jueves, 29 de octubre de 2009

De fallos y errores



¿No me notan nada raro, caracoles? ¿De verdad? ¿No me digan que no se han dado cuenta de que hace días que apenas utilizo la letra “zeta” en mis textos? Resulta que mi nuevo ordenador, con apenas dos meses de vida, ya ha manifestado algún que otro síntoma de imperfección, ¿se lo pueden creen? Durante dos días, a la pantalla le dio por no funcionar y, ahora, la citada teclita ha saltado por los aires.

Si bien es cierto que la promesa de no fumar mientras tecleo no me duró ni dos horas y que, en líneas generales, no soy una persona especialmente delicada y cuidadosa, no es justo que un aparato con apenas dos meses de vida, me vacile con semejantes fallos, ¿no creen?

Y ahora vendría que ni pintada una sensiblona disertación acerca de la naturaleza de los fallos y su posterior comparación con los errores a través de un breve inventario que recogiese las diferencias y similitudes entre ambos. Podría acabar la entrada hablándoles de la improvisada teoría de “fallo y pelillos a la mar” y celebrando el método de ensayo y error. Les diría que, dentro del compromiso de optimización con el que todo individuo debería estar comprometido, tanto el “fallo y pelillos a la mar” como el “ensayo y error” deberían tener un casillero.

Escribiría sobre todo esto, pero no puedo hacerlo porque me siento incompleta, porque me falta una letra. Me falta la última letra del abecedario, ahí es nada.

Ésa es una de las cosas que tienen en común los errores y los fallos, que transmiten una sensación de completo-incompleto de la que cuesta horrores liberarse.

Por acierto o azar, una “zeta” bastará para sanarme.

¡Que tengan un buen día, caracoles!

lunes, 26 de octubre de 2009

Tiempo que da tiempo del tiempo que da




Cadena de favores de Todas las almas. Sácame de aquí, Lady blue. Infinito. Ay Carmela, La lista de la compra. Así gasto yo gran parte de mi tiempo, caracoles: mezclando cosas.

Como ayer les mostraba sin ningún tipo de complejo uno de mis entretenimientos favoritos (enredar refranes), hoy he decidido ampliar el escaparate contándoles que también me lo paso pipa combinando títulos de libros, canciones y películas. Mientras limpio la cocina o voy a Miguelturra, yo mezclo las cosas.

A veces me enfado conmigo misma por emplear mi tiempo en semejantes estupideces. Bien podría invertir esos segundos en buscar la feliz solución al conflicto saharaui o en extraer ejemplos de la vida cotidiana que me ayuden a reforzar la fe en la viabilidad de una estructuración horizontal de la sociedad. Y, sin embargo, Caótica Ana, rara vez seguimos El sendero de la mano izquierda. ¡Ángeles y Demonios!

¿Cómo se organizan ustedes, caracoles? No hablo de agendas. No hablo de tiempo de acción, hablo de tiempo mental. ¿Se han percatado de la energía que consumen según que pensamientos? Es importante ser consciente de los contenidos que trafican por nuestro tiempo mental, ¿no les parece? Siquiera por aproximación, puede ser constructivo acabar la jornada elaborando un pequeño inventario que recoja los pensamientos que nos han acompañado a lo largo del día e indique el tiempo estimado invertido. Es igualmente saludable establecer una relación entre los contenidos que nos han llevado de un asunto mental a otro para actuar en consecuencia al día siguiente.



Lo real. Visto lo visto, La vida te da un Jardín de senderos que se bifurcan. El tiempo de las cerezas. Tiempo de silencio. Tiempo de memoria. ¡Que te follen, Nostradamus!

viernes, 23 de octubre de 2009

A palabras necias, consuelo de tontos

Ojos que no ven, con gusto no pica. ¿Qué me dicen de los refranes, caracoles? Al buen entendedor, le llueve sobre mojado y a quien madruga, cien pájaros le caen en la mano. A mí su vulgaridad se me antoja tan repelente como atractiva. Es algo así como una relación simultánea de amor y odio, no sabría explicarles.

El caso es que no gusto de aderezar mis reflexiones con semejantes sentencias porque, a mi juicio, condensan y simplifican la realidad hasta límites insospechados. No obstante, reconozco que suelo recurrir al refranero popular con más frecuencia de la que me gustaría. Y es que a veces me resumo en un refrán, caracoles.

