lunes, 30 de marzo de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

Estuvimos en Londres, caracoles. Preparamos paella para todos aquellos que se echaron a la calle a exigir que su voz sea oída por esas 20 corbatas que parecen olvidar que trabajan para nosotros. Para que no dejen de tener en cuenta que hay quien quiere mirar para otro lado y seguir otro camino distinto al que nos “conducen” a seguir. En líneas generales, nuestros comensales de esta semana exigían que los puntos de partida de las acciones políticas sean siempre sociales para, desde ahí, llegar a las cuestiones económicas. Y no al revés. Ya saben, por aquello del mundo justo y sostenible.


Se hicieron oír, mi madre y yo podemos dar fe de ello. No obstante, son muchos los oídos sordos y, bueno, si sus reivindicaciones cayeron en sacos rotos o no, lamentablemente, es algo que -por ahora- se ve limitado a las conciencias de esas 20 corbatas. Eso sí, la presión está ahí y eso ya es un grado.


Amelia y yo los esperamos en el Hyde Park. El olor de la paella de mi madre les indicó el lugar exacto en el que aguárdabamos a su llegada y llegaron, vaya si llegaron. Allí nos juntamos, ingleses, húngaros, mexicanos, franceses, lituanos. Gente de todas partes, gente que hablaba de Afganistán o Palestina, gente con listados de zonas en las que, hoy, en pleno 2009, hay quien se muere de hambre, el cambio climático, la crisis, ay, qué clase de mundo hemos construido... Mi madre y yo sugerimos el relajo general ya que los efectos del arroz de Amelia pierden gran parte de su potencial si uno no los digiere con buena gana y conseguimos pasar un buen rato: charlamos, bailamos sevillanas y polcas, hicimos malabares y acrobacias varias...


Había también, aún no se lo he dicho, un buen puñado de españoles divididos en diferentes grupos atendiendo a diferentes demandas: antimilitaristas, greenpeaceros, etc. A muchos de ellos los reconocimos por la cara de españoles, así, sin más y a otros los descubrimos por las eñes que lucían en sus pancartas. Ésta era una de ellas.


“España se la chupa al sistema”


Un lema irreverente pero claro y conciso. Quizá no sea el más adecuado, el más “para todos los gustos” pero tampoco es un lema para poner el grito en el cielo, ¿no les parece?


Pues hubo quien lo puso, caracoles. Resulta que a la vuelta del viaje leí este artículo y no salí de mi asombro. Les copio un fragmento:


“La leyenda de la pancarta habla por sí sola. Será mejor no mancillar el teclado reproduciéndola. Sólo subrayar que sin duda elevó el nivel intelectual de la protesta. Como lo elevaron las actitudes soeces y machistas de sus portadores, que marcharon con la bota en bandolera y cantando 'El vino que tiene Asunción.”


Asumiendo el resigo de mancillar mi teclado, repetiré que el lema “España se la chupa al sistema” no me parece desafortunado del todo. El episodio que viene después, por el contrario, si es un poco más peliagudo a la par que interesante, eso sí. Dice Eduardo Suárez que “lo más repugnante” ocurrió cuando una pareja de japoneses se asomaron al balcón del hotel en el que estaban alojados para contemplar la marcha y los españoles dejaron a un lado “El vino que tiene Asunción” para entonar un "¡Enséñanos las tetas! ¡Enséñanos las tetas!" a pleno pulmón:


“La japonesa, claro, no entendía. Y miraba sonriente hacia la calle. Como pidiendo explicaciones ante lo que oía. Un impulso al que los españoles respondieron ensañándose ahora con su compañero, al que decidieron colgarle el apodo de Lucas. "¡Lucas, dile a tu chica que nos enseñe las tetas!", insistieron con saña, antes de que la pareja se refugiara dentro del edificio.”


