Efectivamente, caracoles, estamos de mudanza. Por suerte para todos, el hecho de que el hogar del ordenador que tengo entre los dedos vaya a cambiar dentro de unas horas no nos afecta a nosotros. Un mundo mejor para los caracoles no se traslada, se extiende hasta Alemania y, por lo tanto, el caracoleo cibernético no se va a ver afectado negativamente. Eso sí, les pido disculpas por adelantado ya que es bastante probable que el blog no se actualice hasta la semana que viene.
Con esta maldita tendencia que tenemos los humanos de tornar supuestos por certezas y viceversa, creo que, suponiendo que todos ustedes lo saben, nunca les he llegado a contar cuál es mi misión en Lemgo. Muy bien, ahí les va:
Voy a trabajar en un centro infantil en el que residen niños y adolescentes refugiados y/o huérfanos y/o con situaciones familiares problemáticas. Según figura en mi contrato, me haré cargo de las actividades extraescolares, de las tareas en el comedor y, en general, de la atención y cuidado de los chavales.
He conseguido este empleo gracias al Servicio de Voluntariado Europeo que gestiona la Comisión Europea desde Bruselas. En vista de la gratuidad con la que los seres humanos nos atrevemos a denominar según qué cosas, reconozco que no tengo ningún tipo de conflicto al considerar que me marcho a Alemania a trabajar, sí, a trabajar con niños, de la misma manera que ellos, los que gestionan el SVE, han denominado alegremente a este programa “servicio de voluntariado”.
Les cuento un poco de qué va el SVE: este programa pretende promover la interculturalidad entre los países europeos (ahora también se está abriendo a África y América latina) ofreciendo la posibilidad de que personas con una edad comprendida entre los 18 y los 30 años desempeñen una labor de voluntariado en un país que no sea el suyo**. El voluntario en cuestión debe inscribirse en uno de los proyectos que se ofertan y contactar con la entidad que lo está llevando a cabo. Yo me adscribí al proyecto en el centro infantil y contacté con Dorothee.
Decidirme a participar en el SVE, caracoles, me ha generado gran cantidad de conflictos. Por un lado, me encanta el proyecto en el que voy a trabajar y me encantaría participar en otros de los muchos que gestionan otras entidades en otros países. No obstante, hay otros dos lados que no me gustan. En primer lugar, me irrita sobremanera el hecho de que un buen número de los proyectos se desentienden de la labor social que lleva implícito el concepto de voluntariado. ¿A santo de qué una burgalesa se va a desempeñar funciones administrativas en una discográfica londinense bajo las faldas y los fondos del Servicio de Voluntariado Europeo? En segundo lugar, siempre a favor de la interculturalidad, no puedo evitar sentir cierto rechazo cuando leo en mi contrato que he sido contratada para crear, forjar y difundir algo así como un sentimiento europeo.
Resumiendo, participo en este proyecto, el de Lemgo, a pesar del marco que lo envuelve. Esto es, a pesar de que este programa tiene una clara finalidad política, propagandística y somnífera (como cuando tu hermana te entretenía en el salón para que no vieses que mamá se iba al trabajo); a pesar de que apenas se tienen en cuenta las cuestiones relacionadas con todo lo que implica una labor social y a pesar de que el SVE más bien parece la prolongación de la beca ERASMUS tanto para los miembros de la Comisión Europea como para muchos de los supuestos voluntarios. A pesar de todo esto que no me gusta ni un pelo, yo me voy a Lemgo a trabajar con niños y, de paso, a desfilologizarme (nunca al revés).
Bueno, caracoles, dicho esto y soltándome el pelo para comprobar una vez más que mi cabello ha crecido tanto que a puntito está de tocar mis hombros, voy a preparar el equipaje mientras parloteo con Amelia. Estamos en contacto.
#MockingGod, burlándose de Dios
Hace 3 horas
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