lunes, 27 de julio de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

Lo dijo Rita Barberá clamando al cielo y al sentido común: “todos los políticos reciben regalos” y, pese a ello, hay quien sigue empeñado en concebir este hecho tan cotidiano como algo anómalo y perjudicial. No quiero pensar de qué se compone el alma de todo aquel que piensa que la finalidad de esos detallitos es otra que arrancar una sonrisa de oreja a oreja a nuestros esforzados gobernantes. Malpensados, que sois todos unos malpensados.

Trajes a medida, bolsos, latas de conservas, yates… ¿acaso los periodistas están canalizando el varapalo que actualmente sufre su oficio sacando a la luz semejante información a todas luces irrelevante y acabando, además, con el halo de intimidad que envuelve a todo buen regalo? Yo no lo descartaría, caracoles.

¿Saben cuál ha sido una de las consecuencias de tanta desconfianza? Agárrense a sus asientos: Zapatero no ha aceptado nuestra paella por miedo al qué dirán.

Miren que a Amelia y a mí no nos gusta mezclar nuestros arroces con Meninas, no obstante, esta vez quisimos hacer una excepción porque creímos que el diálogo social de marras así lo merecía; así que, a eso de las once la mañaña del sábado, llamamos a Zapatero para concretar hora y lugar y ahí fue cuando nos dijo que lo había pensado mejor. Confesó que llegaría a concederle la independencia al País Vasco a cambio de un plato de paella de mi madre, sin embargo, no podía arriesgarse a que algún malintencionado periodista y/o pepero otorgase a nuestra comilona alguna turbulenta intención más allá del deseo de pasar un buen rato y liberar tensiones.

Amelia y yo estamos consternadas y no queremos hacer más declaraciones al respecto. Es la primera vez que se ponen en duda nuestras nobles intenciones y eso, como comprenderán ustedes, pica y escuece al mismo tiempo.

Así que no, caracoles, no comimos paella este fin de semana. Una verdadera lástima.

jueves, 23 de julio de 2009

Lloriqueando ando

Sucede que a veces menear una noticia no es suficiente para canalizar la conformidad, disconformidad, asombro o rabia del meneador para con lo meneado. Ante semejante conflicto, el sujeto en cuestión puede hacer dos cosas: comentar la noticia in situ (arremetiendo contra cualquier cosa para no ser el bicho raro del lugar, si se prefiere) o elevar a la enésima potencia el valor de su opinión escribiendo un post al respecto en su página personal.

Yo suelo optar por lo segundo, caracoles, y es por eso que hoy les vengo a hablar sobre la guerra “turno partido versus jornada intensiva”, ¿qué me dicen ustedes? ¿Jornada intensiva, ande o no ande? A mí nada me haría más feliz, francamente.

Desde el punto de vista empresarial, los entendidos en la materia dicen que los empleados son mucho más productivos trabajando “de seguido” sencillamente porque así aumenta la falsa ilusión de libertad y, por lo tanto, la felicidad del empleado (el silogismo es cosecha propia, hoy me levanté dadivosa).

Los responsables de ese estudio dan otras diez razones más específicas a favor de lo intensivo pero, a mi juicio, todas ellas confluyen en eso, en el incremento de la felicidad del trabajador.

-¿De qué vas, Nata? ¿A santo de qué viene esta entrada?

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me dices eso?

-Para empezar, te lo digo porque tú no tienes ni jornada partida, ni intensiva: tú tienes turno “matador”, recuerda. Y no me hagas hablar del tonito fresco y natural, ¡como si no pasase nada! Como si caracoleases a diario, ¿no te da vergüenza?

-Estoy hablando en términos generales, mujer. Además, no voy a tener “matador” eternamente, listilla. En cuanto al "tonito", ea...

-Sí, sí, lo que tú digas… y qué me dices de lo de postear a partir de una noticia de menéame.

-Pues eso, que muchas veces lo hago. No estoy orgullosa de ello pero, vaya, tampoco es para crucificarme.

-No, si no lo digo por eso. Chica, hace meses que tus caracoleos de actualidad brillan por su ausencia. Bueno, tus caracoleos en general brillan por su ausencia, ¿es que no te has dado cuenta?

-¡Arrea! ¿Por qué me vienes con esas ahora?

-Espabila, nena, espabila. Suelo ser bastante indulgente contigo cuando flaqueas en la escritura por eso que tú llamas “crisis personal”. Nunca te digo nada porque me consta que a veces hay que caer un poquito para volver a echarse al mundo en general y al teclado en particular con más ganas, pero esta vez es diferente. No puedo creer que no te hayas percatado aún.

