miércoles, 30 de abril de 2008

Bonus track: Arriba los corazones

Cada día me sorprende más la cantidad de "cosas" que me está aportando este blog. Dejando a un lado los aspectos técnicos y la disciplina, puedo decir que la actitud "caracol" me sienta la mar de bien. No es que me vaya de maravilla, se trata más bien de la mirada que he aprendido a imprimir.

Uno de los puntos de origen de esta bitácora fue la necesidad de cambiar el contenido y el destinatario de mis textos, luego vino Arriba los corazones y, ahora, lo que sigue a continuación, por poner un ejemplo. Les hablo de amor porque así se ha terciado hoy pero tranquilamente podría aplicar ese esquema a cincuenta mil aspectos más -yeah-. El caso es que esta sana e inofensiva terapia que es para mí unmundomejor... me ayuda a superar las grandes tragedias del día a día. Les animo a que se animen.

También les hablo de desamor porque ayer me fue confirmado el motivo profundo de la imposibilidad del que era mi imposible. Se trata de algo realmente complejo que no sé si podré explicarles ya que intervienen infinidad de variables, entran en juego demasiados factores y la posibilidad de combinaciones y productos es, igualmente, ilimitada. Bueno, haré un esfuerzo en aras de la comunicación: quiere a otra.

Yo pensaba que si alguna vez ese truhán se atrevía a decirme lo que yo ya sospechaba me dolería mucho más. Claro que me ha dolido, me ha arañado. No obstante, a decir verdad, me da igual que sea por otra o por nadie, el caso es que a mí no me quiere y punto. La causa no es tan determinante, al menos para mí.

Supongo que tampoco me ha afectado en exceso porque ya hace tiempo que llegué a los dos últimos estadios de esta dolorosa situación: la aceptación total y absoluta de la derrota y el bonus track del final. ¡Sí, caracoles, había un bonus track al final de todo esto!

Después de tanta mierda, una pequeña recompensa me esperaba al final del callejón para indicarme la salida. La recompensa no era otra que una mirada al binomio sujeto imposible-sujeto dolorido desde una perspectiva tal que sólo puedo sentir la asunción de la derrota como la más resplandeciente de las victorias.

Y también he ganado un concurso de cartas de desamor.

Tchüs!

martes, 29 de abril de 2008

Y tú, ¿tienes un pensamiento humanista?

Hace un par de meses fui a París a un congreso (siempre quise saber qué se siente al decir esta frase), pues eso, fui a París a un congreso (uy, me siento mucho más importante), bueno, ya está bien, fui a un aburrido congreso con aburridos congresistas por lo que dediqué buena parte de mi estancia en la capital francesa a pasear sola por las calles parisinas.

En una de estas caminatas por los campos elíseos me encontré con un grupo de unas seis o siete personas que andaba entrevistando a la gente. Quise cruzar la calle pero ustedes saben cómo es esa avenida, ¿no? Ineludiblemente tenía que atravesar el territorio de aquellos "reporteros" ya que a los caracoles les está prohibido desandar lo andado y el siguiente paso de cebra estaba bien retirado de allí. Bajé la cabeza, aguanté la respiración y aceleré el paso pero de nada sirvió. Alberto me detuvo y me cautivó diciendo “contigo no me equivoco, tú tienes un pensamiento humanista, ¿verdad?”.

¡Imagínense cómo suena esa sentencia en francés! Me derretí y sonreí como una tonta. En esa situación de soledad física, congresos aburridos y París, una apreciación como la de Alberto me transportó, cual estúpida niña tonta, al universo de una vulgar Amelie. Alberto resultó ser un apuesto padre de familia que había salido a la calle con sus compañeros del Movimiento Humanista.

Yo había oído algo sobre esta gente, no obstante, nunca habían despertado mi interés y así se lo dije a Alberto después de su esforzado monólogo de hora y media (no sé si Alberto se percató al instante de que yo tenía un pensamiento humanista –cosa que ni tan siquiera yo sé- o era puro marketing; ahora bien, de que no yo tenía nada mejor que hacer en ese momento, no me cabe la menor duda).

Después de un buen rato de obviedades y generalidades sobre política y sociedad, Alberto se decidió a contarme a qué se dedican los miembros del Movimiento Humanista. Me habló de un tal Siles, de trabajos de integración social de indigentes e inmigrantes, talleres de meditación y lectura, movidas del medio ambiente, etc. Lo detuve antes de que empezase con la charla del cambio climático para decirle que su colectivo tenía muy buena pinta y que probablemente coincidiésemos en principios e inquietudes; sin embargo, yo no funciono demasiado bien dentro del asociacionismo. Si os puedo ayudar con lo de las clases de español para inmigrantes, házmelo saber.

Como quien oye llover, Alberto siguió con su verborrea. Sí, yo no tenía nada mejor que hacer en ese momento pero, como les digo, tampoco tenía ningún interés en involucrarme activamente en el Movimiento Humanista y ya había percibido que aquella conversación no iba a acabar en una cena a orillas del Sena con revolcón incluido.

Tras demasiados intentos conseguí salir de aquella tela de araña prometiendo seguir las andaduras del Movimiento Humanista por la red. Desde aquel día, Alberto me llama con demasiada frecuencia para ponerme al día de las actividades del grupo; no sé que dirá Freud de todo esto pero yo no pude por menos que pensar que ese perfecto esposo con valores y principios, cultivado en las letras y el derecho, intentaba mantener una relación extramatrimonial con quien les escribe.

Anoche Modesto bajó a la tierra y yo subí al cielo y desde ahí lo vi todo mucho más claro. Bueno, desde ahí, y desde la wikipedia.

Ais, caracoles, de menuda me he librado: el Movimiento Humanista está tildado de secta no peligrosa, el tal Siles es un argentino también llamado “El Mesías de los Andes”. Según parece, este movimiento tiene una fuerte presencia en todo el mundo, España incluida.

En fin, no vuelvo a ir a un congreso.

Ahí les dejo unos enlaces por si quieren echar un vistazo:

http://es.wikipedia.org/wiki/Nuevo_Humanismo

http://www.humanistas.org/

http://ondahumanista.tv/

http://www.secta-humanista.com/

lunes, 28 de abril de 2008

Entre Socuéllamos y yo



Además de preparar el próximo viaje a Palestina que vamos a hacer mi madre y yo, este fin de semana he ido al Espacio Joven de Castilla-La Mancha. Se trata de una muy buena idea que pretende dar a conocer a jóvenes creadores de cualquier modalidad a través de dos carpas (Espacio azul y Espacio verde) colocadas, esta vez, en el Paseo de Recaredo en Toledo.

Yo fui en calidad de caracol, mi intención era llegar a esos caracoles descarriados que aún no conocen este blog. Y, bueno, mi deseo también era facilitarle el camino al mecenas que ha de descubrir mis dotes y hacerme posible que pueda vivir de lo que escribo. Con todos mis respetos, dudo mucho que tenga a ese gran mecenas agregado al msn.

Había preparado una actuación-representación-lectura...Digamos que llevaba preparado Entre Socuéllamos y yo pero cuando llegaron las 13.00 horas del sábado me entró el miedo escénico y fui incapaz de entrar en el Espacio Azul donde me aguardaba tal cantidad de gente que tuvieron que retirar la exposición de esculturas grandes que allí había. Oh.

En realidad, eso es lo que le dije a la gentecilla que pasaba por el Paseo de Recaredo alrededor de las 21.00. No me rendí (los caracoles no se rinden, ni por miedo escénico ni por na de na), lo que ocurre es que a las 13.00 horas allì no habìa ni ese dios al que se le supone la omnipresencia y Ricardo, coordinador de la carpa de todo de lo que no fuese música, y yo acordamos que podría probar suerte en la tarde-noche en la puerta de los baños, que quizá hubiese más gente.

