jueves, 26 de febrero de 2009

La nata se va los puertos

Caracoles, les iınformo de que mı madre y yo hemos decıdıdo hacerle el rodaje a la furgoneta de Saudade. Aùn no hemos cuadrado del todo el ıtınerarıo, por eso no puedo adelantarles nada.

Espero que puedan vıvır sın mì, yo ıntentarè sobrevıvır sın ustedes.

Volvemos dentro de dos semanas. Estamos en contacto

Sean felıces.


(Dısculpen las faltas, les escrıbo desde un teclado turco que no sè confıgurar...)

miércoles, 25 de febrero de 2009

El que espera, desespera

Si les digo que alguien es un vacante, ¿qué es lo primero que se les viene a la cabeza, caracoles? Yo me empeñé en pensar que se trataba de una persona que está de paso y creo que, de utilizar ese calificativo en español, lo haría siempre para referirme al sujeto en cuestión. Él es el vacante, el esporádico, el efímero, el que no tiene un sitio fijo. Bien, pues, resulta que en alemán los vacantes son los otros. Vacante el conocido de la escuela, vacante aquel con el has charlado unas cuantas veces pero no las suficientes como para que sepa que detestas que la gente masque chicle con la boca abierta. Que detestas que la gente masque chicle. Vacante sería aquel que acompañó al sujeto en cuestión durante su estancia en Edimburgo. El que pasó por tu vida sin quedarse y sin que ello provocase el mayor trastorno en tu día a día. La vacancia es algo generalmente aceptado.

Nuestras amistades fueron vacantes antes que amigos, quiero decir que no necesariamente se comienza una relación de vacancia sabiendo que será eso, una vacancia. Algunas de ellas están limitadas a una circunstancia muy específica que dificulta la continuidad del trato entre las partes implicadas.. A veces se intenta extrapolar y extender dicha relación hasta el infinito pero ninguna de las partes, consciente o inconscientemente, tiene un especial interés en ello por motivos varios, generalmente porque supone un esfuerzo por el que no nos apetece esforzarnos.

Yo nunca fui a un campamento pero me imagino que los adolescentes que sí fueron hicieron buenas migas con gente de vete tú a saber dónde, algunos llorarían en la despedida y todo: “no te voy a olvidar nunca”, “te escribiré una carta todas las semanas”, “iré a visitarte”. Generalmente se dicen esas cosas que rara vez llegan a cumplirse porque, insisto, suponen cierto esfuerzo y porque esas personan ocuparon un lugar en un momento muy específico de nuestras vidas y recolocar su presencia en nuestro día a día es harto complicado. Dos semanas de campamento, tú me dirás…y esto no sólo pasa en la adolescencia, también en la madurez y supongo que los viajes del Inserso tendrán lo suyo.

Sin embargo, como les digo, nuestras verdaderas amistades fueron vacantes antes que amigos. Quizá la situación específica que unió nuestros caminos también fue efímera pero esta vez las partes implicadas decidieron esforzarse por buscar otros senderos con los que seguir al lado de los que fueron nuestros compañeros efímeros en aquel determinado momento. Y nos esforzamos sin sudar ni una gota porque, en realidad, no nos costó ningún esfuerzo.

Pienso en los conocidos, en los vacantes y en los amigos que tuve durante la universidad. Con los primeros mantengo una relación cordial, es decir, si nos encontramos por la calle, nos saludamos, nos preguntamos por la salud y el trabajo y nos deseamos lo mejor. Desear es gratis. Si coincido con los segundos, puede que nos tomemos un café o una cerveza y charlemos largo y tendido sobre literatura, Ciudad Real o nuestros años universitarios. Y con los últimos directamente no coincido porque, esté donde esté, ellos forman parte de mi día a día. Eso no quiere decir que hable con ellos todos los días (aunque hable con ellos casi todos los días). Somos, ya lo dijo Otto en su momento, compañeros de vida.

¿Por qué no todos mis vacantes se convirtieron en amigos? ¿Cómo fue que algunos de mis vacantes escaparon de lo efímero y se adentraron en lo infinito para ser eso, compañeros de vida? Selección natural, supongo. Las cosas de mis amigos me alegran, me duelen o me interesan más que las de mis vacantes y es normal. Existe una jerarquía en las relaciones humanas, cada cual establece el orden a su antojo pero el orden, la pirámide, existe. Y pretender negarla es auto destruirse a uno mismo.

A veces es una verdadera putada tener esa escala porque a veces quien para ti ocupa uno de los primeros puestos del ranking, a ti te tiene colocada en un doloroso y humillante puesto intermedio. Otras veces, las partes implicadas ocupan lugares similares en sus respectivas pirámides pero puede que esos lugares tengan naturalezas distintas y concepciones de la compañía de vida igualmente dispares. Y en muchas de esas ocasiones uno intenta ser racional para encajar este desajuste de la manera menos traumática posible pero no siempre lo consigue y, dependiendo de la posición lunar o del ciclo menstrual, ese alguien adopta posturas más o menos tristes.

Existen límites por todos lados y muchos de esos lados están fuera de nuestro territorio, están dentro del territorio individual de la persona que tenemos enfrente. Y no esperar nada de nadie puede parecerles desolador así escrito pero, si uno piensa en la auto suficiencia que ciertamente existe, encontrará la manera de interactuar con conocidos, vacantes, amigos, amantes o familiares sin esperar nada de nadie y sin llegar a adoptar posturas ni más ni menos tristes respecto a esos otros individuos.

Nos creemos una necesidad del otro que no tenemos. Claro que no es bueno vivir aislado y es que por ahí no van los tiros, caracoles. La necesidad del otro de alguna manera existe pero no en la manera en la que nos empeñamos en creer. Busquen la salud para con el otro y encontrarán un cachito de paz y felicidad, ay.

martes, 24 de febrero de 2009

¿Me estaré volviendo punky?- Me avergüenzo de ti





(Caracoles, aquí les dejo el artículo para Mi Ciudad Real de esta semana. He pensado que quizá puede mejorar sus vidas el hecho de que lo publique por aquí también y yo, por sus vidas, lo que sea.)

“En la tarde del 19 de Febrero de 2009 y al finalizar el discurso inaugural de la XI Feria Mundial del Toro en Sevilla, seis activistas de Igualdad Animal irrumpieron con pancartas pidiendo la abolición de la tauromaquia y el respeto hacia los animales con lemas como: “Abolición” o “Derechos ya para los animales”. Los seis activistas fueron desalojados entre las agresiones de los taurinos quienes lanzaron vasos, dieron patadas y golpes.”



