lunes, 30 de junio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



¡Viena! Tal y como se ha ido desarrollando la semana, estaba cantado que Amelia, Saudade y yo aterrizaríamos en Viena el viernes: España se clasifica para la final de la Eurocupa después de no sé cuántos mil años sin pasar de cuartos y su rival no es, ni más ni menos, que Alemania. Tengo el corazón dividido, caracoles.

Bueno, no es para tanto. En realidad no soy muy amiga del deporte, no es que sea enemiga de invertir en cansancio gratuitamente, digamos que no soy muy amiga de ello. Y mucho menos de su visualización. En cuanto a lo del corazón dividido, tres cuartos de lo mismo, no es para tanto. Ignoro qué clases me perdí pero nunca he conseguido ser forofa de nada.

Así las cosas, nos plantamos en la Plaza Mayor de Viena con la intención de pasar un buen rato canturreando, parloteando y comiendo paella con todo aquel que se sumase a la fiesta, como siempre, y lo pasamos de rechupete. Son las 19.00 pm del domingo; efectivamente, hemos vuelto antes de que el partido tuviese lugar y lo hemos hecho porque, faltando cuatro horas para el gran encuentro, Viena desbordaba fanatismo por sus cuatros costados y a mi madre le entra el hipo cuando se encuentra en contextos en los que no impera el sentido común y el buen rollo; Saudade y yo, por otro lado, no podemos dejar de estornudad en este tipo de situaciones, así que, acabados los digestivos y palmeada la versión flamenca de “Imagine” de nuestro gitano favorito, nos subimos al “Caparazón del caracol” y volvimos a Socuéllamos.

Como les digo, pasamos la velada entre risas y arroz y, sin comerlo ni beberlo, el encuentro acabó convirtiéndose en una fiesta de disfraces. Todo empezó cuando un grupo de personas apareció con tres franjas horizontales pintadas en la cara: la frente, roja; ojos y nariz, amarillos y boca y barbilla, nuevamente rojos. ¡Yuju! Siempre he pensado que el carnaval es una fiesta para reprimidos, sin embargo, lo de los disfraces abstractos me parece divertido. Como nosotros no íbamos preparados para tal evento, decidimos rasgar nuestras vestiduras literalmente y pintarnos con los lápices que mi sobrina Nerea me había metido en la mochila sin que yo me enterase ─Nerea siempre tiene esos detalles, es un encanto─.

Parece ser que se corrió la voz sobre nuestra jarana pues, al muy poco, apareció otro grupo de gente con la cara pintada. Estos combinaban negro, rojo y amarillo. Amelia se acercó a ellos rauda y veloz para indicarles que la fiesta de disfraces estaba detrás de la fuente, al lado de la paellera. Y entregados todos al ridículo y a la pantomima como estábamos, decidimos disfrazar el disfraz pegándonos granos de arroz por todo el cuerpo y agarrando los lápices de colores de mi sobrina como si de micrófonos se tratase mientras acompañábamos, a voces, el sonido de la guitarra de Saudade (cada cual con su canción, claro).

Esta idea (la del disfraz sobre el disfraz) surgió cuando Manolo quiso retirarse el sudor de la frente después de haber sacado la tinta de los calamares que acompañarían nuestra paella y la franja roja que llegaba hasta sus ojos mudó a color negro. Yo, que le había echado el ojo a este mozalbete nada más llegar, tuve un momento de confusión: ¿Manolo vino con el primer grupo o con el segundo? ¿A qué sector me arrimo para ligotear con él? Mientras seguía sus movimientos con la mirada caí en la cuenta de lo delicadas que son las fronteras. Toda su vida (pasado, presente y futuro) ligado a algo tan circunstancial como haber nacido en España. O en Alemania. Manolo celebrará la victoria o llorará la derrota de un equipo que representa la circunstancialidad de la existencia.

Mi amigo Otto decía que lo del sentimiento religioso lo despachaba él en un segundo: “es tan simple como plantearle a un católico apostólico románico qué pasaría si hubiese nacido en Marruecos en vez de en Mota del Cuervo”. Y ese católico, ¿irá con España o con Alemania? Y Manolo, ¿será católico, musulmán o protestante?