Mayte y yo anduvimos poniendo los carteles que debería haber puesto la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha para difundir siquiera el Espacio Joven en general informando del nuevo horario y, cuando se acercó la nueva hora de la representación, asalté a unas cuantas personas que accidental o casualmente pasaban por Recaredo con el discursito que les contaba al principio:

"¡Hola! vosotros estabais en la presentación de mi libro esta mañana, ¿verdad? Me suenan vuestras caras. Siento mucho el plantón, me entró el miedo y fui incapaz de entrar en la carpa. Si gustan, voy a intentarlo de nuevo, esta vez prometo subirme a la tarima. ¿Nos vemos dentro de 10 minutos en la puerta de los servicios?

Ricardo puso "Creep" de Radiohead y no es que me rindiese, es que dejó de apetecerme presentar Entre Socúellamos y Yo y a pesar de tener el traje de primavera extendido delante de la puerta del aseo de señoras, no lo hice. Estábamos los que estábamos y estábamos de buen rollito. "¿Nos vamos a cenar y a emborracharnos?" Nada de me apetece más en este momento.

Pasará un tiempo hasta que mi futuro mecenas me encuentre por este blog o en otro Espacio Joven mejor promocionado o, simplemente, en otro espacio. Eso sí, en cuanto a lo de topar con más caracoles, sólo puedo decir: Mayte. No sé si este molusco se animará a unirse a nuestro mundo virtual pero del hecho de que ella es todo un caracol de pies a cabeza, de antenitas a concha, no me cabe la menor duda. Un verdadero placer, Mayte.

viernes, 25 de abril de 2008

De huelga, ¿por qué no?





El mundo nos obliga a ponernos en huelga una semana más, caracoles.

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Mi madre se ha apuntado a un curso intensivo de acrobacia y malabares que imparten en el Instituto Circense de Socuéllamos, así que este finde no viajamos. Creo que yo dedicaré estos días a preparar la salida de la próxima semana... Amelia y yo hemos pensado aprovechar el puente de mayo para hacer algo más que una paella.

Caracoles afincados en España, disfruten del primaveral fin de semana que se nos avecina.

Caracoles afincados fuera de España, disfruten igualmente de su fin de semana y, si gozan de sol, pues mejor que mejor.

¡Nos vemos el lunes!

jueves, 24 de abril de 2008

You are talking German, baby

Yo antes tenía un móvil con tapa. Normalmente no gusto de concederle más connotaciones de las estrictamente necesarias a los objetos; sin embargo,creo firmemente que disfrutar de un móvil con tapa en según qué momento de la vida puede marcar un antes y un después en ella, como me ha pasado a mí.

Imagino que todos en algún momento hemos necesitado aferrarnos a algo que nos dé un empujoncito externo para echarle más energía al asunto. Pues bien, durante un período no excesivamente largo, mi móvil con tapa hizo las veces de motor para mí. A pesar de encontrarse sin saldo en la mayoría de los casos, puedo decir que mantuve conversaciones, reí, conté, pregunté y contesté protegida por un aura de seguridad a todas luces motivada por algo tan nimio como abrir la tapa de mi móvil antes de pulsar “aceptar” para iniciar la conversación. Ese pequeño gesto, aparentemente ridículo y banal, me recargaba las pilas hasta límites insospechados.

A veces, incluso sin ver quién estaba al otro lado de la llamada o del mensaje, destapaba mi celular con cierta violencia, con firmeza. Resumiendo: puedo decir (y digo) que tener un teléfono desplegable imprime carácter en el individuo.

Ahora tengo un Siemens sin tapa porque el Motorola de mi hermana (mi antiguo móvil con tapa) se estropeó y ¿saben qué? No noté la ausencia de ese empujoncito hasta que otro empujoncito ha entrado en mi vida: hoy he empezado con las clases de alemán.

No cabe duda de que cada idioma requiere su sensibilidad excepto, si me lo permiten, el inglés. Y es que, de tan funcional como se ha vuelto la lengua británica, ha perdido todo encanto, al menos para mí. El caso es que mientras para hablar francés tenemos que ponernos ñoños o portugués, juguetones; para adentrarse en la lengua germana es necesario cierto coraje. El alemán exige espalda recta y hombros levantados. Y nada de dejar la mirada suspendida en el infinito. You are talking German, baby.

Ay, caracoles, estoy realmente feliz por haber vuelto a tener una fuente de energía y también por aprender un idioma en el que mi cerrado acento manchego lejos de ser un impedimento es una baza a mi favor: Ich ist Nata: yo soy Nata. Y también tengo muchos deberes y estoy realmente cansada.

Un día agotador, disculpen la pobreza de mi entrada y el retraso.

Auf Wiedersehen

miércoles, 23 de abril de 2008

Miedo que da miedo del miedo que da

Desde el viaje a Tokio no dejo de pensar en una cuestión que, directa o indirectamente, nos afecta a todos: el miedo. Bueno, más bien, la predisposición a crear pánico que caracteriza al individuo.

Supongo que el origen de toda esta reflexión radica en La cultura del miedo de Noam Chomsky, libro que me acompañó en el viaje de ida a Japón. No obstante, yo soy de las que necesitan pequeñas muestras concretas para entender cualquier totalidad y, de golpe y porrazo, me encontré con el ejemplo perfecto cuando intentaba llegar al centro de Tokio desde la parada de Katikama.

Aprovecho para contarles que tengo varias limitaciones ridículas, a destacar: soy incapaz de sintonizar la emisora de radio que quiero escuchar y no me oriento ni con el mejor de los GPS. El caso es que me perdí y, sin agobiarme demasiado dado que ya he aprendido a vivir con mi brújula mal configurada, pregunté cómo habría de llegar a la zona de las tiendas. No falla, basta con decir “¿le importaría decirme dónde está...?” para ver la cara de espanto del buen samaritano que nos ayudará a llegar al sitio en cuestión después de decir los dos o tres comentarios gratuitos de rigor:

-Uf, eso está muy lejos. ¿Vas andando? Ay madre, es que está muy lejos, de verdad.

Ésta es una de esas situaciones que me irritan hasta no se imaginan dónde. Como se trata de un buen samaritano que ha decidido detener su camino para ayudarme, sería muy descortés interrumpirle para repetirle “ te he pedido que me digas cómo puedo llegar a Katikama, tus nociones sobre el espacio me la repampinflan”. Y eso, si no se lo decimos, es única y exclusivamente porque sería descortés, no por falta de ganas de hacerlo.

Y si esto no falla, la constatación posterior de que el sitio que buscábamos se encuentra a unos minutos no le va a la zaga. ¿Qué gana ese hombre con asustar a mis pobres piernecitas? ¿No debería ser suficiente satisfacción ayudar a un alma en pena que camina sin saber las coordenadas de sus pasos? Parece ser que no, además, el buen samaritano necesita regocijarse en el hecho de conocer el sitio en el que probablemente vive desde hace años mejor que yo, que acabo de llegar a la ciudad.

Manuel Toharia, director del Museo de las Ciencias de Valencia, debe pensar algo parecido. Dice que hay muchos mitos sobre el cambio climático (acabará con la cerveza, por ejemplo) y que, en realidad, se trata de una transformación que viene dándose desde hace miles de años. Manifiesta que
“los principales problemas del mundo son los mil millones de personas que mueren de hambre y sed y las 30.000 bombas atómicas de los arsenales de varios países”.

martes, 22 de abril de 2008

Vuelve la campana, caracoles

Ayer estuve en Tokio (sí, a mí también me sorprende cómo estoy dando de sí la milagrosa beca que apareció en mi cuenta. ¡Por fin he aprendido a administrarme!). Llevaba unos días mirando mi fondo de armario y viendo los rotos de mis vaqueros, así que ayer me dije “hoy es el día consumista, tienes que comprarte ropa”. Lo de ir a Tokio no fue puro capricho, caracoles; resulta que la semana pasada leí que los japoneses habían vuelto a introducir el pantalón de campana para la siguiente temporada y no pude resistirlo. Llevo años sin poder vestir como me gusta por culpa del pitillo y de esos pantaloncitos cortos (generalmente de cuadros). Además, así podría practicar el japonés, que lo aparqué a mi regreso de Kumamoto y no lo he tocado hasta ayer.

