viernes, 30 de enero de 2009

En primera persona: Julián ha perdido a Juliana

-Abuelo, ¿jugamos a las adivinanzas? Porfi, abuelo, habla conmigo. Habla.

Y encima este nieto mío, que ha salido medio tonto. Claro que no sé de qué me extraño, ¡con esa nenaza que tiene por padre! Bien pensado, a él si podría hablarle. Es un niño, le vendrá bien almacenar ciertos recuerdos sobre los últimos días de su abuelo. No, mejor no le digo nada. Si empiezo así, acabaré diciéndole a su madre que haga el favor de dejar de esconderse detrás de ese coñazo de individuo que tiene por marido, pediré más sal en las comidas, Manolo y Andrés querrán que recordemos viejos tiempos cuando vengan a echar la partida… Y mi Juliana en el cielo, no hay derecho. No, no lo hay.

-Vamos, papá, lo que estás haciendo está muy feo. ¿Qué pretendes conseguir con esta huelga de silencio? Has de saber que esconderte en tu agujero no te va a hacer ningún bien. Luis dice que no debemos reprimir nuestro dolor: tenemos que sacarlo de nuestras entrañas y hacer con él una bola de luz blanca. Luego tenemos que modelarla, frotarnos todo el cuerpo con ella y soplarla muy fuerte para que se vaya lejos, muy lejos. Luis dice que, sólo sacando esa bola de luz blanca, sacaremos la angustia que no nos deja levantar cabeza desde que mamá se fue. Vamos papá, ya ha pasado un mes. Dime algo, por favor.

Pobre infeliz esta hija mía. Con la de esfuerzo que invertimos su santa madre y yo en hacer de ella una persona de bien… cuánto tiempo perdido. Tantas lecturas, tantos debates, las acampadas en el bosque, las responsabilidades que hemos ido delegando en ella desde que era bien pequeña y, ahora, la muy estúpida se casa con un imbécil que parece recién salido de una secta. Sin criterio alguno.

-Tú mismo, papá. No voy a insistir más en este asunto. Eso sí, que sepas que me estás destrozando la vida. No sólo acabo de perder a mi madre, ¡a mi madre! ¿Me escuchas?, sino que tampoco ya puedo contar con mi padre. Te he decepcionado, ¿verdad? Por eso has dejado de hablar, porque no he sido la hija que te hubiese gustado. Tú querías a una política, a una revolucionaria o a una artista, vete tú a saber. El caso es que tener por hija a una bibliotecaria, casada a las 27 años, con un hijo de 5 y otro en camino, no entraba en tus planes. Nunca entenderás que soy feliz así, que mil y una veces he considerado vuestra perspectiva de vida y mil doscientas, me siento mucho mejor con la que he adoptado yo. Está bien, acepto que apesta a acomodada; a vulgar y mediocre si quieres, pero, papá, escucha esto que te digo: me gusta mi vida y me encantaría que la aceptases. Aunque tus principios no te permitan entrar, no olvides que tú estás dentro de ella. Estás dentro de mi vida, papá. Nos vamos a casa, mañana por la mañana vendré a hacerte el desayuno. Vamos Daniel, dale un beso al abuelo.

Tiene huevos, no lo puedo negar. Es toda una Martínez, sí señor. ¿Cuál habrá sido nuestro error, Juliana? ¿Por qué nuestra hija será tan desapasionada? Si pillase yo sus 32 años; ay, si tú y yo pillásemos sus 32, Juliana... Una cosa tengo clara, no he sido esa clase de padre que se proyecta en sus hijos. Yo sólo quiero lo mejor para ella pero ella no se da cuenta. Quizá no he sabido hacerlo, quizá mi mejor no es su mejor… no, ella no sabe qué es lo mejor, ¡qué va a saber ella! En cualquier caso, debo reconsiderar lo de mi silencio. A lo mejor tienen razón y estoy siendo un egoísta, ¿tú qué piensas, Juliana? Es que no me apetece lo más mínimo comunicarme con nadie. Ya he dicho todo lo que tenía que decir en la vida y si algo pudiese decir para dignificar mínimamente este miserable mundo, si tú no estás para oírlo, no tiene sentido.

Ay Juliana, vuelve o llévame contigo.

jueves, 29 de enero de 2009

Tengo una pregunta para usted

¿A que parece que no estoy en Alemania, caracoles? Quiero decir que últimamente Un mundo mejor para los caracoles parece estar sumergido en algo así como etéreo y confuso, muy en el mundo de las ideas y muy poco en el pie de calle, en el pie de las calles que piso actualmente. Y es que, no se lo van a creer, pero me cuesta horrores hablar de mí. Sin embargo, hoy les vengo con una simpática anécdota, caracoles; o, al menos, así me lo parece a mí.

Resulta que levanté una piedra en Dörentrop y apareció José, un colombiano más majo que todas las cosas y amigo de una amiga de Aga, mi compañera de piso (a mí también me cuesta creerlo pero, saben, hay un universo de redes sociales detrás de Tuenti). El caso es que José y yo aprovechamos las quedadas de extranjeros de la zona de Lipperland por la que vivo para darle al español y recrearnos en algo así como las idiosincrasias del pueblo latino. Ninguno de los dos querría morir en Alemania, no obstante, ambos comentamos con cierto entusiasmo las lindezas de este país y, ya puestos, solemos detenernos en el análisis de nuestra situación. La situación de dos extranjeros que se medio defienden con el idioma pero, ni por asomo, lo dominan.

José dice que en Dörentrop se siente mucho más sincero. Esos segundos de más que tiene que emplear en construir la respuesta a una pregunta le impiden con más frecuencia de la que le gustaría reparar en si se trata de una afortunada contestación o si, por el contrario, va a meter la pata en algún sitio con difícil salida. Quiero decir que no repara en matices, no adelgaza, ni edulcora, ni suaviza, ni esconde, ni destaca sus comentarios.

