sábado, 30 de agosto de 2008

¡Vente a Alemania, Pepe!

No quiero ir sola al aeropuerto, caracoles. Creo que, de todas las cosas que me contraen el estómago estos días previos a mi viaje a Alemania, verme entrando en Barajas sin más compañía que la mía, me aterra. Dejando a un lado que soy bastante despistada y no tengo el más mínimo sentido de la orientación, puedo decir que lo que me contrae el estómago no es el “no lugar” en sí, el aeropuerto, sino el hecho de caminar hacia la puerta de embarque sin tener que echar la vista atrás porque no hay nadie.

No vayan a malinterpretarme, no quiero remover sus tripas ni sus agendas para que se personen en la terminal 2. Ni ustedes, ni mi madre, ni mi hermana, ni Otto, ni Sonia, ni nadie. Me marcho un día laborable a primera hora de la mañana, todos tenemos algo que hacer en esa primera hora de ese día laborable y es normal. De haber sido otra la fecha y otra la hora es probable que alguno de mis otros hubiese incluido en su “algo que hacer” acompañarme al aeropuerto o no pero me marcho un día laborable a primera hora de la mañana. Y es normal.

Insisto, no vayan a malinterpretarme, tengo grandes compañeros de vida que están ahí, siempre al lado, compañeros para los que yo también estoy, claro. Pero yo no pude ir a despedir a Sonia al aeropuerto. Pero yo no pude ir al concierto de Amparanoia con Otto. Pero yo no voy a poder imprimirle a mi madre cada semana “un mundo mejor para los caracoles”. Jo, seguro que, aun cuando me desfilologice, seguiré sintiendo en primera persona la agresividad de lo que para mí es un doloroso concepto: el pero.

Suele pasar que la circunstancia (en el sentido más amplio de la palabra) se pone en una tesitura tal que la absoluta soledad del ser humano es, a veces (a tantas veces), una verdad absoluta. Digo soledad sin la menor connotación dramática, lo digo de manera totalmente neutral. Somos con más gente, dije alguna vez, pero estamos solos en el mundo. Y esto no es ni malo ni bueno, desde mi punto vista, sencillamente es. No obstante, he de reconocer que, en estos días previos en los que tantas cosas me contraen el estómago, pensarme girando la cabeza desde la puerta de embarque para ver a nadie me da ganas de llorar.

No es la primera vez que tengo que constatar esa absoluta soledad que a veces (a tantas veces) es una verdad absoluta y seguro que en más de una ocasión, sin yo pretenderlo, otra persona ha tenido que vérselas con su soledad por culpa o gracias a alguno de mis actos. Pero, como les digo: el pero.

jueves, 28 de agosto de 2008

The women's secret



Acabo de ir de compras, caracoles, y estoy realmente cansada. No se imaginan cuánto puede llegar a agotar lo que en principio iba a ser una agradable mañana de paseo por el centro de la ciudad. Ha sido horrible. Bueno, claro que se lo imaginan. Ustedes también irán de compras, ¿verdad?

Habida cuenta de que suelo llevar mis dos o tres uniformes día sí, día también, ni siquiera me había planteado gastar un solo céntimo en adornar este cuerpo que luzco. Sin embargo, Amelia, que también es mi madre y, por lo tanto, tiene sus cosas de madre me advirtió que debía comprarme ropa interior, algo de arriba y unos pantalones decentes antes de irme a Alemania.

Preocuparme por cuestiones como el idioma, el trabajo en el centro infantil o si los enchufes allá serán bifásicos o trifásicos, no me ha dejado tiempo para reparar en ese detalle: ¡en Alemania no venden ropa! En fin, el caso es que yo soy una hija muy obediente y, pensándolo bien, es cierto que apenas tengo ropa de abrigo, así que “voy a ver qué se cuece en las tiendecitas de Albacete”, me he dicho esta mañana.

“Me gusta que me orinen en el pecho”, “Efectivamente, soy un milagro para tus ojos”, “La vida es maravillosa: libertad para los pájaros y las flores”… Está bien, lo reconozco, quizá estas frases son un poco exageradas (quizá) pero no tardarán en llegar. Ustedes, ¿qué piensan cuando ven este tipo de camisetas (principalmente) que lucen eslóganes similares? Yo, hasta hoy, no le había dedicado mucho tiempo al asunto, con un “no compro eso ni de coña” era más que suficiente pero esta mañana he pensado que si las hacen es porque alguien las compra y si alguien las compra es porque las hacen, ¿qué carajo pasa por la cabeza de unos y de otros? Mí no entender.

Vivir anclado en los ocho años luciendo alegremente estampados de Barrio Sésamo, Pipi Calzaslargas, Heidi, los caballeros del Zodiaco, Bola de dragón o los Lunnies tiene un inofensivo pase pero, ¡Ángela María!, ¿qué manera de idiotizar(se) es ésa? ¿eh? Que conste, que no me voy a remontar a Torrente y a su “la culpa es de los padres que las visten como putas” para no echar más leña al asunto, porque ya tiene bastante.

Dejemos a un lado a los Amancio Ortega que no tienen ni escrúpulos, ni principios, ni conocimiento, ni na de na y centrémonos en la persona que se dirige al Pull & Bear de turno y decide comprar una camiseta en la que el dibujo de dos manos encajan perfectamente con sus senos y debajo puede leerse “Just do it”. Me parece totalmente lícito que haya quien salga a la calle en busca de carne fresca con la que echar un polvo y pasar un buen rato, de la misma manera que no dejo de tener presente que a todos nos gusta vernos guapos, ponernos esos pantalones que nos sientan mucho mejor que aquellos otros que, además, son bastante incómodos. Puedo llegar a entender que haya gente que invierta horas y dinero en disimularse y disfrazarse para, irónicamente, sentirse mejor consigo mismo. Sin embargo, volvemos a lo de siempre, ¿no hay límite por algún lado? ¿Es necesario ser tan explícitos? Y ¿de verdad “just do it”? Mira que luego sois todas unas romanticonas y queréis que se queden a dormir o vais de estrechas y os hacéis las ofendidas: “¡imbécil, es sólo una camiseta! No soy ningún pedazo de carne, ¿sabes?”.

