lunes, 29 de junio de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

-Estás como ausente, Nata. ¿Te pasa algo?

-Ando sin tiempo para nada y estoy muy cansada. Los pies me duelen a rabiar.

-¿Y eso?

-No, nada. En disconformidad a lo acordado, esta semana tengo que recuperar los días que no trabajé la semana pasada. Por lo del curso, ya sabes.

-Ah, sí, por lo del curso.

-Sí, por lo del curso.

-Pues vaya… Pero sigues siendo feliz, ¿verdad?

-¡Anda! Pues claro que sigo siendo feliz. Eso no me lo quita nadie, mama.

-¿Cómo?

-Digo que la felicidad, como es interior, no me la quita nadie.

- Muy bien, hija, me alegro por ti. Yo también estoy muy contenta, ¿sabes? Bueno, ¿dónde hacemos la paella este fin de semana?

-Hace días que vengo dándole vueltas a una idea, ¿te la cuento?

-Dispara

-¡Mama!

- Perdona, mujer, es una forma de hablar. No me refería a que usases un arma ni a nada por el estilo… (Una cosa es pretender construir Un mundo mejor para los caracoles y otra muy distinta es revolucionar el inventario de modismos).

-¿Qué has dicho?

-Nada, era un paréntesis.

-Ah, vale. Bueno, seguimos: como ya sabes, en todos los destinos que hemos elegido para nuestras paellas ha existido siempre un punto de conexión o semejanza entre la situación de la población autóctona del lugar y nosotras…

-Más o menos, hija; me atrevería a decir que ha habido más menos que más, aunque creo que sé por dónde van tus tiros. Continúa.

-¡Mama! Lo has vuelto a hacer…

-Ay hija, perdona… (Joder, hoy está más tiquismiquis de lo normal)

-¿Qué has dicho?

- No, nada.

-Pues eso, mama, además de algún que otro aspecto semejante que siempre acaba eliminando la barrera “ellos/nostras”, otra característica que no suele fallar en nuestras paellas es la intención de llegar a cuantos más comensales, mejor.

-Cierto.

-Bien. Habida cuenta de que estos días y en contra de todo deseo, he adquirido cierta condición de empleada renegada y tú no te has pronunciado con otra posible paella de fin de semana, se me ha ocurrido que podíamos envasar generosas raciones de arroz en tupperwares y enviarlas a todos aquellos hogares en los que al menos un miembro sea empleado de algo o alguien.

-¿A todos los hogares de España?

-Del mundo, mama, del mundo. ¿Te imaginas? ¡Una paella para pringaos!

-No acabo de verle la gracia al asunto, Nata. En primer lugar, otro de los puntos fuertes de nuestras paellas es el jolgorio y en este macro envío que propones no hay lugar para guitarras ni bailes. En segundo, ¿crees que esos empleados entenderán nuestra solidaridad para con su situación?

-Lo de la fiesta es relativo. Sin ir más lejos, yo misma estoy experimentando por vez primera el desenfreno que acarrea la fiesta interior y privada, con decirte que ya apenas piso los bares te lo digo todo. En cuanto a lo segundo, es cierto que quizá los comensales estén un poco desconcertados al principio, pero yo confío en el poder casi mágico de tu arroz. En cualquier caso, había pensado que podríamos incluir una notita en el paquete:

“para ti que aguantas carros y carretas en el curro porque la pela ─dicen─ es la pela y de algo hay que vivir, este plato de paella de mi madre”.

Del resto, no me cabe la menor duda, se encargará tu arroz.


-No sé, Nata, no sé… ¿De qué se tiene que encargar nuestra paella exactamente? El trabajo es necesario, hija.

-Supongo que tu arroz tendrá la misión de ajustar la perspectiva del pringao de turno para que inserte la jornada laboral dentro del continuum sincrónico o diacrónico de su vida a fin de relativizarlo de la manera que más a gustito consigo mismo le haga sentir (cuestión de actitud, ya sabes). Un grano de tu arroz puede servir para sanar el honor y la dignidad que sólo un Jefe sabe agujerear (porque el trabajo no siempre dignifica, eso es cosa sabida) o puede que tu paella sea el empujoncito que anime a más de uno a romper el dichoso contrato, hacer las maletas y plantarse en uno de esos pueblos de repoblación que tanto se estilan ahora.