En el trabajo le piden opinión sobre la nueva aplicación del programa informático que vienen trabajando y lo primero que le viene a la mente en un perfecto español es “Eso es una mierda como una catedral”. Si pudiese responder en ese su idioma, emplearía esos segundos de “pause” que concede la conversación en maquillar la sentencia y decir algo así como “A mi humilde juicio, esa aplicación es muy poco productiva” pero, ay, sucede que tiene que contestar en alemán y, entonces, se aferra a ese tiempo extra como a un clavo ardiendo para acudir a su manual básico de gramática germana y lo que acaba diciendo es algo así como “No me gusta, no es bueno”.

Y, claro, a veces sus compañeros se olvidan de que el pobre José no es alemán y lo miran con mala cara (“Tío, podías haber sido un poco menos cruel”) y no es que el tío sea cruel, es que bastante tiene con ir reteniendo ese batiburrillo de palabras con sobreabundancia de k, t y w y escasez de vocales al que llamáis alemán, jo.

Yo también he sufrido la imposibilidad de matizar, caracoles, porque una de las cosas que tienen las conversaciones es que exigen cierta fluidez y eso es algo tremendamente complicado cuando uno apenas conoce el idioma elegido para conversar. Lo mío fue con Tamaz, otro de mis compañeros de piso. Por norma general, con Tamaz aprendo el léxico afectivo y además recibo todos los días recibo religiosamente una crónica sobre su relación con Myke que, dicho sea de paso, ni por asomo merece el profundo amor que mi compañero le profesa.

El caso es que una vez me preguntó qué pensaba sobre tamaña y destructiva relación sentimental y lo hizo después de hacerme una relación de los mil y un desdenes que el malnacido de Myke ha tenido para con el santo de Tamaz y, claro, yo, en un perfecto español podría haberle dicho “Tamaz, ¿de verdad sientes que merece la pena tanto sufrimiento?” pero mi respuesta se vio reducida a “Tamaz, Myke no te quiere”. Y no le hizo ni pizca de gracia, claro.

A raíz de estas anécdotas podríamos disertar sobre el valor de la sinceridad en el pensamiento, la palabra y la omisión entre individuos que, como todo, goza de una infinita relatividad, de la pertinencia de determinadas preguntas o de la intención profunda del encuestador y el encuestado; pero eso ya se lo dejo a ustedes, caracoles, yo sólo vine a contarles un par de anécdotas.

martes, 27 de enero de 2009

Manual de literatura para caníbales y/o caracoles



Quizá algunos de ustedes no lo sepan, pero aquí la menda tiene un título en el que, sin (mucha) trampa ni photoshop, puede leerse “licenciada en Filología Hispánica” y no necesariamente por tener ese papelito es que tenga que caracolear el mundillo de las letras, se trata más bien de que, gracias al tiempo y la distancia, he logrado desentenderme de todo lo que la insitución universitaria representa para mí y quedarme con lo que sirve, con lo que me hace bien. Porque también se aprende algo en las aulas, oigan.

Sería muy cínico (y por ende injusto) por mi parte sentenciar que mi paso por la universidad no me ha reportado nada bueno. Sencillamente, no sería cierto. Pude escoger otros caminos, por supuesto, no obstante, tengo algo así como la certeza de que no me fui por el más malo: he perdido el tiempo en cosas mucho peores, caracoles.

Con gran acierto decía un profesor mío (el mismo que ayer mandaba a tomar por culo al culo, que para eso es culo) que la universidad estaba concebida para entretener a un buen número de la población con el agravante de las cuatro o cinco capas de maquillaje que luce tal institución. Eso decía él y, ahora, una vez descargado en líneas muy generales el profundo rechazo que siento hacia la parafernalia, la titulitis y a todo lo demás, me dispongo a entrar en materia, caracoles. ¿Entrar en materia? No, no se alarmen; ya saben que yo siempre vengo en son de paz.

Todo esto viene a cuento de que el otro día estuve haciendo una panorámica de este nuestro blog y me dejó un poco consternada la constatación de que muy poco se ha hablado por aquí de literatura y, bueno, no es que haya sido una ausencia imperdonable, más bien se trata de una ausencia que no se ha hecho notar hasta la fecha. La fecha en la que me apetece caracolear el mundillo de las letras, por decirlo de alguna manera.

Manual de literatura para caníbales, cosa fina, caracoles. Si quieren entrar en el entramado literario y/o cultural de nuestra España y no saben cómo, empiecen leyendo el último capítulo y después el penúltimo y luego antepenúltimo y así hasta llegar el primero. Con la retrsopectiva quizá se pierdan un poco en el marco del libro, pero eso lo solucionamos en un periquete: Han de saber que el hilo narrativo lo forman la saga de los Belinchonesm cuyos miembros han llegado siempre con un período de retraso a la generación literaria de turno (Alfonso Belinchón, por ejemplo, escribe novela romántica en pleno boom del realismo; poco menos que una aberración, vaya). Detengan su lectura de vez en cuando para consultar alguna información verídica sobre autores y obras y detecten así la ironía de Rafael Reig, el autor.

Si saben un poco por dónde van los tiros, ordenen el libro a su antojo y empiecen por el período literario que le apetezca: ¡Hagan su Rayuela! Si el autor hace sus Cien años de soledad con los Belinchones, nosotros los lectores no vamos a ser menos. No se olviden de anotar todas aquellos datos que les parezcan sospechosos y consideren la posibilidad de cierto ensañamiento por parte del autor. Camilo José Cela, un, dos, tres, responda otra vez.