-Es que no tengo tiempo.

-Pues eso, tú misma lo has dicho. Que sigas consintiendo que el por qué y para qué de este blog y de la carpeta “Oh my God!” te impidan escribir alguna que otra vez, es comprensible, venía con el lote de las aficiones; pero que no hagas eso que, según tú, te da la vida porque andas en otros menesteres, es un atentado en contra de tu felicidad.

-Me hace falta el dinero.

-“¿Me hace falta el dinero?”. ¿En qué clase de persona te estás convirtiendo, Nata? No puedes ser hormiga y caracol al mismo tiempo, olvídalo. Cada vez se te rompen más jarras en el bar y antes escribías del tirón, “guardabas como” o “publicabas entrada”, ahora se te acumulan los borradores en el escritorio y no haces nada por evitarlo. Una lástima, Nata, una lástima.

- Bueno, déjame en paz. Ahora estoy escribiendo, ¿no? ¿Me dejas seguir con el post, por favor?

- Tú misma.

Y poco más, caracoles, sólo quería expresar mi conformidad para con lo publicado por la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (AROHE):

Si quieres un empleado productivo,
¡dale un turno intensivo!

domingo, 19 de julio de 2009

Dicen que las mujeres prefieren el bingo

Cuando la parroquia de un bar ve entrar a alguno de ellos, se echa las manos a la cabeza consciente de que el chino en cuestión va a llevarse consigo todas las monedas de la tragaperras.

Su atributo más significativo –el del chino, se entiende- es un zurrón al hombro que puede contener el fondo de inversión o la recaudación del día. También se le reconoce porque apenas se acerca a la barra, ni tan siquiera saluda; pide una coca cola o una fanta naranja en la distancia, paga en el acto y se dirige a la máquina sin más dilación.

Por lo general, el chino recurre al comodín de la llamada telefónica después de las dos o tres partidas iniciales. No sabría decirles qué tipo de ayuda solicita ya que, por culpa de la crisis, he olvidado todo el chino que aprendí en la escuela; lo que está claro es que el jugador comenta con su interlocutor el estado de la tragaperras. El jugador no manifiesta síntomas de adicción al juego. Está tranquilo porque, supongo, se sabe ganador desde el principio, porque para él esa máquina no es ningún juego, ninguna apuesta. El hombre controla la máquina y no al revés.

Y en cosa de una hora o menos: ¡voilá! Las monedas empezarán a caer a borbotones por la boca de ese cacharro con lucecitas. El ruido de tanto metal no deja indiferente a nadie y desdibuja los rostros de clientes y camareros que, dicho sea de paso, no han quitado ojo de encima a la tragaperras desde que el sujeto entró en el bar. Como si de un mago se tratase, la gente observa el truco intentando vanamente descubrir en qué momento el jugador saca el as de la manga. Pero nunca hay manera de saberlo, caracoles.

El tío se acaba de llevar la especial y su zurrón parece tan liviano como lo parecía cuando se acercó a pedir la coca cola o la fanta naranja de turno. Como Marie Poppins o los Teletubbies, sus bolsos parecen no tener fondo… Todo un misterio lo de los chinos, ¿no les parece? El individuo se va sin despedirse y sin esbozar siquiera una sonrisa de satisfacción. Más bien se marcha con cierto miedo, consciente de que, cualquier día de estos, los parroquianos del bar le atracarán a la salida.


El jugador español también es fácilmente identificable. Suele empezar con su tarea a media mañana o por la tarde, cuando los clientes escasean en los bares. Generalmente, espera su turno en la barra y, aunque no mira a los ojos del camarero, le dedica una sonrisa. El ludópata español suele ser educado; incluso a veces intenta ser gracioso, aunque rara vez lo consigue porque, supongo, está nervios. Saluda, pide una coca cola, una caña, o un combinado nacional. Como el chino, también paga en el acto, por si las moscas.

-“Dame la vuelta en monedas, por favor”, dice al camarero mientras éste se dirige a la caja.
Recién salido de la obra o en pleno almuerzo, con pantalones de pinzas y corbata o con piercings y tatuajes. Transportistas que detienen su ruta para tomar un inocente refrigerio y no resisten la tentación de tanta lucecita. Abuelos, padres, casados o solteros; homosexuales, sobre todo homosexuales reprimidos. Todos piden cambio en monedas.