¿Quién sabe cuál es la misión de tu arroz, mama? Es algo impredecible. Lo único claro es que tu paella hace caracoles y eso es más que mucho, ¿no te parece?

- Exageras, pero no puedo negar que me encanta que lo hagas.

- Entonces, ¿hacemos el envío a domicilio?

- Venga, vamos a probar.

-Muy bien, pues mándame una ración doble a mí lo antes posible.

- Hija, estás empezando a preocuparme, ¿has tenido algún problema en el trabajo?

-No, qué va. Ando sin tiempo para nada y estoy muy cansada. Los pies me duelen a rabiar, sólo es eso.

- Pero sigues siendo feliz, ¿verdad?

-Pues claro, a ésa no me la quita nadie. Digo que la felicidad, como es interior, no me la quita nadie.

- En fin, enseguida te mando una doble ración.

viernes, 26 de junio de 2009

Señales

Ni apnea del sueño, ni huelga de silencio: he estado en Toledo, caracoles; por eso es que no nos hemos visto estos días. ¿Acaso internet no ha llegado a Toledo? No, hombre, no; no es eso. Lo que pasa es que he estado haciendo un cursito muy mono y muy intensivo que si bien me ha aportado un océano de conocimientos, también me ha incapacitado para caracolear. Es lo que tienen las aulas, que, entre los muchos efectos nocivos para el individuo, también asesinan las aptitudes del alumno.

Además del cursito mono e intensivo, he tenido el placer de hablar con un caracol que ansía inventar un nuevo tiempo verbal para el español: el futuro anterior. He disfrutado, como siempre, de la conversación con Mayte y también he sabido que Marta, la hija de Bea, ha hablado con el mismísimo Dios. La niña asegura que esté simpático personaje le ha dicho que tiene que portarse bien, querer a sus padres y, de regalo, le ha indicado qué botón tenía que pulsar para encender la tele. Qué suerte tienen algunas, ¿verdad? En fin, podría decirse que he disfrutado de una agradable estancia a pesar de que Toledo, como ya sabrán ustedes, es una ciudad altamente perjudicial para la salud. No lo digo sólo por las insolentes cuestas del lugar, me refiero más bien al peligro de ser peatón en esas calles sin aceras.

Y ahora, cual Cenicienta a las 23.55, me dispongo a disfrutar de mis últimos momentos como princesa antes de que se rompa el hechizo y me encuentre en El Tragón poniendo cañas a todo gas.

Disculpen la brevedad, la semana que viene retomamos Un mundo mejor para los caracoles como dios manda. Sólo vine a desearles un buen fin de semana y a dar señales de vida, que siempre viene bien. ¿Ustedes se dan señales de vida, caracoles? Dénselas, hombre, dénselas, que sientan de maravilla. Me refiero a que, después de sufrir el atentado a la creatividad que también suponen las clases, tenía la extraña necesidad (que no el tiempo) de reencontrarme con esas señales de vida que sólo encuentro cuando caracoleo o le doy a cualquier otro texto.

Mi padre siente esa vitalidad única y exclusivamente cuando entra en contacto con el aire acondicionado o la calefacción, dependiendo de la estación. En la variedad está el gusto, lo que importa es sentirse vivo, ¿no?

Lo dicho, dense el placer y disfruten del fin de semana.

sábado, 20 de junio de 2009

Se acabó la crisis


Libertad, muerte o vida. Esos son los tres temas que vengo barajando durante las últimas horas. Voy a escribir sobre la capacidad de libertad que habita en cada individuo. No, mejor les voy a hablar sobre la comunión entre la muerte y la vida. La vida eterna es una pérdida de tiempo. Ésa es la pared de mi habitación, caracoles. Una decoración que podría parecer un tanto macabra de no ser por que el diseño fue fruto de un impulso de socarronería mayúsculo por mi parte.

Libertad, muerte o vida. Como ya habrán podido deducir, caracoles, estoy un poco tonta. ¿Se acuerdan del post “De días tontos”? Bien, pues, anoche empecé a escribir una entrada casi idéntica. Al tercer párrafo caí en la cuenta de que me estaba repitiendo (como tantas otras veces), con todo, seguí escribiendo porque me gusta la sensación de saberme monotemática en determinados asuntos, no obstante, poco a poco la cosa dejó de ser un caracoleo y se convirtió en un documento más de “Aprende a vivir de una puta vez”, una de mis carpetas favoritas.