Bueno, seguimos con lo nuestro. Manolo resultó ser un húngaro afincado en Italia que pasaba las vacaciones en Suiza con su novia, Jenny, una ecuatoriana muy maja. Ellos también lo pasaron en grande en la fiesta de disfraces e, igualmente, se agobiaron cuando se acercaba la hora del partido. No consigo entender cómo consiguieron reconocerse los unos a los otros hasta alinearse en dos filas para vitorear a sendos equipos de fútbol, yo no me enteré de que aquella mujerzuela que contoneaba las caderas con tanto desparpajo era mi madre hasta que no se quitó los granos de arroz de las piernas

El caso es que los sonidos de la guitarra de Saudade se vieron apagados por dos voces mezcladas. La fila de la izquierda decía “a por ellos, oé” y la de la derecha, “zum fur kirum, üe” y luego los unos decían a los otros “os vamos a aplastar” y los otros a los unos, lo mismo pero en alemán. Amelia, Saudade, Manolo, Jenny y yo estábamos más que incómodos, aburridos, y decidimos volver a Socuéllamos sin ver el partido. Mi madre dijo que presenciar aquel espectáculo entre nuestros comensales divididos le había hecho recordar que tenía que estar en casa antes de las cinco para darle la merienda a mi sobrina Marta, que tiene cuatro años y no se desenvuelve muy bien en la cocina. Además, así podríamos aprovechar para hacer una breve excursión por los rincones más recónditos de Socuéllamos con nuestros nuevos amigos: Manolo y Jenny, que decidieron terminar sus vacaciones en La Mancha.

Esta vez le tocó a Saudade anunciar nuestra marcha, se despidió diciendo: “Ahí os quedáis, que gane el mejor”. Nos subimos al avión dándonos golpes de pecho por nuestra virtuosa actuación. Habíamos ridiculizado la ya de por sí ridícula cuestión de las ciudadanías, nos burlamos de la pasión por el fútbol y quisimos dar una lección de deportividad con aquel “que gane el mejor”. Mi madre abrió la veda de la autocrítica apuntando entre risas lo que sigue: “nos faltó decirles que lo importante es participar”. Acto seguido, Saudade, ella y yo, nos pusimos a organizar la porra: ¿por cuántos goles ganará España?

A Manolo y a Jenny les tiraba más Alemania.

jueves, 26 de junio de 2008

Sílbame. Tú sílbame y ya voy, que decía Willy Fog

Me ha escrito Dorothee, caracoles. El correo empezaba con “Liebe Natalia” y acababa con “Tchüs”, en medio había unos cuatro o cinco párrafos en los que parece se me comunica que he sido aceptada oficialmente en el proyecto “Kidergarten no sé qué” en Bonn. Asimismo, se me informa de las labores que he de desempeñar y del tipo de alojamiento que me ha sido asignado. Y es que “Liebe Dorothee” ha tenido a bien introducir cada párrafo con un titulito en inglés y, gracias a eso, me he enterado de lo fundamental. La coordinadora de mi voluntariado me ha dicho:

-Congratulations

-Date of arrival: 1 of September

-Acomodation

Llevo un par de días estudiando la manera de confesarle a Dorothee que, hasta la fecha, mis conocimientos de la lengua alemana distan mucho de acercarse a los exigidos siquiera en el nivel más básico y que nuestra correspondencia ha sido fructífera gracias a internet y sus traductores online.

Bueno, en realidad, esto no me preocupa demasiado, me han confirmado que bajo ningún concepto seré deportada a España por no hablar el idioma del país de destino; lo que me tiene un poco alterada (aprovecho para justificar mi ausencia de estos días: estoy alterada) es la sensación ─también llamada prejuicio─ de que “Liebe Dorothee” no va a encajar muy bien mi postura ante la comunicación humana.