Siempre es interesante (no necesariamente constructivo) leer los comentarios a las noticias en meneame y en compensación a mi ausencia de estos días le voy a hacer un pequeño resumen de los que se hicieron a propósito de este vídeo, querido lector: algunos meneadores dicen que aquello fue un delito por parte de los manifestantes (alteración del orden público, para ser más exactos), pero uno de los activistas sale en su propia defensa y dice que no son cuatro aficionados con ganas de llevar la contraria y que lo que hicieron estaba perfectamente estudiado; por eso nadie ha podido querellarse contra ellos.

En los comentarios también tenemos el clásico debate pro y anti taurino y lo que a mí me lleva a escribir esto que sigue es la defensa de los toros de uno de los meneadores alegando que intelectuales como Hemingway, Ortega y Gasset o Cela disfrutaron y defendieron a capa y espada el arte del toreo y eso, dice, es motivo suficiente para mantener esa tortura por los siglos de los siglos.

¿Sabían que los Estados Unidos de América están poblados de réplicas de la Estatua de la Libertad? También existen copias en ciudades de otros países (en Tokio, por ejemplo) y aunque el nombre de la imagen suena bien─ ¿quién no querría un homenaje a la libertad en su territorio?─ lo cierto es que los americanos se la pidieron primero y ya no hay nada que hacer: es una de sus señas de identidad y la utilizan para identificarse. También son el icono por excelencia de la comida basura y así se mueven, entre la cal y la arena de las etiquetas con las que los no americanos (que no necesariamente anti americanos) les vamos etiquetando.

Cada país tiene lo suyo, mal que nos pese o nos importe un rábano, eso es algo impepinable.

Hace unos días les hablaba a mis caracoles acerca de una exposición sobre España que hice en el orfanato alemán en el que trabajo gracias al programa de Voluntariado Europeo. A ellos no les conté que me resultó tremendamente difícil preparar esa exposición y no sólo por el hecho de que mis conocimientos de alemán sean más que básicos, es que me negaba a hablar de toros y flamenco. Me gusta el flamenco y me gusta tanto que soy capaz de contagiar mi pasión por esa música pero esta gente lo que quería era carnaza. Querían lunares, peinetas y sevillanas y, finalmente, decidí tomármelo con humor y, a pesar de mis reticencias iniciales, incluso les enseñé la primera lección: uno coge una manzana, la muerde y la tira. Y los Ecos del Rocío les resultaron divertidos, como a mí.

No sabría explicarle cómo me sentí presentando la otra etiqueta, la de los toros. Creo que es la primera vez que siento la totalidad de la expresión “vergüenza ajena”. Siempre que un no español me pregunta acerca de esa brutalidad que es la fiesta taurina, despotrico contra tamaños salvajes y tamaña salvajada y señalo que yo, al igual que otros muchísimos españoles, no he pisado una plaza de toros nada más que para ver un concierto y no creo que la pise nunca con otros fines. Pero esta vez era distinto, no sé si me entiende, esta vez nadie me había preguntado, era yo la que tenía que ofrecer una panorámica del país y realmente me dolió y me avergonzó tener que vincularme a algo como las corridas de toros.

Lo de que haya quien siga pensando que la mujeres en España salimos a la calle con la peineta es algo que incluso me hace gracia. No me identifico con todas las “estatuas de la libertad”de España ni con la mitad de los tópicos que se le suponen a los españoles. Me identifico con algunos, pero no con todos y ni una cosa ni la otra me quitan el sueño porque, afortunadamente, uno también es cosecha propia y es lo que aprende del vecino (sea éste ecuatoriano o noruego), lo que lee en un libro o lo que escucha en la radio.

El único contacto que tengo con las corridas de toros es el del más profundo rechazo. Esa brutalidad es algo que no va conmigo y, ya que con el sentido común no funciona, diré que si ellos se aferran a la tradición española para defenderlas, yo me agarro a mi ciudadanía, a mi DNI y digo que, como española, me niego a que se siga asociando esa brutalidad a mi país. Porque aunque no tiene nada que ver conmigo, me da vergüenza ajena.

domingo, 22 de febrero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?

-Hola, Garzón. Yo soy Nata y ella es Amelia, mi madre. Hemos venido a invitarte a una paella.

- Verás como se te quita la ansiedad en un periquete.

-¡Paella! Qué bien, es mi comida favorita.

-He de decir que a mí no me llenas el ojo del todo pero mi madre dice que eres todo un profesional, además de muy guapo.

-¿Cómo dices eso, hija?

-¡Pero si me lo acabas de decir! Mi madre es una mujer casada, Garzón, no tienes nada que hacer con ella, ¿mejor así, mama?

-No le hagas caso, Baltasar, ¿cómo te encuentras?

-Tengo ansiedad.

-Ya, algo hemos leído en la prensa. Trabajas demasiado.

-Un juez nunca trabaja demasiado.

-Nosotras también le tenemos tirria al PP.

-¿Tirria? No sé qué significa esa palabra. En cualquier caso, quiero dejar claro que no tengo nada en contra del PP. Yo sólo hago mi trabajo.

-Sí, claro. En el mismo caso, nosotras sólo queremos animarte a que sigas con tu trabajo. No te inhibas.

-Pues a lo mejor tengo que inhibirme.

-No les hagas ni puto caso, no te inhibas. Lo estás haciendo muy bien.

-Ay chicas, yo no soy perfecto pero es que ellos lo han hecho tan mal…

-Por eso no puedes inhibirte.

-No, si yo no querría inhibirme.

-Pues no te inhibas.

-Mama, ¿qué es inhibirse?

- ¿No sabes qué es inhibirse? Inhibir, en este contexto, es “decretar que un juez no prosiga en el conocimiento de una causa por no ser de su competencia”.

-Ah, entonces no te inhibas, hombre. Una cosa más, ¿vosotros no tenéis hambre?

-Sí.

-Sí.

-Perfecto, yo voy haciendo la paella mientras tú le sigues haciendo la pelota a este señor. No olvides que eres una mujer casada, mama.

- Si no querías que viniésemos aquí sólo tenías que haberlo dicho, hija. De todas formas, a ver si te bajas los humos de una vez. No te das cuenta de toda la mierda que ha empezado a levantar este buen hombre, ¡tenemos que evitar que se inhiba! Desde que haces paellas para 30 personas en el kinderdorf no hay quien te aguante.