Caracoles, ¿somos lo que nos ponemos? Espero que no pero, de alguna manera, me temo que sí. En fin, el caso es que, en esta mañana de tiendas, sólo he sacado el monedero para comprarme un yogur granizado en “ExpresaTE”.Ais. Ya me inventaré alguna excusa para Amelia.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Veo, veo

Inge me ha dicho que no voy a tener ningún problema en Alemania porque soy muy alegre. Lo que mi profesora de alemán quería decir en realidad era que no me preocupase por que sea incapaz de hablar la lengua germana puesto que soy una persona optimista y sobrellevaré con humor la situación de absoluta incomunicación que se me avecina. ¿Gracias? Convengamos que esa apreciación me hubiese ayudado de haber procedido de cualquier otra persona excepto de mi profesora de alemán. Ella que me enseña preposiciones, verbos y vocabulario y es testigo del empeño que le pongo al asunto.

Caracoles, tengo miedo. Cierto es que pienso en aquello de desfilologizarme, en otro tipo de comunicación que necesito comprobar es posible, y me entusiasma la idea de plantarme en Lemgo, una ciudadela de 42.000 habitantes cercana a Hannover. Sin embargo, no es menos cierto que según se acerca el día 10 de septiembre, mis deseos de detener el tiempo son cada vez más constantes.

Supongo que en ese “reloj, no marques las horas” tiene cabida el hecho de que estoy muy bien en Albacete. Me gusta lo que he sido y la vida que he llevado aquí. He conocido a gente y a personas, a unas cuantas personas, con las que espero volver a encontrarme algún día.

En estas semanas de transición en las que me encuentro me parece lógico reflexionar en torno al viaje y la actitud del viajero. ¿Saben qué, amigos? Me alegra comprobar que, después de haber viajado, mi postura ante estos aspectos (los del viajero) se mantiene casi intacta. Desde hace exactamente un año comencé una nueva etapa en mi vida, me he aficionado a la mochila y he pasado mucho tiempo en salas de espera de estaciones y aeropuertos. En este período mi postura ante muchas realidades ha cambiado, era justo y necesario. No obstante, como les digo, me alegra comprobar que mi percepción del viaje y del viajero es la misma que tenía cuando vivía en Ciudad Real, el lugar donde forjé la base de lo que ahora soy (ni mucho ni poco, ni mal ni bien).

He conocido a ciudadanos del mundo que no se han movido del sitio que les vio nacer (ahí tienen a Juan Rulfo, por poner un ejemplo) y también he conocido a gente que ha pagado un buen número de billetes de avión o ha hecho autostop y han visitado, pero no han viajado. Los he conocido en Socuéllamos, en Ciudad Real y allá donde he puesto los pies en este año de dispersión espacial y mental que vengo viviendo.

Me parece fundamental saber mirar el mundo y, sobre todo, me parece más fundamental ser consciente de que hay que saber mirar el mundo. Por eso, quien viaja de casa al trabajo (aunque sea caminando) con una mentalidad abierta y receptiva puede registrar conocimientos antropológicos y sociológicos; puede examinar su realidad y compararla con la del entorno que le rodea y puede nunca dejar de aprender. Esa persona puede leer, ver cine e internetar viajando de una línea o de una imagen a otra sin moverse de casa y puede nunca dejar de aprender.

A día de hoy, me encantaría vivir una temporadita en todos y cada uno de los lugares del mundo y, al mismo tiempo, iría una y mil veces a Ciudad Real. Una parte de mí volvería a esa ciudad esas una y mil veces, la parte sentimental, pero otra no volvería: iría. Se trata de un dos en uno un tanto complejo, digamos que la sentimental que hay en mí se plantaría en los bancos de la facultad y tomaría un café en el “Rincón de luna” y la viajera, miraría a su alrededor analizando al nuevo parroquiano del que fue su bar de todos los días intentando registrar todos los rasgos que la percepción como espectadora le permitan. La viajera estaría pendiente de cómo lleva Blanca, la conserje de la facultad, los tantos años en ese puesto de trabajo. Esto es, la sentimental que hay en mí sentiría cierta morriña de la que fue, pudo haber sido y ya no es Ciudad Real para ella y la viajera, aprendería no lo mismo, pero sí de la misma manera que aprendió en Socuéllamos, México o Cuba.

Es inviable que viva una temporadita en todos y cada uno de los lugares del mundo, por mucho que me apetezca. Este deseo, pues, se queda como lo que es: un deseo, un sueño. Lo que cuenta, lo que a mí al menos me cuenta, es la calidad de lo viajado. La actitud que he aprendido a imprimir en cada viaje ya sea a la panadería o la ciudad de Cuernavaca.

Hay movimientos y traslados evidentes, dieciséis horas de vuelo dejan una clara constancia de que uno se ha movido y está ante una realidad distinta pero no olvidemos que tanto en sociedades como en individualidades somos matices, por eso hay semejantes pero no idénticos y de cada matiz, un mundo.