Dejando a un lado la gastronomía, puedo unirme a las voces de los intelectuales que pregonan a los cuatro vientos que, por culpa de la globalización, ahora todas las ciudades son iguales. En efecto, estuve en Tokio y compré en Pull & Bear, Berskha y Zara; eso sí, compré pantalones de campana. Supongo que no tardarán en llegar a España y entonces podré nadar entre vaqueros de pata tan ancha como el mar pero, de momento, me apaño con los que he adquirido en Japón.

Fui sola porque mi madre y mi hermana tenían que hacer sus labores y el resto de mis amigos está repartido por la geografía universal también con un buen número de ocupaciones. Este hecho no me supuso mayores problemas porque no me caigo del todo mal y disfruto de mi compañía, no obstante, he de confesarles que tuve un momento de crisis cuando me disponía a entrar en el probador de Pull & Bear:
(traduzco al español la conversación mantenida entre la dependienta y yo)

- Disculpe, señorita, no puede pasar al probador con la mochila, déjesela a alguien.

- ¿A alguien? ¿A quién? ¿Me la guardas tú?

- ¿Estás sola? Pues no sé dónde podrías dejarla pero está prohibido pasarla al probador.

- ¿Dónde la dejo? No puedo creer que no tengáis prevista esta extraña situación: que una persona venga sola con una bolsa o mochila a comprar. Además, ¿para qué carajo agujereáis la ropa con los cacharros antirrobo?

-¿Estás sola entonces?

- Que sí, coño, he venido sola. ¿Qué insinúas? Vaya, tengo muy buenos amigos, no me faltan amantes y mi familia me quiere con locura. No, no estoy sola pero, sí, he venido sola a comprarme unos vaqueros y cuando me dejes llevar a cabo mi empresa iré ─también sola─ a tomarme un café en el bar de enfrente y después ─sola─ volveré a mi casa y le diré a mi gente “¿Qué tal? Yo vengo de perder los nervios con una estúpida dependienta del Pull & Bear de Tokio que me ha condenado a comprar unos pantalones sin probármelos por haber ido sin un acompañante que me sujetase la mochila.”

- Yo no tengo la culpa, sólo soy una empleada. Pasa al probador, yo te guardo la mochila.

- ¡Pues ahora no quiero yo, hombre! No se puede ir así por la vida, eh.

- Pero si no te he dicho nada, son las normas de la empresa. Siento que estés sola.

- Esta chica es tonta o qué… Que te he dicho que tengo a mi gente, ¿es que no escuchas? Para comprar ropa no necesito a nadie. Bueno, o eso pensaba, ahora resulta que tendré que pedirle a Otto que salga del periódico para sujetarme la mochila mientras me pruebo los que podrían ser mis futuros modelitos

Y, lo que te digo, ahora voy a comprar los pantalones sin probármelos, ea.

- Mira, mi turno termina dentro de 10 minutos si vas al bar de enfrente nos vemos allí y te invito a ese café que te quieres tomar.

Me di la vuelta sin decirle nada, salí de Pull & Bear y entré en el bar de enfrente. Estuve con Monitaka, que así se llama la dependienta, hasta que volví al aeropuerto. Me repitió que eran las reglas de la tienda, que ella no quería ofenderme. Yo le pedí disculpas por haber perdido los nervios, es lo que tienen las crisis, aparecen cuando menos te lo esperas. Minutos antes de entrar a por los pantalones me sentía una persona de lo más realizada y libre, sobre todo, libre y, en un ratito, me sentía totalmente indefensa y sola, muy sola.

Monitaka me contó que estaba casada y tenía dos hijos. Disfrutaba al máximo de su familia y su trabajo le gustaba aunque el trayecto de hora y media que tenía que recorrer cada día alguna que otra vez le resultaba una tragedia. Alguna que otra vez, de camino a casa, su cara reflejaba la misma desazón que la mía minutos antes, cuando discutíamos en la puerta del probador. La misma extraña soledad.

Monitaka tiene a Antoniokio y a sus churumbeles. Yo, repito, tengo una familia para quitarse el sombrero, grandes amigos y no me faltan amantes pero, claro, siempre hay un pero.

Mal de muchos, que tire la primera piedra.

lunes, 21 de abril de 2008

Qué no arreglará la paella de mi madre.


Cómo lo pasamos, oigan. Paella y más paella y té pa´arriba y té pa´abajo. Y es que hay que ver cuántas cosas nos hacen semejantes los unos a los otros… por ejemplo, las ganas de fiesta que habitan en todo individuo. Con calimocho y paella española, con cus cus sin cerdo y sin alcohol, con chelas micheladas a lo mexicano, con sake japonés… con lo que sea, pero de buen rollito. De fiesta.

Como sucedió en Irak y, como suele pasar en cualquier comienzo, la tensión se palpaba en cada milímetro de suelo; hasta que mi madre y yo nos pusimos a bailar el “chiqui chiqui”, canción que representará a España en el Festival de Eurovsión, y la gente empezó a animarse con el “breikindance” y el “crusaito”. Qué momentazo, caracoles.

A Hassan II, rey de Marruecos, le daba miedo bajarse del coche por si los saharauis lo miraban mal o le daban de lado pero ahí estaba mi madre para solucionarlo todo, como siempre. Amelia tiene el don de la palabra y consiguió decirle un par de cosas bien dichas y, también, que se acercase a la paellera:

-(abriendo la puerta del auto de Hassan II) A ver, ¿quién tiene mala conciencia por aquí? Vamos, Hassan, sal del coche. No te van a hacer nada, tranquilo; y tampoco es necesario que hagas falsas promesas ni nada por el estilo. Esta noche, recapacita sobre lo que estás sintiendo en estos momentos y, ahora, a comer paella.

- Amelia, yo querer comer arroz pero creo no estaré cómodo ahí. Debí haberlo pensado antes de decir a tu hija que yo venir aquí.

- Sí, hijo mío, sí, deberíais haber pensado tantas cosas antes… en fin, hoy da igual ayer. Pero sólo hoy, eh. A ver cómo te las apañas para desfacer este entuerto que habéis liado, que ya son muchos años. ¡Ay, un buen azote a tiempo, hubiese solucionado tantas cosas… ! Eso le digo yo a mis chicos, sobre todo a mi Raúl

Y Hassan II también comió paella.

viernes, 18 de abril de 2008

De huelga, ¿por qué no?




No me enrollo demasiado porque estoy terminando de hacer la maleta, el avión nos está esperando en la explanada que hay en frente de mi casa.


Ya os lo adelanté ayer, ¿no? Mi madre y yo nos vamos al Sáhara. Primero pasaremos por el campamento de refugiados, en Argelia, a recoger a unos amigos y la paella la haremos en la zona ocupada, en el Sáhara propiamente dicho. Hassan II, rey de Marruecos, acaba de mandarme un sms confirmando que acudirá a la cita. Dice que le encanta la paella.


Caracoles, que pasen un buen fin de semana.


¡Nos vemos el lunes!

jueves, 17 de abril de 2008

Nos fuimos de excursión


¡Buenos días a todos!

¿Les confieso una cosa? No soy tan parásito como les cuento: además del pellizquito que me regaló la universidad, doy clases particulares a niños con madres desesperadas por la formación de sus mochuelos. Les presento a Laura, Alba, Josema y Raúl, de 10. 13, 14 y 8 años de edad respectivamente. Estos son mis cuatro alumnos particulares pero hoy sólo les hablaré de los dos últimos, los hermanos Trillo López, con los que paso tres horitas al día.


