jueves, 18 de diciembre de 2008

De lo bueno, lo mejor. De lo peor de lo malo, la fuerza, la inteligencia y la sensibilidad. De toda la alegría, la salud. Del día a día, lo más agradable de la rutina. De los cambios buscados y encontrados, la serenidad y la locura. De los cambios provocados por agentes externos, una nueva perspectiva. De los golpes, las otras mejillas o los escupitajos (no todas las situaciones se merecen otra mejilla). De la soledad, el conocimiento. De la compañía, la interactuación. Y a veces, claro, de las tripas: corazón.

En líneas generales, eso es lo que les deseo. Y risas, muchas risas. Individuales o compartidas.

Cerramos el chiringuito hasta el 10 de enero, caracoles.

Felices fiestas

miércoles, 17 de diciembre de 2008

En primera persona: algo más que unas gafas

Me han regalado unas gafas sin cristales así que, mientras me decido a echarme a la calle como mimo profesional, las uso cuando utilizo el ordenador. No sé si ustedes se han percatado de que llevar gafas imprime cierta actitud intelectual ante la vida; ni más ni menos que la actitud que le faltaba a mis textos. Lo de las monturas es otra historia, implícito el aire de sabelotodo gracias a cualquier tipo de patillas, lo de las monturas es otra historia.

Éstas que tengo yo tienen unas monturas muy peculiares. Son grandes y trapezoidales, luego se me pueden aducir conocimientos de historia, filosofía y algo de esa sabiduría popular de la que cualquier hombre con gafas grandes y trapezoidales presume en el bar del que es parroquiano.

Como les digo, yo sólo utilizo mis gafas sin cristales cuando escribo y es por eso que aún no he llegado a ser uno de eses seres despreciables que están de vuelta de todo porque todo lo desprecian. De momento, mi intención es darle a mis textos un aire erudito. Estoy cansado de ser el típico escritor que sólo habla sobre traumas infantiles, desamor o sueños nunca cumplidos.

Acabo de echar un vistazo a lo que he escrito desde que Olaizábal me regaló estos anteojos y no salgo de mi asombro: un ensayo sobre política, un breve epistolario de asuntos de religión y un articulito sobre el poder y las limitaciones del lenguaje. Sin lugar a dudas, usar estas gafas sin cristales ha marcado un antes y un después en mi trayectoria como escritor y es tanta la felicidad que profeso, que voy a enseñarles algunos fragmentos de mi obra para que sean testigos de mi evolución y, así, cuando el Premio Nobel de Literatura que lleva mi nombre me sea otorgado, ustedes podrán decir: Estaba cantado, desde que empezó a usar aquellas gafas sin cristales para escribir, sus textos alcanzaron una grandeza inigualable.

martes, 16 de diciembre de 2008

En primera persona


Estoy loca de contenta, caracoles. Ya he puesto la lavadora con bragas, calcetines y camisetitas y dentro de un rato escribiré la lista de la compra para la “fiestecilla” de despedida: el jueves, dios y Air Berlín mediante, pisaré territorio español y, como les digo, estoy loca de contenta.

Loca por ir y volver a aquellos lugares que siento más míos. Por ir y volver, con todo lo que ello supone. Por encontrarme con ustedes, por la posibilidad de conversar. Por los suavitos de mi madre y el embarazo de mi hermana. Por mi padre, que está hecho un campeón. Bueno y por todas esas cosas que le faltan a uno cuando está fuera casa. Y por Ciudad Real, claro.

Tengo todos los humores alterados a partes iguales: estoy nerviosa y tranquila, triste y alegre, con ganas de Fontana y de conversación de la buena. Estoy loca de contenta. Y, como yo ya he hablado demasiado por aquí, estoy deseando escucharles a ustedes.

Sigo con aquello del balance del 2008 y ayer caí en la cuenta de que este año me fue mucho mejor aplicando esas estúpidas e inevitables promesas que uno se promete con las uvas antes de que el 2007 acabase. Por eso no voy a dejar para el 2009 lo que se ha cocido en el 2008 y por eso esta vez sí he venido a hablarles de mi libro, caracoles, y hoy les empiezo a presentar En primera persona.

"En primera persona", así se llama una de las carpetas de mi ordenador que contiene textos que no van a parar a Un mundo mejor para los caracoles y tampoco tienen un destinatario concreto.