Dime con quién andas, todo son pulgas. Lo mejor es reinventarlos, siquiera para pasar el rato. Va a ser peor el remedio que la cuenta nueva. Borrón. Sobre gustos, corazón que no siente.

-¿Me puedes decir cuál es la finalidad de esta entrada, Nata?

-La pura recreación en la palabra, supongo.

-Interesantísimo. Sí, señora.

-En boca cerrada, que mal acompañado. Déjame en paz.

-Venga, anda, déjalo ya.

-No hay cosa más rica que rascarse cuando pica.

-Pues claro que sí, mujer. Rascarse cuando pica, no hay cosa más rica. ¿Nos vamos a dormir?

-Sí.

miércoles, 21 de octubre de 2009

La triste historia de dos litronas



De un tiempo a esta parte, la vida me está devolviendo los palos que yo intenté darle antes. Para que se hagan una idea les diré que he tenido que ceder a grandes verdades como que Carmen, la bedel del Aulario de la Universidad, es una bellísima persona. Yo que tanto critiqué a Carmen durante mi época universitaria.

Ahora pienso en todos los que penden de un hilo por haber traspasado los límites de la legalidad con alguna de sus acciones, los que acaban de ser cazados o los que sospechan que no tardarán en serlo. Aquellos que están a la espera de un juicio, pongamos que hablo del caso Gürtel. Pienso en las cabezas cortadas y, de alguna manera, las compadezco.

Otto y Víctor ya han caído, Santi y yo seremos los siguientes en hacerlo. Imagínense, caracoles: un catorce de septiembre cualquiera, cuatro amigos terminan de cenar un kebab y se dirigen al conocidísimo Parque Murallas de Ciudad Real a fin de refrescarse con un par de cervezas de litro. No se lo van a creer, pero se trataba de las cervezas más frías jamás vendidas por un chino. Doy fe de ello.

Y así, ajenos a los agravios que estábamos perpetrando contra la comunidad a cada trago de cerveza, la policía vino a nosotros para iluminar nuestro camino. Esto que estáis haciendo es ilegal, nos dijo el poli malo sin tan siquiera darnos las buenas noches. Nos vamos a otro sitio, dijo Víctor intentando negociar el asunto. No, tenemos la obligación de deshacernos del alcohol; no lo digo yo, lo dice la ley. Sabéis que no se puede beber en la calle.

Y tomaron y comprobaron nuestros datos, no sin antes verter las litronas más frías jamás vendidas por un chino al suelo y tirar los envases de vidrio a una papelera cualquiera. Cuánto me queda por aprender de los agentes de la ley: tirar los envases de vidrio a una papelera cualquiera, eso es ser un ciudadano concienciado y preocupado por el decoro y el buen funcionamiento de la ciudad. Sí, señor.

Ahora, como les digo, vivo en tensión. Hablo a diario con mi madre para preguntarle si me ha llegado alguna carta. Certificados de cursos, vidas laborales y poco más. Me debato entre pagar o no pagar la sanción, recurrirla o sustituirla por una medida educativa o reparadora. En qué consistirá la medida educativa, me pregunto. Sólo se trataba de las dos litronas más frías jamás vendidas por un chino. Hay que joderse.

Quizá por ser mujer me libre de la multa. Quién sabe.

lunes, 19 de octubre de 2009

Mi Ciudad Real: "De noche y de día, Ciudad Real te enamora: La estación de autobuses"

Ni muerta ni de parranda, querido lector. Si no he escrito en esta sección durante todos estos meses ha sido porque he estado en la estación de autobuses de Ciudad Real. Supongo que ya se imaginará usted todo lo que ello supone... Le cuento: era julio, me habían concedido unos días libres en el trabajo y pensaba disfrutarlos con mi familia en Socuéllamos.


Ése es el motivo por el que no he podido escribir en Mi Ciudad Real, caracoles. Disculpen que no les haya contado nada antes. Pueden seguir leyendo el resto del articulito aquí

¡Que tengan un buen día!

jueves, 15 de octubre de 2009

Adelante, pide pista





"La corrupción es como el niño del anuncio del Colacao, superado al asco que nos produce acaba enterrada en parodias y chistes"
.

La viñeta es del gran JRMora

Estoy enganchada al caso Gürtel, caracoles. La otra noche soñé con la total disolución del Partido Popular y todo. ¡Ay madre, si están todos metidos en el ajo! Ahora vengo de Público de leer la noticia que se hace eco de las lágrimas de Ricardo Costa en el Les Corts.