-Lo sé, lo siento.

viernes, 20 de febrero de 2009

En primera persona: De citas obligadas

Creo que sé por lo que estás pasando: puedes contar conmigo. Te miro y me veo a mí con 18 años, anclado a un pueblo, a una familia y a unas amistades con las que no tenía absolutamente nada que ver. Si alguien me apurase, me atrevería a decir que en aquella época desarrollé cierto trastorno bipolar para poder contar con alguien con quien compartir mis inquietudes, mis teorías, mis lecturas. Borja, te entiendo, para mí también fue un verdadero infierno llenar mis días de conversaciones vacías y actividades paradójicamente pasivas.

No imaginas cuánto siento haberte abandonado en Chapela, algún día entenderás que no tuve más remedio que salir de aquí en busca de mis semejantes para desarrollarme como individuo social. Lo entenderás cuando te veas en la obligación de dejar a tus padres, hermanos y a los abuelos –si es que aún siguen vivos-. Tu padre me enseñó algunos de tus cuentos ayer. He de reconocer que daba gusto ver el orgullo con el que me acercaba tu cuaderno; por un momento llegué a pensar que el bruto de tu padre había llegado a apreciar la grandeza de tus textos. Luego caí en la cuenta de que se trataba del típico afán por presumir que nos caracteriza a los Mendoza y, bueno, también lo hizo porque te quiere con locura porque, eso sí, de que te quiere, te quiere; no me cabe la menor duda. El problema quizás sea que no sabe quererte, conmigo le pasó lo mismo.

Cuando tu padre y yo compartíamos habitación siempre se burlaba de mí diciéndome que leer libros era de niñas; no obstante, he de decir que no había mañana en la que el madrugador de mi hermano no escondiese el libro con el que yo había caído rendido la noche anterior y lo escondiese debajo de su cama para que nuestros padres no fuesen a pensar que tenían un hijo maricón. Ya ves, yo nunca oculté mi afición a la lectura, es más, me gustaba aquello de saberme diferente; era tu padre, siempre tan protector, el que se empeñaba en mantenerlo en secreto.

Por cierto, tienes que contarme de dónde sacas tanto libro, ¡tu biblioteca tiene casi los mismos ejemplares que la mía! Recuérdame que te traiga algunos de los fundamentales la próxima vez que venga. Tienes demasiada literatura contemporánea, te sobran hispanoamericanos y, en fin, del teatro del absurdo mejor no hablemos. ¡Anda! Hablando de clásicos fundamentales, toma esta revista literaria donde aparece un artículo sobre El Polifemo de Góngora que escribí hace tiempo.

- Borja, tus amigos te esperan en la entrada. Por cierto, ¿qué te parece si te acompaña el tío a esa obra que querías ver? Seguro que él conoce a los actores o al director y consigue que te firmen un autógrafo. ¡Vamos a aprovecharnos de que va a estar por aquí toda la semana!

- Gracias, papá, pero seguro que el tío tiene muchas cosas que hacer, mejor vamos tú y yo. Además, es un grupo aficionado, lo más probable es que nadie haya escrito una reseña sobre ellos en ningún periódico. Bueno, me voy al río con Jesús y Ana. Por cierto, tío, eso que dices que tuviste, ¿no sería un desdoble de personalidad en vez de un trastorno bipolar?

martes, 17 de febrero de 2009

Entre antitusivos y paracetamoles

La rapidez con la que ayer la doctora Bergman adivinó que fumo demasiado me condujo a una profunda reflexión sobre lo divino y lo humano. Luego, fuera ya de su consulta, me fui enredando en la realidad y la ficción (mi conflicto favorito), la suerte, el azar, el instinto, la experiencia. Estoy mala, caracoles. El tiempo me pondrá en mi lugar, lo sé, pero me atrevería a decir que tengo una de esas gripes que pasará a la historia de las gripes. Ayer estuve a punto de reventar un termómetro y todo, con decirles eso, se lo digo todo.

Hoy estoy un poco mejor, podría decirse que hoy estoy en mi salsa. Sigo bajo arresto domiciliario, lo cual me desespera en algún que otro momento pero, en general y hasta la fecha, no puedo negar que también me chifla. Cuando los efectos del Eferalgán me lo permiten, básicamente leo o escribo y juego a reproducir todas esas escenas de patetismo que pululan por las pelis tristonas: miro por la ventana con café en mano, observo a los niños que juegan con sus trineos y a los ancianos que apenas pueden cargar con sus compras, me recreo en los álbumes de fotos de otros años y me emociono al releer las cartas de mi madre. También pierdo la noción del tiempo sentada en mi cama, con los ojos puestos en mi blanca pared.

Creo que todos deberíamos disponer de un documentalista al lado que se dedicase a relatar nuestra vida, no sólo nuestras acciones: un documentalista que nos relate. De la más anodina a la más apasionante, todas las vidas tienen su punto, ¿no creen? Vivirla, gozarla, sufrirla y pensarla. Vivir para contarla, caracoles, me parece una saludable excusa para no limitar las infinitas posibilidades de las que disponemos en tanto que individuos.

Aunque no lleguemos a contarla o no lleguemos a contarla toda. Lo que importa es creerse esa pequeña mentira. Lo último que pretendo con este post es ponerme como ejemplo, pueden estar seguros de ello. Sin embargo, sí les puedo decir que en más de una ocasión y de dos me he movido o me he parado gracias a Un mundo mejor para los caracoles. Y en muchas de esas ocasiones no les he llegado a contar nada pero, eso sí, en el momento de dar el paso o de retirarlo me he planteado lo siguiente: ¿Cómo escribirías este episodio en el blog? ¿Cómo te gustaría que fuese la historia? Y a partir de ahí me he esforzado (sólo yo sé todo lo que me he esforzado) por hacer de esa pequeña ficción que a veces es Un mundo mejor para los caracoles una gran realidad. Y a veces lo he conseguido.

Vivo como para contarles, aunque no les cuente todo.

Y con esto no quiero decirles que me esfuerce por vivir en La aldea del Arce o en el mundo de Amelie, porque me las veo con muchas nubes negras y con muchas realidades que escapan a mi potestad. También y por supuesto, he tenido que reconocerme muchas miserias y siempre le pongo pinzas a la imaginación por aquello del equilibrio, ya saben.

Y ustedes, ¿como para qué viven?

Me temo que empiezo a sumergirme en el estado febril nuevamente y, como consecuencia de ello, este post se me está yendo de las manos. El caso es que yo sólo quería decirles que, a mi juicio, el que la realidad supere a la ficción, para bien o para mal, es algo que todos deberíamos experimentar al menos una vez por semana.

lunes, 16 de febrero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


-¡Vino caliente con especias! ¿Qué carajo es esto, Nata?