Sucede que uno de los motivos que me llevan a un país de cuyo idioma no tengo ni pajolera idea es comprobar si, de verdad, otro tipo de comunicación es posible. Mejor, comprobar si la comunicación, en el sentido más feliz y satisfactorio de la palabra, es posible. Si a la obsesión por el lenguaje que manifiesto desde niña, añado cinco años disfrazada de filóloga en potencia, entiendo que considerar el lenguaje como el canal por excelencia para que un sujeto A transmita “algo” a un sujeto B es, cuando menos, comprensible.

Ahora bien, desde que veo el mundo desde fuera, soy consciente de que aquella impresión era un monumental y catastrófico error. Asumo que todo esto puede sonar a perugrollada o cosa ya sabida pero ocurre que, jo, me cuesta tanto aceptar que tantas veces la comunicación no es comunicación.

Y si no es comunicación, ¿qué carajo es?

Pues no lo sé, supongo que depende de la situación. En mi caso, la incomunicación que mantengo con mi madre tiene muy poco que ver con la cultivamos Otto y yo, por ejemplo. A pesar de las incógnitas que rodean al qué, por qué, cómo nos comunicamos, el hecho de que no acierte a señalar dónde esta el fallo de la desconexión ni pueda proponer(me) una solución gratificante, indica, de alguna manera, que la comunicación es algo más que palabras.

Amén de factores que ensucian el acto verbal (oral o escrito) como “Cosas que nunca te dije”, nervios traicioneros, mal humor, vergüenza o prejuicio; todo apunta a que los seres humanos recurrimos a un buen número de canales que no son sólo verbo, ¿no creen?

Sí, ya sé que no estoy descubriendo ninguna panacea. Tampoco lo pretendo. Lo que yo quiero es hacerle saber a Dorothee que me traslado a un país de cuyo idioma no tengo ni pajolera idea para investigar si los individuos hacemos caso a esos otros signos que se escapan de la palabra y que completan y/o enriquecen ─positiva y/o negativamente─ el acto verbal oral y/o escrito. No me refiero a las impresiones que nos pueda causar tal o cual situación o actitud, hablo de transmisión de contenidos pura y dura.

Y ¿qué tipo de signos? Pues no sé, cada acto es un mundo y mi mundo en general necesita creer que ese tipo de comunicación es. Existe.

El principal problema, como les digo, es hacerle saber a “Liebe Dorothee” que voy a Bonn a desfilologizarme.

martes, 24 de junio de 2008

Y no le cabe en el pecho, claro

El doctor Prieto le ha dicho a mi madre que tiene el corazón demasiado grande. De ahí la mayoría de sus problemas de salud, que no son pocos. ¿Cómo llevan ustedes eso de la muerte? Acojona, ¿verdad? A los Alarcón Mosquera no nos ha quedado otra que burlarnos de ella a regañadientes, con la certeza de que ganará la guerra a pesar de que, hasta la fecha, nosotros hayamos ganado todas las batallas. Frivolizamos con la negra dama (¡vive dios, qué metáfora más mala!) hasta límites insospechados y siempre hurgamos entre las estancias en hospitales y los diagnósticos hasta encontrar un detalle al que aferrarnos para echarnos unas risas entre bofetada y bofetada de realidad –lo sacamos o nos lo inventamos, tanto da-.
El otro día sin ir más lejos, mi padre, que es muchas cosas y también es un poco fascistoide, hizo su aportación a la causa –la de las risas- en la sala de espera de Urgencias:

Enfermera: ¿Beata korskeva?

Beata Korskeva: Yo (Beata se levanta y malamente se adentra en uno de los boxes de Urgencias. Le duele la barriga).

Enfermera: ¿Popalonousko Esferkat?

Goyo, mi padre: ¡Otro de Tomelloso! (se dirige a los Alarcón Mosquera que hacen las veces de acompañantes en el hospital pero habla lo suficientemente alto como para que todos los allí presentes le oigan).

Popalonousko Esferkat: Yo. (Popalonousko se levanta y malamente se adentra en otro de los boxes de Urgencias no sin antes dedicarle a mi padre una merecida mirada de desprecio. Se ha caído de la moto).