Y si están puestos hasta las trancas de los dos últimos siglos de la literatura española, con cotilleos incluidos, preparen su media sonrisa y disfruten. No se agobien cuando sienta que la trivialidad y el chascarrillo hacen detener el ritmo de su lectura, Reig enseguida vuelve a la acción. Son trescientas páginas de manual y, claro, a veces se le va la mano; pero eso nos puede pasar a todos, ¿no? Como les digo, el autor vuelve enseguida al relato impoluto y afilado a base de humor, como a mí me gusta.

Y ésta, de regalo para todos: En Manual de literatura para caníbales se llega a vaticinar el futuro de la literatura, a la manera disparatada de Reig, por supuesto, y la predicción, caracoles, no tiene desperdicio.

Yo no voy a hacer vaticinios porque no soy Rafael Reig pero sí me voy a atrever a hacer un estado de la cuestión sobre la situación actual de las letras a lo caracol, ¿qué les parece? Y de esta manera, abrimos una nueva sección, caracoles: Metacaracoleando ando

¡Buenos días!

domingo, 25 de enero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




Cuando la mierda valga dinero,
los pobres nacerán sin culo

Gabriel García Márquez


Qué vidas tan mal hechas, caracoles. No todas, claro, pero sí las suficientes como para echarse una manta a la cabeza y que le den por culo al culo, que para eso es culo, como decía un profesor mío. Bueno, a decir verdad, con manta o sin manta, el mundo ya anda bien jodido.

Ahora todos tenemos en mente a Palestina pero también todos sabemos que hay un buen número de conflictos por ahí repartidos de los que no nos llegan muchas noticias y de los que tampoco queremos enterarnos demasiado. Y es que el corazón siente menos cuando los ojos no ven, eso también es cosa sabida, además, para ver, tampoco hay que irse muy lejos, ¿verdad? En todos sitios cuecen habas.

No vengo a tocarles ninguna fibra con este tema. Soy una firme defensora de la sensibilización sensible, respetuosa y constructiva y por eso no les voy a escurrir el monólogo interior que ronronea en mi cabeza desde que también mataron a Saudade, porque siempre llego al mismo callejón sin salida y poco puedo aportar a la causa de construir un mundo mejor: qué vidas tan mal hechas, hay que joderse.

¿Hay que joderse, caracoles?

El jueves hablamos por teléfono, le dije que el sábado iría a Socuéllamos al cumpleaños de mis sobrinas y ella celebró la idea con un entusiasmo mucho más que fingido. No es que mi madre no quisiera verme, se trataba más bien de que ninguna de las dos estaba preparada para mirar en los ojos de la otra y decir: y ahora, ¿qué?

Andrea y Marta han cumplido 7 y 5 años respectivamente y la fiesta y los sándwiches estaban servidos a eso de las 6 de la tarde del sábado. Cuando llegué a casa ya no quedaba ni un hueco libre en la percha: todos estaban allí y, como siempre, los primeros en llegar ya se habían apoderado de las sillas que rodeaban a Amelia.

Yo me senté al lado de Nerea que, dicho sea de paso, estaba enfadadísima porque su madre no la trajo al mundo el 24 de enero, como a sus primas, y a mi izquierda estaba la mesa de las bebidas, por lo que apenas hablé durante la velada. Luego llegó la tarta y en una de éstas mi madre y yo cruzamos nuestras miradas, pero ninguna pudo mantenerla durante demasiado tiempo.

Instantáneamente, las dos giramos la cabeza hacia Andrea y Marta, tan concentradas y tan monas como estaban en la empresa de pedir un deseo antes de soplar las 7 y 5 velas respectivamente y entonces nos enredados en el Cumpleaños Feliz y en la tarta de galletas, todo un clásico para los Alarcón Mosquera.

Mi padre aprovechó la multitud para fumar un cigarrillo a escondidas en la ventana de la salita y yo, sin pensármelo dos veces, ocupé la silla del patriarca:

- ¿Qué no arreglará tu tarta de galletas, madre?

- No me digas eso, hija, no se arregla nada. Come y punto.

Y volvimos a mirar a mis sobrinas, que intentaban llamar a toda costa la atención de los adultos.

- No vayas por ahí, mama. Sí, ellas son el futuro pero nosotras somos el presente. No podemos rendirnos.

- No he dicho nada, Nata.

- Pues di algo, por favor.

- ¿Me haces unos suavitos en la espalda?

- ¿Yo?

- Sí, a mí también me gusta que me hagan suavitos, ¿sabes?

- Nunca hubiese imaginado que a ti también te gustaban los suavitos, mama, como a veces eres tan rarita…

- Ay hija, yo no sé si todo esto tiene algún sentido… y sin Saudade, no sé, hija, no sé.

- ¡Tengo una idea! A partir de ahora cocinaremos atascaburras en vez de paella, ¿qué te parece? El atascaburras es mucho más nutritivo, mama.

- Uy, eso sí que no, Nata. Si seguimos, seguimos, pero nada de cambiar el menú.

- Te mola la paella, ¿eh? Lo tuve claro desde el primer momento, ¿sabes? Lo único que tengo que hacer para que me acompañe a Irak es decirle que su misión es preparar uno de esos arrocitos tan deliciosos que hace ella, eso fue lo que pensé cuando empezamos con tus paellas, mama.

- Hemos aprendido mucho, ¿verdad?

- Sí, mama. Muchísimo.

- Y lo hemos pasado bien.

- Si, mama. De rechupete.

- Y algo hemos hecho, ¿no?

- Pues claro, hemos hecho alrededor de unas 25 paellas hasta la fecha.

- No está nada mal, no. ¿Seguimos adelante, hija?

- Por supuesto.

- Ay, pero qué pensará Saudade.

- A Saudade lo han matado pero nosotras seguimos vivas, de momento.

- No será lo mismo sin su guitarra. Tú también eres consciente de ello, ¿verdad?

- Sí, mamá. No será lo mismo, será distinto.

- Déjalo ya, seguro que se te ha dormido la mano. Tú también haces muy bien los suavitos, hija.