-No me digas que no te hablé del “Gluewine” estas Navidades, mama.

-No tenía ni la más remota idea, hija. ¿Esto es “Gluewine”? Pues está buenísimo.

-Qué me vas a contar a mí. Sigo siendo fiel al calimocho pero aquí me entra mejor el Gluewine, qué quieres que te diga.

- Pues es una pena que no hayamos utilizado la paellera grande. Aunque, si te digo la verdad, tenía ganas de estar un ratito contigo a solas, ver tu mundo en Barntrup y, bueno, tus compañeros de piso son un poco raritos pero son buena gente, ¿no?

-Son religiosos, sólo es eso.

-Ah, claro.

-Pues sí, tienes razón, es una lástima. Pero es que por aquí no hay muchos entuertos que desfacer. Reciclan, la asistencia social cubre hasta el último detalle y, para viajar barato, quedas con un conductor que lleve tu mismo destino y por na y menos te plantas en Berlín, o donde sea. Vaya, está la crisis de la narices y los roces con los inmigrantes, sobre todo con los turcos. ¿Te has fijado, mama? Hay un montón de turcos.

- Dicen que los alemanes se lo tienen un poco creído.

-Ya estamos con las generalizaciones, mama…

-Yo digo lo que dicen, hija.

-Bueno, digamos que en Alemania sobrepasan la teoría de ningunear a la izquierda.

-Ningunear a la izquierda, ¿qué teoría es esa?

-Los españoles ningunean a Portugal, los franceses ningunean a España y los alemanes ningunean también a los de la derecha.

-Por ejemplo…

-A Polonia, por ejemplo

- Y dices que estás bien por aquí, ¿no?

-Anda, pues claro, ¡tan ricamente! No puedo negar que me hervía la sangre cuando Flo, ese pequeño Hitler de 15 años al que tengo que ver todos los días en el kinderdorf, me daba las gracias por la existencia de las mandarinas

-Eso fue cuando decías que te sentías como una piña.

-O como un mango, sí. Sin embargo, Flos hay de todos los colores y en todos lados.

-Lo dices por papa, ¿no? Ay, hija, no se lo tengas en cuenta. Tu padre ya es muy mayor como para cambiar esas cosillas.

-“Esas cosillas”, hay que joderse. Bueno, como te decía, Flos hay en todas partes porque no todo el monte es orégano, ¿verdad? Supongo que lo que cuenta es que orégano también hay. Eso es con lo que me quedo yo, con el orégano que también (y en grandes cantidades) hay en tierras germanas y en todas las tierras.

-¿Cómo era eso que te decían en México?

-Licenciada Alarcón.

-No, no, lo otro. Lo de aquel profesor.

-Ah, me dijo que si había venido a conquistar la educación por segunda vez. Pues eso, que Flos hay de todos los colores y en todas partes.

-Bueno, hija, está anocheciendo, será mejor que vuelva a Socuéllamos.

-¿Tan pronto? Ay, quédate un poquito más, porfi.

-No puedo hija, tu padre me espera.

-Jo, muchas gracias por venir. ¿Sabes? No es que en Alemania no haya motivos para hacer una de nuestras paellas, es que me apetecía tenerte sólo para mí.

-A mí me pasaba lo mismo, hija. Estabas un poco tonta la semana pasada, ¿verdad?

-Sí, pero ya estoy lista.

-Estamos en contacto.

-Estamos en contacto.

viernes, 13 de febrero de 2009

Me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil

Alicia y otras amigas en una fiesta rociera...

Caracoles, siento comunicarles que con el post anterior no se me fue el hipo del todo. Orgullosa y sorprendida a partes iguales, les comentaba ayer que, gracias a la receta de mi madre, he cocinado una paella para 30 personas en el kinderdorf y el resultado ha sido mucho más que aceptable; hubo quien repitió y todo. Sin embargo, he de reconocer que lo bueno y lo que quizá pueda interesarles un poquito más (lo de la paella entra dentro de la satisfacción personal, disculpen a mi ego) vino después del arroz.

Y es que el martes fue el día de España en el módulo de adolescentes y, después de la cena (sí, caracoles, sí, la paella fue para cenar…) y dado que era la única española en la sala se me encargó hacer una presentación sobre nuestra nación.

A la vuelta de Navidades más de uno por aquí me preguntó sorprendido dónde estaba mi bronceado. ¿Bronceado? Claro, has estado en España, ¿no? y entonces el primer punto de mi presentación fue “el clima en la Península Ibérica”. Aclarado el error: en España hace calor en verano y frío, verdadero frío, en invierno seguí con unas cuantas anotaciones del tipo “España no es sólo Mallorca” y “A muchos de nosotros, las corridas de toros también nos parecen una salvajada inhumana”.

Me maldije una y mil veces por no haber prestado más atención a mi amiga Alicia cuando intentaba contagiarme su pasión por el baile flamenco: lamentablemente, mi lección práctica de sevillanas se vio limitada a ese simpático juego con la manzana. Y todos los allí presentes cogimos una manzana, la mordimos y la tiramos.

Ahora estoy cayendo en la cuenta de que hubo un momento en que aquello más bien parecía una presentación sobre la visión alemana de los españolesa, caracoles, y es que no era plan de condenarles a descifrar mi agramatical alemán durante más de media hora así que, para no perder su atención, intercalé mi exposición con preguntitas.

Adolescentes y adultos se mostraron totalmente opuestos a esa brutalidad que son los toros, la dicharachera Nadia utilizó un pobre léxico para que yo la entendiese y dijo que los españoles y los italianos estamos locos, luego Michael, uno de los educadores sociales, hizo un esfuerzo por iluminar el comentario de Nadia y dijo que lo que Nadia quería decir era que a los españoles nos gusta mucho la fiesta.

No sé al resto pero a mí, efectivamente, me gusta mucho la fiesta, dije yo mirando a Michael abriendo los ojos como platos sin poder creerme que él, compañero de más de una farra, me soltase ese topicazo.

La fama de fiesteros nos viene, creo yo, por el horario en que los españoles nos apretamos las fiestas. Habida cuenta de que por aquí cenan a las seis de la tarde, lo normal es que a las nueve de la noche uno empiece con las copas y, generalmente, a eso de las tres o las cuatro de la mañana esté durmiendo la mona o tirándose al ligue de turno. Hacemos lo mismo pero en horarios distintos, ¿no les parece?

Entre las preguntas disparatadas, destacan estas dos: ¿Tú eres un poco rara, no? ¿En España también hay euro? No soy rara, sencillamente, apenas sé alemán y sí, de momento y hasta que la crisis no nos eche de la Unión, nuestra moneda también es el euro.