Y no se aprende sólo de la gente, ya sé. Y viajar no es sólo aprender del entorno, también lo sé. No es sólo eso, pero también es eso y, personalmente, me parece una necedad no contemplar estas opciones cuando uno sale de la cama para echarse al mundo, sea cuál sea ese mundo. Porque, insisto, de cada matiz, un mundo.

viernes, 22 de agosto de 2008

Caracolear, un neologismo

Aunque no gusto de releer lo que escribo una vez publicado en este nuestro blog, ayer, entre llamada y llamada, me entretuve echándole un vistazo a las entradas más antiguas. Como el servicio de mensajería express está un poco muerto en estas tardes de agosto, también releí las más recientes.

Entre las muchas cosas que recordé y descubrí en este flash back me percaté de que, sin apenas darme cuenta, las entradas siguen cierto hilo argumental. Cierto. Llegado este punto de mi monólogo interior la pregunta estaba más que cantada:

- Nenica, ¿ahora cómo cierras el episodio de quijotes y sanchos en el que te has ido metiendo?

-¿Cómo?

-Sí, sí, no te hagas la tonta. De alguna manera tendrás que concluir todo eso sobre vivir en la realidad, en la ficción o hacer de todo ello una sola cosa. ¿A qué te referías, pues, con la historia de Juanair, las clases de aterrizaje y demás?

-Pues me refería a la historia de Juanair y a las clases de aterrizaje de Amelia y yo, está claro.

-Entonces, ¿gana la ficción?

-No te enteras de nada, eh. A ver, la cuestión era que nuestro antiguo piloto debía enseñarnos a aterrizar a mi madre y a mí porque ni la ciencia infusa ni ningún Sancho iba a venir a darnos las claves que nos faltan para poder pilotar un avión como dios manda.

-Sí, sí, claro.

¬Dhl express, buenas tardes, le atiende Natalia Alarcón, ¿en qué puedo ayudarle?

Pues eso, caracoles, entre ficciones y realidades -entre quijotes y sanchos y molinos o gigantes- yo me quedo con Juanair, que nos ha enseñado a pilotar felizmente en un tiempo record. De todo, me quedo con esto y asimilo aún más conscientemente un nuevo verbo: caracolear.

Recorriendo este blog me he dado cuenta de que aquí están todas las claves que necesito para saber que “yo sé quién soy”, como decía el amigo don Quijote. Algunas son reales y algunas, ficticias, pero todas ellas son una sola cosa: claves. Y todas ellas me las he dado yo; al cabo, eso es lo que cuenta.

-¿Puedo ayudarle en algo más, Alberto? Gracias por llamar a Dhl express, buenas tardes.

A pesar de que hasta hace bien poco no les había hablado directamente de Juanair, Juanair y su mirada han estado muy presentes en este blog. Por si no se han dado cuenta, les diré que nuestro antiguo piloto y ahora maestro de pilotaje, es un amable término medio en el que confluyen los caminos más importantes de mi esencia como individuo: la esencia real y la esencia fantástica. La esencia. Habrá quien no necesite construirse una mentira para sobrellevar la agresividad del día a día. Siles soy sincera, yo tampoco la necesito, pero se me da mejor vivir así: con los pies en la tierra y un mundo mejor para los caracoles entre las manos, el corazón y la cabeza.

Y ahora me voy a Cuba, caracoles. Juanair nos ha dicho que estamos más que preparadas para sobrevolar el Atlántico. Confieso que, debido a la tragedia ocurrida en Barajas, mi madre y yo hemos tenido nuestras dudas. Nuestros miedos. Sin embargo, hemos aceptado que, bajo ningún concepto, podemos consentir que ése, el miedo, se apodere de nosotras. Tanto Amelia como yo, esperamos que todos aquellos que ahora ya no son porque han muerto, hayan sido alguna vez porque han vivido.

martes, 19 de agosto de 2008

Poliedros

Tómenlo como una advertencia, caracoles, no como una amenaza: si lo que sigue llegase a salir de este blog no tendría ningún problema en lavarme las manos y decir que la responsable de todo ha sido mi madre, que sabe todas y cada una mis contraseñas, y, si me apuran, incluso diré que lo escribió a pachas con Saudade, ¿está claro?

Estoy hartita de Rafael Nadal y sus victorias. Hartita de verdad.

No me malinterpreten, no le deseo ningún mal a ese mozalbete e incluso le felicito por tantos trofeos acumulados en tan poco tiempo pero he de confesar que este personaje me produce cierta antipatía y, cada vez que llega a mi conocimiento una victoria suya, no puedo evitar encender o apagar un cigarro, según se tercie.

No se puede ser tan infalible, hombre, no se puede. Supongo que este buen hombre tendrá sus puntos flacos, sus defectos, sus tragedias, sus espinitas (seguro que nunca consiguió la plaza de administrativo que soñó desde pequeño) por eso ruego que alguien me haga saber que detrás de esa raqueta se esconde un ser humano. No se trata de envidia, lo juro. No es la primera vez que un crack así me despierta tanto rechazo y la culpa no es suya (¡él es un crack!), el problema está en mí, bien lo sé. Y es que no me llena el ojo la gente que no deja mostrar su dimensión humana. Para lo bueno y para lo malo, que conste.

Tengo a bien considerar que para que las relaciones sociales lleguen a buen puerto (sea cual sea su nivel) es tremendamente positivo mostrar más de una faceta. Los sólo tristes son un coñazo, los sólo graciosos, irritantes; los trascendentales, soporíferos, etc. Con la de cosas que somos, ¡hay que joderse con la maldita costumbre que tenemos de poner sobre la mesa una sola carta! En cuanto a los sólo cracks he de decir que yo, personalmente, desconfío: Nadal, tío, cuéntanos un chiste o algo, ¿no?