Como les digo, este episodio resulta la mar de interesante por varios motivos. En primer lugar, es un claro ejemplo con el que representar a ese sector español que busca su sello de identidad (en territorio nacional y extranjero) a base de un comportamiento desenfadado, cateto y, ciertamente, soez. El ensañamiento del articulista refleja a ese otro sector español: el del papanatas y el hecho de que la japonesa no enseñase las tetas demuestra que el tópico de la España de fiesta y pandereta, a veces no es visto con buenos ojos (en territorio nacional y extranjero) y tampoco es secundado (en territorio nacional y extranjero).


Es poco probable que una servidora siga alguna vez una marcha bajo ese lema: España se la chupa al sistema, a pesar de que, insisto, no me escandaliza. No me cabe la menor duda de que ni le pediría a la japonesa que me enseñase sus tetas ni a Lucas, su pene. Seguramente, el comportamiento de este grupejo me avergonzaría de alguna manera. No obstante, como les digo una “co”, les digo la “o”: tras leer el artículo, me imaginé la escena. Me imaginé al papanatas de turno, a los antisistema, al grupejo de aragoneses, a Lucas y su novia y no pude evitar reírme ante tal cuadro.

A los españoles les gusta dar la nota, es uno de los tópicos más tópicos con los que se nos etiqueta pero no es menos cierto que los extranjeros en general, cuando van en grupo, tienden a despelotarse. Quizá los españoles lo hacen más a lo bestia (¡En una marcha contra el G-20!) pero, después de dos veranos trabajando en la costa de Salou sirviendo a franceses, ingleses y alemanes, me permito dudarlo.

Al articulista le faltó echarle la culpa a Zapatero y recrearse, un poquito más, en la decadencia y degeneración de la juventud española que adolece de una falta de principios y valores (probablemente católicos) y que desconoce las normas del decoro y del saber estar. Como les digo, no voy con los aragoneses pero tampoco secundo a los pseudo moralistas que hablan de la buena y la mala educación con una prepotencia que me horroriza y que, de alguna manera, también me avergüenza.

¿Qué dicen ustedes, caracoles?

miércoles, 25 de marzo de 2009

Yo también soy Carlos Otto (V): En paro y en desamparo.

Despido procedente, caracoles. Eso significa que el sistema jurídico tiene los suficientes entresijos como para que el empleado de un periódico sea puesto de patitas en la calle de manera legalmente procedente por publicar un artículo de opinión en su blog personal. Artículo en el que el autor, básicamente, sintentiza los truculentos acontecimientos sucedidos en torno a la apertura del fatídico aeropuerto de Ciudad Real imprimiendo su valoración personal, su valoración como ciudadano. Nada de información confidencial, oigan. [Por la valoración personal de Carlos Otto y las de los lectores del blog de Carlos Otto, Carlos Otto ya cuenta con tres querellas por injurias y calumnias a la espera de resolución. 18.000 euros le piden, ¿se acuerdan?]


Hoy, como les digo, la demanda que Otto interpuso ha sido desestimada por el juez que ha considerado que el despido del periodista es procedente, es decir, que dicho despido no presenta ninguna irregularidad legal. Es decir, que "el sistema jurídico tiene los suficientes entresijos como para que el empleado de un periódico sea puesto de patitas en la calle de manera legalmente procedente por publicar un artículo de opinión. Artículo en el que el autor, básicamente, sintentiza los truculentos acontecimientos sucedidos en torno a la apertura del fatídico aeropuerto de Ciudad Real imprimiendo su valoración personal, su valoración como ciudadano. Nada de información confidencial, oigan”.