No quiero dejar que se acabe el año sin hacer nada con eso que llamé "mi primer libro" cuando lo di por concluido allá por agosto, aunque sigo inflándolo de vez en cuando. He barajado muchas opciones pero ninguna me agrada más que compartirlo con ustedes. Compartirlo con quien pasa y se queda en Un mundo mejor para los caracoles, porque aquí empecé a sentirme escritora y porque aquí escribo, claro.

Y esta vez, caracoles, les pido su participación y su opinión más constructiva. Porque si bien es cierto que la mirada caracol está impresa y bien impresa en ese conjunto de monólogos o diálogos, convengamos que ese conjunto de monólogos o diálogos que conforman En primera persona son algo distinto. No hablo de mi madre, luego son algo muy distinto y no encajan del todo en este nuestro blog, por eso su opinión es fundamental para mí.

En el post inmediatamente inferior encontrarán la introducción a En primera persona y algo así como una descripción del blog desde la perspectiva de hoy, diez meses después de que fuese concebido. Ay madre, diez meses...

Qué mejor manera de empezar con buen pie el 2009 que echando a andar ya en el 2008, ¿no les parece?

Buenos días, caracoles

¿Mapa del sitio?


Si llegaste por casualidad o te acabas de incorporar a Un mundo mejor para los caracoles y aún no has levantado media ceja sino que has pinchado en este enlace, quizá esta pequeña introducción pueda ayudarte a decidir si te quedas o te vas por patas.

En Un mundo mejor para los caracoles, caracoleamos. Quiero decir que imprimimos la mirada “caracol” ante el entorno social, cultural, político, sentimental o individual. Podrás encontrar un ejemplo de caracoleo en cualquiera de las entradas publicadas entre los martes y los viernes. Aunque también hay por ahí algún día tonto y alguna que otra crisis personal. Siempre ganan los buenos, tranquilo. Y esto lo encontrarás bajo la mal etiquetada etiqueta "cosas de caracoles".

Y luego hay dos tipos de entradas más:

“¿Qué no arreglará la paella de mi madre?”: Suele aparecer los lunes, se trata de la crónica de los viajes de fin de semana que nos apretamos mi madre, Saudade y yo. Entre otros muchos lugares, hemos visitado Palestina, el Sáhara y el Congreso. La financiación del viaje y la paella la encontrarás aquí

“En primera persona”: Con el fin de hacer más llevadera la huelga de silencio de Un mundo mejor para los caracoles durante el fin de semana, los viernes iremos colgando los textos alojados en la carpeta “En primera persona”, carpeta que estaba hartita de agarrar polvo en mi ordenador. El único denominador común de todos esos textos es la voz en primera persona de los personajes, de ahí el título y de ahí la etiqueta.


Creo que no se me olvida nada, para cualquier duda, sugerencia, alabanza o vituperio, estamos en (más) contacto en: natalia.alarconmosquera (arroba) gmail.com

Espero que, a pesar de esta parrafadada, te quedes con nosotros.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Y tú, ¿automatizas o interiorizas?

Últimamente mi cabeza anda dándole vueltas a dos cuestiones: la primera es el balance anual del que les hablaba ayer; la segunda es la búsqueda de la esencia del domingo, que, por lo general, siempre ha sido un día especial para mí, aunque tuviese guardia en la residencia de estudiantes o me tocase trabajar en el bar. Estas dos cuestiones se unen y me descubro recordando los domingos ciudadrealeños de calles vacías en los que, tras un generoso paseo, me sentaba en la plaza de Santiago a fumar un cigarro y a observar a los fieles que salían de la iglesia.

He de decir que eran muy pocos los que acudían solos a la cita semanal con su dios y la media de edad entre los asistentes sobrepasaba los treinta años. Eso sí, había mucho nieto que salía arrastrando con cierta violencia los brazos de abuelos hacia la tienda de chucherías de la plaza de las Terreras. “Ya hemos cumplido vuestra parte del trato, ahora me toca a mí: quiero los cromos de la Selección y una bolsa de Cheetos Pelotazos”. Había muchas señoras con peinado de peluquería que atravesaban el umbral hacia el mundo real, cual pareja de cromosomas, agarradas por los brazos. Algunas salían con dirección a un bar barato pero limpio para tomar un vermut o un café descafeinado con leche, dependiendo de la estación. Y algunas volvían a casa para hacer la comida o la cena.