Las máquinas tragaperras de hoy en día no hacen ascos a los billetes de diez euros pero ellos siempre empiezan con unas cuantas moneditas; según avanza la sesión, van dejando a un lado los metales y desde la barra puede oírse el ruido de la máquina tragando ya papeles rojos.

De cincuenta o de veinte, siempre vuelven a pedir cambio. Extienden el billete medio avergonzados, medio ansiosos y se dirigen de nuevo a la maquinita antes de que alguien les robe el puesto. A veces van al cajero o al coche y vuelven rápidamente. La primera vez que un ludópata me pidió que desenchufase la máquina para que nadie se acercase a ella mientras él iba a sacar dinero, me asusté y no supe qué hacer. Por suerte, ante la desesperación del ludópata y mi repentina mudez, Raimundo, uno de los clientes habituales de la cervecería, hizo las veces de intermediario:
-“Tranquilo, yo te guardo la máquina”, le dijo Raimundo.

- “No hace falta desenchufarla, sólo tienes que estar pendiente de que nadie juegue. Es normal, ya lo irás viendo, Natalia”, me dijo Raimundo mientras el otro retiraba billetes de cincuenta en su banco más cercano.

A veces se llevan la especial o recuperan parte de lo perdido y entonces vuelven a la barra a descambiar lo cambiado. A diferencia de los chinos, los españoles sí dejan cambio en barra. Otras tantas, se van con los bolsillos vacíos y se despiden con un hasta luego tan sincero como amargo.

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Como suele pasar con las adicciones, también existe todo un negocio detrás de las máquinas tragaperras. Si no, no se explicaría la razón de su existencia, ¿verdad? Mis jefes dicen que quitarían las de la cervecería de no ser porque, hija, suponen un ingreso de dinero considerable (considerabilísimo) y, ya sabes, con esto de la crisis… Qué le vamos a hacer, hija.

miércoles, 15 de julio de 2009

Agua caliente y ríase la gente

Creo que nunca se me ha presentado la oportunidad de contarles que yo soy de esa clase de personas que se duchan con agua caliente (ardiendo) sea cual sea la temperatura ambiente. Mis hermanos siempre aguantaban un ratito antes de entrar al baño después de mi ritual de aseo matutino para no perderse en el vaho que siempre quedaba flotando en el mingitorio. No se lo van a creer pero hay quien no entiende que las duchas de agua caliente, en verano, refrescan.

Efectivamente, no es del todo agradable colocarse debajo de un alcachofa que dispara agua a punto de ebullición pero tampoco llega a ser doloroso del todo, créanme, y una vez que has terminado con tu aseo corporal, has cerrado el grifo y, toalla en cuerpo, abres la puerta del baño a fin de dirigirte a tu habitación, la sensación de frescura es mucho más intensa, larga y placentera que con la opción “agua fría” porque, cuando sales de esa ilusión de iceberg en la que te creías inmerso, una bofetada de calor te aguarda en el pasillo para golpearte irremediablemente y condenarte a sudar como un pollo.

He escrito una fórmula para reforzar mi teoría y todo:

789+ RTP-(pi+po) = serás mucho más feliz si te duchas con agua caliente

Seguro que entre ustedes se encuentra algún caracol que, cegado por la satisfacción que suelen conceder los placeres inmediatos, se ducha con agua fría para estar más fresco, ¿verdad? No se avergüence, hombre, no se avergüence; quizá yo también lo haría de no ser porque, al fin y al cabo, soy una friolera de mucho cuidado.

El caso es que yo quería hablar de que, a veces (sólo a veces), eso de sembrar para recoger tiene su encanto.

O, al menos, así me he propuesto pensarlo yo para llevar de la mejor manera posible mi doble condición actual: soy caracol y hormiga al mismo tiempo, ay.

Lo que peor llevo del hormigueo, del trabajar para luego descansar, es no poder caracolear a mis anchas. Disculpen las ausencias y la falta de esencia: trabajar cansa.

martes, 14 de julio de 2009

Y me fui a por el pan

A pesar de llevar sólo dos semanas en el cargo, mi hermana parece defenderse bastante bien en eso de ser madre, en gran parte, gracias a que Edurne es la tranquilidad personificada (ni de la irritación de su culito se queja y, créanme, lo tiene rojo, rojo) y también debido a que Ana siempre ha manifestado ciertas aptitudes innatas para el manejo de los bebés. Sólo quien ha visto a mi hermana bañar a su hija puede saber de lo que estoy hablando: la sujeta con una mano, lava hasta el último rincón de su diminuto cuerpo con la otra y ameniza la velada haciendo pedorretas y muecas varias con la boca. Ni el hombre orquesta, oigan.