Cuando el caso “Carlos Otto” empezó, fueron muchos los que apelaron al sentido común y quisieron iluminar a Carlos con mensajes como el que les voy a copiar ahora mismo. Lo firma Calígula y lo escribió en el post en el que Otto informaba de su despido:

“Pero chavalotes¡¡, tenéis que dejar de fumar crack u opiáceos, que son
perniciosos para la salud. No sé cuantos de los que defendéis a este pobre
incauto os encontráis apuntados ahora mismito en las listas de vuestro
asociación amiga más próxima: el INEM. Debéis ser la mayoría, porque sino no se
explica vuestro apoyo incondicional a alguien que ha calumniado e injuriado a su
propio jefe, "manda güevos" (como decía aquel). Pero qué pensabáis, que encima
lo iban a ascender a Redactor Jefe. En fin, alejaos de las drogas duras, y haced
más deporte, que viene bien para quemar la mala leche que
supuráis.”


Al sentido común, insisto, muchos apelaron al pensar de la mayoría porque, lamentablemente, ellos (que son muchos) forman parte de esa misma mayoría; de ese sentido común en el que, por encima del individuo, siempre está el empleado. Por encima de los principios morales y éticos, el decoro y las nóminas a fin de mes. “Sólo espero que no tengas una familia a la que alimentar”, le decía otro de los comentaristas a Otto. Es lo que tiene el sentido común, que siempre encuentra el pretexto perfecto para evitar que seamos individuos y actuemos conforme a determinados principios y valores (en el afortunado caso de que el ciudadano en cuestión tenga algo de eso).


De esta manera, las valoraciones de lumbreras como Calígula son, hasta cierto punto, comprensibles y respetables. Forman parte del sentido común, de ese pensar de la mayoría, y como tal cosa, hay que tenerlas en cierta consideración. Por eso ni siquiera Otto se sorprendió del todo al ser informado de su despido a escasas 24 horas de la publicación del artículo. Despedido, por ahora impunemente, ante los ojos de los lectores ciudadrealeños y no sólo ciudadrealeños que se lamentaron por lo sucedido pero tampoco se sorepndieron demasiado ante tal descaro. Es el sentido común, es el pensar general. Es lo que te pasa “por morder la mano que te da de comer”, eso mismo le dijeron, caracoles.

Qué le vamos hacer, si hasta el refranero popular respalda este falso Modus Tolens que no debería atenerse a ninguna lógica aunque ellos –los Calígulas y los que firmaron esa carta de despido- lo tengan por lógico. Un Modus Tolens que no tiene razón de ser y, sin embargo, es. Hay que joderse.

Ahora bien, del pensar general al jurídio hay (o debería haber) un paso. Todo bien con que unos muchos Calígulas piensen que el despido de Carlos Otto fuese acertado; limpio y claro como el agua clara y limpia pero, de ahí a que sea legal hay (o debería haber) un paso. Y no lo hay, caracoles; de momento, no lo hay. Despido procedente, así como lo leen.

El virus del sentido común llega a todas partes, eso es lo malo. Pero la cosa no acaba aquí y eso es lo bueno. Recurso al canto y a seguir intentándolo. Ánimo, Otto.

martes, 24 de marzo de 2009

Y tú, ¿de quién eres?

El origen de los orígenes, caracoles. ¿Cómo piensan que empezó todo? Yo, personalmente, no suelo hacerme esta pregunta todos los días (tampoco lo hago en fiestas de guardar). Las teorías científicas al respecto me aburren; las religiosas, sin más, me entretienen y, bueno, convengamos que, en mi jerarquía de cuestiones a resolver, los orígenes del mundo y del ser humano no están en el top ten de mi lista.

Sin embargo, hace días que vengo dándole vueltas al asunto. Todo empezó cuando Funda le preguntó a Aga acerca de la versión bíblica del comienzo de los comienzos: la Tierra inundada de agua, los seis días de trabajo y el séptimo de descanso del omnipresente... Ay, resulta que la versión munsulmana, en líneas generales, narra la misma historia y coincide con puntos y comas en el chascarrillo del paraíso, Adán, su constilla, Eva y la manzana.

Yo escuchaba con delectación a mis compañeras de autobús, como suele suceder cuando se habla de libros. Qué de simbolismo, qué de imaginación. Esos textos son las primeras muestras de escritura colectiva, me decía yo para mis adentros. A puntito estaba de perderme en una de mis frecuentes reflexiones sobre el porqué y para qué de la literatura cuando Aga, que además de católica es geóloga, dijo:

-Aber das könnte nicht so sein (Pero eso no pudo ser así).