Pocos hombres solos, la mayoría de ellos se limitaban a acompañar a sus esposas. Esposas, nunca había reparado en lo acertado de esta palabra. En esos minutos de conversación en la puerta de la iglesia yo solía jugar a las parejas desde mi banco, desde mi objetivo. En un imperfecto círculo, tres mujeres hacen las veces de hemisferio derecho y tres hombres, de izquierdo. ¿Quién va con quién?, me preguntaba yo desde mi banco. Basándome en la forma de vestir, en la discreción o indiscreción de la risa y en las palmaditas en los hombros o los retoques del tocado, mi misión era adivinar cómo estaban establecidos los matrimonios: la de rojo con el de verde; el de marrón, con la de negro y, por eliminación, el de negro con la de gris. Lamentablemente no siempre pude resolver el enigma ya que, por lo general, el grupo echaba a andar con dirección a un mismo bar barato pero limpio en dos filas. Las señoras por delante, enlazadas por sus brazos, y los hombres por detrás.

Cuando ya todos se habían marchado y la plaza de Santiago recuperaba su habitual silencio, yo me preguntaba qué pasaría por la cabeza de un católico antes, durante y después de asistir a una misa. ¿De verdad escucharán los sermones del cura? ¿Sentirán algo cuando toman el cuerpo de Cristo y se arrodillan en el banco? Y qué loco lo de las confesiones, ¿no? Si tenemos en cuenta todo lo que debería representar para un fiel, fiel, una misa de domingo, los fieles de la iglesia de Santiago parecían más bien indiferentes al asunto. La misa, una costumbre, un punto de encuentro previo a un vermut o a un café descafeinado con leche, dependiendo de la estación. Habrá de todo, claro, pero me atrevería a decir que el elemento dominante entre los asistentes a la cita dominical era cierta indeferencia inofensiva.

Van y vienen de misa, comen pipas en las procesiones y se les saltan las lágrimas con la saeta de turno pero todo ello no repercute en su día a día, en su vida. Lo hacen porque tienen que hacerlo o porque se acostumbraron a ello. Lo han automatizado. Lo hacen y punto, sin más.

Ahora vivo en zona de evangelistas pero también hay por aquí católicos y protestantes. Y yo no salgo de mi asombro, caracoles. Entre los asistentes a la cita dominical, muchos de ellos están por debajo de los 30 y en el día a día a casi todos se les nota que los domingos acuden a escuchar la palabra divina. Por un lado eso está bien, si profesas con unas ideas, cumple con ellas. Qué menos que ser consecuentes en esta vida ¿no? Pero claro, desde mi banco, desde mi objetivo, me parece mucho más sano –más inofensivo- lo acontecido en la iglesia de Santiago. Ellos lo hacen y punto: a otra cosa, mariposa. Pero esta gente escucha el sermón, lo interioriza a su manera y lo convierte en el filtro por el que pasan todas las actividades que ejecutan o no ejecutan durante el resto de la semana. Su palabra, la de ellos, no es la que cuenta. Su palabra, la de ellos, está realmente filtrada por la palabra del de los domingos.

Cuando Aga, mi compañera de piso, vuelve de misa solemos tomar un largo café en la cocina. Yo siempre le pregunto qué se cuenta dios y ella muy amablemente me resume el discurso. Luego nos enredamos en estos temas y cada una defiende su postura pero, eso sí, las dos nos aprendemos. Aga es polaca, su familia sufrió la dureza del comunismo en primera fila, en primera llaga, y vio una esperanza y una gran ayuda en la iglesia coronada por el entonces Papa Juan Pablo II. Ella dice que si Franco hubiese sido republicano, con todo lo que ello supone, quizá yo ahora también sería católica, católica. De las de verdad, de las que interiorizan y sienten la Pasión y el Cuerpo de Cristo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

La velocidad de las cosas

La velocidad de las cosas es la velocidad de la memoria, no podría estar más de acuerdo con esta frase y, aunque la sentencia en cuestión se explica por sí sola, no me resisto a completarla con esta otra: “El tiempo no tiene dimensiones, se comprime y se expande a gusto del consumidor”. Consumidores de tiempo, también somos eso, ¿no?

Y qué cierto es lo de la velocidad de la memoria. Se acerca el 2009, caracoles. Es un tanto artificial hacer un balance de vida por algo tan externo a nosotros como la hoja de un calendario, o no, quizá no es tan artificial. Lo que está claro es que no es ni obligatorio ni necesario pero yo tengo la costumbre de darle un repaso a los trescientos y pico días vividos. Y como yo era puntual mucho antes de venir a Alemania, siempre he empezado mi balance de vida con una exagerada antelación para que el 31 de diciembre no me pille con la cabeza en bragas.