- Eso me dicen y yo siempre les digo que lo aprendí de ti. Algo vamos aprendiendo, mama, algo vamos aprendiendo.

- Anda, vamos a por otro trozo de tarta.

- ¿Qué no arreglará tu tarta de galletas, madre?

viernes, 23 de enero de 2009

En primera persona: Mensajería Express

Seguro que a éste se le notan las venas en las manos. ¡Cómo me ponen las venas de las manos! Mensajería Express, buenos días, soy Carla Gómez, ¿en qué puedo ayudarle? Menuda mal follada es ésta. Todos los días con la misma mala leche. ¡Pues se va a enterar, hombre! “Accidentalmente”, hoy, sus envíos van a salir por vía terrestre en vez de aérea… A ver cómo se le queda el cuerpo cuando sus distribuidores no reciban las muestras mañana. Muy bien, señora López, ya hemos programado la recogida para esta tarde, ¿puedo ayudarla en algo más? Gracias por llamar a Mensajería Express.

-¿Qué tal anoche, Luisa? ¿Qué película visteis?

-Ninguna, al final no quedamos. Ante tu plantón, la fiebre de los gemelos de Sara y los
silencios de César, yo también opté por quedarme en casa.

- ¿Cómo te las apañas para hacerme sentir culpable por cosas que escapan a mi voluntad, querida Luisa? Te pido perdón por aspirar a un trabajo digno que me permita saber a qué huelen los multicines cuando no es el día del espectador. Mensajería Express, buenos días, soy Carla Gómez, ¿en qué puedo ayudarle?

- Tú y tus pájaros, Carla. ¿Cuándo vas a darte cuenta de que eso del trabajo digno no es para nosotros? Es más, probablemente, ni siquiera exista. “Quiero un trabajo que me realice como persona”… Bobadas. Cualquier empleo es sinónimo de prostitución. Todos vendemos nuestro esfuerzo a cambio de parné y punto. Mensajería Express, buenos días, soy Luisa Martínez, ¿en qué puedo ayudarle?

-…Gracias por llamar a Mensajería Express. Si desacreditarme te hace sentir mejor contigo misma, dale con fe, no me importa. Eso sí, no me vengas con sentencias de amargada porque no cuela. ¿Vas a negarme que un trabajador social o un periodista se van a la cama con la misma insatisfacción que tú y que yo? No me jodas, Luisa. Mensajería Express, buenos días, soy Carla Gómez, ¿en qué puedo ayudarle? Un momento, por favor, no se retire, he tenido un problema con el sistema informático. Ayer hablé con mi hermano, ¿sabes dónde lo han destinado ahora? A la embajada de Sydney, tía. Ni más ni menos que a las jodidas antípodas. Disculpe la espera, señor Cantón, ¿programamos una recogida en Centurycar para hoy?

- ¿Te refieres a Andrés, el mismo Andrés que hace dos meses entró en una depresión galopante cuando tuvo que dejarlo todo una vez más y marcharse a Toronto? Mira, Carla, no has ido a poner el ejemplo de vida mejor llevada, perdona que te diga. Tu hermano vive pegado a internet intentando mantener, vanamente, una relación con Loli, su amor de toda la vida. Mensajería Express, buenos días, soy Luisa Martínez, ¿en qué puedo ayudarle? Un momento, por favor, le transfiero directamente con el departamento administrativo. Tu hermano es un pobre desgraciado que ha sacrificado su vida para que tu santa madre pueda presumir de descendencia en la panadería.

- Gracias por llamar a Mensajería Express, buenos días. No sabes lo que dices, mi hermano está viendo mundo, ¿sabes?

- Tu hermano no sabe ver otra cosa que no sean las piernas de la Loli y tú y tu madre lo habéis condenado a la parafernalia y a la buena posición a la que ni tú ni ella habéis podido optar. El número de recogida es el 7456, ¿le puedo ayudar en algo más? Gracias por llamar a Mensajería Express. Mira, lo importante es saber vivir, saber aprender. Por muy apasionante que sea tu vida, si eres un soplapollas, no sabrás ni disfrutarla ni valorarla. Y lo mismo con los lugares, cierto es que hay sitios y sitios pero sin una actitud consecuente, no sirve de nada ser un ciudadano del mundo. ¿Te has molestado en preguntarle a tu hermano si le gusta su vida? Mensajería Express…

- Recuérdame que no vuelva a darte plantón nunca más. Hay que ver cómo te pones… Chica, yo sólo estoy preparándome las oposiciones de auxiliar administrativo para tener todas las tardes libres. No hace falta que me recuerdes que ya no puedo optar a una vida hollywoodiense y tampoco es necesario que te cebes con el pobre Andrés, ¿no? Además, él ahora está muy bien. No entiendo a santo de qué viene todo ese discursito.

- Pues viene a cuento de que somos unos insatisfechos y estoy harta. El famoso se queja de la falta de anonimato; el aventurero, de las no raíces; los sedentarios, nos quejamos de la falta de acción… Mensajería Express, buenos días. Pero, ¿sabes por qué nuestra situación es peor que la del aventurero? Porque tantas horas pegadas a este puto teléfono no nos dejan tiempo para pensar en lo miserable que es la existencia humana. Mierda, no corté el micrófono. Disculpe, ¿en qué puedo ayudarle?

- Te equivocas, tanto tú como yo tenemos esos minutos en los que despreciamos todo lo que hacemos y todo lo que no hemos hecho, claro. Y, ahora, quiero programar una recogida en Worldcomunicación, señorita.

- Disculpe la incidencia, caballero. Tuve un problema con el micrófono. Dígame la dirección por la que tenemos que pasar, por favor.