No pretendo que este deportista de élite vaya a “¿Dónde estás, corazón?” a hablar sobre los pormenores de tu vida. No seré yo quien intente vulnerar el derecho a la intimidad de nadie. No van por ahí los tiros, no. Tampoco es mi intención hacer del género humano una masa natural y espontánea ─aunque me gustaría, asumo que yo no soy quién para hacerlo─, lo que sí me parece saludable para todos, como les digo, es que un Rafael Nadal deje ver que es algo más que un tenista (porque estoy segura de que es algo más que un tenista). Que lo haga mientras juega al tenis, mientras celebra una nueva victoria o promociona otra marca de coche pero, por favor, que transmita algo más que un poder sobrenatural para con la raqueta y que lo haga por él mismo y por nosotros. Sería tan provechoso para todos, caracoles.

Estoy convencida de que si llegase a mi conocimiento alguna faceta más de este buen hombre (por mínima que sea) volvería a celebrar sus victorias. No le deseo ningún mal, ni tampoco ninguna derrota. No obstante, hace tiempo que la trayectoria deportiva de este crack dejó de interesarme: otra victoria más, ea. Me irrita su impermeabilidad, no lo puedo evitar. Rafael Nadal no es ni presumido, ni humilde, ni trabajador, ni reservado, ni gracioso, ni serio. Es un tenista y punto. Y es tan antinatural ser una cosa y punto que a mí, personalmente, los sólo cracks no me llenan el ojo. Por eso, cada vez que lo veo en mi tele enciendo o apago un cigarro, según se tercie.

lunes, 18 de agosto de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


Las clases de pilotaje están siendo todo un éxito, caracoles. Mi madre y yo manejamos el 90% de los botoncitos, palancas y demás cacharros que adornan el centro de control de “El caparazón del caracol”. Sin embargo, seamos realistas, aventurarse a sobrevolar el Atlántico era demasiada aventura para tan poca experiencia como gastamos Amelia y yo. Juanair nos ha dicho que, si seguimos así, el viernes que viene estaremos más que preparadas para ir a Cuba.

Juanair, nuestro antiguo piloto, es un buen tipo. Estoy convencida de que será un gran padre y de que alguna que otra vez se escapará para venir de paella con nosotros. Quizá cuando Pepín, su hijo, vaya a la escuela.

¿Saben qué es lo último que se enseña en las clases de pilotaje? Aterrizar. Lo último que se aprende es a tocar el suelo. Despegar es fácil, mantenerse en el aire tiene su misterio pero no entraña demasiadas dificultades (Cualquier persona puede tocar una guitarra, como dice la canción. Cualquier persona puede sobrevolar la tierra). Lo realmente jodido es poner los pies en el suelo. Y, si Amelia y yo queremos comernos una paella en Cuba el próximo viernes, debemos aprender a aterrizar esta misma semana.

Estarán conmigo en que no se puede ir volando por ahí sin saber aterrizar a tiempo, ¿verdad? Sería una locura, una verdadera estupidez. Aunque, bien pensado,también sería divertido volar eternamente: mi madre y yo solas en el avión, hablando y hablando. Ella haciéndome suavitos y yo leyéndole lo que escribo (a Amelia le encanta que le lea lo que escribo). Sí, sería divertido y puede que la felicidad no sea más que eso, sobrevolar la tierra al lado de mi madre mientras ella me hace suavitos en la espalda y yo le leo las cuatro cartas que más le gustan.

Pero Amelia y yo también queremos y, de alguna manera necesitamos, aterrizar. Está claro, Amelia y yo tenemos que aprender a aterrizar cuanto antes. Ningún Sancho va a venir a convencernos de que, mientras dormíamos, la ciencia infusa o nuestra imaginación instaló en nuestras cabecitas las claves para poner el avión en el suelo. Y si la ciencia infusa o nuestra imaginación hiciese tal cosa, ni mi madre ni yo daríamos las clases de pilotaje por finalizadas: mi madre y yo necesitamos que Juanair nos enseñe a aterrizar de verdad.

Ésta es la única manera de acortar las distancias entre los sueños y la realidad para que no se adopten posturas tristes porque, como decíamos ayer, cuando hay mucha distancia entre los sueños y la realidad se adoptan posturas tristes, ¿verdad?

Asunto resuelto, ea, independientemente del cuento que nos cuente Sancho, esta semana Juanair nos enseñará a aterrizar de verdad. Juanair es un buen tipo, caracoles.

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Buah, menuda rayada les acabo de contar :)

miércoles, 13 de agosto de 2008

Y dio su espíritu, quiero decir que se murió

“Yo sé quién soy”, decía don Quijote dándose golpes de pecho cuando se echó a la calle a desfacer los entuertos que en verdad no había, a encontrar a la mujer que en verdad no existía. Y no es por estas cosas que no eran por lo que el personaje no sabía realmente quién era, no, no era sólo por eso. En primer lugar, su “yo sé quién soy” surge de la extraña necesidad de demostrarse ante los demás ocultando, malamente, que poco (muy poco) sabía don Quijote de sí. Y es que, el que lo sepa todo de sí, que tire la primera la primera piedra.

Don Quijote sabía que era un caballero andante, que no es poco, sí, pero no lo suficiente como para saber “yo sé quién soy”. Será muchos capítulos después cuando el personaje comience a saber quién es; lo sabrá tras llevarse terribles batacazos y someter su realidad y la realidad de los demás a examen (siempre bajo su perspectiva disparatada, claro).

Cuanto más sabía de sí y del entorno, más triste estaba don Quijote y más le costaba luchar y creer en sus causas. Díganme si no es una verdadera putada que el autoconocimiento llevase a este hombre a desidentificase con el héroe que, de alguna manera era. Él, que de las pocas cosas que sabía de sí antes de saber quién era realmente, sabía que era andante. Se vio obligado a descreer aquello y a priorizar la realidad lineal y aburrida de aquel lugar de La Mancha, así como a desentenderse de la realidad que él había instalado en su cabeza. ¡pero si ni él ni su biógrafo querían acordarse de aquel lugar lineal y aburrido de La Mancha! Cuánta sinrazón, vive dios…

Además, por si fuera poco, decantarse por esa realidad implicó tristeza, mucha tristeza. Nuestro personaje murió de pena.