No soy nada partidaria de pasársela nadando en el pasado por aquello del equilibrio, ya saben. Sin embargo, tengo a bien consumir parte de mi tiempo presente en analizar el tiempo consumido en el pasado. Esta vez no hablo de necesidades extrañas, no se trata de nostalgia ni de melancolía, ni tan siquiera de saudade. No, no se trata de eso aunque, claro, algo de eso siempre hay. Me refiero a mirar hacia atrás para aprender(nos). Tan fundamental es posicionarse ante el presente como lo es posicionarse ante el pasado y todo ello con vistas a un futuro. Y, por dios, tampoco hablo de futuros laborales o vacaciones de verano, no vayan a malinterpretarme. Hablo de la esencia del individuo. Ella es la que debe posicionarse ante el presente y el pasado para continuar, modificar o proyectar el futuro. El futuro, el segundo que sigue a la lectura de este renglón.

Y saben qué, caracoles, apenas arrancados los motores de mi balance anual, me felicito por lo vivido este 2008. Podría haber sido de muchas maneras y también de ésta, claro. Y yo, tan contenta. Tan contenta porque no me felicito por haber hecho de una derrota la más resplandeciente de mis victorias o por haber perdido el miedo a decir que yo también escribo. Tampoco me felicito por México, Alemania o las paellas de mi madre. Me felicito por la actitud imprimida en todas esas cosas que he hecho y que han hecho que este año que podría haber sido de muchas maneras, haya sido de ésta.

Cuestión de actitud, caracoles.

No quería ponerme tonta porque, como les digo, esta entrada no quería ser de nostalgias y, sin embargo, ni puedo ni quiero evitar que los puntos se unan. Ahí está el gesto, caracoles, ese posicionamiento del que les hablo no se traduce en un control absoluto de la situación –eso sería muy aburrido y muy antihumano-. En el posicionamiento ante el presente y el pasado para proyectar un futuro también hay que tener en cuenta los puntos que se unen sin que el individuo en cuestión pueda hacer mucho al respecto. Quiero decir que en ese posicionarse hay que dejar un hueco para todas aquellas cosas que no tienen razón de ser y, sin embargo, son. Bajo mi punto de vista y de vida, posicionarse ante todo eso que se sale de nuestra voluntad racional y pasional es tan sencillo como no hacer ni un drama ni una comedia ante eso, ante todo eso que escapa de nuestras voluntades y nuestras altas y bajas pasiones. Cuestión de actitud, ya saben.

Que el sol no salga por donde quiera. En este asunto de soles y puntos que se unen o desunen a su antojo, a mi juicio, lo más saludable para el individuo es pensar que con su poder de convicción podría hacer que el sol saliese por el sur. Eso sí, el individuo también tiene que dejarse hacer y deshacer. Dejarse querer y desquerer y tiene que ser consciente de que, por mucho que piense, a veces el sol sale por donde le da la gana.

Y después de este texto que espero comprender algún día que, por supuesto, no es el de hoy, servidora se va a la cocina a preparar un calimocho para seguir consumiendo el viernes.

Les deseo un buen fin de semana, caracoles.

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Se me olvidaba: "La velocidad de las cosas es la velocidad de la memoria". Así empieza la novela La velocidad de las cosas de Rodrigo Fresán, novela que estoy deseando leer (ejem). En cuanto a la segunda cita (
El tiempo no tiene dimensiones, se comprime y se expande a gusto del consumidor”), diría que es de Javier Marías o de Juan José Millás pero lo diría sin apostar ni un duro.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Comparte tu texto

nos m

Hay errores que desencadenan verdaderos aciertos, ¿no creen? Y, si no aciertos, al menos digamos que algunos errores tienen consecuencias más positivas que negativas. Supongo que a los Hermanos Marx no les haría mucha gracia saber que un buen número de sus chascarrillos ha sido entendido por el público español como humor absurdo mientras que en los países de habla inglesa, donde los Hermanos no han necesitado de traducción, su obra es considerada un paradigma de la polisemia. Groucho, Chico, Harpo, Zeppo y Gummo juegan con la ambigüedad de las palabras y en un 35% de los casos, los españoles nos quedamos Esperando a Godot.