Dejando a un lado el hecho de que a mi padre le irrite sobremanera que los extranjeros vengan a quitarnos el trabajo, a casarse con nuestras mujeres y a beberse nuestro vino, puedo decir que se trata de un personaje entrañable y carismático y también puedo decir que, desde que mi madre estuvo ingresada por primera vez, él ha sido el maestro en eso de echarle humor al asunto cuando pintan malos naipes.

No se asusten, caracoles. Efectivamente, mis padres están enfermos; uno tiene bífidus y la otra, habichuelas, pero todo está bajo control (incómodas temporaditas entre sueros e inyecciones mediante).

Mis padres son mayores. Hasta aquí llega mi reflexión sobre la muerte.

La ilusión de equilibrio mental no me permite pensar más allá y no crean que yo opongo resistencia alguna, ni mucho menos. Espero no olvidar “que nos quiten lo bailao” cuando llegue el fatídico momento y, mientras tanto, espero poder seguir encontrando los brazos de mi hermana en una sala de espera y la mirada socarrona que los Alarcón Mosquera hemos aprendido a imprimir gracias a mi padre, que es muchas cosas buenas y también es un poco fascistoide.

Y eso, insisto, que nos quiten lo bailao.

domingo, 22 de junio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?




No me canso de decirlo: ¿Qué no arreglará la paella de mi madre? Esta vez en Buenaventura, Colombia. Tenían que habernos visto, caracoles… Me fascina cómo nos las apañamos mi madre y yo para exprimir cada minuto del fin de semana; y eso que esta vez nos pusimos en ruta el sábado porque el viernes, como reza la entrada anterior, estuve caracoleando en la tetería “Pachamama”, en Ciudad Real.

A pesar de contar con un día menos para el viaje, Amelia y yo decidimos cruzar el charco. Si mal no recuerdo, barajamos esta opción hace tiempo pero no pudimos hacerlo porque nos sacudió la crisis y, si a esto le sumamos que mi amiga Sonia acaba de regresar de Chile y con ella también ha vuelto el recuerdo de que Latinoamérica me late intensamente, todo apuntaba a que este finde sobrevolaríamos el Atlántico una vez más.

Así pues, sin más ni más, a las ocho de la mañana, Saudade, Banksy, Amelia y yo despegamos desde el aeropuerto de Socuéllamos rumbo a Buenaventura, Colombia. Creo que nunca les he hablado de mi viejo amigo Banksy; en cualquier caso, igual le conocen: se trata del misterioso grafitero al que acaban de borrar su última obra en un muro de Londres. También es conocido por haber dejado parte de su obra en Belén, así como por reunir a los grafiteros del mundo para pintar un túnel en la capital británica. Resumiendo: Banksy es un grande y, además, es un viejo amigo del Liceo.
Aquí les va una de wikipedia y, como no me aclaro con blogger y no sé cómo carajo colocar una imagen en este punto de la entrada linkeo dos grafitis, a mi juicio, bastante representativos de su obra: grafiti uno (en Belén), grafiti dos.
Ah, y éste es más famosillo...ahora mismo no recuerdo en qué película aparece.

El caso es que llevaba mucho tiempo sin hablar con Banksy y lo llamé para proponerle hacer algo juntos en “Acá apela”, al estilo de Muchachito Bombo Infierno y el grafitero que le acompaña en sus conciertos. No obstante, por motivos que no vienen al caso, mi amigo perdió el tren y llegó a Ciudad Real cuando el festival ya había acabado. Pero llegó a Ciudad Real y, ya que estaba allí, no quiso dejar pasar la oportunidad de degustar esa paella de la que yo presumía en nuestros almuerzos entre clase y clase. Por eso se vino con nosotros a Colombia.

Elegimos Buenaventura porque a mi madre le habían comentado que ahí disfrutaríamos de la mejor temperatura y del Pacífico, claro. Además, Saudade dijo que al tratarse de una zona poblada por colombianos descendientes de africanos evitaríamos tener algún tipo de conflicto con las FARC o con el gobierno del país. No hay mal que por bien no venga, decía Saudade explicándonos que esa población ha sufrido el racismo del resto de colombianos por los siglos de los siglos y, además, ha sido condenada al olvido y a la negación de cualquier garantía social (sanidad, educación)… Eso decía Saudade, aunque más tarde supimos que se equivocaba. Seguramente le traicionó la empatía para con los afro colombianos por lo que de discriminatorio tiñe sus vidas.

