jueves, 17 de septiembre de 2009

Uh, vaya lío. Las razones de la razón son mis amigos.

“Llora en mi corazón como llueve en la ciudad”. ¿Qué me dicen, caracoles? ¿Cómo se les queda el cuerpo? Qué cosas tiene la poesía. A mí más de una vez me ha dado vergüenza ajena leer algún verso a pesar de ser una sensiblona de mucho cuidado y, a veces, ésas mismas líneas que ayer me hicieron ningunear el género poético, me ponen la carne de gallina y despiertan mis sentidos hasta límites insospechados.

Mi relación con la poesía no es nada cordial. Creo que, exceptuando a Roger Wolfe, tiendo a hojear antologías y poemarios con cierta distancia y soberbia. Pero a veces me dejo tocar, claro. Lo que pasa es que yo no sé asimilar de manera aislada y me cuesta horrores enfrentarme a formatos tan artificiales como el del verso, por eso me gusta mucho más lo poético de las cosas que la poesía propiamente dicha.

Entonces, ¿por qué carajo esos versos que les citaba al principio me sobrevienen con cierta frecuencia? Puestos a elegir y sin ánimo de ofender a Paul Verlaine, preferiría recordar otros poemas mucho más sublimes a mi juicio que “Llora en la ciudad”. En fin, no sé, la razón tiene razones que el corazón desconoce (¿o era al revés?), el caso es que, sin yo saber muy bien por qué, mi cabecita me recuerda de vez en cuando que “llora en mi corazón como llueve en la ciudad” sin que mi corazón se manifieste al respecto. Todo un misterio, ¿no les parece?


-Joder, qué asco de lluvia. Nos vamos a mojar bien mojados.

-“Llora en mi corazón como llueve en la ciudad”, ¿conoces ese poema?

-¿Qué me estás contando, Nata? Anda, vamos a comprar atún.

-“Como llueve en la ciudad”

-¿A Día o a Mercadona?

-“Llueve en la ciudad” -la depuración poética era esto, por fin lo entiendo-. A Día, por supuesto.

2 comentarios:

Montse dijo...

"El corazón tiene razones que la razón no entiende", Pascal, filósofo, ¿qué iba a ser si no?, jajaja

Nata, un beso, Montse

Sonia dijo...

La primera vez que escuché ese verso fue en Granada. Esas palabras las pronunciaba Don Quijote en la clase de Cervantes. Ese día, como siempre, llevaba sombrero y cogeaba y además se hacía pasar por Juan Carlos Rodríguez, pero era Don Quijote que había sobrevivido lo suficiente como para escuchar a Verlaine decir esto y para decirlo en voz alta, mirando a la ventana un día que llovía en Granada. Claro que lloré y cuando llegué al número 7 de la calle melancolía (que se hacía pasar por Hornillo de Cartuja) le dije a Jordi lo que había dicho Don Quijote que había dicho Verlaine y juntos decidimos escribirlo en el reverso de un calendario chino que, en horizontal, llenó una de las paredes aquel año que, como bien sabes, no fue un año cualquiera.