Disfruten del fin de semana, caracoles

jueves, 8 de mayo de 2008

¡A teletransportarse!

Viajo a Berlín tres días a la semana para aprender alemán en "Gut Deutschland Akademic"; no se trata ningún capricho, caracoles, simplemente creo que yendo a Alemania aprenderé más y mejor que yendo a "Central de Idiomas" de Albacete, por ejemplo.

El caso es que, como les digo, viajo en tren con cierta frecuencia y hasta esta mañana no me había percatado de los carteles que pueblan los vagones del regional que une Socuéllamos con Berlín. Más o menos, rezan lo siguiente:

"Los novelistas recomiendan QUE COMPRES EL BILLETE y dejes
de contarle historias al revisor"

Ante estos chispeantes avisos es inevitable, si no ir a comprar el billete que, con esto de la cirsis, cada vez está más caro, al menos esbozar una sonrisita. Les cuento que, para llegar a tiempo a mis clases con Josema debo coger un tren V.I.P. y, por ende, tengo que pagar más del doble de lo que el kilometraje y el sentido común exigen. Cada vez que el revisor me da las gracias tras comprobar que mi billete está en regla no puedo evitar decirle:

-El gesto te honra. No espara menos que agradecerme pagar este dineral por un trayecto tan breve.

De niña, cuando me preguntaban qué invento inventaría si pudiese inventar algo, siempre contestaba lo mismo: una máquina pequeña y manejable que permitiese al ser humano desplazarse a cualquier punto del mundo en cuestión de segundos.

Ahora, cuando se habla de avances científicos en medicina, defensa (¡defensa, dicen! Qué desfachatez) o comunicación vuelvo a preguntarme qué inventaría yo para mejorar la calidad de vida de todo individuo. Sin duda alguna, la teletransportación.

Con esta cosa, los que somos puntuales, por ejemplo, dejaríamos de sufrir las desconsideración es de los que no lo son:

-Maquinita, llévame a casa de Fulanito, que se va a enterar. Verás como, después del susto que le voy a dar, la próxima vez se pone la gomina con más brío.

Darían igual fronteras, muros, océanos, costosos billetes...

Yo lo tengo claro, ¡Teletransportación por Tomelloso ya!

miércoles, 7 de mayo de 2008

El barón rampante

Caracoles, hoy he tenido un día tan insípido que ni con inyecciones de imaginación podría caracolear. Les copio un fragmento de El barón rampante de un tal Italo Calvino que, si sigue escribiendo así, no tardará en convertirse en uno de los grandes:

Habíamos urdido un plan. Cuando el caballero abogado traía a casa un cesto lleno de caracoles comestibles, los metían en un tonel de la bodega para que ayunaran y, comiendo sólo salvado, se purgasen. Al desplazar la tapa de tablas de ese tonel aparecía una especie de infierno en el que los caracoles subían por las cuelas con una lentitud que ya era un presagio de agonía entre restos de salvado, estrías de opaca baba agrumada y coloreados excrementos, recuerdo de los buenos tiempos de las hierbas al aire libre.

Algunos estaban fuera del caparazón con la cabeza extendida y los cuerpos separados, otros encogidos, dejando asomar solamente desconfiadas antenas, otros de tertulia como comadres, otros adormecidos y encerrados, otros muertos, vueltos al revés.

Para salvarlos del encuentro con aquella siniestra cocinera, practicamos un agujero en el fondo del tonel y desde allí trazamos con briznas de hierba picada y miel un camino lo más escondido posible, detrás de barriles y aparejos de la bodega, para incitar a los caracoles a la fuga hasta un ventanuco que daba a un bancal inculto y lleno de maleda.

Al día siguiente, cuando bajamos a la bodega a examinar los efectos de nuestro plan, a la luz de una vela inspeccionamos las paredes y los corredores. "¡Aquí hay uno! ¡Aquí otro! ¡Mira éste hasta dónde ha llegado!" Ya una hilera de caracoles sin grandes claros recorría el suelo y las paredes del tonel al ventanuco. "¡Rápido, caracoles! ¡Deprisa, escapad!", no pudimos contenernos de decirles, viendo los animalillos andar lentamente, no sin desviarse en inútiles rodeos por las desconchadas paredes de la bodega atraídos por ocasionales depósitos y mohos.

[...]Battista comenzó a gritar con su vocecilla estridente: "¡Socorro! ¡Se escapan todos! ¡Socorro!

martes, 6 de mayo de 2008

Viña avic rock

Superado ya el estado de shock producido por el viaje a Palestina, mi cerebro (poco a poco) empieza a asimilar todo lo que vieron mis ojos. A pesar de que sigo teniendo la impresión de que durante tres días no vi más que el trozo de piedra que tenía enfrente, no sé cómo, cuándo o con quién recorrí las calles de Cisjordania e incluso me topé con un festival llamado Viña aviv rock.

El cartel parecía variado: un escenario de música de mestizaje, otro de rock, hip hop, metal... y, según la población autóctona, allí tocaría lo mejorcito de cada estilo. Recuerdo con cariño a la alegre Amparaní y al viejo rockero Rosendehem ya que se me hizo inevitable compararlos con los españoles Amparanoia y Rosendo.

Una vez dentro del festival caí en que de nada servían mis estudios de antropología cultural universal, el máster en judaísmo y los seis cursos de postgrado recogidos bajo el siguiente título: La realidad árabe-israelí. Y es que ni por asomo pude aplicar uno solo de mis conocimientos, como tampoco identifiqué a personas de un bando u otro. Aquello parecía una oleada de gente disfrutando de buena música en directo, sin más. Era casi como estar en el Viñarock que, coincidencias de la vida, se celebró este fin de semana en Villarrobledo.