Ay, esta Luisa… siempre olvida ponerle música al cliente. Mensajería Express, buenos días, soy Carla Gómez, ¿en qué puedo ayudarle? Por fin un andaluz, ¡cómo me ponen los andaluces! Dígame el código de cliente con Mensajería Express, por favor. Pues tiene razón Luisa, este trabajo no está tan mal. ¿A qué hora podemos pasar a recoger, señor Garrido? Porque ha dicho eso, ¿no? Que no valoramos lo que tenemos, ¿verdad? Ay, yo no sé, nunca entiendo nada de lo que dice esta chica. ¿Puedo ayudarla en algo más? Muy bien, gracias por llamar a Mensajería Express. Buenos días.

miércoles, 21 de enero de 2009

Peor para el sol


¿Qué hacen ustedes con su tristeza, caracoles? ¿La miran a la cara o la guardan en el bolsillo? ¿Le quitan el polvo y la maquillan? ¿La dejan a su libre albedrío hasta que consume sus entrañas? ¿Se dejan consumir por la tristeza? ¿Diagnostican ustedes los orígenes de sus tristezas? ¿Hasta la fecha han tenido la suerte de que algún agente externo les haya sacado del agujero o han salido por su propio pie? ¿Han salido por inercia? Quizá no han salido del agujero, ¿han llegado a tomar fluoxetina alguna vez?

Existe un límite y sobrepasarlo puede acarrear más de una tragedia. Mi última psiquiatra, en nuestra tercera y última sesión, recomendome sutilmente dejar la consulta y empaparme de filosofía oriental; así como lo leen, caracoles: “Yo no sé qué decirte, Natalia, y ellos nos dan mil vueltas”. Y era de pago, eh.

Expertos en la materia dicen que la tristeza es necesaria, es algo así como una herramienta que ayuda al sano ejercicio de la superación individual. Dicen que no es nada saludable andar por ahí con la felicidad a cuestas todos los días y que no debemos escondernos de las nubes negras sino reflexionar sobre su existencia en nuestra vida para actuar en consecuencia. En cuanto a la medicación, el debate sigue abierto.

Venden pastillas para no soñar, como dice la canción, también las venden para no llorar y son las mismas, oigan. Las venden para no sentir, ésa es la ilusión de equilibrio que produce el Prozac. Existe un límite y sobrepasarlo puede acarrear más de una tragedia, convengamos pues que la pildorita de las narices es un daño colateral, aun cuando parece haber sido la solución. Las venden para no sentir, para no sentir ni lo malo ni lo bueno. El Prozac es un condón, he dicho.

Hablo en calidad de usuaria de la tal tristeza en casi todas sus variantes, como supongo lo serán muchos de ustedes. Ahora tengo un motivo más o menos identificable: también han matado a Saudade y, claro, estoy triste. No obstante, mi respuesta a las preguntas del primer párrafo sería en todos casos la misma: Sí, alguna vez. Y lo que te rondaré morena porque, más que usuaria, podría decirse que soy de naturaleza triste, como supongo lo serán muchos de ustedes.

Y, bueno, no diré que me parece algo necesario sino más bien que el propio engranaje del día a día, con todo lo que ello supone, genera desencantos a diestro y siniestro y dependiendo de la actitud del individuo los resultados serán unos u otros. También dependiendo de la mirada del sujeto, los desencantos podrán advertirse e en mayor o menor medida y afectar a distintos órganos o comportamientos.

Las enfermedades mentales son muy delicadas y, como tal cosa, yo les tengo su debido se respeto pero puedo decir y digo que antes de llegar a eso que llaman una depresión clínica el individuo en cuestión tiene la capacidad suficiente como para evitarlo y, ciertamente, sacarle algo de provecho al asunto sea cual sea el origen de la tristeza. No es fácil, claro, pero es posible.

Lo que está claro es que no se puede ir por ahí con un retrete en los ojos, filtrando toda la mierda del entorno y no dejando salir la propia. Aunque tampoco es muy saludable no saber qué es la mierda. Porque la mierda existe y todos la cagamos.

Tristeza, ¿a qué coño has venido? Tristeza, ¿por dónde te vas a ir?

Manos a la obra, caracoles. ¡Evitemos la tragedia!

lunes, 19 de enero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



También han matado a Saudade, caracoles. Nos montamos en El Caparazón del caracol con el anuncio del alto el fuego de Israel y seis horas después, al poco de aterrizar en Gaza, Amelia y yo vimos a lo lejos el cuerpo de Saudade reducido a pequeños pedazos que quedaron esparcidos por esas tierras.

Mi madre y yo comenzamos con los preparativos de la paella mientras él emprendía su paseo habitual. Ésa es otra de las rarezas que tenía Saudade, en cuantito aterrizábamos El Caparazón del caracol, nuestro gitano desaparecía durante un par de horas. En los primeros viajes lo mirábamos con cierto recelo: tocará muy bien la guitarra pero está hecho todo un holgazán, comentábamos Amelia y yo mientras Saudade se escaqueaba.

Con el tiempo descubrimos que se trataba de algo mucho más profundo. Dos fueron las pistas: Saudade regresaba de ese largo “estirar las piernas” tremendamente triste y nunca se escaqueaba a la hora de recoger el chiringuito, él solito limpiaba la enorme paellera y todo. Descubrimos pues que, a pesar de la mentalidad positiva y cargada de esperanza de Amelia y de una servidora, a Saudade le tiraba siempre la saudade.

Se arrancaba por bulerías, palmeaba, bailaba, hacía mil y una versiones del Imagine (a cuál mejor) y se contagiaba del espíritu festivo y optimista. Porque la saudade también tiene eso, tiene esperanza. La saudade, ya lo sabrán ustedes, añora el tiempo pasado que fue mejor o el presente que podría ser de una manera muy distinta a la que “en realidad” es, es decir, la saudade considera como posible la existencia de otras realidades dentro de la realidad real. Por eso, Saudade se dejaba llevar por el jolgorio que acarrea la paella de mi madre porque, con todo, siempre guardaba algo de esperanza.

