miércoles, 15 de julio de 2009

Agua caliente y ríase la gente

Creo que nunca se me ha presentado la oportunidad de contarles que yo soy de esa clase de personas que se duchan con agua caliente (ardiendo) sea cual sea la temperatura ambiente. Mis hermanos siempre aguantaban un ratito antes de entrar al baño después de mi ritual de aseo matutino para no perderse en el vaho que siempre quedaba flotando en el mingitorio. No se lo van a creer pero hay quien no entiende que las duchas de agua caliente, en verano, refrescan.

Efectivamente, no es del todo agradable colocarse debajo de un alcachofa que dispara agua a punto de ebullición pero tampoco llega a ser doloroso del todo, créanme, y una vez que has terminado con tu aseo corporal, has cerrado el grifo y, toalla en cuerpo, abres la puerta del baño a fin de dirigirte a tu habitación, la sensación de frescura es mucho más intensa, larga y placentera que con la opción “agua fría” porque, cuando sales de esa ilusión de iceberg en la que te creías inmerso, una bofetada de calor te aguarda en el pasillo para golpearte irremediablemente y condenarte a sudar como un pollo.

He escrito una fórmula para reforzar mi teoría y todo:

789+ RTP-(pi+po) = serás mucho más feliz si te duchas con agua caliente

Seguro que entre ustedes se encuentra algún caracol que, cegado por la satisfacción que suelen conceder los placeres inmediatos, se ducha con agua fría para estar más fresco, ¿verdad? No se avergüence, hombre, no se avergüence; quizá yo también lo haría de no ser porque, al fin y al cabo, soy una friolera de mucho cuidado.

El caso es que yo quería hablar de que, a veces (sólo a veces), eso de sembrar para recoger tiene su encanto.

O, al menos, así me he propuesto pensarlo yo para llevar de la mejor manera posible mi doble condición actual: soy caracol y hormiga al mismo tiempo, ay.

Lo que peor llevo del hormigueo, del trabajar para luego descansar, es no poder caracolear a mis anchas. Disculpen las ausencias y la falta de esencia: trabajar cansa.

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