Y como yo le saco mucho más jugo a lo absurdo que a lo ambiguo, este error de traducción se me antoja delicioso. No obstante, supongo que a los Marx no les haría mucha gracia saber de esta deconstrucción fortuita precisamente por eso, porque no fue intencionada sino que sufrió la ineptitud, las pésimas condiciones laborales de los traductores o las barreras idiomáticas y es por esto que el mensaje que ellos querían transmitir se perdió a lo tonto. Aunque las consecuencias no han sido catastróficas, sino más bien todo lo contrario, insisto, puede que a ellos no les hiciese ni pizca de gracia saberlo.

Todo tiene una función, todo es concebido para conseguir algún fin (sea cual sea la naturaleza de este fin) y, claro, impunemente en España se transformó en parte el mensaje de los Marx. Ése es uno de los riesgos que corremos al hacer uso de la palabra, corremos el riesgo de que se nos interprete erróneamente o no se interprete la totalidad de nuestro discurso. Lo veíamos en la entrada de ayer, caracoles, y lo vemos todos los días.

Y este problema de comunicación inherente al ser humano es sólo una más de las adversidades de la vida. Es sólo una más, caracoles. Por eso, hablar para fuera puede ser toda una inconsciencia o un acto heroico. Hablar para fuera es arriesgarse a que tu discurso se vuelva en tu contra o te condene a un camino que quizá no quieres seguir.

Las huelgas de silencio no son la solución, tampoco lo es la desfilologización, ya dije. La cautela puede ayudarnos en algunas ocasiones, sin embargo, en la mayoría de los casos anula nuestra esencia como individuos. La cautela suele transformarse en miedo o respeto infundado y reprime muchas de nuestras apetencias, a lo tonto.

No sé cuál es la solución para que nuestro mensaje no se desvirtúe y tampoco sé si quiero encontrarla, “hay errores que desencadenan verdaderos aciertos” y yo personalmente le saco mucho más jugo a lo absurdo que a lo ambiguo. Eso sí, intento ser consciente a cada momento, a cada palabra, de que hablar para fuera es arriesgarse a que tu discurso se vuelva en tu contra o te condene a un camino que quizá no quieres seguir. Y, claro, también puede abrirte nuevos horizontes.

martes, 9 de diciembre de 2008

¿Qué hora es? Patatas traigo

La primera vez que parodiamos la frasecita de mi profesor, Isabel, Sonia y yo íbamos en un tren regional. Ni cortas ni perezosas, sino más bien dicharacheras, Isabel, Sonia y yo dejamos nuestras maletas en el primer hueco que vimos y, ya con las manos libres, nos pusimos a cotorrear. Cuando llegó el final del trayecto y nos dispusimos a retirar nuestro equipaje, nos percatamos de que las zonas de plástico de nuestras maletas habían sufrido serios daños y estaban medio derretidas; a los pocos segundos Sonia citó a nuestro profesor señalando el enorme cartel que en el que no habíamos reparado hasta entonces y que rezaba lo siguiente:

PELIGRO, CALEFACCIÓN.
PROHIBIDO COLOCAR MALETAS

Para más INRI, el dibujo de una maletita tachada acompañaba el texto. Sonia, como tantas otras veces nos había dicho nuestro profesor, dijo: “no leéis, chicos, no leéis” y nos reímos, claro que nos reímos. Y después de aquella vez, nos hemos reído muchas veces más echando mano de la frasecita de Barrajón para referir nuestro despiste y nuestra falta de atención o de interés. Porque, sí, es cierto, a veces no leemos, chicos, no leemos.

Vengo de menéame, caracoles. Creyendo que me introduciría en el episodio de algún vándalo adolescente o un heroico profesor, he pinchado en esta noticia: “Obligar a leer es de fascistas” y me he encontrado con una crítica al sistema educativo andaluz. En los comentarios, uno de los meneadores señala el amarillismo del titular: amarillista el profesor enfurecido y amarillista el meneador que ha mantenido el título tal cual.

Una vez leído el artículo, el titular no me parece del todo desafortunado. Es medianamente ingenioso y está en la línea del contenido y la perspectiva del autor. No digo que yo esté de acuerdo con lo que se dice, digo que tanto texto como titular siguen, a mi juicio, una misma tónica:

Lo único que no hay es un comité que diga que para estudiar hay que hincar los codos, que el futuro hay que ganarlo con esfuerzo y que al profesor, yo diría al maestro, hay que respetarlo como la institución que es.