Luego me fui a dormir y esta mañana me he levantado pensando si libertad, muerte o vida. Quiero decir que me he levantado igual de tonta que me acosté a pesar de que lo escrito anoche debería haberme ayudado a disipar la tontería. La vida eterna es una pérdida de tiempo. Ésa es la pared de mi habitación, caracoles.

Están a punto de dejar de leer este post, ¿verdad? No se corten, les entiendo perfectamente. Eso sí, déjenme advertirles que ahora llega “lo bueno”. Después de una semana horrible y a pesar de haberme levantado tan tonta como me acosté, esta entrada empieza a querer ser el punto de inflexión. ¿Cuántos buenos consejos han regalado ustedes a los demás y luego han sido incapaces de aplicarse siquiera una mijita a su propio proceder? A mí a veces me pasa eso con la carpeta “Aprende a vivir de una puta vez”: lo pienso, lo escribo y, en el mejor de los casos, suelo tardar en llevarlo a la práctica. En el peor, me hago la sueca.

¡Se acabó la tontería, caracoles! Sirva este post como nuevo punto de arranque. Sirva la capacidad de libertad que habita en cada individuo para construir un mundo mejor para los caracoles. Sirva la comunión entre la vida y la muerte para darle la bienvenida a Edurne a ritmo de lo que sea para que una vez más, papa, nos quiten los bailao. Viva la decoración de mi habitación mientras sea fruto de un impulso mayúsculo de socarronería por mi parte.

Viva la no eternidad que tanta acción genera.

Disfrútense, caracoles.

lunes, 15 de junio de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

-¿Irán o Perú, mama?

-Yo qué sé, hija, yo qué sé.

-Si lo prefieres, podemos volver al Sáhara este fin de semana…

-¿Ha habido alguna novedad en el Sáhara?

-No, por eso te lo digo.

-Ah

-A Irán tuvimos que haber ido antes, tú también eres consciente de ello, ¿verdad? Tuvimos que haber ido cuando Amnistía nos contó que el Consejo de Guardianes, el órgano que analiza todas las candidaturas que optan a las elecciones con el fin de “garantizar su idoneidad para la presidencia”, sólo había aceptado cuatro candidatos a las elecciones, excluyendo a todos las demás.

-Tienes razón, tuvimos que haber ido entonces, aunque estarás conmigo en que, tal y como están las cosas ahora, nuestra paella vendría que ni pintada en Teherán. Todo apunta a que ha habido un señor pucherazo y por eso las revueltas, ya sabes.

-Sí, si no digo que la cosa no esté jodida ahora, lo que pasa es que a mí Mussavi no me llena el ojo del todo, es la alternativa occidental, el candidato de Estados Unidos creo que lo llaman.

-Hombre, puestos a elegir, yo me quedo con Mussavi.

-Ése es el problema, ponerse a elegir cuando las opciones se han reducido, perseguido y encarcelado injustamente, piensa en la de minorías étnicas que seguirán sin poder exigir justicia, por no hablar de las mujeres que se presentaron como candidatas y, ni modo: reducidas, perseguidas y encarceladas. Ya nos lo dijo Amnistía el otro día.

-Sí, tienes razón, pero de haber salido Mussavi quizá en las próximas elecciones hubiese habido más variedad en las candidaturas, ¿no crees?

-No sé, sí, supongo que sí. Quién sabe. El caso es que no me parece nada saludable que Estados Unidos tenga tanto protagonismo, en general. A Chomsky tampoco le gusta la idea

-Huy mama, eso es harina de otra paella.

- ¿Sabes qué, hija? No me encuentro del todo bien. Creo que no voy a viajar este fin de semana, me quedo en casa terminando la colcha de Edurne.

-No digas eso, mama. Ésa no es la actitud caracol y tú lo sabes.
-Ya, hija, pero a veces uno pierde la fe.

-T e entiendo, hay demasiados destinos posibles para nuestra paella. Es eso, ¿no?

-Sí, en parte es eso y, también en parte, es lo de siempre: ¿Qué arreglará nuestra paella, hija?

-No sigas por ahí, mama.

-Lo siento, no sé qué me pasa últimamente pero cada vez me cuesta más ser un caracol los fines de semana.