Los días previos a esta exposición dudé profundamente sobre hablar de ETA o no: la bomba del lunes despejó mis dudas. Sólo algunos de mis compañeros de trabajo sabían que se trataba de un grupo terrorista y me atrevería a decir que la única que sabía algo de Franco era mi jefa, que es muy culta. Y los historiadores españoles dándole vueltas a la foto de aquel encuentro entre nuestro don Francisco y su don Adolfo, ¿estará trucada o no?

En líneas generales y a pesar de la tristeza y la rabia contenida por los toros, la ETA y el Franco, la cosa salió más o menos divertida. Finalicé la exposición con una pequeña lección de español que me permitió aclarar mi reiterado uso de la palabra “ya” ante cualquier situación alegando que su “ya”, que significa “sí” en alemán, en español tiene todas estas acepciones y también me preparé un breve apartado sobre las grandes diferencias entre España y Alemania.

Ahí fue cuando les representé mi llegada al aeropuerto de Hannover allá por septiembre con una enorme mochila y ni un mínimo de alemán. Resulta que Ulrika, la directora del kinderdorf, fue a recogerme al aeropuerto y, nada más reconocernos, yo me dispuse a darle los dos besos de rigor mientras ella, asustada, se retiraba rápidamente y alargaba el brazo para estrecharme la mano. Nuestra cara fue un poema en ese momento.

Y todo esto para llegar a la misma conclusión de siempre, pensaba para mis adentros mientras sacaba el cd de sevillanas del reproductor y Janet y Katharina me hacían un hueco para sentarme entre ellas. Tan distintos y tan iguales, caracoles, porque, al fin y al cabo, la cara de Ulrika y la mía reflejaban el mismo poema. Ay, sé qué en más de una ocasión les he dicho lo contrario, pero a veces me emociona saberme persona.

¡Disfruten del fin de semana, caracoles!

jueves, 12 de febrero de 2009

El jardín de los senderos que se bifurcan

Esta gran foto la hizo la gran Sonia y el texto, el gran texto, es de Borges, un don nadie.


Más de una vez y de dos he sentido la tentación de copiar una conversación de Messenger y pegarla aquí, en Un mundo mejor para los caracoles. Es lo que tiene chatear con Otto y con Sonia principalmente (no se me vayan a enfadar los demás, que estos dos son especiales). El caso es que hoy, Otto, que como guionista tampoco tendría precio, se ha hecho pasar por el típico editor sin corazón que “incita” a escribir a la escritora frustrada y en un periquete ha montado un diálogo que quedaría que ni pintao en una peli neorrealista.

Yo era la escritora frustrada porque, desde ayer y hasta este momento, vivía en un quiero caracolear y no puedo un tanto agobiante. El problema radicaba en que, en un alarde ¿impropio? de narcisismo, quería contarles que ayer hice una más que aceptable paella para 30 personas y no encontraba el post adecuado para hacerlo. Y ahora que ya me he quitado el hipo analizo esa cierta necesidad de bloguear que tenía. Esa necesidad que no ha llegado a interrumpir del todo mi día a día ni me ha alterado los humores pero, al fin y al cabo, una necesidad de la que “necesitaba” resarcirme.

Y aquí estoy, caracoles, metacaracoleando en la medida de lo posible. Como ya les escribí mi carta de presentación la semana pasada (aquella declaración de inutilidad en lo que a nuevas tecnologías se refiere tenía cierta razón de ser, amigos) espero en lo sucesivo no tener que recurrir a coletillas como la anterior: “en la medida de lo posible”. Quiero decir que ya les he confesado que ni sofware, ni aplicaciones, ni sindicadores de contenidos ni nada que se le parezca, ya les he confesado que, muy a mi pesar, me manejo a tontas y a ciegas por la red. Advertidos quedan.

Y ahora, oh, le lanzo una pregunta al viento con la esperanza de que él me dé la respuesta: ¿qué finalidad perseguimos los mindundis con nuestros blogs de tres al cuarto o de dos al medio? No me malinterpreten, que yo estoy muy contenta y muy feliz con mis caracoles, con mi petit comité y conmigo pero no por ello voy a dejar de preguntarme por las razones aparentemente insondables que me llevan a dedicarle, con todo el placer del mundo, tanto tiempo come le dedico a este blog, ¿cómo lo ven ustedes?

Vaya, parece que el viento me acaba de contestar. Dice que no soy la única que invierte una buena parte de su día a día en la blogosfera. Espero que poco a poco me vaya trayendo una información más interesante, porque eso ya lo sabía yo. En cualquier caso: gracias, viento.

Efectivamente, caracoles, somos muchos en este mundo y somos muchos para todo. Nos centraremos en las artes por acotar un poco el tema y entonces diremos que dicen que hay mucho talento por la red repartido y, a poco que uno eche un vistazo, corroborará que lo que dicen es verdad: hay mucho talento por la red repartido. Qué de fotos, qué de vídeos, qué de myspaces, qué de reflexiones, relatos, microrrelatos y vidas literaturizadas. Cuántas ideas buenas tiene la gente, es asombroso y, como no podía ser de otra manera, cuánta mierdecilla hay por aquí también. No vamos a ser todos rubios, oigan.

También dicen que hay más creadores que "consumidores". Yo a este respecto sólo puedo decir que desde que Un mundo mejor para los caracoles empezó a coger forma, devoro muchos menos blogs personales y ajenos (los temáticos son otra historia, ¿no?). Los sigo devorando, claro, pero lo hago con mucha menos frecuencia y con mucha menos intensidad. Ais.

Díganme, caracoles creadores, ¿qué fines persiguen con sus páginas personales?

En el próximo capítulo de “metacaracoleando ando” intentaremos despejar esa cuestión: ¡Compartan sus consideraciones!

lunes, 9 de febrero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


El poli bueno y el poli malo; el blando o el duro; el arriesgado y el sensato. Hay que ver la de juego que dan estos binomios y la de situaciones en las que nos vestimos de uno de los dos miembros para luego trasvertirnos al otro. Hoy eres el fuerte, el que todo lo puede, y mañana te derrumbas con un soplido.

Por norma general y hasta que las paellas de mi madre aparecieron en mi vida, yo he tendido a ser lo último. Mi madre era la dura y a mí siempre se me caía el alma a los pies. Ya con la madurez, como les digo, la cosa fue cogiendo un poco más de equilibrio y en estos días inciertos en la medida de que no me parece cierto que Saudade haya sido asesinado, yo fui la que actuó como la dura mientras mi madre se dejaba caer en la espiral de tristeza y desesperación que tan al alcance de la mano está cuando muere un ser querido, como es el caso de Saudade.