- Bueno, Josema, ¿por dónde empezamos? ¿Qué has suspendido?
- Seis pero he recuperado dos, ¿siempre vas así vestida? ¿me vas a dejar ponerte extensiones en el pelo?
- ¿Ein? ¿Empezamos por Educación para la ciudadanía?


Josema es buena gente pero es demasiado socuellamino y sólo le interesan dos cosas de lo que yo pueda decirle: qué vestido voy a llevar el día de la boda de mi hermana y cómo se llama mi novio. Ni tan siquiera pregunta si voy a llevar vestido o no o si tengo novio; quiere saber qué vestido me voy a poner y cómo se llama mi novio porque seguro, dice, lo conoce.


Josema se enorgullece de conocer a todos y cada uno de los socuellaminos socuellaminos, “a la gentuza de fuera no pero, de los del pueblo, no se me escapa ni uno”. Estuve por decirle que era lesbiana para darle un poco de vidilla a sus recreos y también para que empezase a aceptarse cuanto antes viendo la homosexualidad como lo más normal del mundo. No obstante, pensé en mi santo padre y no quise darle un disgusto con rumores falsos. Y es que, en Socuéllamos, lo que más se oye ─más que las obras o el afilador─ son los rumores.


Josema y Raúl no tienen absolutamente nada que ver. A Raúl tampoco le interesan lo más mínimo las clases (ni las oficiales ni las particulares). Bueno, le interesa relativamente el inglés… Caracoles, me he visto obligada a reservar los últimos 5 minutos de clase para formación complementaria de vocabulario: al niño le vale madres cómo se dice “zumo de naranja” en inglés, quiere aprender a decir “mierda, feo, tonto, pedo…”. Mis años de estudios pedagógicos, la fe en la educación y en el ansia de conocimiento que suponía habitaba en todo individuo, gozan en un pozo. Ais.


El caso es que no se esfuerzan demasiado pero algo van aprendiendo en las tres horas de atención académica personalizada y a las pruebas me remito: ¡han sacado sendos notables en la recuperación de lengua y literatura! Los felicité orgullosa y satisfecha por mi labor y decidí que nos merecíamos una excursión: aproveché que viven al lado de la “casa de la cultura” y los llevé a ver una exposición sobre el pueblo saharaui (¿a que no se imaginan dónde nos vamos este finde mi madre y yo?).


De esta excursión podrían extraerse cincuenta mil aspectos dignos de reflexión. Ante el “tú antes molabas” de Raúl, por ejemplo, deduzco que visitar un “museo” no es un buen regalo para un niño de 8 años y también deduzco que tampoco nunca lo ha sido para mí. Ni tan siquiera ahora, a mis 23 añitos con aires de cultureta. Las exposiciones contienen demasiada información y, por lo general, suelen hacerse en sitios tan fríos y asépticos que cuesta adentrarse en la movida que te quieren contar. Al menos a mí me pasa eso.


Les puedo asegurar que disfruté mucho más –y saqué mucho más jugo- observando “El jardín de las delicias” de El bosco en mi casita que cuando lo vi en el museo de El Prado. Disculpen mi frivolidad pero lo único que dije fue “uy, qué pequeño” principalmente porque tenía apenas unas horas para ver todo el museo y quería “disfrutar” de alguna obra más; además, sinceramente, no me apetecía dedicarle mucho más tiempo ese día a El Prado. Estaba saturada por tanta información. Demasiados detalles.


El caso es que me dio la impresión de que Josema y Raúl hubiesen preferido que les metiese la matraca con los análisis sintácticos y el vocabulario políticamente correcto del inglés, en vez echar un vistazo a la exposición y contarles la historia de Shaia, mi alumna saharaui favorita.


El jardín de las delicias

¡Buenos días a todos!

¿Les confieso una cosa? No soy tan parásito como les cuento: además del pellizquito que me regaló la universidad, doy clases particulares a niños con madres desesperadas por la formación de sus mochuelos. Les presento a Laura, Alba, Josema y Raúl, de 10. 13, 14 y 8 años de edad respectivamente. Estos son mis cuatro alumnos particulares pero hoy sólo les hablaré de los dos últimos, los hermanos Trillo López, con los que paso tres horitas al día.

- Bueno, Josema, ¿por dónde empezamos? ¿Qué has suspendido?
- Seis pero he recuperado dos, ¿siempre vas así vestida? ¿me vas a dejar ponerte extensiones en el pelo?
- ¿Ein? ¿Empezamos por Educación para la ciudadanía?

Josema es buena gente pero es demasiado socuellamino y sólo le interesan dos cosas de lo que yo pueda decirle: qué vestido voy a llevar el día de la boda de mi hermana y cómo se llama mi novio. Ni tan siquiera pregunta si voy a llevar vestido o no o si tengo novio; quiere saber qué vestido me voy a poner y cómo se llama mi novio porque seguro, dice, lo conoce.

Josema se enorgullece de conocer a todos y cada uno de los socuellaminos socuellaminos, “a la gentuza de fuera no pero, de los del pueblo, no se me escapa ni uno”. Estuve por decirle que era lesbiana para darle un poco de vidilla a sus recreos y también para que empezase a aceptarse cuanto antes viendo la homosexualidad como lo más normal del mundo. No obstante, pensé en mi santo padre y no quise darle un disgusto con rumores falsos. Y es que, en Socuéllamos, lo que más se oye ─más que las obras o el afilador─ son los rumores.

Josema y Raúl no tienen absolutamente nada que ver. A Raúl tampoco le interesan lo más mínimo las clases (ni las oficiales ni las particulares). Bueno, le interesa relativamente el inglés… Caracoles, me he visto obligada a reservar los últimos 5 minutos de clase para formación complementaria de vocabulario: al niño le vale madres cómo se dice “zumo de naranja” en inglés, quiere aprender a decir “mierda, feo, tonto, pedo…”. Mis años de estudios pedagógicos, la fe en la educación y en el ansia de conocimiento que suponía habitaba en todo individuo, gozan en un pozo. Ais.

El caso es que no se esfuerzan demasiado pero algo van aprendiendo en las tres horas de atención académica personalizada y a las pruebas me remito: ¡han sacado sendos notables en la recuperación de lengua y literatura! Los felicité orgullosa y satisfecha por mi labor y decidí que nos merecíamos una excursión: aproveché que viven al lado de la “casa de la cultura” y los llevé a ver una exposición sobre el pueblo saharaui (¿a que no se imaginan dónde nos vamos este finde mi madre y yo?).

De esta excursión podrían extraerse cincuenta mil aspectos dignos de reflexión. Ante el “tú antes molabas” de Raúl, por ejemplo, deduzco que visitar un “museo” no es un buen regalo para un niño de 8 años y también deduzco que tampoco nunca lo ha sido para mí. Ni tan siquiera ahora, a mis 23 añitos con aires de cultureta. Las exposiciones contienen demasiada información y, por lo general, suelen hacerse en sitios tan fríos y asépticos que cuesta adentrarse en la movida que te quieren contar. Al menos a mí me pasa eso.

Les puedo asegurar que disfruté mucho más –y saqué mucho más jugo- observando “El jardín de las delicias” de El bosco en mi casita que cuando lo vi en el museo de El Prado. Disculpen mi frivolidad pero lo único que dije fue “uy, qué pequeño” principalmente porque tenía apenas unas horas para ver todo el museo y quería “disfrutar” de alguna obra más; además, sinceramente, no me apetecía dedicarle mucho más tiempo ese día a El Prado. Estaba saturada por tanta información. Demasiados detalles.

El caso es que me dio la impresión de que Josema y Raúl hubiesen preferido que les metiese la matraca con los análisis sintácticos y el vocabulario políticamente correcto del inglés, en vez echar un vistazo a la exposición y contarles la historia de Shaia, mi alumna saharaui favorita.

miércoles, 16 de abril de 2008

De necesidades extrañas


El pasado agosto introduje un concepto en mi vida que, hasta la fecha, me ha ayudado enormemente: el de las necesidades extrañas. Bajo este título me he atrevido a dar pasos y a decir palabras que, dada mi tendencia paranoica, nunca hubieran sido si no me hubiese dicho “esto es una extraña necesidad, sin más. Adelante”.