Como he sido testigo de su trayectoria como hija, hermana y amiga, no me cabe la menor duda de que mi hermana es y será toda una madraza, a pesar de que, ni corta ni perezosa, acaba de pagar para que a su pequeña Edurne le perforen las orejas a fin de colocarle unos pendientes bastante feos, dicho sea de paso.

Supongo que la frontera entre el amor y la posesión debe ser muy delicada cuando de un bebé se trata (bueno, en los adultos la línea divisoria tampoco suele estar muy clara, ¿verdad?). Uno llega al mundo sin más herramienta que su llanto y, por lo general, son los padres los que se convierten en cerebro, pies y manos de uno mismo hasta que ese uno se arma de valor y empieza a sostener la cabeza sin perder el equilibrio, hasta que se le caen los dientes de leche o hasta que se independiza, según pinten los naipes.

- ¿por qué no esperas a que Edurne pueda pronunciarse y diga si quiere llevar pendientes o no?

- Qué cosas tienes, Nata. Siempre se hace así, mujer. Mama también nos hizo los agujeros cuando éramos bebés.

- Mama no nos dejaba ir al parque de las señales, ¿acaso crees que mama es la mujer perfecta? Ana, piénsalo, no puedes disponer de Edurne de esa manera. ¿No lo entiendes?

-Soy su madre, ¿recuerdas? Además, sólo son unos pendientes…Chica, ni que la fuese a bautizar o algo por el estilo.

-¡Sólo unos pendientes! Es un abuso de poder en toda regla, que lo sepas. Por favor, no seas tú la que limites la posibilidad de que tu hija llegue a ser un individuo libre. Ayúdala a levantarse cuando se haya caído (o un poquito antes, si lo prefieres), enséñale que en la vida siempre hay un camino que seguir y que no necesariamente tiene que ser siempre el mismo, pero no condiciones sus pasos, por los clavos de Cristo.

Un pendiente en una oreja es un paso y tú lo sabes. Que la vistas de rosita, tiene un pase porque ella no puede comprar o coser su propia ropa pero, chica, lo de los pendientes puede esperar, ¿no? Sí, ya sé que agujerar el lóbulo de la oreja no es mal de morir y mucho peor lo tienen las mujeres jirafa, sí… No sé, Ana, no sé hasta qué punto eres consciente de que, dentro de esos pañales, hay un individuo.

- Mama, dile que se calle.

- Nata, ve a por el pan.

martes, 7 de julio de 2009

Mi Ciudad Real: Más presión y menos tiritas

Caracoles, a fin de despertar su curiosidad e interés, les copio el comienzo de mi "articulillo" para Mi Ciudad Real:

Un despropósito mayúsculo, esdrújulo, hiperbólico. Una verdadera
provocación. Eso es lo que me parece la última ocurrencia de Florentino Pérez.
Sí, ya sé que llego un poco tarde pero si no lo digo, reviento. Entiéndame, por
favor.

Qué rápida pasa la actualidad, ¿no le parece? A ver quién es la guapa que,
a estas alturas, se pone a hacer inventario de todas las mejores opciones en que
podían haberse invertido los 96 millones del tal Ronaldo o los no sé
cuántos de Kaká. Perogrulladas y más perogrulladas, ya debe haberse dicho casi
todo desde casi todas las perspectivas e intereses. Una lástima que tanta tinta
no haya removido la conciencia del empresario, ay.


Si quieren, pueden seguir leyendo aquí

sábado, 4 de julio de 2009

De calcetines de colores

Qué cierto es eso de que en la vida uno nunca deja de aprender cosas nuevas, ¿verdad, caracoles? Durante este par de meses, mi cabeza ha trabajado a su antojo para insertar la estancia en Alemania dentro del continuum de mi biografía: las cosas buenas, las malas, las regulares, las bonitas, las sorprendentes, las feas, las finitas e infinitas. También he hecho lo propio con los recuerdos y los conocimientos adquiridos y en cuanto al día a día, me ha quedado el contacto con Aga, Funda y Manon y, bueno, sigo dándole vueltas a lo de Janet muy de vez en cuando.