Llegamos al puerto y Saudade se puso con la guitarra; Banksy, con sus grafitis; mi madre, con la paella y yo, con mis prácticas de feng shui. Como viene siendo habitual, la gente empezó a acercarse incitada por los aromas que desprendía nuestra vieja paellera y fue el mismo Saudade el que nos alertó de que algo extraño sucedía. Aquella gente que comía arroz y bailaba alegremente escondía en su rostro algo más que el dolor del racismo, que no es poco. Había algo más, algo así como miedo; pero no sólo miedo a los posibles ataques de esa otra raza con la que comparten ciudadanía que, insisto, no es poco.

Saudade sabe mucho de este sentimiento y de vuelta a Socuéllamos puso todo su empeño en intentar descifrar la mirada de nuestros comensales pero, ni modo, no llegamos a ninguna explicación consistente. Jo. Ayer lo llamé para preguntarle si había averiguado algo sobre el tema y le conté que mi madre y yo no podemos borrar esa mirada de “algo más que racismo” y hemos hecho algunas averiguaciones:

Parece ser que el suelo que pisan estos descendientes de africanos es realmente valioso y es que en Buenaventura se encuentra la terminal marítima más importante del país. Apetitoso, ¿verdad? Se trata, ni más ni menos, de un gran punto estratégico y, claro, tanto uribes como farcs quieren controlar la situación. Saudade corroboró nuestras averiguaciones. Dice que los afro colombianos sufren una extorsión constante y brutal; dice que, además de la discriminación de raza, esta gente cuenta con el añadido de verse en medio –en medio, no al margen- de la encrucijada entre un gobierno corrupto y un colectivo popular cargado de saludables ideas sociales llevadas a la práctica de manera muy poco lícita e incongruente.

Ais, caracoles, disculpen esta crónica que no es una crónica. Amelia y yo ya nos hemos regañado y prometemos no volver a viajar sin informarnos antes de la situación del lugar de destino. Para desfacer este entuerto ruego a los lectores más versados en este conflicto que hagan su aportación a la causa con un comentario. Se me ocurren un portugués o un apático agnóstico, por ejemplo. Yo, por mi parte, sigo investigando... Miren lo que encuentro:


Hoy debo registrar con un dolor profundo en el alma la situación tan aguda que esta viviendo la gente en el Pacifico, gente empobrecida desde siempre, sumida en el abandono y la miseria por parte del estado central, en una sociedad clasista y racista. Hoy mi pueblo ha sido victima de una masacre sin precedente, pero que obedece a la estrategia y lógica criminal y de exterminio que desde décadas se viene aplicando a toda una población indefensa. El martes 19 de abril con el engaño de jugar un partido de fútbol sacaron ante los ojos incautos e inocentes de la comunidad a 25 jóvenes entre los 14 y 25 años de edad, les ofrecieron un uniforme de fútbol, guayos y 200 mil pesos en efectivo para el equipo que ganara el partido, con una oferta como esta el grupo de jóvenes se animó y se fueron con el "paisa" que les ofrecía tan llamativa oportunidad, los llevaron vía aeropuerto y los torturaron; les maltrataron en sus cuerpos, sacándoles los ojos, las lengua, cortaron sus penes, sacaron sus dientes y por ultimo los desfiguraron echándoles ácido en sus cuerpos. Todos jóvenes afros, de sectores muy pobres.

jueves, 12 de junio de 2008

Acá apela




Tiene buena pinta, ¿verdad? Pues ahí nos vemos mañana, amigos culipardos. Yo iré a caracolear un poco (un muy poco)y luego, de viaje con Amelia, claro.

martes, 10 de junio de 2008

Entre Góngora y Córdoba

Supongo que necesitaba un retiro espiritual para enfrentarme a un lunes anegado por las aguas y con una huelga de transportes que, si bien me parece justa y necesaria, ha complicado sobremanera mis ocho horas de jornada laboral atendiendo las quejas de los clientes de DHL express (ya les había dicho que el Teléfono de la Esperanza no está operativo los lunes, ¿verdad?).