Sí, saqué fuerzas de flaqueza para que mi vieja no se me viniese abajo; al fin y al cabo, eso es lo que ella siempre hace conmigo. Siempre saca sus fuerzas para que yo no me hunda o para “deshundirme”. Y de tanto fingir la serenidad que no tenía, llegué a asumir la muerte de Saudade sin grandes perturbaciones para mi cabeza. Sin embargo, esta semana la cosa se me ha ido de las manos y me he venido abajo con un soplido.

Amelia me llamó el jueves: Vámonos al Congo, Nata. No puedo, mama, este fin de semana tenemos el festival de teatro en el kinderdorf y no puedo faltar. Mentira cochina, caracoles, ese festival no existe y yo no trabajo hasta el martes. Vaya, con las ganas que tenía yo de viajar este fin de semana, hija. Y yo, mama, y yo; pero de verdad que no puedo. Mentira cochina, caracoles.

No sé si el hecho de ser testigo del batacazo económico de España desde Alemania (que también está jodida, aunque no tanto) aumenta mi visión catastrófica sobre este asunto, pero lo cierto es que terriblemente me imagino volviendo a un país hundido en la miseria. Nadando en una mierda que probablemente se merezca y que no por ello dejará de ser mierda.

Me pregunto en qué medida habrá afectado el aleteo de la mariposa de las narices a esos países en los que la cosa parecía que ya no podía ir peor. La ONU dijo allá por noviembre algo así como que la crisis del primer mundo no debería afectar al tercero y, por lo tanto, no se restarán ceros a la ayuda humanitaria. Todo un detalle, eso sí, habrá que vigilarlos de cerca.

¿Qué relación hay entre mentirle a mi madre y la crisis? Pues mucha, caracoles, mucha. No sabría explicarles, hacía tiempo que no me faltaba el aire al leer la prensa pero esta semana volvió a faltarme y eso que he leído noticias mucho peores y, a decir de verdad, la historia universal no ha cambiado demasiado en estos días. No sé por qué pero el jueves, poco antes de mentirle a Amelia, sentí una especie de vértigo cuando fui consciente de que durante mi jornada de prensa y café matutina toda la información que había filtrado giraba en torno a la crisis: datos, despidos, medidas proteccionistas americanas, testimonios, humor. Un poco lo de siempre, ¿verdad? Y sin embargo, me dio vértigo.

Con su pan se lo coman, me digo cada vez más convencida de que no pienso entrar en este juego y luego caigo en lo de la puta mariposa y me dijo que esos cabrones que han perdido unos cuantos millones nos tienen cogidos por los huevos. Miren la que les han dejado liar. Y entro en una espiral de tristeza y desesperación similar a la que sufrió mi madre tras la muerte de Saudade porque me quito la coraza y me permito sentir su ausencia y con su ausencia noto también que a mi madre y a mí nos falta la sana esperanza de Saudade que, después de su ritual de tristeza, era pura energía positiva. Yo también lo soy, pero no puedo serlo siempre.

Por eso le he mentido a mi madre, porque tengo un poco de miedo y de asco en el cuerpo y así no se vale hacer una paella y le miento por no contagiarle mi verdad de estos días, convencida de que en cuanto ajuste el calibre de mi ojo volveré a recuperar la sanota perspectiva que me acompaña en cada paella y también con la esperanza de que mi ojo se recupere más pronto que tarde. Detesto ser catastrofista.

Y lo detesto más aún cuando me consta que he sabido mirar esta realidad desde una perspectiva mucho más feliz. La crisis, lejos de ser un problema, puede ser el trampolín perfecto para empezar a construir un mundo mejor para los caracoles. Un mundo más habitable, más justo, menos corrompido. Un mundo regido por la igualdad y la justicia. Regido por la paz. Un mundo sin excesos ni carencias para nadie. Empezar o seguir, claro, porque hay mucha que ya empezó hace tiempo. Supongo que en ellos estará la esperanza que hoy no veo.

jueves, 5 de febrero de 2009

En primera persona: Yo era la otra

Intento recuperarme de una trágica historia sentimental y para ello recurro a toda clase de herramientas. Eso es lo único que veo en el entorno: herramientas para, de una vez por todas, olvidarlo y seguir mi camino.

Me tengo por una persona inteligente. No soy demasiado racional pero sí puedo decir que actúo con cierta sensatez, aun cuando me muevo por las más bajas y altas pasiones. Aceptada la derrota (quiere a otra. No, mejor, quiere a una. Yo era la otra) no encuentro ni rastro del amor propio que no sé dónde dejé el día que lo conocí y tampoco la dignidad me acompaña de camino al trabajo. He aceptado la derrota pero, incomprensiblemente para una persona tan sensata como yo, sigo enamorada de ese individuo y no sólo no consigo levantar cabeza, sino que además le hago testigo de la lamentable situación en la que me encuentro actualmente. Digo “le hago testigo” porque a él no le interesa lo más mínimo qué es o será de mi vida y, sin embargo, mi sensatez y yo tenemos la extraña necesidad de hacerle partícipe, siquiera pasivamente, de nuestro estado. Con esto quiero decir que, a pesar de haber aceptado la derrota, no pasan más de dos días sin que le envíe un sms a eso de las dos de la mañana. Acepté la derrota y borré su número de teléfono pero, como sigo enamorada, me lo sé de memoria.

Con todo, tengo muy presente que he de salir de este infierno antes de que sea demasiado tarde (hay a quien se le ha diagnosticado hepatitis de la mala por mucho menos) y es por eso que miro a mi alrededor y veo alicates por todas partes. Alicates con los que sacar este clavo que tengo clavado.

Primero me fui a lo fácil porque yo soy de esa clase de personas que prefieren no complicarse demasiado la vida. Soy una persona muy sensata, ya dije, así que tiré del refranero popular y tuve a bien convencerme de que la mejor manera de sacar un clavo era colocar otro clavo en su lugar. No obstante, los resultados no han sido nada satisfactorios. Todos los clavos en potencia que he conocido en este período han sufrido las secuelas que ese primer clavo ha dejado clavadas en mi persona y siempre me retiro antes de que sea demasiado tarde porque, bajo ningún concepto, quiero ser yo un clavo para nadie.