Antes de saberse como dios manda, don Quijote siempre encontraba la manera (no necesariamente la mentira) para justificar el entuerto que no había podido desfacer. Buscaba sus artimañas para interpretar lo acontecido con unos molinos/gigantes desde una perspectiva tal que le permitiese seguir caminando como el caballero andante que sentía dentro de sí.

No oía las burlas, tampoco veía las miradas de los demás ─que lo miraban abriendo los ojos como platos, incrédulos ante el hecho de que un personaje así campase libremente y no estuviese encerrado en un manicomio─.

Cuando hay mucha distancia entre los sueños y la realidad, se adoptan posturas tristes, decía un profesor mío. Pues claro que sí; y, las más de las veces, se adoptan posturas tristes, porque esa maldita realidad que decía él es una metomentodo y aparece para romper los esquemas que mantienen vivo a don Quijote, por ejemplo, que murió de pena cuando tuvo que asimilar la farsa que, de alguna manera, había sido su vida.

Esto es lo que pasa con esa realidad de ahí afuera, que es una metomentodo. Aunque, claro, a veces sucede lo contrario. Nuestro caballero andante alguna vez necesitó una respuesta de esa realidad para que su verdad se mantuviese viva y sólo la tuvo cuando Sancho se apuntó a la opción (nada desdeñable) de alejarse de esa realidad de ahí afuera y urdió todo un plan para que su amo pudiese seguir creyendo que Dulcinea esperaba religiosamente un encuentro con él.

Es una pena que no haya muchos Sanchos por ahí que se apunten a eso de adornar esa puta realidad de ahí afuera para que nuestra verdad pueda mantenerse viva. Y es que don Quijote murió de pena y de realidad.

martes, 12 de agosto de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


Este fin de semana ha sido muy extraño, caracoles. Algo me dice que mi madre y yo no escogimos el mejor momento para preguntarnos por el misterio de nuestras paellas: ¿Qué pretendemos con esto, hija? ¿Qué vamos a conseguir con esto, mama? ¿Sirve para algo?

Este interrogatorio tuvo fue motivado, en parte, por una de esas crisis++ que se apoderan de los Alarcón Mosquera (si mal no recuerdo, ustedes ya fueron testigos de alguna de ellas al comienzo de este blog). Sin embargo, he de decir que, de haber elegido otro destino para este fin de semana, es más que probable que la crisis no hubiese sido o que, al menos, las respuestas a esas preguntas (¿Qué pretendemos con esto, hija? ¿Qué vamos a conseguir con esto, mama? ¿Sirve para algo?) hubiesen sido mucho más satisfactorias para las dos. Pero sucede que elegimos Georgia.

Amelia, ya desde el principio, se mostró reticente ante la decisión, mientras que Saudade y yo ardíamos en deseos, ¿cuándo sino ahora, mama?

Empezamos a prepararlo todo: aceite, arroz, condimentos, pan… y sonó el teléfono. Era Juanair, nuestro piloto, decía que lo sentía mucho pero no podía arriesgarse a aterrizar en el aeropuerto georgiano que, ya desde el viernes, aparecía en las noticias como uno de los objetivos del ejército ruso. Lo siento, de verdad, pero acaba de nacer mi hijo y no puedo no volver vivo.

Mi madre me contaba la noticia asintiendo con la cabeza y, a pesar de que, mientras hablaba, me estaba haciendo suavitos en la cabeza, terminó de contarme las palabras de Juanar con un “claro, es normal” que no me hizo ni puta gracia. Y Saudade, tres cuartos de lo mismo. Saudade siempre tiene saudade. Tiene saudade para dar y para regalar y, claro, sus ojos siempre entristecidos se inclinaban hacia mi postura y también hacia la de Juanair.

Me sentí tan sola, caracoles. Fue mi madre la que abrió la veda del examen y dijo en voz alta: Todo tiene un límite, Nata, y meternos en el corazón de una guerra para hacer una paella es sobrepasarlo. No me jodas, mama. Si tú vas, yo voy, pero piénsalo seriamente, ¿qué pretendemos con esto, hija?

Saudade ni tan siquiera dijo “esta boca es mía”. Como ya dije, él se identifica con la melancolía de todas y cada una de las partes (la de los georgianos, la de los descerebrados soldados, la de Juanair, la de Amelia y la mía), por eso no dijo nada. Se limitó a seguir con los preparativos por si, finalmente, el viaje seguía adelante. Mi madre y yo nos hablamos sin hablarnos, como ya nos ha pasado tantas otras veces.

En esos momentos, en mi mente no dejaban de pasar escenas de otras paellas: recordé a mi madre hablando con Hassan II, el silencio de toda mi familia frente al muro de Palestina, el lento masticar en la Casa Blanca, la fiesta de disfraces en Austria. Evidentemente, mientras veía estas imágenes en mi cabeza, también pensaba en titulares como “un Sáhara independientemente es inalcanzable”. Lo dicen ellos, los que tienen la paellera por las asas. Nosotras sólo contamos con un puñao de arroz. Hay que joderse.

También recordé las risas que nos hemos echado, el “Imagine” versión flamenca, las caras de los amigos que hemos ido haciendo y fue entonces cuando rompí la conversación silenciosa que manteníamos Amelia y yo:

-Hemos estado en lugares donde la situación política era bien cabrona, ¿qué tiene de especial Georgia? Si hace siete días no sabíamos ni ubicarla en el mapa.