Aunque sí es cierto que dicha frasecita hace un flaco favor a la comunicación efectiva en tanto que los lectores no leemos, chicos, no leemos. Por eso son muy pocos los comentaristas del artículo que realmente comentan el artículo ya que los más de los muchos se centran en si obligar a leer es o no cosa de fascistas. Nadie les obligó a leer el texto entero, quizá ése sea el origen de la cuestión o quizá lo leyeron, lo asimilaron y, saliéndose un poco por la tangente, decidieron eso, comentar si obligar a leer es o no cosa de fascistas.

Porque de entre las muchas conclusiones que se pueden sacar de ese texto una de la que no me cabe la menor duda es que el autor del artículo es de esas personas que obligan a leer, independientemente de que sea un fascista o no. Es más, me atrevería a decir que esa persona que exige un respeto no por ser tal cosa, una persona, sino por ser una institución debe ser de las que obligan a leer las Novelas Ejemplares de Cervantes a chavales de 14 años… Eso es animación a la lectura, sí señor.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Mi vecina y yo. Conversaciones en el rellano

- Se te está yendo la pinza, Nata.

- ¡Anda! Y por qué me dices eso ahora.

- No sé, llevo unos días dándole vueltas y creo que tu mensaje tiene cierto tufillo.

- ¿Tufillo?

- Sí, tú ya me entiendes… todo eso de la armonía, el equilibrio, el alegrarse de haber nacido. No puedo negar que a ti y a mí nos está viniendo bien pensar eso de que “menos la muerte, todo tiene solución” pero, chica, deja ya de decirlo, ¿no?

- ¿Por qué voy a dejar de decirlo? Puede que sea demasiado reiterativa, eso no te lo discuto, pero lo del tufillo, no cuela. No cuela porque todas esas ideas sobre el individuo y la armonía son las verdades (o las mentiras) a partir de las cuales construyo mi día a día. Todas esas ideas son mi filtro, están en todo lo que hago y en todo lo que escribo, claro.

- Sí, tía, pero deja ya de hablar sobre eso, ¿no? Los caracoles están al tanto de que llevas el buen rollito dentro del cuerpo y ya no lo buscas fuera de él. Ya saben que has aprendido a quererte y a hacerte feliz. No es necesario que lo repitas.

- Es que no hablo sólo de mí, idiota. Puede que la conclusión de mis caracoleos sea siempre la misma: vívanla y vívanla bien porque siempre será mejor vivirla que morirla. Sí, puede que el final siempre sea el mismo pero creo que no me repito.

- Ea, tú sabrás. Yo sólo te digo lo que pienso, tú verás lo que haces.

- Jo, pues eso es lo que hago yo: decir lo que pienso, ellos verán lo que hacen. Pero es que el 80% de mis pensamientos siempre acaban en lo mismo: vívela y vívela bien.

- ¿y crees que pronunciarte puede servir para algo?

- Ya estamos con las utilidades de las narices…

- Lo digo por Katharina.

- Eso ha sido un golpe bajo, hija de la gran puta. Yo me salvé a mí, lamentable o afortunadamente, cada palo debe aguantar su vela. Quizá si hubiese algún caracol entre mis compañeros de trabajo del kinderdorf, Katharina no estaría ahora en un psiquiátrico. Y no digo que yo hubiese podido sacar de la mierda a esa carita de mazapán de 17 años pero, jo, es que yo fui consciente de hasta dónde le llegaba esa mierda a Katharina cuando ya era demasiado tarde. Y no vuelvas a nombrarla, ¿me oyes?

- Sí, sí, tranquila. Nada más lejos de mi intención provocarte una crisis. Yo sólo te decía que quizá los caracoles ya están un poco hartos de tanto entusiasmo vital. Podrías escribir sobre el cambio climático o la crisis de Izquierda Unida.. todo eso también te daría juego.

- No te enteras de nada, eh. A veces no entiendo cómo tú yo podemos vivir bajo el mismo cuerpo. En fin, ponte el gorro que vamos a echarle huevos a este viernes de nieves y carreteras cortadas. Y que se me está yendo la pinza, dice… Qué cosas tiene.

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Y no me voy de este post hasta que cuelgue un vídeo en condiciones. Y de paso les presento a Roger Cicero para acabar con el mito de que el alemán es un idioma, digamos, brusco. Como todo, depende de lo que se diga y de cómo se diga




jueves, 4 de diciembre de 2008

Degunis never say die

Estamos que lo regalamos esta semana, oigan. Si el lunes les contaba que me estoy volviendo punky, hoy les traigo Degunis. Quizá algunos de ustedes recuerdan que, allá por julio, Marian y yo nos comimos una paella con Steven Spielberg pero seguro que no lo recuerdan todos, así que me enlazo de nuevo (vaya, parece que le estoy cogiendo el gustillo a citarme, caracoles).