En agosto escribí una carta al profesor que decidió cambiar el criterio de evaluación para aprobarme la asignatura que me condenaba a septiembre. Yo hice muchos méritos para conseguir una plaza en la convocatoria extraordinaria pues mi examen estaba más que suspenso y, por ello, no entraba en mis planes someterme a la humillación de revisar mi examen. me moría de vergüenza con sólo recordar las incoherencias que había escrito e intuía que allí –delante de un profesor al que admiro profundamente- me derrumbaría. Con todo, acudí a la cita porque el mismo profesor me pidió que asistiese.


Fui y ese hombre vio la desesperación en mi rostro. Filología Hispánica se había convertido en uno de los símbolos del mal para mí, era incapaz de hablar en público, no podía escribir absolutamente nada, ni tan siquiera podía seguir el esquema más básico (sujeto, verbo y predicado). En fin, estaba muy hundida en mi mierda.


Tengo la impresión de que en 5 minutos ese profesor se percató de todo. El problema no era que no hubiese estudiado o que no tuviese la capacidad suficiente para aprobar esa asignatura; el problema, en mi vida en general, era que estaba completamente bloqueada, acomplejada. Como os digo, ese hombre se dio cuenta de que septiembre no sólo era una putada o un aplazamiento para conseguir un título, era una cuestión vital. Sentía la necesidad de pasar página y encontrar alguna motivación para caminar, de una vez por todas, con alegría. Y me aprobó.


Meses después tenía la extraña necesidad de agradecerle el gesto y decirle que no fui a llorar a la revisión, lloré, que no es lo mismo. En aquel despacho me derrumbé como tantas veces lo había hecho en mi habitación o en la de Sonia. He sido demasiado dura y cruel conmigo misma y eso no se vale. Escribí una carta interminable y la mandé a su correo de la universidad. Le contaba todas mis miserias y le agradecía una y mil veces haberme permitido salir de un infierno en el que no sólo habitaba la carrera pero, eso sí, tenía un peso importante. Sinceramente, la situación era tan crítica que no sé si me hubiese presentado en septiembre, si me hubiese ido a México o si hubiese conseguido ser feliz, de haber tenido aquel septiembre. Estaba ciega y anulada totalmente.


En la carta también la decía que el borrón y cuenta nueva a veces es sólo una tapadera que tarde o temprano vuelve a abrirse pero a veces no y sólo ahora, en la ilusión de equilibrio en la que vivo, puedo encargarme de transformar esa tapadera en una realidad. Ahora soy otra cosa y me gusta, le dije a mi profesor.


Llorar (no llorarle, llorar) en aquella revisión fue una extraña necesidad, como también lo fue escribirle mis memorias a ese profesor o los “i can´t believe it” con los que le iba a mi imposible, así como otros tantos pasos o tumbos que voy dando ahora. Creo firmemente que una de las mejores apuestas que he hecho desde que vuelvo a ser persona, desde aquel agosto, ha sido introducir el concepto de necesidad extraña en mi vida. Gracias a él me atrevo a casi todo y dejo pocas cosas en mi tintero personal. Y es que lo que sale puede oler mal, pero lo que está dentro se pudre.


Al cabo, todo se resume en que, ahora, tengo la extraña necesidad de ser una persona feliz y ahí caben muchas cosas.


¡Que tengan un buen día, caracoles¡


Foto: Que no son gigantes, son molinos...

martes, 15 de abril de 2008

Desordenada habitación



Se está rompiendo el hechizo familiar y mucho me temo que se acerca el momento de buscar un trabajo en serio antes de que mi reconciliación con Socuéllamos empiece a mancharse. Todo bien con mi gente de aquí pero ya me están quemando los pies.

Después de casi seis años viviendo a mi manera, volver a la dictadura de Amelia ha sido toda una aventura que creo las dos hemos disfrutado. Tenemos nuestros tira y afloja pero, sin lugar a dudas, nos pongo un sobresaliente. Esta mañana, cuando estaba inmersa en mi habitación, Amelia me pidió por favor ordenase el escritorio porque apenas se me veía entre esa montaña de libros y papelajos. Yo me giré rápidamente y le dije “tienes toda la razón, voy a ordenar un poquejo esto” y me puse manos a la obra a eliminar los archivos que había descargado para cosas puntuales y que ya no necesitaba, a guardar en la carpeta de música los discos que me voy bajando… en fin, me puse a colocar el escritorio de mi ordenador para poder verme entre esa montaña de iconos. (Foto: el fondo de pantalla de mi computadora).

Caracoles, ¿no os parece fascinante? ¡Estamos asistiendo a una verdadera revolución tecnológica! Yo no soy especialmente vanguardista y, dejando a un lado el uso que se pueda hacer de todo esto, he de reconocer que me chiflan estos nuevos vehículos de información, comunicación, entretenimiento, etc.

Mi única queja atenta contra los i-pods por varios motivos. En primer lugar, el riesgo de que la espiritualidad que inspira un viaje en transporte público se rompa no sólo depende de esos dos que se empeñan en que todo el autobús o vagón se entere de su conversación gracias al vocerío que se traen… ahora también hay que contar con que un individuo decida escuchar su música a toda leche ¡si todavía los perjudicados pudiésemos disfrutar de la calidad del sonido como el individuo en cuestión!

Además, desde que la gente usa esos cacharros me resulta mucho más complicado hablar con desconocidos. Y es que mi estrategia para conocer a gente cuando estoy en un sitio nuevo consiste en observar el panorama de una calle, localizar a la persona con la que creo puedo sintonizar, echar a andar delante de ella, girarme violentamente y darle un sustito. Si he acertado, la persona en cuestión no tendrá ningún problema en ponerse a charlar conmigo y ¡asunto resuelto! Ya conozco a una persona en ese nuevo lugar.

Pero cada vez me resulta más complicado porque cuando una persona lleva un i-pod va totalmente inmersa en su mundo y yo no soy quien para romper ese momento. Puede darse el caso de que, alguien que camina sin i-pod, vaya igualmente disfrutando del momento consigo mismo pero, ¡se siente! eso yo no lo sé, así que no me da tanto reparo interrumpirle. Si gusta, me sigue el rollo y, si no, pues sigue caminando y santas pascuas. No hay problema.

En fin, esto de la tecnología tiene su doble cara, como todo. A día de hoy, conmigo gana la parte positiva. Sin ir más lejos, este blog me da muchas alegrías, el Messenger ni os cuento y, desde luego, la vida en un pueblo con una biblioteca de risa y un videoclub de películas de tres al cuarto se hace mucho más llevadera adsl y móvil.

lunes, 14 de abril de 2008

Qué no arreglará la paella de mi madre



El viaje ha sido todo un éxito, caracoles. Como reza el título, qué no arreglara la paella de mi madre, me pregunto. Al principio, tanto invasores como invadidos se mostraban reticentes a dejar sus ocupaciones para degustar uno de los manjares más exquisitos de la gastronomía española. Además, no entendían por qué estábamos allí y, sobre todo, por qué era gratis. Nosotras sólo decíamos “free, free” y ellos “free?” y nostras “yes, free” y ellos “free?” de nuevo hasta que mi madre le dijo al primero que tuvo la suerte de degustar la paella “toma y calla, anda”.