-Es una guerra en estado puro, Nata. Perdón, es una guerra en el estado más primitivo que puedas imaginarte. Sí, tienes razón. Hemos estado en lugares donde unos grupos se enfrentaban violentamente a otros, lugares oprimidos por la política internacional brutal y feroz de otros países pero oprimidos, al fin y al cabo, a base de cierta diplomacia y mucha demagogia.

-La de Rusia contra Georgia no es la única guerra latente en este momento. Qué va, aunque ni tú ni yo lo podamos entender, hay un montón de conflictos bélicos por ahí repartidos. No es la única, no, pero sí es la primera a la que nosotras vamos a asistir en primera persona.

-Tú siempre has dicho que es igual de alcohólico el que se emborracha con vino de cartón que el que lo hace con whisky de reserva, pues aquí es lo mismo, ¿no? Tanto da que se apropien de los recursos del país, que amenacen con ataques nucleares o que se impongan disparo a disparo alegando que atacan para no ser atacados. (Miren que hay sinsentidos en esta vida pero lo de las guerras preventivas, se lleva la palma…).

-Claro que son todos iguales, hija. Todos son la misma mierda pero esta vez se trata de una guerra abierta que puede seguir abriéndose… dime, ¿dónde haríamos la paella?

-Hemos comido paella en muchos sitios donde la vida humana vale menos que un kilo de patatas. Podríamos haber muerto muchas veces y no lo hemos hecho.

-No es cuestión de vivir o morir, Nata. Sucede que la guerra acaba de empezar y el que no esté huyendo, se estará escondiendo y el ruso que empiece a preguntarse qué coño pinta él allí, estará intentando contactar con su novia para decirle que la quiere y para justificarse “yo no soy malo, sólo recibo órdenes. Katiuska, dime que tú sabes que no soy mala persona”. Y los demás, estarán encarnando el lado más primitivo y horroroso del ser humano mientras se reparten la munición. (Miren que hay asociaciones espantosas pero querer mezclar el instinto de supervivencia con la guerra preventiva, se lleva la palma).

-Y, ¿nadie va a hacer nada, mama?

-Ahí donde los ves, Nata, los rusos tienen cogidos por los huevos tanto a EE. UU como a Europa.

-Bueno, nosotras seguimos adelante, ¿verdad? Voy a avisar a Saudade

-No tenemos piloto, hija. Además, no nos van a dejar aterrizar en el aeropuerto.

-¡Joder, mama! ¿Cuándo ha sido eso un problema para nosotras? Bueno, lo de no tener piloto sí es un problemilla, sí.

-Voy a hacer la paella para nosotros tres, ¿vale?

-Pero, mama, tú estás conmigo, ¿verdad?

-Claro, hija.

-¿Mañana mismo nos apuntamos a clases de pilotaje en la autoescuela?

-Claro, hija.

viernes, 8 de agosto de 2008

De lugares y no lugares



Caracoles, les presento “Autopsia. La revista de la ciudad muerta”. No se asusten, a pesar del título a todas luces provocador, los contenidos de esta revista más bien radiografían diacrónica y sincrónicamente la ciudad en cuestión: Ciudad Real, que no está muerta, está de parranda. Como les digo, en esta publicación que ya va por su tercer número, se han podido leer artículos y entrevistas de todo tipo unidas bajo un mismo lema: la cultura ciudadrealeña (en el sentido más amplio). Recuerdo especialmente un artículo en el que el autor tira de archivo para hablar sobre la abulia como mal endémico de La Mancha desde tiempos inmemorables. En fin, aquí les dejo los enlaces por si quieren echar un visazo. Autopsia 1 (está en la parte derecha de la página) y Autopsia 2(enlace directo)

Ayer estuve leyendo en condiciones el último número y esta mañana me he levantado dándole vueltas a una frasecita que me encontré en “Avatares del espacio público”, de J. Carlos Sanz: La relación entre ciudadano y lugar de encuentro común se va extirpando, derivando en una nueva donde no coinciden los que viven en una ciudad y los que la utilizan. En este artículo se viene a decir que el desplazamiento de la actividad urbanística fuera del centro urbano está acabando con las nociones de utilización y accesibilidad que deberían imperar en toda población. Con la deslocalización actual “el espacio público se empobrece (…) el centro urbano se difumina y, con él, los espacios públicos como zonas de encuentro, de debate, de reflexión y de generación de todo topo de propuestas”. José Carlos Sanz pone como ejemplos de dicha deslocalización las recientes construcciones del hospital provincial, el auditorio municipal o el complejo “Don Quijote”, construidos todos ellos en distintos puntos de la periferia de Ciudad Real.

Leyendo este artículo no pude evitar que la nostalgia entrase por mi ventana y, entonces, me puse a recordar aquellos maravillosos años en los que nos juntábamos en los ateneos para comentar el último libro leído o proponer mil y una alternativas al mundo en el que vivíamos. Hasta que llegaron los romanos, nos dieron una patada en el trasero y construyeron oficinas en nuestras plazas. Ais.

Este texto también trajo a mi memoria un concepto que me parece de lo más sugerente: el de los no lugares. En arquitectura, se denominan no lugares a aquellos espacios en los que no hay identidad, ni vínculos directos entre quienes los ocupan y los lugares mismos. Bueno, cito al versado en estas cuestiones, Marc Augé: "Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un [no lugar]." Está claro, ¿no? Según Augé, deben entenderse como no lugares losespacios de circulación: autopistas, áreas de servicios en las gasolineras, aeropuertos, vías aéreas...o Los espacios de consumo: super e hypermercados, cadenas hoteleras o los espacios de la comunicación: pantallas, cables, ondas con apariencia a veces inmateriales.

