lunes, 18 de agosto de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


Las clases de pilotaje están siendo todo un éxito, caracoles. Mi madre y yo manejamos el 90% de los botoncitos, palancas y demás cacharros que adornan el centro de control de “El caparazón del caracol”. Sin embargo, seamos realistas, aventurarse a sobrevolar el Atlántico era demasiada aventura para tan poca experiencia como gastamos Amelia y yo. Juanair nos ha dicho que, si seguimos así, el viernes que viene estaremos más que preparadas para ir a Cuba.

Juanair, nuestro antiguo piloto, es un buen tipo. Estoy convencida de que será un gran padre y de que alguna que otra vez se escapará para venir de paella con nosotros. Quizá cuando Pepín, su hijo, vaya a la escuela.

¿Saben qué es lo último que se enseña en las clases de pilotaje? Aterrizar. Lo último que se aprende es a tocar el suelo. Despegar es fácil, mantenerse en el aire tiene su misterio pero no entraña demasiadas dificultades (Cualquier persona puede tocar una guitarra, como dice la canción. Cualquier persona puede sobrevolar la tierra). Lo realmente jodido es poner los pies en el suelo. Y, si Amelia y yo queremos comernos una paella en Cuba el próximo viernes, debemos aprender a aterrizar esta misma semana.

Estarán conmigo en que no se puede ir volando por ahí sin saber aterrizar a tiempo, ¿verdad? Sería una locura, una verdadera estupidez. Aunque, bien pensado,también sería divertido volar eternamente: mi madre y yo solas en el avión, hablando y hablando. Ella haciéndome suavitos y yo leyéndole lo que escribo (a Amelia le encanta que le lea lo que escribo). Sí, sería divertido y puede que la felicidad no sea más que eso, sobrevolar la tierra al lado de mi madre mientras ella me hace suavitos en la espalda y yo le leo las cuatro cartas que más le gustan.

Pero Amelia y yo también queremos y, de alguna manera necesitamos, aterrizar. Está claro, Amelia y yo tenemos que aprender a aterrizar cuanto antes. Ningún Sancho va a venir a convencernos de que, mientras dormíamos, la ciencia infusa o nuestra imaginación instaló en nuestras cabecitas las claves para poner el avión en el suelo. Y si la ciencia infusa o nuestra imaginación hiciese tal cosa, ni mi madre ni yo daríamos las clases de pilotaje por finalizadas: mi madre y yo necesitamos que Juanair nos enseñe a aterrizar de verdad.

Ésta es la única manera de acortar las distancias entre los sueños y la realidad para que no se adopten posturas tristes porque, como decíamos ayer, cuando hay mucha distancia entre los sueños y la realidad se adoptan posturas tristes, ¿verdad?

Asunto resuelto, ea, independientemente del cuento que nos cuente Sancho, esta semana Juanair nos enseñará a aterrizar de verdad. Juanair es un buen tipo, caracoles.

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Buah, menuda rayada les acabo de contar :)

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