Calló y comió y, poco a poco, los demás se fueron acercando a la paella. Al principio el ambiente estaba un poco tenso: la gente comía sin apenas mirar el plato, los invasores observaban a los invadidos y, viceversa, los invadidos no quitaban ojo a los invasores. Hasta que saqué mi guitarra y me arranqué por bulerías; entonces pasamos a ser un grupo numeroso de gente pasando un buen rato. Tenían que haber visto a Amelia, una gallega con duende, bailando flamenco.
La despedida cumplió con los requisitos mínimos que se le exigen a una despedida. Es increíble cómo en tan poco tiempo todos nos cogimos tanto cariño. En cuanto les comunicamos la petición de acercar a los soldados a EE. UU. que nos había hecho Bush todos se pusieron a dar saltos de alegría y se abrazaron como hermanos con lágrimas en los ojos. Los invasores a los invadidos y, viceversa, los invadidos a los invasores. Mi madre y yo contemplábamos la escena y pensamos que era normal, quieras o no han sido cinco años juntos…
Finalmente no nos acompañaron. El soldado Smith nos dijo que el viernes que viene le toca ir a su madre (cada semana va una madre estadounidense a Irak a dar abrazos y a dejarles ropa limpia y tupperwares cargados de comida) y habían decidido aprovechar estos días para hacer algo de turismo en la zona, comprar souvenirs y preparase psicológicamente para la vuelta. Se irían en el avión privado de la Sra. Smith.
Pero qué turismo vais a hacer, cabeza de chorlito, si habéis arrasado con todo. Hay que ver cómo son estos americanos. En fin, a nosotras nos encantaría quedarnos más tiempo pero tenemos que llegar a Socuéllamos antes de las 10. Unas lagrimejas más y pal´pueblo que, como cada domingo, queríamos estar en nuestros sofás con café y pijama a las 22.15 para ver “Aida”.

No hay nada mejor que acabar la semana con un efectivo humor facilón, por eso Aida es uno de los rituales de domingo; como comprar El País para hojear el cultural que, alguna que otra vez, nos sorprende gratamente y leer a Javier Marías y a mi gran amiga Elvira Lindo, que nunca me falla. Copio un fragmento de su artículo de ayer:

A propósito de Charlton Heston

“Si ese hombre hubiera muerto en los primeros setenta, se la habría recordado por "El planeta de los simios" y por ser un activista de los derechos civiles de los negros, si hubiera muerto en los noventa, por eso y por liderar la defensa de las armas de fuego (que aquí tienen una connotación cultural sobre la que habría que escribir alguna vez en serio), pero ha muerto después de que el megalómano de Michael Moore le faltara al respeto en su triste vejez desmemoriada. Todo para alegría de miles de pacifistas del mundo que, en su versión más fanática, entendían que la falta de piedad está justificada si se trata de defender la causa”.

Si Bush hubiese muerto después de retirar a Sadam, el dictador que fue colocado como tal por el mismo Bush se le hubiese recordado por… no, bajo ningún concepto, la falta de piedad, corazón y sentido común justifica las supuestas causas de este desalmado.

jueves, 10 de abril de 2008

De huelga, ¿por qué no?



Caracoles, dejo ya preparada la huelga de silencio para este fin de semana.
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Me prometí preservar mi intimidad en este blog pero hoy voy a hacer una excepción, sin que sirva de precedente, para contaros lo que voy a hacer estos días.
Con parte del dinero que llegó a mi cuenta he reservado un vuelo charter de ésos: mi madre y yo nos vamos a Irak a celebrar el quinto aniversario de la invasión estadounidense con una paella gigante para todo el que quiera. Después del café y los digestivos, les diremos a todos que Bush nos ha pedido le hagamos el favor de llevar a los soldados a su casa ya que EE. UU. nos pilla de camino: Ha dicho que os vengáis todos, desde el sargento más sargento al cabo menos cabo.


¡Feliz fin de semana!

miércoles, 9 de abril de 2008

Arriba los corazones

El amor, esa palabra

Caracoles, aquí donde me ven, atravieso un momento trágico provocado por el maldito as de corazones. Adolezco del mal de amores que dicen y he de confesar que me está resultando realmente doloroso.

El instinto de supervivencia me obliga a hurgar en este aspecto hasta topar con algo positivo y, haciendo un gran esfuerzo, tengo a bien considerar que esto no es sino una experiencia más (ahora también sé hablar de desamores, ea) e incluso es probable que, con el tiempo, esta situación haga grandes aportaciones a mis conocimientos antropológicos. Además, he podido sentir en primera persona la intensa fraternidad que une a los que sufrimos la cara menos amable de este bonito sentimiento.

No obstante, he de decir que este último argumento tiene una contrapartida: tanta fraternidad sólo puede indicar una cosa y es que, señores, nuestras historias no son únicas, inexplicables, ricas en matices o especiales. Nuestras historias son como todas; salvo pequeños detalles exclusivos fruto de la combinación de dos personas(lidades), lo demás sigue un mismo esquema. Antes de que mi yugular se vea lastimada quiero dejar claro que lo idéntico es el marco, cada cual lo vive, lo siente y actúa a su manera. Por ejemplo, yo he dado en llamar “bolero” a uno de los marcos: el del camelo, en él tienen cabida las canciones, cartas, mensajes, detalles o vete tú a saber que un sujeto A utiliza para conquistar a un sujeto B.

Otro de esos marcos, mucho menos agradable, es el “I can´t believe it”, you know? Llegado este momento, la mayoría de los sujetos desfavorecidos caemos en el patetismo y dignidad, ¿pa´qué te quiero? Para no martirizarnos demasiado, caracoles doloridos, debemos insertar esta etapa dentro del continuum: estábamos ciegos, conservamos algo de fe y, sobre todo, después de esta fase, vendrá otra que seguro nos es un poco más grata: la de “la aceptación total y absoluta de la derrota”. Eso sí, debemos hacer todo lo posible para salir del “I can´t believe it” lo más rápido posible, hay a quien se le ha diagnosticado hepatitis de la mala por regocijarse en este bache.

Yo trato de confirmar en qué fase me hallo, ¡estoy deseando llegar al Bonus track del final! Porque seguro que hay un bonus track al final de todo esto, ¿verdad? No sé si me servirá de mucho pero he de confesarles que juego con ventaja: soy sujeto dolorido y sujeto imposible a la vez. Ya saben, el típico “quien quiero que me quiera no me quiere como me quiere quien no quiero que me quiera” y en ésas estamos.
El otro día, sin ir más lejos, estuve a punto de cometer uno de esos actos degradantes que se insertan dentro del “I can´t believe it” y no lo cometí gracias a esa ventaja que les digo:

mi celular y yo habíamos decidido que la madrugada de ese sábado era el mejor momento para comunicarle a nuestro sujeto imposible que “I can´t believe it” a través de un sms cuyo contenido, por suerte, no recordamos gracias a las altas dosis de alcohol en vena.
Me disponía a darle a “Enviar” cuando, de repente, la simpática melodía de mi móvil me comunica que he recibido un mensaje de texto. Durante unos segundos agradezco a dios haber escuchado mis oraciones mientras me digo una y otra vez “que sea él, que sea él…” Leo el mensaje y confirmo que la divinidad, una vez más, no está a mi favor: el sms procede de mi prójimo, ese sujeto dolorido para el que yo soy sujeto imposible.

Acto seguido, analizo lo que he sentido al leerlo, me río a pierna suelta y no envío el sms a mi sujeto imposible. Estuve por llamar al otro dolorido para contarle lo sucedido e “invitarle” a unas cervezas para echarle humor al asunto. Entonces pensé en todo esto del mismo esquema y tal que les digo y caí en que a mí no me haría ni puta gracia que mi sujeto imposible me llamase para contarme que él estaba a puntito de cagarla cuando recibió mi mensaje y se sintió, más que incómodo, indiferente, y gracias a él reprimió las ganas de hacerle saber a su sujeto imposible que “I can´t believe it”. No, no me hubiese hecho ni puta gracia.