“ Faltan unos pequeños retoques. En cuanto la comprimamos, te la hacemos llegar por la red.”, le dijimos. ¡Misión cumplida! Aquí tienen ustedes nuestra obra derivada de la obra de Steve: (he descubierto que si copio el enlace de youtube, el vídeo aparece pero no sé cómo hacer para no aparezca dicho enlace... así que, sin más copio el enlace para que aparezc el vídeo :) http://www.youtube.com/watch?v=RGJpezdTrH8 , joer, qué cutre soy).


Y han pasado cuatro meses desde nuestro viaje a Hollywood hasta que Degunis ha llegado a Youtube porque Marian es una artista y tiene todo eso que tienen los grandes artistas: mucho arte, muchas ocupaciones varias y mucha pachorra y porque entre mis virtudes no destaca la habilidad con la tecnología, ni nada que se le parezca.

Mientras Marian y yo nos hacíamos amigas, Marian y yo firmamos autógrafos en servilletas de papel, comimos kebabs, bebimos tintos de verano, perseguimos a Anselmo, fumamos en el Parque Lineal, nos jugamos la vida en un viaje a Murcia e hicimos una peli. Y lo que nos rondará, morena.

¿Les cuento el making off, caracoles? Me encantan los orígenes. Todo empezó cuando Marian, Manu, Peter y yo salimos de la filmoteca de Albacete comentando que la técnica del corto que acabábamos de ver era sublime: la reutilización de material ya existente con otros fines, con otros significados. Qué cosas.

Días después, la cosa quedo así: Marian seleccionaría videos, Ana buscaría música y yo escribiría unos textos. Lamentablemente, Ana no llegó a entrar al campo de batalla, así que, mientras España ganaba la Eurocopa, Marian puso sobre la mesa un poquito de Vincent Gallo, un poquito de Ghost World, otro tanto de Napoleón Dynamite y otros muchos vídeos más. Yo puse unos cuantos diálogos inconexos y algún que otro monólogo. Y empezamos a darle forma al material que cada una preparado por separado. Hasta la final España-Alemania lo único que habíamos establecido era montar un audiovisual a partir de imágenes ya por otros grabadas con las que transmitir un mensaje distinto al que transmitían los originales. Tú te curras las imágenes y yo los textos y después de que España ganase a Alemania, entre kebabs, tintos de verano, persecuciones a Anselmo, cigarros en el Parque Lineal y miedo en la carretera, Marian y yo trabajamos con las imágenes y con los textos que habíamos preparado por separado en amor y compañía.

Y Degunis fue el resultado. Nos quedó más o menos bonico, ¿no?

martes, 2 de diciembre de 2008

¿Por qué no hacemos que la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte?

“Conozco a muchos hombres del montón que siempre serán del montón porque nunca acaban lo que empiezan”, ¿qué les parece, caracoles? Yo he de reconocer que esta frasecita de mi profesor me ayudó considerablemente a salir del laberinto en su momento pero creo que ya no comulgo con ella.

Parece recién sacada de un libro de moral católica, ¿verdad? Bien podría pasar por uno de esos preceptos con los que cristianos, protestantes o evangelistas reprimen sus deseos terrenales en busca de una recompensa divina. Te mueres del asco en esa puta oficina pero, ay amigo, has firmado un contrato ─has dado tu palabra─ y ahora tienes que apechugar con las consecuencias.

Todo bien con ser consecuentes en esta vida, no obstante, a santo de qué nos tenemos que condenar a nuestras decisiones del pasado: podemos equivocarnos y podemos encontrarnos con que la otra parte del contrato no cumple con su cometido. Ante la primera opción, podemos rectificar en la medida de lo posible y ante la segunda, seguro que ustedes también han sido testigos de que alguna vez "la parte contratante de la primera parte no es considerada como la parte contratante de la primera parte" y qué podemos hacer entonces, caracoles: romper el contrato, está claro.

Desde que soy un caracol es la primera vez que no consigo hacerme un hueco en el entorno que me rodea. Hasta la fecha sólo he tenido que ajustar los desajustes que había dentro de mí para poder adaptarme al medio (sin perder ni mi norte ni mi esencia, claro) y, como les digo, es ésta la primera vez que el medio opone resistencia e impide mi adaptación a pesar de que creo tener casi todos los ajustes internos ajustados.