Es científicamente imposible que el planeta Tierra estuviese inundado de agua, me lo han dicho en la universidad.

-Claro, eso sólo es literatura, dije yo.

Funda apeló a la cuestión de fe y, Corán en bolso, dijo que nosotras no estuvimos allí para verlo. Dijo que quizá todo fue verdad, warum nicht?

-¿Por qué no? Porque está demostrado que no pudo suceder como dicen que sucedió en los libros sagrados, dijo Aga. Y aquí me van a disculpar pero mis conocimientos de alemán no me permitieron retener del todo la esencia de la teoría geológica al respecto.

Entonces llegó ese momento de la conversación en el que Aga y yo nos discutimos el poder de la verdad. Me encanta hablar con ella sobre religión, caracoles. Nuestras conversaciones se suceden en el tiempo y pueden llegar a durar semanas y semanas (siempre con interrupciones, claro). Y si hace poco yo me hice con la corona de laurel al dejarla sin palabras tras preguntarle “¿por qué católica y no judía o musulmana?” Esta vez ella se lanzó a mi yugular en el autobús y, tras la lección de Prehistoria, repitió con retintín mi “claro, eso sólo es literatura” y añadió:

-Nata, tú crees en las hadas.

Yo hice ademán de contestarle que se trataba de un símbolo más de la actitud positiva que intento mantener. Sin embargo, reparé en mis asuntos de fe en general. En muchas de mis creencias abusrdas e infundadas que, con todo, no dejan de ser eso: creencias. Caí en la cuenta de que también gran parte de ellas las he sacado de algún que otro libro de literatura, algunas ocupan un casi inofensivo papel simbólico en mi vida y otras, a pesar de lo absurdo e infundado de su concepción, son lo que les digo: creencias.

Por eso me limité a dedicarle media sonrsia a Aga mientras le cedía la corona de laurel. Porque mientras nuestro autobús aparcaba en la estación yo comprobaba que habíamos llegado a destino con tres minutos de retraso y eso, para mí, significaba que no debía enviar el sms que había escrito antes de enzarzarnos en aquella conversación, cuando yo andaba perdida entre algunas de mis absurdas e infundadas creencias.

Tú crees en las hadas, dijo. Maldita sea, casi me deja sin argumentos.

lunes, 23 de marzo de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

-Quejica, eso es lo que eres, Nata, una quejica. Me tienes aburrida.

-Gracias por tu apoyo y tu comprensión, mama.
-No, mujer, a ver si me entiendes, yo estoy contigo pero es que, chica, se te está yendo la pinza.

-Ya estamos con las pinzas...Menuda os ha dado a todos últimamente con mi pinza.

-Ea, cuando el río suena...Yo sólo te digo que, de una pausa a esta parte, estás hecha una quejica.

-Cierto. Bueno, ¿qué pasa con nuestra paella?

-Eso digo yo, ¿dónde vamos?

-Jo, es que desde que se rompió mi ordenador apenas leo prensa y no se me ocurre ningún lugar en el que nuestra paella pueda ser requerida.

-Quejica.

-No, mama, esta vez no es por quejarme. Creéme, no estoy al corriente de nada. Por cierto, ¿no habrá caído la monarquía en España y no me habéis dicho ni “mu”? No me perdonaría no estar allí para festejarlo.

-No, hija, en líneas generales, todo sigue en su sitio-

-Mierda.

-Una cosa te voy a decir, Nata.

-Dime.

-Eso de elegir el destino de nuestras paellas en función de los contenidos de los telediarios no es sino un error más. De sobra sabes que las noticias no ofrecen ninguna panorámica de la realidad social (nacional o internacional). Los medios de información tendrán sus cosas buenas y sus cosas malas pero, lo que te digo, nunca han sido una gran ayuda para nuestro arroz.