-No digas eso, mama.

viernes, 12 de junio de 2009

De días libres

Hoy tengo el día libre y, ¿saben qué? Ayer también lo tuve. Dos días libres dos a la semana, todo un privilegio en el sector hostelero que, por otro lado, bien merecido tengo; a qué negarlo a estas alturas. Ayer estuve de bancos, trámites varios y bibliotecas y esta mañana he salido a pasear y a observar la actividad de ese lugar de La Mancha que es Ciudad Real. Ay, Me encanta sentirme desocupada y emplear el tiempo en perderlo, ustedes ya me entienden.

A fin de sobrellevar con buen rollito mi nuevo día a día, he de confesarles que me veo en la obligación de negociar largo y tendido con mi mente hasta encontrar la manera o, sencillamente, la mentira con la que convencerme de que, hasta en condiciones tan adversas para mi intelecto como son las actuales, no sólo puedo seguir siendo feliz, sino que además puedo seguir dándole quehacer a mi cerebro.

Antes de ir al trabajo, pongo a punto todo lo aprendido y observado acerca de las competencias y aptitudes sociales del individuo; una vez en el trabajo, intento registrar toda la información relacionada que mi ojo pueda abarcar a fin de, después del trabajo, echar más leña al fuego del comportamiento humano.

En los días libres, la cosa cambia. Algunas veces me veo trabajando en el que fue mi objetivo principal cuando decidí volver a Ciudad Real (desmitificar los lugares) y otras, me da por desarrollar el intelecto a palo seco y entonces me voy a leer al parque, al Rincón de Luna o a mi habitación. Esta mañana salí a pasear con la intención de estudiar un poquito de antropología y la excusa de hacer unas compras o viceversa, según se mire: con la intención de hacer unas compras y la excusa de estudiar un poquito de antropología.

Mi primera parada fue un bar. Quise saber qué se siente al ser un cliente engreído y desconsiderado, así que me senté en la barra y, sin esperar a que el camarero abriese la boca, le dije mirando a mi móvil: “cortado largo de café con leche templada. En vaso, no en taza”, así, sin darle los buenos días ni nada. Mi comportamiento me hizo sentir tan mal que hubiese llorado de no haber sido porque, al mismo tiempo, me alegró comprobar que la reacción del camarero en cuestión fue similar a la que suelo manifestar yo cuando me veo en la obligación de atender a clientes engreídos y desconsiderados: en mi café había más posos que café (he de confesar, eso sí, que yo no suelo ser tan descarada.

Llegué al centro de la ciudad. Hacía tiempo que no pasaba por allí y me decepcionó no encontrarme con una de esas carpas o escenarios que suelen colocarse en la Plaza Mayor con fines tan pintorescos como bizarros. Afortunadamente, la ligera decepción no impidió que yo siguiese con mi cometido. Me senté en el poyete de la fuente y me dispuse a fumar un cigarro para no levantar sospechas y seguir con el estudio de campo a mis anchas: Las terrazas estaban llenas y el tráfico tanto de salida como de entrada en las tiendas era más que elevado. ¿Crisis? ¿Dónde está la crisis? Ésa fue mi primera reflexión.

Joder, qué feo es el Ayuntamiento. Ésa fue la segunda reflexión.

La plaza estaba “abarrotá, abarrotá, abarrotá” y el sol empezaba a activar mis glándulas sudoríparas con cierta violencia, así que decidí volver a la biblioteca del Prado a pasar el rato. Ayer fui a sacar un libro de Pirandello que no logré encontrar en el estante que le fue asignado a su ingreso en la biblioteca y a comprobar que la película “La madre muerta” sigue prestada; esta mañana me paseé por todas las salas y vi a estudiantes neuróticos con tapones en los oídos, estudiantes revolucionarios que se sublevaban contra la ley de silencio que impera en toda biblioteca, jubilados en la hemeroteca, gente de todo tipo en la planta de cine y música y tres o cuatro transeúntes perdidos en la limitada y desordenada sala de libros. Y todo ello, como siempre, amenizado por la algarabía de bibliotecarios que comparten recetas de cocina o critican a sus compañeros del turno de tarde y se ofenden si les pides que bajen el tono.