Según cuentan algunos ex compañeros de partido, Ric no ha podido contener la emoción y, supongo, la humillación ante la definitiva destitución. Parece ser que el pijo de los pijos tuvo una mañana movidita y, tras reunirse con Camps para que éste le informase de la decisión del partido, el pobre hombre tuvo que presenciar cómo el Presidente valenciano comunicaba el cese a sus diputados. “¡Ya está bien, Presidente!”, dicen que dijo un Ricardo que, como todos, también tiene su corazoncito.

¿Serán lágrimas de cocodrilo? Todo dependerá de si finalmente consigue ser el party animal de la fiesta pepera. Ups, no, ya no lo conseguirá.

Y si ayer hablábamos de personalidades y sentires múltiples, qué decir de esta panda que tantos sentimientos contradictorios genera: la risa y el casi llanto. La indignación y la resignación (son políticos, nada nos sorprende ya). La vergüenza, ajena, y el orgullo, propio: ni soy ni seré como ellos.

Y ahora resulta que el sustituto de aquí el amigo es nada más y nada menos que un nazi.

Ni en "Granjero busca esposa" han conseguido crear tanta expectación, oigan.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Piedra, papel y arcilla

Quizá ustedes no se han dado cuenta, caracoles, pero ahora soy un poco más piedra que antes. Siempre he sido una tía aparentemente dura y, bueno, supongo que tanta coraza ha ido entrando poco a poco en mis entrañas hasta convertirme en eso, en un poco piedra. No obstante, lo que somos, las cosas o aspectos que nos definen son variables y se manifiestan en mayor o menor medida en función del contexto circundante, afortunadamente. Y es que el caracol es, como todo el mundo sabe, un ser relacional.

Por eso acepto con el mejor de mis talantes que, a pesar de mis momentos piedra, también tengo mis jornadas arcilla. He de reconocer, eso sí, que no me agrada el hecho de que estas últimas se manifiesten con todo su esplendor en el mismo contexto una y otra vez de un tiempo a esta parte: las clases de Español para Erasmus.

Déjenme advertirles antes de nada que, en contra de los comunicados que ha emitido mi santo padre, ni me he convertido en catedrática de la noche a la mañana, ni tengo un despacho para mí sola. Doy clases de Español en la universidad, sí, pero podríamos decir que mi culo dista mucho de estar dentro de dicha institución. Y lo que les digo, soy una profe blanda.

Soy de las que creen en abuelas de alumnos que enferman cada dos por tres -¿quién soy yo para dudar de un alumno que viaja dos semanas a su país de origen para visitar a su abuelita enferma?-. Y es que hay que ver lo que cambia el cuento desde la pizarra, caracoles. Además, confiesoles que me muero de envidia cada vez que entro en el aula y les veo. Y ellos lo notan, claro que lo notan. Bajo ningún concepto querría yo volver a ser alumna universitaria pero, ay, no sé, lo de los Erasmus es otro mundo.

El caso es que, como les digo, en el aula soy arcilla. Piedra y arcilla. Arcilla y piedra. Con papeles. Sin papeles. Caminar sobre las hojas del otoño es romántico y también resbaladizo. A veces un cielo, como dice la canción. En fin, caracoles, todo esto era una excusa para empezar la mañana celebrando la personalidad múltiple con la que, mal que nos pese, todos comulgamos de vez en cuando. Celebrándola, sí, porque si no puedes con el enemigo, tendrás que unirte a él.

¡Que tengan un buen día!

domingo, 11 de octubre de 2009

La historia más triste jamás contada o Yo también soy Carlos Otto (V)




Érase una vez la justicia, caracoles. En un lugar muy lejano, érase el amparo legal ante las injusticias. Apestoso y definitivo despido procedente de Carlos Otto, el periodista que fue despedido por publicar un artículo de opinión en su blog personal. ¿Que por qué es apestoso? Porque huele fatal.


Esperemos que haya más suerte en las querellas por injurias y calumnias. Esperemos que no haya que apelar a la suerte.