-Bueno, bueno, Amelia, te adentras en un terreno peligroso. Vamos a dejar el tema antes de que caigamos en la demagogia.

-Lo que tú digas, Nata. En cualquier caso, siempre nos quedará la iglesia.

-Pues tienes razón, la iglesia católica siempre ha sido un tema recurrente.

-Ahora están otra vez con lo del “No al condón”.

-Anda, no tenía ni idea.

-Sí, mujer, ¿no has leído el artículo de Elvira Lindo de esta semana?

-¡Que no tengo ordenador, mama!

-Quejica. Puedes leerlo ahora mismo.

-Tienes razón. [seis minutos y medio después] Interesante a la par que impecable. Ay, me encanta Elvira Lindo.

-Entonces, ¿nos vamos de paella o qué?

-Pues es que estoy un poco líada con el Festival de la Primavera del kinderdorf.

-Uy, suena bien. ¿Eso quiere decir que la cosa empieza a funcionar en tu voluntariado?

-Puede que sí pero también puede que se trate de una muerte dulce.

-¿Cómo llevas Éxodo?

-Hace días que no tengo ganas de leer y,claro, no leo.

jueves, 19 de marzo de 2009

No me hables que no te veo

A veces me da frío al pensar en la impunidad de los ojos que me rodean y me juzgan a su antojo. Sus ojos, caracoles, los ojos de mis amigos y de mis vacantes. Los ojos de Janet y Katharina. Los ojos de mis compañeros en el kinderdorf. Los de mi tilín. Los ojos del que fue mi imposible, por supuesto. Los de Amelia y Ana. También los de Edurne, y eso que aún no han visto más que las entrañas de mi hermana (va a ser niña, caracoles).

A pesar de que no suelo concederle demasiada importancia a la opinión de los demás, he de reconocer que me incomodan según qué interpretaciones sobre mi persona. “El ojo que ves no es ojo sólo porque tú lo miras, es ojo porque te ve”, lo dijo Machado y en Un mundo mejor para los caracoles también lo hemos dicho alguna que otra vez. No somos sólo lo que nosotros creemos que somos, también somos (en parte) lo que los demás ven en nosotros, es cosa de catecismo.

Como ven, no vengo a ofrecerles ninguna novedad. El que se tiene por tímido y siempre acaba siendo el alma de la fiesta. La insegura que inyecta coraje y decisión en sus amigos. La profunda romántica que folla en los servicios. El cerebro privilegiado que no da un palo al agua. Los corazoncitos buenos que se disfrazan de ogros para que nadie vaya a robarles el mes de abril. Los malos que se fijen buenos para comerse el almuerzo de nuestra abuelita. De esto, sabemos todos, ¿verdad?

A mi puta bola, decía siempre mi hermano Raúl, yo voy a mi puta bola. Y a su puta bola fue, vaya sí lo fue, pero no por ello consiguió librarse de los ojos que eran ojos no sólo porque Raúl los miraba, sino que eran ojos porque miraban a Raúl.

Como podrán deducir, todo esto viene a cuento de mi final indefinido en Alemania. Cuando mi madre lea este post, me dirá que la culpa es de mi forma de vestir y de la falta de rimel en mis ojos y, probablemente, tenga su cachito de razón. El caso es que algo así como el 90% del kinderdorf no ha visto otra cosa más que a una jovencita con muchos pájaros en la cabeza en mi persona y, sin agobiarme demasiado, me pregunto el porqué de esa interpretación. Yo no niego a los pájaros de mi cabeza (“El ojo que ves no es ojo sólo porque tú lo miras...”, ya saben) pero estoy segura de que no soy sólo eso.

