martes, 30 de septiembre de 2008

¿El equilibrio es imposible?



Acabo de alterar el orden de mis planes, caracoles. Tenía pensado actualizar esta noche, después de la cena que Funda nos está preparando para celebrar el fin del Ramadán (¡con baklava incluida!). Funda, el origen del caos que se respiró durante unos días en Hamelner Straβe 1, mi casa. Ahora mismito iba a dirigirme al buzón para enviarle una carta a mi hermana, que cumple años dentro de muy poco pero sucede que me han entrado unas ganas enormes de caracolear tras comprobar que los renglones que he escrito no están torcidos. Mi caligrafía (que de “kali” tiene poco) sigue intacta; eso sí, ya no me bailan las letras al escribir. Ni para arriba ni para abajo. La carta para mi hermana, insisto, está escrita en unos limpios y rectos renglones que no he necesitado marcar previamente.

Feliz y contenta por esta constatación espontánea y natural, me surge una relativa necesidad de compartir uno de los nuevos conceptos de los que me he apropiado. Se me vienen a la cabeza palabras clave como “intensidad”, “caracolear”, “necesidad extraña”, “tranquilidad”, por citar unos cuantos, y, feliz y contenta, ya puedo añadir uno más: armonía.

No es que estos conceptos formen parte de mi ser así, sin más. Me lo he currado, caracoles, me lo he currado mucho y lo mejor de todo es que el proceso aún no ha acabado ¡porque este proceso no tiene fin! Porque cada día practico el sano ejercicio de recordarme que quiero vivir con tranquila intensidad, caracolear el entorno y reconducir sanamente mis necesidades extrañas previo examen exhaustivo de la situación de la que han surgido. Y, ahora, armonía. Debo recordarme todo esto casi a diario para no perderlo, para seguir trabajando en ello y que siga siendo mío.

No sabría decirles qué es exactamente eso de vivir en armonía. Yo tengo mi circunstancia, mis inquietudes y mi día a día. Y ustedes tendrán lo suyo. Supongo que un resumen de cómo aplico la armonía en mi vida podría ser un ejemplo pero, como cada persona es un mundo y una vida, mi resumen sólo sería eso: un ejemplo. Por eso, para no perdernos en particularidades, creo que les voy a contar la sensación, lo que queda tras una jornada en armonía. Lo que importa. Pero, claro, para hacer eso necesito poner ejemplos… Ais, ¡qué de conflictos¡

Me siento en paz, caracoles. Aunque el mundo siga siendo cruel y asquerosamente injusto, aunque mi madre no pueda hacerme suavitos y las cicatrices de un amor imposible nunca vayan a desaparecer. Aunque viva en un pueblecito de Alemania a pesar de no saber alemán. Estoy en paz. Porque lo que cuenta, por fin lo entiendo, es la actitud del individuo en tanto que individuo. Tenemos la sartén por el mango, caracoles, y nosotros sin saberlo. Hay que joderse.

¿Cómo vivir en armonía con uno mismo si el entorno está podrido hasta la médula? Intentar a toda costa no contaminarse es una gran opción, no obstante, no podemos consentir (o, al menos yo no puedo consentir) que sea la única opción porque, querámoslo o no, nosotros también somos el entorno. Así que cada día me enfrento a la prensa con la astucia preparada para cuestionar cada línea de lo que leo mientras como un plato de paella.

Luego, ejercito mi memoria y mi corazón para que, cuando llegue el día en que Amelia no pueda enviarme el sms de “Buenos días, princesa. Ahí van unos suavitos para mi niña”, siempre me quede la certeza y la sensación de haber disfrutado de una gran persona como madre.

Más luego, me acuerdo de él o no me acuerdo pero lo hago, desde hace un tiempo lo hago, con media sonrisa en la boca. Porque, con todo, fue bonito. Y porque, independientemente de él y su imposibilidad, eso que yo quería de él no podía ser. Él, mi manera de quererlo a él, era parte del problema y, claro, desde ninguna perspectiva él podría haber formado parte de la solución.

En cuanto a mi actual situación, en cuanto al alemán y mi trabajo en el orfanato, la armonía me conduce a introducir un nuevo concepto a tener en cuenta: poquito a poco. Al fin y al cabo, todo es un proceso en esta vida y, a pesar de que no puedo negar que adoro los procesos inmediatos, los no tan inmediatos, también tienen su encanto. Ayer, después de dos semanas intentando conectar con Janet, una jovenzuela con síndrome de Down, Janet tiró de mi jersey y señaló el parchís. ¿Jugamos? Quién sabe, quizá dentro de cuatro meses, Nadia (otra adolescente del kinderdorf) y yo hablemos sobre chicos al terminar nuestra sesión de mimo. Poquito a poco.

Y lo que queda de todo esto, amigos, es esa paz de la que les hablo. Un constante sonreír con la mirada y decir “adiós, septiembre, adiós. Se acabó el duelo entre tú y yo”.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

amén

;p

ottoreuss dijo...

Pues a mí este octubre no me está haciendo ni puta gracia: http://ottoreuss.blogspot.com/2008/10/malos-tiempos-para-la-prensa.html

¿Quién? dijo...

¡sin anchoas!

Que no me entere yo de que ese culito pasa hambre, otto. ¡Vente a Alemania, Pepe!

Anónimo dijo...

¡Cuánto estoy aprendiendo y voy a aprender de ti! Eso de adorar los procesos inmediatos es uno de mis problemas, así que voy a poner en práctica lo del poquito a poco. Cuando leo las cosas que escribes y las comparo con tu pesimismo existencial cuando eras alumna del Fernando de Mena veo que has madurado muy muy bien.

Gracias por compartir con nosotr@s tu mundo. Un abrazo, Montse

¿Quién? dijo...

Pues claro que sí, ¡Viva el poquito a poco!

En cuanto a lo demás, digamos que ahora he procesado muchas de las clases de las Pedroches que almacené cuando me sentía incapaz de llevarlas a la práctica, a mi práctica. Gracias a ti, Montse.

¡y viva lo recíproco, coño!

Anónimo dijo...

ay.. se me han humedecido los ojos leyendo esta entrada..


laurita