Eso sí, era fiel a su ritual de tristeza de fin de semana. En el Sáhara, en Suráfrica o en Cuba, allá donde plantamos nuestra paellera, sus primeras horas estaban consagradas a un largo y solitario paseo. Qué pasaría por la cabeza de Saudade en esos momentos, yo no lo sé. Nunca me atreví a preguntarle, supongo, por miedo a la respuesta y ahora que ya nunca podré saberlo, imagino que, en ese paseo, Saudade asimilaría toda la saudade del ambiente. La saudade de la población de Buenaventura, la saudade de las víctimas de la Casa Blanca que, al fin y al cabo, somos todos.

¿De dónde sacaba la esperanza Saudade? Ya se lo he dicho, la sacaba de la propia saudade. Él, al igual que nosotras, no entendía cómo, después de tantos años de historia y tantas barbaridades a nuestras espaldas, el ser humano seguía repitiendo los mismos comportamientos, las mismas atrocidades, y en sus paseos, en su saudade, se lamentaba por que otro mundo que es posible no lo esté siendo ya. Y de la consideración de esa remota pero probable posibilidad, sacaba las ganas de palmear y alegrar el cotarro mientras los comensales de turno experimentaban en sus estómagos los poderes de la paella de mi madre.

Y lo han matado, caracoles, y lo peor de todo es que lo han matado mientras paseaba, en ese su momento de tristeza en el que la esperanza nunca tuvo cabida. Pues no era sino unos minutos después de regresar al Caparazón del caracol y contemplar la entrega absoluta de mi madre a su arroz y mis bailoteos con los lugareños que Saudade, por una suerte de alquimia, transformaba su profundo desconsuelo en la más vital de las sonrisas que puedan imaginarse. De cal y arena, como todos, así fue siempre Saudade.

Pero lo han matado en la cal, caracoles. Podría haber muerto en la arena, en la arena de Gaza y de su versión indie del Imagine y, sin embargo, murió sumido en la más profunda de las tristezas sin el menor atisbo de esperanza mientras paseaba sorteando cadáveres en el suelo y el nuevo y sobrevalorado rey del mundo en el que tanta confianza se ha depositado seguía sin decir ni esta boca es mía. Mientras nuestro querido presidente condenaba los ataques al pueblo palestino pero seguía vendiendo armas a Israel y el resto de Europa no dejaba de mirarse el ombligo. Ahí murió Saudade, a escasos dos kilómetros de la esperanza que, como cada fin de semana, le esperaba alrededor de la paellera de mi madre. Así murió Saudade, sin esperanza.

Ahí y así: en Gaza, sin esperanza.

Sálvese quien pueda.

viernes, 16 de enero de 2009

En primera persona: Yo me lo guiso, yo me lo como

“Así no vamos a ningún lado, Tomás. A ningún lado”. Y que se merece algo mejor… ¡y yo, no te jode! La muy estúpida pensará que a mí me fascina estar aquí sentado como si tal cosa. El día menos pensado me largo y que salga el sol por donde quiera. Me juego el cuello a que me está poniendo los cuernos. El tal Nacho no me gusta ni un pelo. Con lo bien que estábamos en nuestra tiendecita de ultramarinos. Hay que joderse, estos cabrones han acabado hasta con el pequeño comercio.

- La máquina expendedora se ha quedado con noventa céntimos y no me ha dado mi refresco de frutas del bosque.

- Rellena este formulario, con indicar nombre, apellidos y departamento es suficiente. El hombre de la máquina no viene hasta el jueves.

- Gracias.

- De nada.

Tantos años de gimnasio para nada. Me limpio el culo con las artes marciales, el cinturón marrón, los cursos de taekwondo y el esgrima. Estoy seguro de que si la Mari Carmen no se hubiese quedado preñada, habría llegado lejos en el king boxing , aunque Fonseca siempre me decía que no sabía darle juego a mi brazo derecho. Bueno, en cualquier caso, estoy seguro de que si la Mari Carmen no me hubiese cazado, jamás de los jamases hubiese acabado como vigilante de seguridad en este maldito edificio en el que el suceso más apasionante del día es que la máquina de refrescos se niegue a entregar los productos que contiene. Si por lo menos pudiese darle unos golpecitos con la porra al cacharro ese…

Y encima esta pandilla de desgraciados me ningunea hasta límites insospechados. ¿Acaso se creen inspectores de hacienda? El 90% de los aquí empleados son tristes secretarios, manda narices... Hasta el hombre de la máquina parece perdonarme la vida cada vez que le doy el parte de incidencias con la expendedora.

Decidido, tengo que cambiar de vida. Tengo treinta años y ninguna atadura ¿por qué iba a tener que conformarme con una galleta cuando tengo a mi alcance todo un pastel de chocolate? Eso me decía Fonseca cuando entrenábamos codo con codo. La Mari Carmen estará mucho mejor sin mí, ella misma lo dice, no le doy nada más que disgustos y del niño, ni hablemos. Ni una sola vez me ha llamado “papá”, no me trae las zapatillas de paño cuando llego a casa y nada de lo que pueda decirle le interesa. No se hable más, esta misma noche me marcho.

¿Me darán finiquito o algo por el estilo? Acabo de caer en que las tarjetas de crédito las tiene la Mari Carmen. Ésa es otra, ¿dónde se ha visto que un trabajador no disponga de su propio dinero? No, si no aviso con dos semanas de antelación, pierdo todos los derechos. ¿Qué hago? Necesito dinero, siquiera para echarle gasolina al coche. ¿Me llevo el coche?

-Macho, Tomás, la máquina ha vuelto ha quedarse con mi dinero.

-Mira, tío, estoy harto de tus tonterías. Eres la persona más usurera que he conocido. Qué casualidad que todos los putos días la máquina se quede con un euro tuyo. ¿Me has visto cara de tonto?