Y mientras ninguna respuesta termina de convencerme caigo en la cuenta de que estas cosas pasan y punto. Nuestros ojos y los ojos de los demás no ven de la misma manera ni con la misma intensidad y eso puede llegar a ser realmente hermoso y constructivo y también puede ser, sencillamente, una mierda. Sobre todo cuando una se ha entregado limpiamente a la causa de entregarse. Afortunadamente, con la misma ausencia de lenguaje, me he ganado a un 10% del kinderdorf y a un puñado de amigos y vacantes. No está mal del todo, ¿no?

--

Ay caracoles, disculpen el exceso de pseudo trascendentalidad y egoblog de mis últimos caracoleos. Entre la dignidad de los finales y mi ordenador roto, Un mundo mejor para los caracoles no atraviesa uno de sus mejores momentos. Ala, ya me he echao la bronca yo solita :)

lunes, 16 de marzo de 2009

¿Sin pelos en la lengua?

¡Hola, caracoles! Creo que no les he llegado a contar del todo los motivos por los que, desde una pausa a esta parte, ya no acepto, ni cancelo, ni actualizo. Yo, ahora, “Zamknij” o no “Zamknij”. Quiero decir que mientras la placa base de mi ordenador muere lenta y dolorosamente, ustedes y yo mantenemos nuestra relación gracias a la caridad y la incompatibilidad de horarios de mis compañeros de casa.

Y como no hay dos sin tres, ni tres sin cuatro, después de mi computadora, vinieron mi móvil español y la jarrita eléctrica que inaugura la hora del té en Hamelner Strasse 1, mi casa. Espero que la quinta no sea el aparato que hace latir mi corazón, oh.

No obstante, yo a veces soy una persona positiva y risueña y, por lo tanto, encajo estas pequeñas incidencias como si de regalos divinos se tratasen. Alabado sea el Señor, que ha permitido que mi puente de conexión con la realidad española se resquebraje considerablente y me ha enfrentado a otra no mucho más agradable: la ilegilibilidad de mi caligrafía.

Me convenzo de que no pasa nada, tarde o temprano regalarán ordenadores por cuatro perras y el asunto estará resuelto y también intento convencerme de que no las necesito. Yo no necesito a las máquinas. Y entre tanto pensamiento positivo y tanta florecita, ahora las miro con cara de mala leche: caracoles, yo odio a las máquinas.

Descubrí este negro sentimiento el otro día mientras me disponía a enchufar mi Silk epill. Resulta que al principio le costó empezar a abrir y a cerrar esas pequeñas pincitas con las que dolorosamente tendría que arrancar los cabellos de mis piernas y ahí fue cuando dije para mis adentros: os odio a todas, máquinas.

Luego reflexioné acerca de ese mi desprecio y caí en la cuenta de que, en este caso, mi repudio podía hacerse extensible a la cera (fría y caliente), a las pinzas tradicionales y a las cuchillas. La cosa no iba tanto en contra de las máquinas, sino más bien en contra de la depilación. Odio la depilación, caracoles, y la odio tanto que he decidido dejar de depilarme, ea.

Habida cuenta de todos los atentados que la sociedad ha perpetrado en contra de mi persona, la imposición de un canon de belleza que exige la ausencia de pelo en las piernas femeninas se me antoja un tanto baladí. Cierto es que, si me paro a pensar en el dinero desembolsado y las lágrimas vertidas (sobre toco cuando de las cejas se trata), puedo llegar a manifestar ciertos síntomas de enfado y a veces, incluso, puedo llorar y lamentarme por tamaña condena. ¿Por qué me veré más guapa sin pelos en las piernas, caracoles? ¿Por qué?

¿Quién es el desalmado que se esconde detrás de los cánones de belleza? ¿Quién condiciona nuestra concepción sobre lo bonito y lo feo? Porque yo no reparé en que “tenía que” depilarme hasta bien entrada la adolescencia, cuando mis compañeras de pupitre ya habían subido de tramo dejando a un lado el afeitado a escondidas y entregándose al buen hacer de los gabinetes de estética.

Y empecé a depilarme yo también, caracoles.