Y entonces me digo que si yo no quiero ser un clavo para nadie tampoco quiero más clavos en mi vida y, también entonces, busco una segunda salida. Ahora todas mis amistades empiezan a cobrar forma de alicates. Ellos, mis buenos amigos, me ayudarán a sacar este clavo. Lamentablemente, sucede que todos ellos (o al menos los más cercanos) están clavados a otra persona. Como son buenas personas, intentan ponerse en mi lugar a la hora de aconsejarme e incluso me sacan de paseo; pero ahora existe una gran barrera que nos separa y dificulta nuestra comunicación. Me siento incomprendida y no puedo evitar ver en ellos a personas débiles de espíritu. Mi ojo ya no ve alicates en sus rostros, sólo ve clavos.

Visito a mis padres sin la menor esperanza de encontrar en el domicilio familiar la herramienta que necesito para sacar esto que les digo que tengo clavado, lo hago con las ganas de apretarme una de esas paellas que cocina mi santa madre ─he de decir que, durante todo este proceso, encuentro en la comida y en el acto de comer cierto alivio─ Tomás y Mercedes, mis padres, se mudaron a una coqueta casa de campo situada en las afueras de la ciudad en la que mis hermanos y yo gastamos nuestra infancia y es en esa nueva vivienda donde como paella, pastas de mantequilla y chocolate, mucho chocolate.

El calor familiar me recuerda que yo siempre quise ser una persona sabia, decido pues echar mano de la biblioteca de mi madre y también descargo en mi ordenador todas esas películas de culto que nunca tuve ni el tiempo ni las ganas de ver. En la literatura y en el cine encuentro, más que un alicates, un trampolín para dar con la clave que me ayude a hacerme con la herramienta que necesito y, de paso, para desarrollar un poco mi intelecto. Sin embargo, desafortunadamente, no consigo concentrar mi atención en algo que no seamos mi clavo y yo.

Salgo a pasear y entonces reparo en las tonalidades del cielo y también me percato de que la flor de los almendros está a punto de estallar. Sigo el vuelo de tres pajaritos y saludo a una ardilla:

-¡Buenas tardes, señora ardilla!

-¡Buenas tardes, Elena! Disfruta de esta maravillosa tarde.

Y entonces caigo en la cuenta de lo insignificante que es el ser humano comparado con la inmensidad del universo. Teniendo en cuenta la totalidad del mundo, el clavo que tengo clavado es inapreciable, insignificante. Es nada. Dudo entre echarle morro y pedir la baja por depresión o adelantar mis vacaciones. Como no quiero tentar a la suerte y la segunda vía me parece mucho más rápida, llamo a Rubén, mi jefe, y le comunico que me tomo unos días libres.

Me retiro a las montañas. Allí hablo con las piedras y paso mucho frío. Corroboro la circunstancialidad de la existencia en general y la de los clavos en particular con mucha más precisión y vuelvo a la ciudad. Incomprensiblemente para una persona tan sensata y racional como yo, de repente, dejo de ver alicates en el entorno. Ya no busco herramientas para sacar el clavo que tenía clavado porque ya no existe tal clavo.

Vuelvo a disfrutar de los encuentros con mis amigos y con los compañeros con los que mis amigos comparten sentimientos. Aunque no es bueno eso de mezclar lo personal con lo laboral, dejo volar las mariposas que siempre anidaron en mi estómago y paso la noche con Rubén, mi jefe. Mi madre viene a pasar unos días conmigo en la ciudad (lo de irse al campo fue cosa de mi santo padre) y no pasan dos días sin que le envíe un sms a eso de las dos de la mañana para informarle de que ya no lo tengo clavado.

martes, 3 de febrero de 2009

Donde habita el olvido

Podría contar con los dedos de uno mano los archivos pesados que he enviado vía rapdishare: 4, para todas las demás ocasiones en que rapidshare ha confabulado contra mí he recurrido al correo, ordinario. Siguiendo con los números, les diré que he perdido la cuenta de las veces que he leído el tutorial de turno sobre la dichosa sindicación de contenidos (esa cosica que encontrarán al final de esta página y que, en contra de mis convicciones, probablemente no esté ni tan siquiera activada) y me he quedado con las mismas. Tres cuartos de lo mismo con google reader: lo mire como lo mire no sé utilizarlo.

He leído más de 30 artículos sobre wikis (bueno, quizá alguno menos) porque me maravilla la idea de la escritura colectiva. He intentado instalarme sin éxito alguno un software libre y lo he intentado también sin llegar a entender del todo qué es el software; por supuesto, también he hecho lo imposible (bueno, quizá no tanto) por documentarme en estos temas, no obstante y a pesar de mi empeño, no he pasado del deleite en la contemplación de una idea que tiene muy buena pinta pero a la que, desafortunadamente, tengo el acceso autolimitado.

Estoy segura de que no soy el único usuario que quiere ser un internauta guay y no encuentra la manera. Cuando mucho, he sabido llegar a las fuentes de información pero, ay, descifrarlas es otra historia. Es de agradecer que haya tanta gente con tan buen rollo dentro del cuerpo como para detener el ritmo de su rutina y su aprendizaje en explicarnos cómo funciona el tema a los que vamos más retrasados. Y yo lo agradezco enormemente, sin embargo, no puedo resistirme a decirle a ese buenrollista “si nos lo explicas, nos lo explicas de todas todas”. Quiero decir que para los alumnos más desaventajados, que somos muchos, todo tutorial (de lo que sea) ha de empezar por lo más básico:

A ver, tú enciendes el ordenador y entonces te vas a…


He de reconocer que las entradas de la wikipedia sobre estos asuntos suelen comenzar con unos parrafitos, no diré para tontos, sino más bien para los más ignorantes en estos fenónomenos paranormales y que vienen muy bien. Aunque no en todos los casos, claro. Yo leo la entrada de software y, en líneas generales, lo entiendo casi todo pero me pongo con la de wiki y a mitad de la página se me ha caído un ojo al suelo.

¿Estoy haciendo alarde de mi ignorancia, caracoles? No, eso se lo dejamos a Javier Marías. ¿Pretendo erigirme como representante de los burros que se mueven por internet gracias al “voy a tener suerte” de google? Tampoco es esa mi intención. ¿Quizá esté echándole la bronca a todos esos hippies del ratón que no llegan a ponerse del todo en nuestra piel? Nada más lejos de mi intención. Es de bien nacida ser agradecida y cada palo debe aguantar su vela. Eso sí, he de decir que a veces no hay quien os entienda.