No obstante, kyezitri tiene más razón que un santo con aquello de "¿retiros espirituales? ¿Para qué?". Supongo también que tantos años con el pin de estudiante me han marcado con el estigma de la “examinitis”, con la tendencia a la concentración y al análisis, aunque existe una gran diferencia entre la examinitis de mi época estudiantil y la examinitis de ahora: el resultado final o lo que queda, como gusten. Como ya saben, a pesar de Jhon (p., esa hache está ahí colocada adrede con el propósito de que ese imbécil se percate de lo que soy capaz de hacer), el resultado de mi retiro espiritual, del examen de mi entorno a través de la meditación, concluyó con excelentes resultados y me reportó la paz suficiente como para poder soportarme hasta el próximo chequeo. Y esto, ni nada que se le parezca, podría decirlo de la examinitis de mi época estudiantil.

Claro que en la UCLM he aprendido cosas que me han abierto horizontes nuevos: jamás olvidaré que Góngora nació en Córdoba gracias al paralelismo que existe entre las vocales de las dos palabras y, en fin, almaceno una gran cantidad de información que, indudablemente, me facilita la agradable vida en este mundo tan asquerosamente corrompido. Si hubiese estudiado Historia me reiría más a gusto de Godoy, aquel buen hombre que cambió España por un cromo allá cuando Napoleón entró en la península; si Filosofía, me creería más kantiana, etc. ¿Y qué hago yo con todo eso ahora? Sin ser yo ninguna interesada y valorando en su justa medida el arte por el arte, el conocimiento por el conocimiento y blablablá, hay que ver lo poco que se parecen las aulas de verdad a las del Club de los poetas muertos. Jo.

No me malinterpreten, no voy a venderles el discurso de que si volviese a los dieciocho no estudiaría una carrera universitaria. Ya intenté vendérmelo a mí misma hace un tiempo y no coló. Ignoro si elegí o más bien acerté prolongando mis estudios una vez acabada la “educación” obligatoria; eso sí, haciendo un análisis en negativo del asunto, creo que el camino seguido no fue del todo equivocado si tengo en cuenta la alternativa que se me presentaba: no tuve que prostituir mi esfuerzo a los dieciocho, he tenido la suerte de poder aplazar el comercio con mi cuerpo y con mi espíritu hasta los 23 años.

Y no digo esto porque ahora tenga un trabajo basura con un sueldo insultante y un contrato que ni tan siquiera contempla los días de asuntos propios, sino que espero decirlo igualmente el día que llegue a ser profesora en un instituto público. A pesar de mi inquebrantable fe en la (bien entendida) educación como herramienta para construir un mundo más habitable, estaré prostituyendo mi esfuerzo a cambio de un buen sueldo y una barbaridad de vacaciones. “Calidad de vida” creo que le llaman a eso, no sé. Y de eso no me libra ni dios pero, ojo al dato, que quede constancia de que gracias a esos cinco años de troncales y optativas hoy puedo asumir que no tengo más remedio que prostituirme. A grandes rasgos, ese período de limbo que suele ser la universidad me ha servido para lo que les digo. Y no es poco.

domingo, 8 de junio de 2008

La bicicleta azul

Este fin de semana no ha habido viaje, caracoles. La estancia en los Estados Unidos de América se alargó más de lo debido y mi madre y yo tuvimos a bien descansar estos días. Amelia está dándole al ganchillo y a la lectura y yo he concluido mi retiro espiritual, que ya hacía tiempo que mi yo interno lo pedía a gritos.

Lo bueno de los retiros espirituales es que los puedes hacer en cualquier sitio porque es el espíritu el que se retira, sin que el cuerpo tenga que verse afectado por ello. ¡Fetén, retiro espiritual en Albacete se ha dicho! Como les digo, ya me tocaba pararme a pensar y a aceptar las pequeñas lagunas que a veces inundan mi existencia y también tenía que procesar algunos contenidos. Ay, qué gusto da, a las 20.30 del domingo, saberse con el trabajo hecho.