Durante todos estos años no he podido evitar poner cara de vinagre cuando me he topado con una de esas hippies que lucen con toda la naturalidad del mundo su numeroso vello corporal sin el menor atisbo de complejo, sino más bien de todo lo contrario.
¡Yo también quiero ser guay! Quiero ser más natural y quiero cambiar mi concepto sobre la belleza para con este tema. ¿Creen que se puede cambiar tal concepción? Quiero decir que, cuando algo te parece bonito, te parece bonito y sanseacabó y, encuanto a lo feo, tres cuartos de lo mismo ¿no? Ay caracoles, y a mí me da cierto repelús mirar mis axilas cuando empiezan a poblarse en exceso. Estoy realmente consternada.

Ahora intento convencerme de que dejarme los pelos largos será un síntoma más de que he aprendido a quereme y a aceptarme. Quizá mirando desde esta perspectiva puede que consiga contemplar lo bonito de este asunto. Lo bonito por natural o lo bonito por trabajado, ¿qué prefieren ustedes?

domingo, 15 de marzo de 2009

Éxodo

¿Qué les sugiere la palabra “final”, caracoles? Seguro que ustedes también han cerrado más de un episodio en sus vidas sintiendo la más profunda de las liberaciones o no sintiendo un dolor excesivamente doloroso y, sin embargo, todos tendemos a asociar el fin a la tragedia sin querer caer en la cuenta de que no siempre cerramos por derribo. Ay, qué complicados somos los humanos.

¿Detecetan ustedes la llegada de un final? No siempre, ¿verdad? Yo tampoco. Me quedan 532 páginas de Éxodo y dos semanas más de papeleo para volver a España. He decidido acabar con mi estancia aquí y también he decidido saborear hasta la última miguita de mi (por ahora) último final; por eso me he auto impuesto ese plazo tan extraño: Éxodo y dos semanas más para la despedida oficial.

Hay días que me dan las tres de la mañana leyendo y hay otros en los que esquivo a toda costa las páginas de León Uris. Este pequeño y estúpido juego me ayuda a entender la teoría y la práctica ─la esencia─ de mi final en Alemania y también me facilita la asimilación de la aventura que empezó hace ya la friolera de siete meses: hay días en los que que me dan de las tres de la mañana leyendo y hay otros en los que esquivo a toda costa las páginas de León Uris. Hay quienes deshojan margaritas. Para gustos, colores.

Ni se puede ni se debe actuar así con todos los finales. A veces no es sano recrearse en el cierre, ya lo sabrán ustedes también y a veces, obviamente, nuestro campo de actuación se limita a digerir la despedida de la mejor manera posible. Quiero decir que a veces el final (de lo que sea) ya nos viene masticado. Hay finales que se nos imponen, no los elegimos ni consciente ni libremente y, con todo, tenemos que digerirlos. Hay que joderse.

Piensen en sus finales, caracoles, que yo pensaré en los míos.

Supongo que yo he echado mano de toda esta parafernalia para salir de Barntrup porque esta despedida en concreto no se me antojaba del todo dramática, algo intolerable para la eterna ñoña que habita en mí y algo realmente extraño teniendo en cuenta que ésta ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Teniendo en cuenta a los vacantes y a los compañeros de vida. Sin dejar de considerar los lazos y los puntos que aquí han surgido. A pesar de todo esto, como les digo, la despedida no se me antojaba del todo dramática y decidí aliñarla: Éxodo y dos semanas para la despedida oficial, caracoles.

Me voy porque, independientemente de lo que diga mi contrato, tengo la sensación de haber cumplido mi misión aquí y ya no me salen más objetivos debajo de ninguna manga o los que me salen no acaban de interesarme del todo.