Y si rizamos el rizo, caracoles, resulta que “Si se define el no-lugar no como un espacio empíricamente identificable (un aeropuerto, un supermercado o una pantalla de televisión), sino como el espacio creado por la mirada que lo toma por objeto, es posible admitir que el no-lugar de unos (un aeropuerto para los pasajeros en tránsito) es lugar para otros (aquellos que trabajan en el mismo aeropuerto).”

¿Con qué se identifican ustedes, caracoles? A mí me ha llevado una temporadita fuera de la península crearme una opinión acerca de lo que es ser español. Les puedo asegurar que no me siento Hacienda (aunque Hacienda seamos todos), ni tarde de toros. Ni muchas otras cosas. Sencillamente, comparto circunstancia con mis contemporáneos españoles y es en esa manera, sólo en esa, en la que me identifico con ellos. Quiero decir que yo, junto al resto de habitantes de España, viví el boom de Gran Hermano con Silvia, Israel, Ismael y aquél a quien siempre le ponían la pierna encima para que no levantase cabeza y también escuché la Macarena y el Aserejé a todas horas. Yo, junto al resto de habitantes de España, tardé dos días en saber que E.T.A. no tenía nada que ver con el 11-M mientras los demás individuos que pueblan el mundo tuvieron noticia de ello el mismo día 11 de marzo.

Son estos puntos comunes, sólo éstos, los que me llevan a ceder a regañadientes ante el sentimiento de ciudadanía. Está bien, me identifico con España pero no sin antes decir que, mientras unos ciudadanos españoles disfrutaban la “Macarena” y el “Aserejé”, otros, más bien, sufríamos esas canciones. Es cuestión de matices, como todo.

Y así podría seguir hasta nunca acabar con una lista en la que cupiesen todas aquellas “cosas” (lugares, no lugares o vete tú a saber) con los que me identifico a medias. El concepto de identidad es ancho y me encanta.

Así que, sin ánimo de criticar a Marc Augé, sino más bien de referir, diré que mi experiencia no me permite colocar en el inventario de no lugares el supermercado cualquiera en el que siempre suelo acabar comentando con algún cliente desconocido lo cara que está la vida. Ya no se puede ni comprar el pan, apuntaba esta mañana una señora con una bata de horrorosos estampados que, dicho sea de paso, yo no me pondría en la vida.

miércoles, 6 de agosto de 2008

¿Qué fue de las vacaciones Santillana?

Hace días que vengo dándole vueltas al tópico de que en verano todo es más ligerito: la información, los programas de entretenimiento, la oferta cultural… Supongo que con este inofensivo eufemismo, (lo light), lo que se quiere decir es que en la época estival los titiriteros que conducen nuestra formación y nuestro ocio echan aún más arena en el desierto mental que, dicho sea de paso, avanza a pasos agigantados.

Personalmente, esta generalización me parece, además de pretenciosa, nada elaborada. Cierto es que, en estas fechas, yo misma ni me molesto en echar un vistazo a la cartelera del cine y apenas leo la prensa. Hace tiempo que no veo los informativos en la televisión y, aunque algo me dice que los interesantísimos reportajes de “A fondo” (en las noticias de Antena 3) siguen en la misma linde que en otoño, invierno y primavera, mucho me temo que no puedo corroborar si la televisión también se ve afectada por el adelgazamiento de intereses e inquietudes que se le supone a la población durante los meses de julio y agosto.

Como les digo, me parece aberrante que aquellos que, de enero a junio, se esfuerzan por informar de cuanto sucede decidan que, en verano, no pasa nada. Y si eso es cierto y en verano no pasa nada, que cierren por vacaciones. Así, ni unos ni otros, perderíamos el tiempo y la perspectiva de la realidad que mantenemos durante el resto del año.


No quiero pensar qué pasó por la cabeza del que colocó unas declaraciones de la Asociación Española de Heladeros en la página principal del diario Público (lo leí hace días y no encuentro el link pero os prometo que mis ojos leyeron esas declaraciones). Informaban de la media de helado que come un español al año. La encuesta, muy completa ella, contemplaba igualmente que, aún hoy, el español se inclina a disfrutar de este manjar sólo cuando el sol aprieta.
Claro que, insisto, más tonta fui yo, que dediqué mi valioso tiempo a leer semejante estupidez…

Por mucho que se esfuercen en hacernos creer y ver lo contrario, no cuela que la población mundial viva exclusivamente por y para las cañas y la playita, las regatas y los paseos a caballo o el camino de Santiago, dependiendo de los intereses que se le suponen a cada cual. No, no cuela. Además, ¡no estamos en crisis!

No sé ustedes pero yo, en cualquier época del año, tengo mis días tontos y mis días listos, jornadas laborales en las que lo doy todo y jornadas en las que apenas llego a estar de cuerpo presente. Hay días que escribo el cuento que debería consagrarme como la escritora revelación del año y días que escribo cuatro pachochás. No obstante, estarán conmigo, en que no es nada frecuente anclarse dos meses en la misma tónica de falso hedonismo.

martes, 5 de agosto de 2008

Algo se muere en el alma


Cuando Otto me dijo que Carmen Machi había dejado “Aída”, mi cerebro tardó días en poder procesarlo. He desarrollado cierta habilidad para olvidar todo aquello que me perjudica o, sencillamente, no me interesa pero les puedo asegurar que aceptar que Aída ha dejado de ser “Aída” supone un señor batacazo en mi vida.

Hice cuanto pude por no registrar esa noticia, sin embargo, todos mis esfuerzos fueron vanos. En primer lugar, la calidad de la amistad con Otto, así como su intachable validez como individuo, no me permiten poner en duda ni una sola de sus palabras y, mucho menos, hacer como que no las oigo. Y es que Otto pasará a la historia –a mi historia- por revelaciones tan míticas como “las personas no nos pertenecen” o “has aprobado latín II”.

