jueves, 26 de junio de 2008

Sílbame. Tú sílbame y ya voy, que decía Willy Fog

Me ha escrito Dorothee, caracoles. El correo empezaba con “Liebe Natalia” y acababa con “Tchüs”, en medio había unos cuatro o cinco párrafos en los que parece se me comunica que he sido aceptada oficialmente en el proyecto “Kidergarten no sé qué” en Bonn. Asimismo, se me informa de las labores que he de desempeñar y del tipo de alojamiento que me ha sido asignado. Y es que “Liebe Dorothee” ha tenido a bien introducir cada párrafo con un titulito en inglés y, gracias a eso, me he enterado de lo fundamental. La coordinadora de mi voluntariado me ha dicho:

-Congratulations

-Date of arrival: 1 of September

-Acomodation

Llevo un par de días estudiando la manera de confesarle a Dorothee que, hasta la fecha, mis conocimientos de la lengua alemana distan mucho de acercarse a los exigidos siquiera en el nivel más básico y que nuestra correspondencia ha sido fructífera gracias a internet y sus traductores online.

Bueno, en realidad, esto no me preocupa demasiado, me han confirmado que bajo ningún concepto seré deportada a España por no hablar el idioma del país de destino; lo que me tiene un poco alterada (aprovecho para justificar mi ausencia de estos días: estoy alterada) es la sensación ─también llamada prejuicio─ de que “Liebe Dorothee” no va a encajar muy bien mi postura ante la comunicación humana.

Sucede que uno de los motivos que me llevan a un país de cuyo idioma no tengo ni pajolera idea es comprobar si, de verdad, otro tipo de comunicación es posible. Mejor, comprobar si la comunicación, en el sentido más feliz y satisfactorio de la palabra, es posible. Si a la obsesión por el lenguaje que manifiesto desde niña, añado cinco años disfrazada de filóloga en potencia, entiendo que considerar el lenguaje como el canal por excelencia para que un sujeto A transmita “algo” a un sujeto B es, cuando menos, comprensible.

Ahora bien, desde que veo el mundo desde fuera, soy consciente de que aquella impresión era un monumental y catastrófico error. Asumo que todo esto puede sonar a perugrollada o cosa ya sabida pero ocurre que, jo, me cuesta tanto aceptar que tantas veces la comunicación no es comunicación.

Y si no es comunicación, ¿qué carajo es?

Pues no lo sé, supongo que depende de la situación. En mi caso, la incomunicación que mantengo con mi madre tiene muy poco que ver con la cultivamos Otto y yo, por ejemplo. A pesar de las incógnitas que rodean al qué, por qué, cómo nos comunicamos, el hecho de que no acierte a señalar dónde esta el fallo de la desconexión ni pueda proponer(me) una solución gratificante, indica, de alguna manera, que la comunicación es algo más que palabras.

Amén de factores que ensucian el acto verbal (oral o escrito) como “Cosas que nunca te dije”, nervios traicioneros, mal humor, vergüenza o prejuicio; todo apunta a que los seres humanos recurrimos a un buen número de canales que no son sólo verbo, ¿no creen?

Sí, ya sé que no estoy descubriendo ninguna panacea. Tampoco lo pretendo. Lo que yo quiero es hacerle saber a Dorothee que me traslado a un país de cuyo idioma no tengo ni pajolera idea para investigar si los individuos hacemos caso a esos otros signos que se escapan de la palabra y que completan y/o enriquecen ─positiva y/o negativamente─ el acto verbal oral y/o escrito. No me refiero a las impresiones que nos pueda causar tal o cual situación o actitud, hablo de transmisión de contenidos pura y dura.

Y ¿qué tipo de signos? Pues no sé, cada acto es un mundo y mi mundo en general necesita creer que ese tipo de comunicación es. Existe.

El principal problema, como les digo, es hacerle saber a “Liebe Dorothee” que voy a Bonn a desfilologizarme.

5 comentarios:

Luīze R. dijo...

hola,
quiero repetirte (y repetirte otra vez, aunque parece que no necesites tranquilizante verbal) que en cualquier caso la experiencia va a ser *algo especial*, segura
y que tu posición actual - de desfilologizarte y verlo como un experimento - y lo más sano que puede pasar con casi-voluntario

ya verás - acabarás escribiendo para todos los caracoles sajonxs, en alemán, claro...

saludos y suerte con Dorothee

¿Quién? dijo...

¡Hola! Qué bueno tenerte por aquí, Iza :)

y, por supuesto, qué más que bueno que me digas esas cosas...

En realidad no tengo tanto miedo (...¿cuela?...).

En fin, te pongo como ejemplo y me quedo más tranquila.

ASR dijo...

Mientras no te deporten, disfruta!

Anónimo dijo...

Kindergarten... mmm. Vaya, esos locos pequeños estarán más desfilologizados de lo que nadie necesita.

Qué bonita edad esa en la que todavía la risa y el lloro expresan más que las palabras.

Malditas sean con su carga de la que no se pueden librar, malditas sean. Por ejemplo, tomemos a Dorothee: yo no podría evitar esperar ser recibido por una chiquilla texana y pecosa con dos coletas y un vestidito, y esperar recorrer con ella el Kindergarten, que seguro tiene baldosas amarillas, mientras suena Pink Floyd.

Viva la desfilologización que nos libra de palabras tan feas como desfilologización.

¿Quién? dijo...

Sí que es fea la palabra, sí. Viva la desfilologización, que nos libra de tantas cosas (aunque nos condena a alguna que otra más)

Yo pensé en la misma Dorothee :)