El programa de Voluntariado Europeo no está cumpliendo su parte del contrato y el kinderdorf, tampoco: no vivo en una ciudad pequeña pero accesible con posibilidad para viajar, vivo en un pueblo con cuatro calles y una parada de autobús cuyos horarios han sido establecidos con muy mala leche y tampoco hay rastro del hueco para desarrollar la creatividad con los chavales con los que trabajo. Ellos no están cumpliendo su parte del contrato.

A nivel personal, he llegado a pensar que quizá ha sido un error firmar para vivir durante un año en un país que me ha obligado a comprar el primer bote de crema hidratante de mi vida para descuartear mi cuarteada piel. Vine aquí por dos motivos, principalmente: desfilologizarme y trabajar con niños prescindiendo lenguaje. Y no es que yo me haya desentendido de mis objetivos, es que no me dejan ponerlos en práctica.

Cambiar la perspectiva o cambiar el paisaje, ésa era mi duda cuando les dije que andaba buscando un plan B mientras no paraba de pensar en la simultaneidad: estoy bien aquí, pero podría estar mejor o peor en cualquier otro sitio. Les cuento que he decidido cambiar la perspectiva. Compré un billete de ida y vuelta para cumplir con la promesa familiar pasando la carnavalesca Navidad con los Alarcón Mosquera y me rondaba la idea de utilizar sólo la ida, pero ya no me ronda. Eso sí, les puedo asegurar que no volveré por no ser uno de esos hombres del montón no acabando lo que empecé porque,jo, la parte contratante ni tan siquiera me dejó empezar.

Cambio la perspectiva y busco otros objetivos entre mis mangas (que no sea por falta de objetivos, me digo…) y, básicamente, lo que consigo es modificar las motivaciones originales. Me sumo a su juego y le hago un gesto a Marvin para que quite los codos de la mesa mientras come o miro los zapatos de Marie con cara de reprimenda para que, rauda y veloz, los cambie por las zapatillas de estar por casa y aprovecho los ratos en los que mis compañeros se escaquean de sus obligaciones para hacer uso de la creatividad cuando me quedo sola con los chavales.

Con tanto pensar en la simultaneidad, no me había percatado de que la situación de comunicación en la que me hallo inmersa actualmente también tiene su encanto. Ahora que mi nivel de alemán es comparable al de inglés (lo cual, dicho sea de paso, tampoco es mucho decir), me satisface mantener una conversación sobre religión y exponer mi punto de vista con cinco frasecitas que, si bien brillan por la ausencia de preposiciones, son lo suficientemente claras como para que mi interlocutor sepa por dónde van mis tiros.

Desfilologizarse, qué barbaridad… con lo que me gustan a mí las palabras.

Y ahora me atrevo a puntualizar la sentencia de mi ilustre profesor: serán personas del montón todas aquellas que no se molesten en querer saber el motivo profundo de los actos que deciden empezar, acabar o modificar. He dicho.

lunes, 1 de diciembre de 2008

He venido a hablar de mi libro

Los viernes también tienen encanto para mi madre, caracoles. Todas las mañanas va al curso de acordeón que organiza la Asociación de Amigos de la Bandurria de Socuéllamos (AABS) y, según dice, lo pasa en grande. Además, todos los alumnos lo han cogido con ganas y algunos fines de semana hacen bolos por el territorio manchego y todo. Por eso no ha habido paella esta semana, porque mi madre tenía concierto en La villa de don Fadrique (Toledo) el sábado y el domingo, en Las Mesas (Cuenca). También por eso yo me fui a Dortmund, como les adelanté en la entrada anterior.

Y me da no sé qué dejar que pase el lunes sin caracolear y como aún no les he contado que creo que me estoy volviendo punky, aprovecho este lunes sin paella para contarles que me he colado en Mi Ciudad Real.

Todavía no he hablado de mi madre ni de mis crisis por allí (todo se andará...); no obstante, si pasan por aquí y se quedan con ganas de más, pueden dejarse caer por ¿Me estaré volviendo punky? Y también pueden echarle un vistazo a Mi Ciudad Real, que es cosa fina. Como les digo, no se encontrarán ahí a la Nata caracol en estado puro pero algo de eso hay porque somos caracoles con cimientos y tejado incluidos, como decíamos ayer, y porque, si no he dejado de ser la que fui, mucho menos voy a dejar de ser lo que soy.

Buenos días, caracoles.