En fin, ninguna aportación antropológica novedosa o siquiera relevante. Lo pasé realmente mal mientras actuaba como una clienta engreída y desconsiderada y acabé reconociendo para mis adentros que probablemente en alguna ocasión yo habré actuado de esa manera motu proprio (esto es, actué sin actuar), no tanto por desconsiderada como por despreocupada. Mal que me pese, me digo, es bastante frecuente que el sujeto olvide que lo que tiene enfrente es tan sujeto como él.

[Nota mental: esforzarme aún más por no olvidar que lo que tengo enfrente es tan sujeto como yo.]

En cuanto a la crisis, ahora caigo en la cuenta de que si bien las terrazas estaban tan llenas como el año pasado y las tiendas rebosaban clientela, de vuelta a casa vi cómo el número de padres que esperaba a que sonase la sirena del colegio era tan elevado que llamaba la atención de cualquiera, incluida yo, que no suelo prestar atención a la distinción sexual. ¿Ustedes lo han notado? Pasen por un colegio público a la hora de entrada o salida y ya me cuentan luego.

El hecho de que la tal crisis "se haya cebado" con el sector de la construcción (sector en el que el número de empleados es infinitamente superior al de empleadas) implica que hay más padres de familia en situación de desempleo que madres y por lo tanto la tarea de recoger a los niños a las puertas de la escuela ya no recae como solía recaer en la madre o en los abuelos cuyas hijas trabajan, ahora, a fuerza de desaceleración, ese tarea tiende a desempeñarla el padre en exclusividad. Curioso, ¿no les parece?

En lo que toca a la biblioteca, he decidido que tengo que pasar a la acción cuanto antes: Después de cuatro intentos de tomar prestada “La madre muerta”, mañana mismo pasaré a la acción y pediré que me la reserven a fin de poder visionarla cuando la devuelva el usuario que la está disfrutando en estos momentos.

miércoles, 10 de junio de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



Entrada fuera de servicio, disculpen las molestias.

martes, 9 de junio de 2009

Mi Ciudad Real: De nuestros empleados los polítcos

¡Hola caracoles¡ A falta de paellas consumadas, les copio el comienzo de mi articulito de esta semana de Mi Ciudad Real:


El otro día vinieron dos mozalbetes a instalarme “el interné” a casa. Su amabilidad fue excesiva pero he de reconocer que no me resultó en absoluto incómoda. Eficientes, agradables y rápidos. Unos verdaderos profesionales, créame. Tanto es así que incluso supieron interpretar los gestos de mi cara y me explicaron los entresijos de la conexión Wífi tantas veces como fueron necesarias para que yo siguiese sin enterarme del todo. Además, hicieron un par de agujeros en la pared y luego, cepillo y cogedor en mano, me barrieron el salón de punta a punta.


Si quieren (sólo si quieren)pueden seguir leyendo aquí

Un mundo mejor para los caracoles les desea un feliz día, caracoles

sábado, 6 de junio de 2009

En primera persona: Un personaje en busca de autor

Si usted llega a leer esto, yo habré conseguido mi objetivo y probablemente esté entre rejas. Quizá haya corrido más suerte, todo depende del autor o autora de este libro. En el mejor de los casos, esa persona habrá llegado a comprender la esencia de mi misión, puede que quiera ser mi amigo o incluso algo más que un amigo, quién sabe. En el peor de los casos, como le digo, acabaré en la cárcel de nuevo.

No exagero, no. Ya llevo tres condenas a mis espaldas. El segundo escritor con el que traté comenzó compadeciéndose de mí, luego quiso ser mi amigo y acabó denunciándome al igual que hicieron el primero y la última.

Ya nunca más quiero ser real, mi sueño es convertirme en un personaje de ficción. Me da igual el argumento de la obra, no me importa ser el malo o la fea. No me importa lo más mínimo, de verdad. Sólo quiero un argumento distinto al que tengo y ya nunca más ser de verdad.

Ahórrese los consejos, no será usted el primer lector que intente hacerme cambiar de opinión. Nadie quiere entenderlo: yo no busco una vida interesante repleta de altas o bajas pasiones, con idas y venidas de otros personajes. No. No quiero hacer de mi vida un cuento de hadas, una comedia o un drama. No tengo valor suficiente para hacerlo y, si me apura, ni tan siquiera tengo ganas de intentarlo. Cuesta demasiado trabajo vivir intensamente, por eso me gustaría ser un personaje de ficción.