Me voy porque me voy, ustedes ya me entienden. Y se lo digo ahora, con tan imprecisa antelación, porque quiero cerrar la etapa de posts “raros” que vienen desfilando por Un mundo mejor para los caracoles; también lo hago porque “¿Qué les sugiere la palabra “final”, caracoles? Seguro que ustedes también han cerrado más de un episodio en sus vidas sintiendo la más profunda de las liberaciones o no sintiendo un dolor excesivamente doloroso y, sin embargo, todos tendemos a asociar el fin a la tragedia sin querer caer en la cuenta de que no siempre cerramos por derribo”. Porque no siempre cerramos por derribo, ¿verdad?

viernes, 6 de marzo de 2009

De estructuras y pausas

- Dijiste que no volver'iamos hasta dentro de dos semanas.
- Ya.
- ¿A cuento de qué viene esta entrada entonces?
- Es una pausa dentro de la pausa.
- ¿Por qué lo haces?

En estructura superficial, mi madre y yo hemos recorrido media Alemania con la furgoneta de Saudade esta semana. En estructura profunda, no he hecho otra cosa que conversar con esa de ahí arriba.

Y ustedes, ¿se han concedido alguna vez el capricho de hacer una pausa en sus vidas? Puede parecer dramático o cobarde pero, bien empleado, el paréntesis puede ser muy (pero que muy) constructivo para el individuo, ¿no les parece? No siempre es así, claro.

Yo ya venía diagnosticandome la “necesidad” de un paréntesis desde hace un par de semanas (quizá mas) y sucedió que, consciente de que no se piensa igual desde dentro de la dinámica del día a día, decidí salirme de mi vida con la esperanza de volver a retormarla con más ganas.


Cinco días cinco libres en el kinderdorf y mi ordenador a puntito de morir: el viento estaba a mi favor, caracoles. Tenía que hacer una pausa. Nada de orfanatos, ni polacos, ni turcos. Nada de ustedes, nada de mí. En Dusseldorf y en Barntrup, nada de nadie.

Ahora, mientras vuelvo al mundo, me digo que parece que las cosas han cambiado para que todo siga igual, en parte. A pesar de la promesa de no volver a poner en peligro Un mundo mejor para los caracoles, he de reconocer que, una vez más, este nuestro blog ha estado a puntito de desaparecer sin dejar rastro. Sin embargo, el hecho de no haber dejado de escribir (en papel) ni uno solo de estos días me condujo a replantearme la situación de nuevo: ¿por qué iba a dejar de caracolear? ¡Con lo que me gusta a mi caracolear! Resumiendo, la Nata que se fue a los puertos se ha quitado unas cosas, ha añadido otras y mantiene las esenciales. Convengamos que Un mundo mejor para los caracoles no es del todo esencial ni para ustedes ni para mí pero, con lo que me gusta a mí caracolear…

Me encanta sentirme viva, caracoles, con toda la dicha y la mierda que ello supone, no deja de encantarme. Y más me gusta, me gusta mucho más, ser consciente de que las posibilidades de actuación son ilimitadas porque la plena libertad de elección existe. Por supuesto que existe.

Quizá ustedes puedan asumir todo esto sin la necesidad de hacer una pausa en sus vidas; yo también, pero se me da mejor así y, bueno, lo que les digo, el viento corría en forma de paréntesis.

- Se te está yendo la pinza, Nata.
- Ya estamos con las pinzas.
- Tú misma, ¿de verdad vas a subir esto al blog?
- Pues claro que sí.
- Te propongo una cosa: dado que mañana nos vamos a otro de esos congresos de voluntarios y no podrás actualizar durante una semana, ¿por qué no dejamos la pausa donde está y a la vuelta ya vemos lo que hacemos con el blog y con todo lo demás?
- Ay, cállate de una vez. Tú y yo ya habíamos llegado a un acuerdo, ¿no? En estructura superficial, este post es una pausa dentro de una pausa. En estructura profunda, este post es el regreso.
- Lo dicho, se te está yendo la pinza.
- No, me encanta la vida pero a veces me cuesta vivirla, sólo es eso.
- Te complicas demasiado.
- Puede que tengas razón.