Y si al final no hay bonus track, al menos espero que los daños ocasionados por este mal no sean irreparables porque, bien sentido, el amor es muy bonito, ¿no?

martes, 8 de abril de 2008

De universos caprichosos


Todas las personas que han probado el peyote en los alrededores del desierto de Sonora (México) coinciden en una cosa: cuando estás en el viaje te das cuenta de que si murieses en ese instante no cambiaría absolutamente nada; el mundo seguiría en sus trece, la gente ni se inmutaría y tu gente acabaría readaptándose a la vida sin ti, que no eres pieza fundamental. Ni tú, ni nadie.

Todos los que han probado esta planta dicen tener un antes y un después en su vida y su actitud hacia las grandes incógnitas (véase la muerte o el porqué estamos aquí) es distinta. Algunos antes no habían reparado en estas cuestiones, otros estaban angustiados por tanto sinsentido, otros… bueno, hay tantas posturas como colores, como personas. El caso es que, por norma general, después de probar el peyote todos están mucho más relajados y asumen lo inefable o lo desconocido con una actitud humilde y desconcertada pero tranquila.


Esta gente tiende a ser más indulgente con su pasado y con su presente. No se castigan por esos grandes errores cometidos o por las malas decisiones tomadas: dentro de una totalidad todo eso no sólo es nimio, es ridículo.
A mí me parece una buena terapia para protegerse de la agresividad del entorno en todos sus niveles.

La memoria es un universo caprichoso, ¿no creen? Selecciona a su antojo los recuerdos que, de alguna manera, determinarán nuestros siguientes pasos. Lo jodido es que dependiendo de factores como el estado de ánimo o la actitud esa selección natural puede serle más o menos favorable al individuo. Bien podríamos hacer de la memoria una planta de peyote para relativizar nuestras vivencias e insertarlas dentro de la totalidad de nuestra vida. Estoy segura de que si yo hiciese eso no me empeñaría tanto en decir que no he sido una niña feliz en Socuéllamos, por ejemplo.

En las conversaciones de cocina, mi madre no ceja en su empeño de recordarme esos momentos en los que lucía una sonrisa infinita cuando ella me hacía suavitos en la espalda (la misma que luzco cuando lo hace ahora) y también incide en las sonrisas efímeras y puntuales cuando Carolina Casas, amiga de la infancia, se venía a nuestro bar después de clase y jugábamos hasta que mi madre llegaba con el bocadillo de nocilla. ¿Se pueden creer que no me acuerdo lo más mínimo de aquello? No deja de ser curioso que sea una persona externa la que te traiga a la memoria los recuerdos de tu vida, incluidos los momentos en los que esa persona externa no ha participado.

Cuando no quiero que mi madre gane el duelo le contesto que si no me acuerdo de todo eso es porque no lo disfrutaría tanto como ella piensa, como ella veía desde fuera. Seguro que por dentro estaba maldiciendo este pueblo de cromos idénticos y por eso apenas pienso en Carolina. Otras veces, cedo. Sí, madre, supongo que habré sido feliz o, al menos, no tan desgraciada como me empeño en creer.

En realidad, ya me da igual confirmar si fui o no fui feliz en mi infancia. El caso es que, por una ilusión de equilibrio, engaño al capricho de mi memoria con buenas palabras para que se abra y deje entrar a los recuerdos de mi madre, con nocilla incluida.

¡Nerea cumple 6 años hoy!


Que tengan un buen día, caracoles

lunes, 7 de abril de 2008

Toma el dinero y corre

Son las 7.30 de la mañana de este lunes 7 de abril de 2008. El primer pensamiento del día tiene forma de observación “Mierda, las condiciones climáticas me son adversas. Mala señal”; el segundo, de pregunta “¿Qué vas a hacer con el dinero, Nata?”. Son las 8 de la mañana, el mar de dudas en el que navego me pone filosófica y asquerosamente trascendental; pienso en el destino, en la suerte, en cómo la vida puede dar un giro completo sin que tú tengas nada que ver en ello y recuerdo la mañana del pasado viernes 5 de abril de 2008 cuando, de camino al banco, nada indicaba que habría un antes y un después en mi vida tras adentrarme en Caja Castilla-La Mancha:

Me disponía a repetir el acto mecánico que supone interactuar con una tarjeta de crédito en un cajero. La misma angustia de siempre, la mano derecha pulsando la contraseña y la izquierda cruzando los dedos.
Hasta ahí todo era normal, lo mágico (o lo terrible, aún no sé) vino cuando mis ojos toparon con el extracto de la cuenta y vieron la siguiente cifra al lado de “saldo disponible”: 1258 euros. Mis manos empiezan a temblar, mi cabeza gira hacia un lado y hacia otro y mi boca no para de emitir carcajadas y grititos que no dejan indiferente a nadie. El director del banco me mira y yo, desconcertada, le sonrío agradecida, ¿quién me asegura a mí que no ha sido ese apuesto caballero la persona que ha decidido poner fin a mi lamentable situación económica ingresando 1250 euros en mi cuenta corriente? Nadie.
Salgo a la calle con una satisfacción sólo comparable a la que producirían 17 orgasmos juntos o haber hecho del mundo un lugar justo y habitable; no obstante, esta sensación dura poco. De repente me invaden un sinfín de necesidades que hace cinco minutos no eran tal cosa. Sencillamente no eran, no existían. Lo primero que tengo que hacer es comprar un buen regalo de boda a mi hermana (además de la cafetera que ya tengo apartada en los chinos del centro), luego voy a solventar los gastos ocasionados a mis padres por estas semanas de hospedaje (con 100 euros será más que suficiente) y también quiero apuntarme a la autoescuela para tener todos los carnés que haya de la A a la Z (patinete, camión, ambulancia, aeroplano… los necesito todos). Ah, y esta tarde empiezo a estudiar la manera de autopublicar mis obras.

Cuando llego a casa estoy completamente agotada de tantas cábalas como he hecho en el camino de vuelta y, tristemente, reparo en que ni tan siquiera me he fijado en los niños que salían de la escuela ni en las flores de los almendros, que ya están en su máximo esplendor; y es que, durante mi regreso, no he hecho otra cosa que sumar y restar encajando las necesidades que me sobrevenían a cada paso. Los ricos nos volvemos insensibles al entorno muy rápidamente. No, señor, yo no quiero esta vida para mí.

Supongo que lo que me pasa tendrá que ver con el hecho de que el ser humano vive siempre insatisfecho. El caso es que, antes de ser rica, vivía mucho más tranquila, mis inquietudes estaban ligadas a cuestiones más, digamos, intelectuales y sólo alguna que otra vez me compadecía de mí misma por no tener ni un duro. Este fin de semana pensar en qué invertir mi capital y qué comprar me ha robado un valioso tiempo destinado a disfrutarlo para conmigo.

Por otro lado, recuerdo hay quien dice que la verdadera independencia viene cuando disfrutas de la independencia económica. Sin embargo, esta consideración no acaba de convencerme del todo; cierto es que esos ceritos en la cuenta te permiten suplir unos gastos disfrazados de necesidad que, dicen, mejoran la calidad de vida. Pero, caracoles, no dejo de pensar que yo vivía muy independientemente hasta el viernes por la mañana.

No me considero especialmente caradura por el hecho de que sean mis seres queridos los que se encarguen de cubrir esas necesidades que se le suponen a todo individuo. El único inconveniente es que son ellos los que deciden cuáles son mis supuestas necesidades porque, como les digo, no soy tan caradura: yo no pido pero, si me dan, acepto encantada.

Por ejemplo, mi madre se preocupa de comprarme ropa (acorde con mi estilo y todo, a pesar de que lo detesta con todas sus fuerzas) y mi hermana suele depositar 20 eurillos en mi estantería cada semana y ¿qué les doy yo a cambio? Pues yo les doy alegría. Lo digo completamente en serio. Cada cual aporta lo que puede, lo que sabe o lo que tiene.