En segundo lugar, no logré no procesar que Carmen Machi había decidido abandonar la serie que la ha empujado a la fama para dedicarse a lo que realmente le gusta, el teatro, porque esta actriz es, sobre todas las cosas, una persona. Esto es, toma decisiones, se fija unos objetivos e intenta alcanzarlos y ,si en esos objetivos ya no hay sitio para la serie de humor facilón en la que su personaje estaba siendo cada vez más descuidado, yo no soy quien para oponerme a que Aída deje “Aída”.

Así que, caracoles, proceso y acepto que la protagonista de mi serie favorita ha decidido echar a volar fuera del nido que la ha visto crecer pero eso no quiere decir que no me duela a rabiar porque me duele a rabiar, que conste.

¿Cómo llevan ustedes lo de los cambios? Yo, fatal. Me cuesta tanto encajarlos, amigos. Además, en cuanto a “Aída” he de decir que para mí es algo más que una serie. Implica algo más que entretenimiento el hecho de encender la tele cada domingo a eso de las 22.00 para desternillarse de la risa con los enredos de una madre alcohólica que tiene un hermano ex yonqui, un putón verbenero por hija, un hijo delincuente, una vecina puta, un amigo torpe e hispanista que, a su vez, tiene un hijo gay y todos ellos regentan un bar cuyo dueño no tiene nada que envidiar al mismísimo Julián Muñoz. Ver “Aída” implica una actitud ante la vida, sin lugar a dudas.

Esta serie no llega a ser excesivamente transgresora pero tampoco tiene nada que ver con el melodrama al que las series españolas nos tienen acostumbrados. Caen, adrede caen, en un sinfín de tópicos que siempre acaban burlando de la manera más tonta y ahí es donde el espectador activo, el que está haciendo algo más que ver una serie cuando ve “Aída”, alcanza el orgasmo de la alegría.

Ustedes han sido testigos de lo duras que han sido algunas de las paellas que hemos hecho mi madre y yo (En Suráfrica incluso me apalearon, ¿recuerdan?). Bien, pues doy fe de que, de no ser por estímulos como “Aída”, ni Amelia ni yo nos hubiésemos levantado tras cada caída. Y es que, al menos mi madre y yo, no podríamos procesar tanta mierda como hay que procesar si no fuese por el humor que le echamos al asunto.

No es que nos burlemos de la cara menos amable de la vida y de la humanidad, se trata más bien de que tanto ella como yo nos vemos en la obligación de echar una miradita socarrona al mundo para que la sangre no nos hierva tanto y entonces, sólo entonces, podamos hacer algo, siquiera una paella.

Y Carmen Machi, junto al resto de actores, era eso: un condón para protegerse de la agresividad del entorno. Como me conozco, sé que llegaré puntual a la cita con “Aída” en la nueva temporada pero también sé que me costará acostumbrarme a que la ex alcohólica, barriobajera y desesperada Aída no aparezca en mi tele con su agramaticalidad y su sencillez. Como les digo, aunque he desarrollado cierta habilidad para olvidar todo aquello que no me beneficia o, sencillamente, no me interesa, me cuesta tanto aceptar los cambios que yo no sé si volveré a reír a pierna suelta con Jonathan y Lorena, que ya nunca más recibirán una colleja de su madre

lunes, 4 de agosto de 2008

La paella de mi madre

Pues ya hemos casado a mi hermana, caracoles. He de contarles que la paella de este fin de semana ha sido realmente especial. Allá donde lo coma, el arroz de mi madre siempre me deja un sabor de esperanza y humanidad en la boca. Lo hizo en Irak, en el Sáhara, Palestina, en Suráfrica, Estados Unidos, Colombia, Austria, Socuéllamos... No obstante, he de confesarles que, esta vez, la paella de mi madre ha tocado fondo.

Y, aunque tengo todo el día dos de agosto archivado segundo a segundo en mi memoria, no podría contarles, siquiera resumirles, cómo transcurrió el día que mi hermana dejó el domicilio familiar para comenzar una nueva vida junto a Antonio, su amante.

Lo único que puedo expresar con palabras es mi cambio de opinión acerca de este tipo de eventos. Y es que la boda de mi hermana no fue nada artificiosa, sí tuvo algo de protocolaria: ceremonia, convite y “que se besen los novios” pero fue tan sincera al mismo tiempo, caracoles... Yo no sé… En todo momento latía el motivo de aquella reunión.

Y es que el sí quiero de Antonio y Ana estuvo presente durante el chocolate con churros de la mañana, la paella de mi madre del mediodía, las idas y venidas de mis sobrinas, las palabras de la concejala que los casó, los abrazos, el aperitivo, la entrada al comedor, el exceso de comida, la bandeja con la liga troceada, las palabras al oído, el constante “estás preciosa, Ana”, las miraditas de los novios, el baile en la piscina y la monumental borrachera.

Como les digo, yo, personalmente, no dejé de sentir ni un solo momento que todo lo que estaba sucediendo ese sábado dos de agosto giraba en torno al enlace entre mi hermana y ese otro del que está profundamente enamorada. Así que ahora me retracto y digo que, bien llevadas, las bodas tienen su encanto. Quiero decir que, cuando el punto de partida de un evento de esta naturaleza es compartir con la gente que es tu gente y con algunos de esos otros que no pintan mucho pero tampoco hacen mal a nadie, una boda es algo realmente bonito.

Y poco más, caracoles. Disculpen la matraca que les he metido con este tema y mis ausencias. A partir de mañana, volvemos a caracolear.