¿Qué pretendo con este post? No lo sé, lo único que tengo claro es que yo quiero ser lista en ¿nuevas tecnologías? y por más que lo intento (bueno, quizá no lo intento tanto), no entiendo nada. ¿Escribo para que me solucionen ustedes el problema? Pues no exactamente pero, oye, si alguien quiere acercarse a Barntrup a explicarme (con pizarrita en mano) cómo puedo hacer un wiki de esos, yo le invito a merendar y quedamos en nuestra paz.

A título de caracol, supongo que mi intención más profunda es solidarizarme con todos aquellos que en más de una ocasión golpean el escritorio porque quieren currarse su propia y gratuita web y no pueden porque no saben por dónde empezar la empresa y porque no tienen la más mínima habilidad y/o intuición para estos asuntos. A todos los que lloran en las esquinas de su habitación, patalean y se tiran del pelo mientras le gritan al ambiente cargado de su trinchera: ¿Por qué ellos saben y yo no? A todos ellos quiero decirles: amigos, no estáis solos. Yo estoy con vosotros.

Y quisiera que nuestra voz fuera tan fuerte que a veces retumbaran las montañas.

lunes, 2 de febrero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


La familia de Saudade ha tenido a bien regalarnos la furgoneta con la que nuestro gitano recorría los pueblos de España vendiendo naranjas washingtonas y demás frutas de lunes a viernes. Para cuando hagáis la paella por aquí, dijo Lola, su madre. Ha sido todo un detalle que, ciertamente, nos viene de maravilla porque a veces, he de reconocer, era todo un derroche despegar El caparazón del caracol. Por no hablar de lo difícil que está Madrid, también para aterrizar.

La Renaul Traffic de Saudade parece haber sido hecha para transportar la paellera de Amelia y todos los trastos que acarrea. Mi madre, ya se lo he dicho alguna vez, nunca se queda corta y siempre llevamos unos 50 kilos de arroz de más por si acaso. A mi madre le encantan los por si acaso, caracoles.

Como en Madrid siempre hay algo que hacer (sic) y las dos teníamos unas ganas locas de montarnos en el auto de Saudade, en menos de una hora cargamos la furgoneta, la bautizamos como “Las ruedas del caracol” y nos pusimos rumbo a la capital.

Ajenas a las señales de tráfico (invisibles para todo aquel que no ha pisado una autoescuela en su vida) llegamos sin ningún problema a la Plaza Mayor. Y a pesar de que el nuestro era el único vehículo motorizado de la zona, no conseguimos llamar la atención del personal. Ésta es la única contraindicación de la furgoneta, caracoles, porque con nuestro avión nunca tuvimos que reparar en cómo congregar a los futuros comensales pues llegaban por su propio pie y curiosidad. Pero, claro, a quien no ha conocido a Saudade, esa Renault Traffic no le dice nada y es normal.

El tiempo nos hizo justicia durante la primera media hora, la primera media hora en la que se nos fue el santo al cielo contemplando al hombre del viento (no confundir con El hombre viento) y luego empezó a llover, hay que ver cómo está el tiempo por España últimamente, ¿verdad?

Amelia y yo habíamos llegado a Madrid sin un objetivo concreto: Comernos una paella, sí, pero, ¿con quién? Ay, y es que de estas cosas solía encargarse Saudade.

- Podemos ir a casa de Esperanza Aguirre, Nata, a ver si nosotras le sacamos algo.

- Anda, pues suena bien. Pero no la hemos avisado, seguramente estará con la familia en su finca y no sabemos llegar, mama. Saudade también era nuestro GPS.

- Pero podemos coger el AVE a Guadalajara, que casualmente hace una paradita justo en la dichosa finca, ¿no te acuerdas?

- Uh, mucho lío, mama, mucho lío. Además, si papa se entera de que hemos estado con la lideresa y no le hemos avisado, se enfadará con nosotras.

- Cierto. Pero qué hacemos, hija. Esta lluvia va para largo.

- ¡Tengo una idea! Mama, ¿te atreverías a hacer una paella dentro de la furgoneta?

- Pues claro que me atrevo, ¿por quién me has tomado?

- Es una manera de hablar, mujer, sé que eres capaz de eso y de mucho más. ¿Qué te parece si quitamos los asientos traseros de la furgoneta y hacemos un segundo piso con la chatarra que hay en la vaca?

- Sublime, me parece sublime.

- Ala, pues tú ponte con la paella, que yo apaño esto en un periquete.

- ¿Tú, hija?

- ¿Qué insinúas, mama? No soy muy mañosa, lo sé, pero no puede ser tan difícil.

- No, no, claro que no. Dale con fe.

Mi madre suele perder la noción del tiempo cuando de cocinar se trata, lo cual, en esta ocasión, me permitió hacer de Las ruedas del caracol una verdadera caravana y también me permitió hacer alguna cosilla más: tenemos que decorar la furgoneta, está claro. Mientras fumaba un cigarrillo reparé en que aquella gente desairada de la capital a la que tanto cuesta impresionar seguía sin reparar en nuestra presencia, ni tan siquiera con el olor del arroz de mi madre, que ya iba cogiendo forma, y fue justo en ese momento, en ese pensamiento, cuando la tierra se abrió y de sus entrañas brotaron cuatro botes de pintura de cuatro colores distintos: negro, azul cyan, amarillo y rojo. Los vientos volvían a estar a nuestro favor, caracoles.

Como buenamente pude, eché mano de todas las manualidades aprendidas en el kinderdorf y, bueno, el resultado fue, convengamos, aceptable: una furgonetilla llena de florecitas y soles en la que puede leerse:

Lo único claro es que tú existes. Disfrútate, disfrútala y déjales disfrutarla.

El olor de la paella de mi madre mezclado con las flores estampadas en nuestra Reanault Traffic empezaron a hacer su efecto y, con la excusa de la lluvia, el personal poco a poco se fue acercando a nosotras y, cuanta más gente entraba, incomprensiblemente, más espacio libre quedaba. Era la furgoneta de Saudade, supongo que la explicación a tan misterioso suceso lleva su nombre, porque todo lo que tocaba Saudade tenía un toque encantado, caracoles. El caso es que nos juntamos alrededor de unas 500 personas dentro de Las ruedas del caracol y aún parecía haber sitio disponible para más y más gente.

Los transeúntes que transeaban por las aceras, instigados por el aroma del arroz de Amelia, levantaban sus paraguas y leían aquello:

Lo único claro es que tú existes. Disfrútate, disfrútala y déjales disfrutarla.

Y luego sonreían.

No fue lo mismo, fue distinto. Faltan su guitarra, su alegría y su tristeza. Faltaba la correspondiente versión del Imagine. Fue distinto, no fue lo mismo.