Soy consciente de que, si todos pensasen como yo, este mundo de ahora no funcionaría muy bien; bueno, más bien no sería este mundo de ahora. Pero, en este mundo de ahora, no me crea el más mínimo conflicto no sentir la necesidad de adentrarme en el mamoneo laboral a bocajarro y vivir de la caridad de mis seres queridos. Me tengo por una persona independiente, autosuficiente y libre, aunque no pueda disfrutar de algunos de los caprichos que oferta este mundo de ahora como viajar, ir de concierto en concierto o pegarme todas las fiestas que me apetecerían porque, insisto, mi morro no es infinito, es efímero.

Por eso acabaré entrando en ese juego que han creado ellos; lo haré, claro que lo haré, pero tranquilamente y a mi manera. De momento estoy en otros menesteres y tengo la suerte de tener una madre que es la repanocha, aunque interrumpa mis rituales para mandarme a comprar tocino.


Y dicho esto, ¿qué coño hago con el dinero? Pensé en devolvérselo al director del banco o no hacer cuenta de él hasta que verdaderamente lo necesitase a modo de aorro (¿se escribía así?), también podría gastármelo todo este fin de semana para acabar cuanto antes con el quebradero de cabeza… Barajé muchas opciones hasta que la Universidad de Castilla-La Mancha apareció en forma de iluminación. Con toda la nitidez que puedan imaginarse, escuché la voz en off de Inma, la funcionaria de relaciones internaciones, diciéndome “Natalia, te hemos concedido la prórroga de la estancia en México para el siguiente semestre” y me acordé de que yo me callé como una puta a pesar de saber de sobra que no podría disfrutar de esa beca ya que mis estudios, para lo bueno y para lo malo, habían finalizado. Por si las moscas, me dije.

Los caracoles Otto y Alicia me han dicho que nada de silla eléctrica si me pillan. Lo único que puede pasar es que retiren el dinero de mi cuenta y santas pascuas; y si por alguna remota casualidad no tengo dinero en la cuenta tendría un plazo de seis meses para devolverlo.

¿Qué harían ustedes? Hoy tengo que decidir si echo mano de la cuenta suiza que abrí hace un par de años (también por si las moscas ─no hay nada como tener cubiertas las espaldas─) o les doy unos mesecitos de plazo a los de la universidad para que reparen en su error, lo que supondría tener la miel en los labios sin poder saborearla.

La opción de confesar está fuera de concurso. El silencio alguna que otra vez puede ser una respuesta pero convengamos que en este caso no: servidora, en ningún momento, confirmó a Inma que volvería a México. Ella debería haberse puesto en contacto conmigo antes de ingresar alegremente esa cantidad de dinero y no lo hizo, no es mi problema. A mí también me cuesta asumir que sólo yo soy responsable de mis actos pero es lo que hay, somos adultos y Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita.

jueves, 3 de abril de 2008

Con el rabo entre las piernas

No puedo evitar sentirme como cuando cometo alguna inconsciencia con fatídico final y mi madre ha sido testigo directo de todo el proceso. Amelia no me regaña, me compadece. Y es que, a pesar de que nuestra vuelta está más que justificada si nos atenemos a la entrada anterior, volver con el rabo entre las piernas es molesto.

¿Ustedes han vuelto alguna vez con el rabo entre las piernas? Yo no me he parado a contar las veces que lo he hecho pero, vaya, a pesar de lo molesto de tener un rabo entre las piernas, he vuelto cuando lo exigía el guión “Vuelve con el rabo entre las piernas cuando lo exija el guión”. Somos personas, vive dios, y, caminante, sino estelas en la mar.

Cuando discutía con mi hermana y la culpa era de quien les escribe, mi modus operandi para lo del rabo era el siguiente: al cabo de unas horas me acercaba a Ana y le hablaba como si no hubiese pasado nada y ella unas veces me perdonaba y otras seguía enfadada un ratito más que a mí me parecía una eternidad.

Ahora, siendo una persona con pleno conocimiento de mis actos y de sus consecuencias, asumiendo mis principios y teniendo ciertas nociones sobre los conceptos de justicia, convivencia, tolerancia, respeto y esas cosas utilizo otras estrategias para volver con el rabo entre las piernas: ahora me disfrazo de sol, hago cosquillas o me bajo los pantalones hasta que mi madre, por poner un ejemplo, me perdona (aunque haga frío, eh).

Mi madre dice que sólo se debe mirar atrás para coger impulso y éste no es sino uno de los grandes puntos de discrepancia entre Amelia y yo. Bueno, he de decir que mi madre es más que un caracol, es un ser supremo que no ha cometido un solo error en la vida y, por lo tanto, no ha tenido que recular nunca. Pero yo sí y ni arrepentida ni orgullosa lo acepto, sin más.

Como caracol que soy, me arrastro pa´lante y pa´atrás y algo voy avanzando porque, jo, nadie nos ha dado la dirección correcta del servidor y no tenemos mapa. Ni destino. Y a veces es como si no tuviésemos internet y, sin embargo, otras veces es como si la red fuese para nosotros solos y navegamos recta y limpiamente sin mancharnos.

Y eso, a veces no. Lo más saludable será volver con el rabo entre las piernas, ¿no?

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Instrucciones para subir una escalera (al revés)

miércoles, 2 de abril de 2008

donde dije "digo", ciento volando


Ante el aluvión de mensajes enviados por caracoles en potencia en los que se me hacía saber de la efectividad de nuestra huelga he reconsiderado mi postura ante el blog y he tenido a bien activarlo de nuevo; no ya desde la perspectiva del reto personal, sino desde una intensa lucha cibernética por un mundo mejor para los caracoles, ¿qué les parece?

Antes de juzgar mis idas y venidas y los sinsentidos les pido lean algunos fragmentos de los e-mails que he recibido y entonces entenderán:

Uno: el breikindance. Que no, que es broma…

lavidaesjauja@hotmail.com : Un blog en sí no puede ser infinito pero el contenido, las ideas, sí.

unmundomejorparalospecesespada@gmail.com: La constancia, como el saber, no ocupa lugar. Donde cabe un reto, caben dos.

OTAN@hotmail.com : Los miembros de la OTAN nos hemos reunido esta mañana impulsados por el malestar general que ha causado vuestra huelga y, sobre todo, vuestra despedida.
Sabemos que somos una pieza insignificante dentro de ese gran puzzle que es unmundomejorparaloscaracoles pero, por si sirviera de algo, queríamos hacerles saber que hemos recapacitado y estamos arrepentidos. Somos gente mala, Nata, y queremos cambiar.

¡Larga vida a http://www.unmundomejorparaloscaracoles.blogspot.com/ ¡

blogspot.com@yahoo.es: Debido a los estragos que ha causado vuestra despedida en la blogosfera no nos queda otra que aumentaros el sueldo un 40 % más cesta de navidad.

¡Recapaciten, por dios!


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¿Ustedes qué harían en mi lugar? Miren, yo no soy de hierro y, además, a todo lo dicho sobre los blogs he de añadir que estos espacios crean cierta dependencia (sobre todo a alguien tan sensible a los vicios como yo). Una vez más, espero ustedes comprendan mi decisión.

Por último, me parece oportuno aprovechar esta vuelta para advertir a los no caracoles lo siguiente:

Este blog se actualizará como mínimo tres días hábiles a la semana (indeterminados) y hasta que el mundo deje de ser cruel y asquerosamente injusto, el resto de días estaremos en huelga. Bajo ningún concepto se podrán emitir sentencias del tipo “Jo, unmundomejor… no ha actualizado hoy”. Se dirá “Jo, el mundo sigue siendo cruel y asquerosamente injusto y en unmundomejor… se han visto obligados a hacer huelga de nuevo”.
¿Les parece bien? ¿Alguna sugerencia?

Dicho esto, una vez más, hágase http://www.unmundomejorparaloscaracoles.blogspot.com/

Por cierto, ¿a alguien se le ocurre algún apelativo medianamente cariñoso y mucho más breve para referirnos a nuestra bitácora?