Como la velocidad y los caminos de la mente son inextricables, sin saber muy bien a cuento de qué, me vi recordando un capítulo de los Simpsons en que la ciudad de Springfield está dividida por una montaña enorme de basura que se derrumba durante un concierto de Guns N' Roses. También recuerdé el macroconcierto organizado por Juanes por la paz entre Colombia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua y me planteo seriamente destinar una parte del dinero cedido por la UCLM para derribar cuantas barreras antinaturales deformen la geografía universal. Seguro que Amparaní, Rosendehem, Amparanoia y Rosendo se apuntan a la causa, ¿gustan ustedes?

Como Silvio Rodríguez, daremos una canción; a ritmo de Los Suaves nuestra casa será el rock'n roll y subiremos las escaleras que van al cielo para decirle a John Lennon que ya no hace falta imaginar.

Que tengan un buen día, caracoles

lunes, 5 de mayo de 2008

De huelga, ¿por qué no?



Como les adelantaba la semana pasada, mi madre y yo hemos aprovechado el puente de mayo para ir a Palestina. No pude preparar la huelga de silencio porque el piloto tenía que volver a casa a la hora de la cena y salimos mucho antes de lo previsto. En cualquier caso, ya todos sabemos que este fin de semana lamentablemente hemos tenido que manifestarnos de nuevo.

En principio sólo íbamos ir Amelia y yo, como viene siendo habitual, pero decidimos aprovechar el feriado para hacer un viaje familiar y, además de los ingredientes para la paella, llenamos el avión de Alarcones y Mosqueras. Y es que mi madre y yo tuvimos una iluminación mientras comentábamos lo maravilloso de que cada miembro de mi familia tenga un oficio distinto.

Desde la primera boda de mi hermano Raúl, siempre que se ha acercado la independencia de alguno de mis consanguíneos todos hemos arrimado el hombro: Alberto pone la escayola, Fernando alicata las baldosas, Álex pinta y, bueno, los que no tenemos una profesión definida nos dedicamos a traer, llevar o limpiar. ¡Nadie compra las cervezas tan frías como yo!

Ahora todos tenemos los ojos puestos en el nidito de amor de mi hermana, que se casa el 2 de agosto: empieza la cuenta atrás. No obstante, ella misma reconoció que nos merecíamos un descanso y no tuvo ningún problema en aplazar el blanco del techo del salón para el próximo fin de semana. Yo también quiero probar esa paella, dijo Ana.

Como podrán deducir, la feliz idea que tuvimos Amelia y yo fue reunir al clan de los Alarcón Mosquera para derribar el muro que divide aquel territorio maldito. Amén de degustar la deliciosa paella de mi madre, claro.

Lo teníamos todo preparado, comenzaríamos en Cisjordania, después en Kalkilia, Tulkarem… y así hasta acabar con esos 8 metros de altura, horror y vergüenza.
Pero no fuimos capaces de hacerlo. Tanto en Irak como en Sáhara la situación es bien jodida igualmente pero algo que no puedo explicar sucede cuando ves un muro a tan sólo unos pasos de ti.

Mis sobrinas no sintieron nada, afortunadamente (bueno, quizá Nerea); sin embargo, mis padres, hermanos, cuñadas, cuñado y yo nos quedamos sin respiración durante unos segundos. Todos teníamos la misma sensación de asfixia y parálisis, lo vi en sus rostros. Mi madre quiso romper el hielo diciendo que “al menos la paella tenemos que hacerla” pero el nudo en el estómago no consistió que ni un Alarcón Mosquera digiriese un solo alimento. Además, desde que soy hija de Amelia, ésta ha sido la primera vez que he visto el arroz pegado en nuestra paellera.

Nadie se acercó a nosotros, muchos ni se percataron de nuestra presencia y otros tantos nos miraban de reojo mientras volvían a sus menesteres. Ninguno de los allí presentes acabó de etiquetar a esos 16 seres extraños que estaban sentados en el suelo con la mirada perdida en el muro que tenían enfrente y nada podía indicarles que habíamos conseguido entrar en el territorio gracias a una banderita de ayuda humanitaria o algo por el estilo.

Regresamos ayer por la mañana, tal y como habíamos acordado con el piloto que pasaría a recogernos y durante esos tres días no hicimos otra cosa que estar sentados en el suelo con la mirada perdida en el muro que teníamos enfrente. Mis sobrinas, por aburrimiento (excepto, quizá, Nerea) y el resto, por el intenso temblor que recorrió incesante y constantemente nuestro cuerpo hasta el domingo por la mañana.

Nadie cruzó una sola palabra durante el viaje y, cuando aterrizamos, nos hicimos los despistados y dejamos olvidadas en el avión las herramientas que debían haber acabado con ese trozo de hormigón símbolo de la ausencia total de humanidad y sentido común. Un muro, ¿en qué sana cabeza cabe eso?

Desde el jueves, mi madre y yo sólo hemos hablado una vez. Hasta anoche, cuando, nerviosas, nos deseamos las buenas noches antes de irnos a la cama sin ver Aída:

- Buenas noches. Me voy a dormir, estoy cansada y tengo dolor de…
- Sí, sí…buenas noches. Yo también estoy cansada. Y duele, vaya si duele…