Disculpen la brevedad de la entrada, la rabia es lo que tiene.

lunes, 5 de octubre de 2009

Satisfacción

Mientras nuestros compañeros asistían religiosamente a clase para copiar los apuntes que luego vomitarían, un pecador decía lo siguiente:
"Seremos unos bala perdidas, sí, pero no le hacemos daño a nadie"


Estoy consternada, caracoles. Decepcionada conmigo misma. Avergonzada. Y es que lo he vuelto a hacer, amigos: he vuelto a arrepentirme, ¿no les parece una tragedia? Lo es. A pesar de haberme criado en una familia medio religiosa, siempre he presumido de no haberme contagiado lo más mínimo de ese virus cuyos efectos secundarios más demoledores son, como todo el mundo sabe, la represión de cualquier instinto y la sensación constante de culpabilidad. Tomé la primera comunión, sí, pero, francamente, nunca le presté demasiada atención al asunto y. poco a poco, fui modelando mi intelecto hasta convertirme en la rojilla atea que ahora soy. No obstante, como les digo, en ocasiones me arrepiento de las cosas.

Yo, que suelo llevar el “que me quiten lo bailao” y “lo que te rondaré, morena” por montera, a veces niego mi rostro en el espejo --“ésa no soy yo”, me digo--, mi carita se pone colorada como un tomate o dejo escapar una risa tan floja como ridícula porque, cuando alguien se arrepiente de algo, ese algo toma las riendas de la situación y se apodera de uno mismo, por eso es que se nos escapa una risa tan floja como ridícula.

Piensen en su mayor locura, caracoles. Rememoren esa época en la que no había más razones que las que concedían las vísceras; cuando los valores eternos se quedaban en casa y el ritmo lo marcaban las pasiones efímeras. ¿Alguna vez se han dado el capricho de alimentarse del más puro y gratuito placer? No es algo para hacer durante toda la vida en tanto que correríamos el riesgo de no saborear lo mejor de vivir por y para el placer: superar la insulsa tendencia de vivir por y para el placer (por mucho que digan los epicúreos). Eso sí, no me negarán que es ésta una de esas tentaciones en las que hay que caer de vez en cuando, ¿verdad?


El caso es que yo a veces siento algo así como que me arrepiento de mis correrías mexicanas, me avergüenzo de los últimos años de carrera, la carita se me pone roja si pienso en las termas de Santa Fe en Granada y no consiento reconocerme que, con todo, soy una persona irremediablemente promiscua.

No siempre es así, claro. Por lo general, yo suelo mirar mi lado más locuelo con media sonrisa en la boca. Con la satisfacción de haber superado siempre la insulsa tendencia de vivir por y para el placer más gratuito, pero también con la satisfacción de haber bailao lo que ya nadie me puede quitar y lo que te rondaré, morena.

Pero en ocasiones me arrepiento, insisto. Y la culpable no es otra que la moral religiosa de la que todos, en mayor o menor medida, estamos contagiados. Hay que joderse, caracoles. Porque a ustedes también les pasa, ¿verdad? Seguro que alguna que otra vez ustedes también han tenido remordimientos por haber vivido un episodio de locura y desenfreno, por una aventura erótico festiva que ni el mismísimo Rocco Siffredi , por haber puesto a prueba a su adrenalina. Por haber pasado página sin vestirse de luto (ni por fuera, ni por dentro) o por haber mandado a paseo al sacrificio y a la casi flagelación para, de una vez por todas, salir a la calle a comprobar si a alguna flauta le da por sonar.

Está bien arrepentirse por haber fingido que la alcantarilla se quedaba con las vueltas del pan de cara a nuestra madre, es normal tener remordimientos por haber dejado la puerta del ascensor abierta para que nuestra vecina y sus cuatro perros se fastidien y bajen por las escaleras. Que la cara se nos caiga al suelo por haberle puesto a un segundo cliente la tapa que rechazó el primero también es, igualmente, comprensible.

Es normal arrepentirse de estas cosas ya que todas ellas son pequeños agujeros que, de alguna manera, merman el código ético y moral que todo individuo ha construido (o debería haber construido) en base a su plena conciencia de individuo y, por lo tanto, sufrir la dolorosa sensación de la culpabilidad es poco menos que obligatorio.

Ahora bien, ¿qué hay de malo en quererse, caracoles, en darse un capricho (o dos. O los que sean)? ¿Por qué tendríamos que reprimir las ganas de liarla o de liarnos si lo peor que puede pasarnos si nos dejamos llevar es que nos topemos con la extraña necesidad de volver a coger las riendas para colocarlas en un sitio más estable, por decirlo de alguna manera? Porque dejarse llevar eternamente, como todo el mundo sabe, no es siempre saludable. Pero resistir las tentaciones, tampoco. Living la vida loca, cantaba el gran Ricky Martín. Living, living. Pues claro que sí, de vez en cuando y con la cabeza bien alta, ¿no les parece?