- No te pongas así, hombre. Además, ¿a ti qué carajo te importa? Tú déjame la hoja de reclamaciones y punto.

-Que no, hombre, que no. Ya está bien la broma: se acabaron los fraudes al hombre de la máquina. No, mejor, ¿sabes qué? Se acabó todo.


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-Mari Carmen, soy yo, perdona que me fuese de aquella manera. Exploté, tenía que hacerlo…

- ¿Quién eres?

-¡Coño! Pues Tomás, ¿quién voy a ser? ¿Mari Carmen?

-Sí, sí, perdona. No reconocí tu voz.

-Pues eso, perdona que te abandonase. Lo siento de veras. Estoy en Zomosagre, un pueblo de La Rioja, ven conmigo. Un agricultor me presta una casa a cambio de cuidarle sus viñedos. Tenemos comida y, bueno, tenemos todo lo que necesitamos para ser felices, como cuando teníamos la tienda.

- Eres un egoísta, Tomás. No puedes desaparecer por las buenas y llamar pasadas dos semanas ofreciéndome un paraíso.

- Lo siento, Mari Carmen, de veras que lo siento. En cualquier caso, sólo han pasado dos semanas.

-¿Sólo? Maldito imbécil…

-Perdona, de verdad. Venga, vente conmigo, dale el niño a tu madre y ven a Zomosagre. Empecemos de nuevo.

-¿Dar al niño? ¿Por quién me tomas? Además, no quiero volver contigo. Ya no te quiero, sabes. Hace tiempo que dejé de quererte

- Mira, Mari Carmen, el niño no nos necesita. Quiere a su abuela con locura y, después de lo de tu padre, estoy seguro de que a tu madre le vendrá muy bien tener a Tomasito en casa. Pobre mujer…

-Que no, Tomás, que te quedes con tus viñedos y a mí me dejes en paz de una vez por todas.

- ¡Mari Carmen! ¿Cómo dices eso?

- ¿Estás sordo? Que ya no te quiero, Tomás.

- Oye, que soy yo el que te ha abandonado, no lo olvides. No me puedo creer que ya lo hayas superado. ¿Quién anda ahí? Ay madre, estás con Nacho, ¿verdad? Lo sabía. Y el niño, ¿dónde está el niño? Seguro que se lo has dejado a tu madre. Menuda pieza estás hecha… Ya me lo decía Fonseca, ya. A tu mujer le gusta demasiado la vida, decía. Está bien, no pasa nada pero, eso sí, no estoy dispuesto a consentir que mi hijo se críe con una mala madre. Mañana mismo voy a por él y me lo traigo a Zomosagre.

- No hace falta que vengas, Tomás. El miércoles le dan las vacaciones, le sacaré el billete de autobús para el jueves. “Zomesagre” has dicho, ¿verdad?

-Maldita zorra.

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¿Es esta entrada una broma, Nata? No, hombre, no. Ya se lo dije en diciembre, es En primera persona.

Disfruten del fin de semana, caracoles. Y si se aburren, ya saben, pueden ir al juzgado de guardia más cercano y demandar a Carlos Otto.


miércoles, 14 de enero de 2009

"Por encima del bien y del mal"

No me desdigo de lo dicho sobre la otredad hace dos “cosas de caracoles” pero, qué quieren que les diga, a veces me repugna compartir ciudadanía –humanidad- con según qué personas. Y es una verdadera lástima que no pueda instalarme en Un mundo mejor para los caracoles de todas todas. Porque a más de uno le tiraba yo la paella de mi madre en toda la cara (con paellera incluida). Puede que yo sea un poco chula, que lo soy, pero de violenta no tengo ni un pelo y, fíjense en lo que les digo, ganas me dan de plantarme en Ciudad Real y ponerme a dar hostias como fundas de piano.

Bueno, a decir verdad, la fuerza física siempre se me va por la boca y, además, por principios y convicciones, no echaría mano de ella pero, lo que les digo, de buena gana me plantaba delante de tres o cuatro siquiera para formular la siguiente pregunta: ¿te has planteado alguna vez qué clase de persona de eres?

Y, sí, yo no soy dios ni ganas tengo de serlo, tampoco soy el perfecto individuo ni el modelo ideal de ciudadano de 2009. Soy una persona consciente de que las posibilidades de actuación son ilimitadas y, por lo tanto, intento elegir todas aquellas que son más saludables para mí y para mi entorno y, sobre todo, todas aquellas afines a los principios y convicciones que han hecho que mi naturaleza sea muy distinta a la de ellos. Por eso, aunque soy una más, me atrevería a decirle a más de uno “¿te has planteado alguna vez qué clase de persona eres?”.

No contentos con despedirlo y vetarle, ahora van y lo demandan. De momento han sido dos: la primera vino de la mano de Carmen García de la Torre, que lo acusa de consentir supuestas injurias y calumnias de terceros; la segunda, de León Triviño, que ya no sólo va por los terceros sino que también acusa directamente a Otto por las injurias y calumnias (ejem) vertidas en el artículo en cuestión. Supongo que la tercera, la gran estocada, la firmará el mismísimo Díaz de Mera y entonces todos ellos, una vez más, habrán hecho gala de la calidad humana que impera por ahí arriba, allá donde todo vale y donde nada importa. Para quitarse el sombrero.

Quizá con lo de pedir 6000 euros por barba para destinarlos a una ONG que se ocupe del auxilio de niños o ancianos han pensado que su imagen no sólo no podría verse dañada, sino que, además, se limpiaría. Porque, insisto, Carlos Otto no fue despedido por mentiroso. Pero tampoco en esto han acertado. Bien podrían pasar por esa clase de adultos que los treinta ya no los cumplen y van por ahí dando lecciones de moral a los demás: su honor y su dignidad han sido menoscabados y eso es algo intolerable. Casi podría colar pero, claro, no cuela.