Yo pensaba que, de mi paso por Alemania, había quedado eso, unas cuantas buenas amistades y un mar de recuerdos sobre los que trabajarme. Ahora resulta que la cosa no acaba ahí y es que Alemania, Barntrup y Deutsche Bank han aparecido de nuevo en mi vida para darme una gran lección: si no vas a utilizar una cuenta corriente nunca más, cancélala.

¿Qué opinión les merecen las casualidades, caracoles? ¿Creen en el destino o en la suerte, sea ésta mala o buena? ¿Alguna vez les ha pasado que han pensado en alguien a quien no ven desde hace tiempo y al rato se lo han encontrado por ahí? Estas cosas pasan, no solemos darles demasiada importancia (o sí), pero suceden con cierta frecuencia.

A juzgar por lo sucedido esta semana, todo parece indicar que Casualidad, Destino o Suerte han ido corriendo la voz y todo el mundo se ha enterado de que tengo un empleo que me compromete a prostituir mi esfuerzo a cambio de dinero y es por eso que esta semana me han aparecido deudas hasta debajo de la cama. Esta semana, la banca en general ha decidido darme una serie de clases magistrales que estoy segura no olvidaré en la vida y, como a mí me gusta aprender, intento encajar el golpe de la mejor manera posible.

El origen de mis números rojos ha sido la ignorancia, así que podría decirse que, de alguna manera, no me está mal empleado por listilla y confiada. Ahora sé cuál es la diferencia entre una entre una tarjeta de débito y una de crédito, ahora entiendo por qué es bueno hacer uso de la opción “consultar saldo” y cerciorarse del rumbo de tus números y, sobre todo, saber si esos fondos de los que vas tirando son reales o ficticios, con la aplicación de elevados intereses que ello supone. Sumo y sigo: nunca más volveré a dejar una cuenta corriente abierta si no entra en mis planes volver a utilizarla y me cercioraré del modo de pago cuando haga una compra por internet. Palabrita del niño Jesús.

Cuánto he aprendido esta semana, caracoles.

Hay situaciones en las que los tinos o desatinos de Casualidad, Destino o Suerte tienen mucho más jugo, para bien o para mal. Sin embargo, cuando de dinero se trata, el asunto tiene poca chicha que cortar, ¿no les parece? Un día te regalan mil euros por escribir más de cien palabras y otro, te comunican que has cometido el error de ponerte un calcetín de cada color y ello supone una sanción económica de entre 200 y 600 euros (a determinar en función del tamaño del pie). El efecto dominó sigue su curso y entonces se te hace saber que ese desajuste en tus pies (¡Un calcetín de cada color!) ha aumentado la actividad de tus glándulas sudoríparas y has superado el límite de transpiración permitido por la ley. Entonces blasfemas, pero ni tan siquiera consigues desahogarte del todo porque en ese preciso momento en el que recorres los árboles genealógicos de dios y de todos las personas con corbata (incluyendo a sus mascotas), un policía pasa por ahí y te multa por contaminación acústica y lingüística.

Y tú que te tenías por una persona cultivada, con ciertas dotes intelectuales y espirituales, por obra y gracia de Casualidad, Destino o Suerte te encuentras alienada por el síndrome de Peter Pan. Tú que tan poco estimas a los quedan anclados en los años del chupa chups y los dibujos animados, te descubres implorando volver a medir medio metro para refugiarte en las piernas de tu madre.

Entonces tu madre, por obra y gracia de Casualidad, Destino o Suerte, te llama para decirte que Edurne ha nacido: madre e hija se encuentran perfectamente y al abuelo se le saltan las lágrimas a cada rato porque está emocionado. Nos quiere a todos, pero su Ana es especial; es un secreto a voces por todos los Alarcón Mosquera sabido.

Y sin saber muy bien por qué, te pones tonta y la única conclusión a la que llegas es a prometerte que nunca más volverás a poner en peligro tu condición de caracol y mucho menos si el tino o desatino de Casualidad, Destino o Suerte en cuestión tiene nombre de moneda. Porque la pela es la pela y ahí caben muchas cosas.

Caracoleas y te quedas más ancha que larga. A falta de soluciones felices, decides tomártelo con humor y empiezas a relajarte. Entonces salta la alarma de todas aquellas cosas que has ido descuidando por tanto sumar y restar números de un tiempo a esta parte y también por poner en peligro tu condición de caracol. Sin dejar pasar otro segundo más, te pones manos a la obra para desfacer el entuerto y dices “soy un pecador y voy a hacer un desmadre y a quien no le guste que chingue a su madre”.