Quiero que un escritor haga ese pequeño esfuerzo por mí y me conceda un argumento interesante. ¿Acaso eso es mucho pedir, lector? Parece que sí. Tuve la mala suerte de ir a dar con uno de esos escritores puristas la primera vez. En aquella época él escribía una novela sobre un tipo que se marchaba a Dublín a trabajar en una universidad y también andaba metido en estudios sobre crítica literaria. Yo aparecí en su texto en calidad de amigo irlandés que hace más llevadera la estancia del protagonista ─estará de acuerdo en que elegí un papel más que modesto, ¿verdad? ─- bien, pues, no le hizo ni pizca de gracia. Así como lo lee.

Cuando me descubrió entre sus líneas, montó en cólera y no quiso escuchar mi explicación. Colarse en mi novela, menuda desfachatez, me dijo una y mil veces. También me dijo que no podía ir por ahí contaminando el delicado trabajo de un escritor y que quién me había creído que era. Llamó a la policía y pasé tres meses en la cárcel. Allí sólo había poetas, ni rastro de novelistas, siquiera cuentistas.

El segundo era una buena persona y además era uno de esos artistas pasionales ajenos al manual de teoría literaria; escribe novelas de amor pero a mí eso me daba igual. Cualquier argumento me sirve, incluso el amoroso. Quise ser uno de los deslices de Marie antes de que ella se atreviese a aceptar su homosexualidad pero el escritor no contaba conmigo y, claro, se asustó al verme en su borrador. Primero quiso sacarme del argumento aunque, a diferencia del escritor purista, me dio la oportunidad de explicar la razón de mi intromisión. Como ya le he dicho, al principio me compadecía, luego quiso que yo fuese Marie, la protagonista.

Aquello no era sano, había algo extraño en ese hombre. Me veneraba, me regalaba flores y me prometió no defraudarme con la asignación de un argumento nuevo. Él haría de mí todo un personaje de ficción. Llegó a retorcer el hilo de la historia de tal forma que Marie acabó acostándose con el mismísimo escritor, que también hizo acto de presencia en la obra. Me denunció por despecho, no podía consentir que Marie no llegase a enamorarse del todo de él.

Volví a la cárcel. En un intento desesperado por convertirme en un personaje de ficción de una vez por todas, me decidí a escribir yo mismo la novela en la que concederme un nuevo argumento. Lamentablemente no se puede ser médico y herida al mismo tiempo; además, he de reconocer que no supe por dónde empezar la que sería mi primera obra. Ni modo, seguía necesitando que un escritor me hiciese el pequeño favor de convertirme en ficción.

La tercera fue una intelectual. Antes de llamar a la policía quiso ridiculizarme haciéndome una prueba de nivel; me prometió que si superaba un examen de cultura general, estudiaría la posibilidad de hacerme personaje de su novela. Consiguió ridiculizarme y yo todavía escucho sus carcajadas dentro de mi cabeza. Parece ser que no acerté con ninguna de mis respuestas sobre cultura general.

Acabo de salir de la cárcel. La policía me ha advertido que no vuelva a reincidir en mi delito o la próxima vez mi estancia en prisión será mucho más larga pero a mí, lo mismo me da. O personaje de ficción o nada, no me importa volver a la celda.

Es la primera vez que utilizo mi realidad para convertirme en ficción. Quiero decir que las otras veces entraba en el texto directamente reencarnado en un personaje concreto. No obstante, la experiencia me dice que los escritores no gustan de la espontaneidad de los demás. Por eso he decidido que a partir de ahora confiaré mi sueño y mi esperanza a la bondad o al criterio del escritor en cuestión, sin intentar engañarle ni perturbar la concepción de su obra inicial.

Quizá el escritor o escritora de este libro me ha convertido en psicólogo o en asesino, en ese caso usted no llegará nunca a saber de mí existencia real (me encantaría que fuese así), puede que usted ahora está leyendo íntegramente la carta que dejé en el borrador de En primera persona o quizá el autor la haya modificado para adaptarla a su obra, quién sabe. Sea como fuere, si usted llega a conocerme como psicólogo o asesino, íntegramente o en versión adaptada, mi sueño se habrá cumplido: Me habré convertido en un personaje de ficción y ya nunca más seré real. Puede que haya vuelto a la cárcel o puede que esté tomando un café con el escritor o escritora de este libro.