Tamaña persecución, viniendo de quien viene, sólo puede tener una explicación: niño, no sigas por ahí.

Pues van listos, oigan.

Tú tienes piojos, ellos no.

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Pueden menear aquí

domingo, 11 de enero de 2009

Calentando motores, más madera.

Cos

Han pasado muchas cosas, caracoles. La más evidente es que no he cumplido mi palabra: abrir el chiringuito el día 10. No me lo tengan en cuenta, por favor, resulta que mi calendario mental y yo pusimos esa fecha porque pensamos que el décimo día del año caería en lunes y resulta que ha sido sábado en vez de niña, disculpen la incidencia.

Han pasado muchas cosas, les decía. De buena gana les haría una crónica de mis tres semanitas por España. Quiero decir que, con mucho gusto, les hablaría sobre la sensación de llegar a un sitio que, no sé, que sientes como más tuyo porque ya desde el aséptico aeropuerto empiezas a entender todas y cada una de las palabras de la gente que te rodea, sensación que no siempre es placentera, claro. También, por qué no, me recrearía en el puro acto de conversar –con ese don para con la conversación que tenemos los fumadores, ay-. Del universo familiar, del sitio de mi recreo, de Emilio y El rincón de luna, mi bar en Ciudad Real, del paripé de la navidad que escribo con minúscula adrede. De los encuentros y desencuentros. De los compañeros de vida.

De buena gana extirparía todo esto que les digo, pero no creo que les interese demasiado y, sobre todo, no sabría por dónde empezar. Han pasado muchas cosas. Es lo que tiene un año, que pasan muchas cosas. ¿Cómo se les presenta el 2009, caracoles? Aún no lo saben, claro. Yo tampoco. Eso sí, vengo decidida a reconducir mi vida en Barntrup y, bueno, todo apunta a que ya estoy dando los primeros pasos. Seguimos con el poco a poco, amigos.

Ella me pregunta qué he aprendido del kinderdorf, del trabajo con adolescentes en situaciones, digamos, problemáticas. Y yo le digo que, entre otras cosas, esta experiencia me está sirviendo para confirmar que la necesidad de cariño es, existe, y que cuando no se tiene se adoptan posturas tristes o, digamos, problemáticas. Y ella vuelve a la carga, ¿cariño? ¿Qué es eso del cariño? Y luego dice que no tengo ni puta idea de lo que digo pero yo no me lo tomo como algo personal porque, según ella, nadie tiene ni puta idea de lo que dice y, con todo, insiste y yo no sé si me está vacilando o me pregunta de verdad: que qué es eso del cariño te estoy diciendo, ¿es que no me oyes?

La mayoría de mis pensamientos y de mis actos en el 2008 han girado en torno al individuo y eso ha estado muy bien, me digo. De entre los muchos caminos que podía haber seguido, estoy convencida de que no me fui por el peor y eso, como digo, está muy bien. Pero ya basta o, al menos, ya basta un poco. Porque desde hace un tiempo ya no me entrego al otro con la misma intensidad y entereza, con todo lo que soy, que no es ni mucho ni poco, ni mal ni bien, sencillamente es todo lo que soy. Ese otro que pueden ser ustedes, mi madre, Otto o mis sobrinas, por ejemplo.

Últimamente ya no se trataba de corazas como antaño, no sabría explicarles. Es algo así como que, conscientemente, me había ido retirando de la interactuación “a pelo” con el entorno. Tampoco es que fuese con el pie echado por si las moscas, porque nunca he sido de ésas. El caso es que con tanto pensar qué es y qué quiere el individuo, esto es, qué soy y qué quiero, qué necesito, qué me gustaría y para qué quiero qué; con tanto pensar en esto, he ido dejando de jugar con la misma intensidad con las otras cartas de la baraja que implican la presencia de alguien al otro lado. Y por qué estás tan segura de que esas cartas que requieren de otra persona existen, probablemente me preguntaría ella. Pues porque tú y él y el otro y ella y el de más allá existen, está claro.

A día de hoy, todavía me emociono cuando recuerdo aquellos fines de semana en que me echaba a la calle con la cara pintada de blanco para decir que el mundo adolece de un grave problema de comunicación. Fue toda una experiencia, caracoles. Y estas navidades me eché a la Plaza Mayor de Ciudad Real con Sonia para decir que hay que ser conscientes de que somos o podemos ser felices y también me emociono al recordarlo. Y también fue toda una experiencia. Pero fue tan distinta, caracoles. Yo no sé.

Me gustan las dos. Quiero decir que no estoy dispuesta a prescindir de ninguna motu proprio (ni del individuo ni del otro) y esto más que un propósito de enmienda es una querencia que me pide el cuerpo. Con esto último quiero decir que no sé qué carajo será el cariño exactamente, ni la amistad, ni el amor ni todas esas cartas que implican la presencia de alguien al otro lado pero, eso sí, de su existencia no me cabe la menor duda. No sé cómo ni por qué se generan y del para qué ni me hablen. Pero existen. Cada uno las vive y las siente, las exprime o las desestima a su manera pero existir, existen. Es algo así como una querencia que se puede seguir o no seguir pero son unas cartas con las que hay que jugar porque, querámoslo o no, estamos en contacto.

Y a mí lo que me pasaba es que, sin pena ni gloria, había dejado esas cartas debajo del tapete porque me debía un tiempo conmigo y eso era justo y necesario, ya saben. Con esta parrafada que les estoy soltando quiero decir que, ahora que he conseguido el equilibrio conmigo misma, voy en busca del equilibrio con ese otro que está al otro lado: con ustedes, con mi madre, con Otto o con mis sobrinas, por poner en ejemplo.

No es una declaración de intenciones, ya dije, se trata más bien de una querencia, ¿qué dice ustedes?