No sé cómo organizarán ustedes sus retiros espirituales, yo suelo empezar por lo más fácil, por lo más agradable, así que comencé asimilando que dos grandes amigas, los caracoles Sonia e Isabel, pisan de nuevo territorio español después de una estancia en el extranjero. Qué bueno, estoy deseando verlas. Qué me contarán, qué les contaré, qué haremos, qué recordaremos… y en ésas estaba mientras asistía al espectáculo de música y títeres que tenía lugar en el parque "Abelardo Sánchez" la mañana del sábado.

Luego, los caminos inextricables de mi retiro espiritual, me condujeron a cuestiones más peliagudas y me las tuve que ver reflexionando sobre qué carajo pintaba yo en una ciudad con la que hasta hace un mes no tenía vínculo alguno. Evidentemente, no llegué a ninguna respuesta satisfactoria pero tampoco me sentí desolada por ello: ea, pues aquí estoy y punto. Con todo lo que de atractivo tienen los comienzos y con todo lo que de frustrante, intento averiguar qué clase de intereses seguí cuando decidí plantarme en Albacete, lejos de mi madre, mi hermana, mi Otto, mi Fontana y, como les digo, ninguna respuesta acababa de convencerme; pero el asunto tampoco me quitaba la sonrisa que los titiriteros del parque habían puesto en mi cara.

Cuando, sola, salía del parque con vistas a hacerme la comida en casa, un caracol albaceteño me llamó por teléfono para ir al taller de haikus en piedra y comer un kebab. Como ya pasó con Mayte, no sé si Mariam se tendrá a sí misma como caracol o no pero, lo que es yo, no tuve ninguna duda: Mariam dice que desde que duerme en la litera de arriba se enfrenta al mundo de otra manera; eso de empezar el día lanzándote desde la cama al vacío te da otra perspectiva, dijo. Mariam es un caracol, está claro.

Luego fuimos a unos conciertillos y, entonces, sentía cómo mi retiro espiritual alcanzaba el clímax deseado pues, con las consabidas incógnitas, todo estaba más o menos bajo control e, independientemente de los motivos que quiera creer me han conducido a Albacete, aquí estoy y estoy agustico. Sin embargo, aún no había pinchado en “guardar como” y, claro, entonces el yang o la vuelta de la tortilla (como gusten) hizo acto de presencia para hacer de la puesta a punto de mi equilibrio espiritual un proceso completo, con sus cosas buenas y sus cosas malas; y todo gracias a Jhon.

Resulta que el viernes crucé unas palabras con el tal Jhon cuando él y Peter, mi flatemate, se saludaron. Apenas hablé con él pero le escuché un par de comentarios no sólo divertidos, sino también ingeniosos y el chaval me pareció buena gente. Bueno, pues, cuál fue mi sorpresa cuando, al día siguiente, mientras físicamente estaba en un conciertillo y mi reseteo espiritual estaba apunto de expirar con excelentes resultados, me encuentro al tal Jhon y me acerco a él para saludarle. El muy estúpido me despacha con un “¿te importa? Estoy con unos amigos”.

Me di media vuelta intentando aplicar todas las fórmulas matemáticas aprendidas en la secundaria para retroceder el tiempo y borrar aquella situación tan desagradable; no obstante, como nunca se me dieron bien los números, no hubo manera de arreglarlo. Así pues, me di otra media vuelta y le dije “oye, chaval, sólo pretendía saludarte: no soy ninguna psicópata, ladrona o ninfómana, ¿sabes? Ayer me caíste bien, simplemente. Que te jodan”. Bueno, igual no llegué a decirle exactamente aquello, pero se lo digo ahora. Ea.


Y eso es todo, amigos, acabo la semana medio satisfecha con lo vivido, aunque sin paella.

viernes, 6 de junio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


¡Y que nos veíamos el lunes! Hay que ver cuán fascinante puede llegar a ser lo incierto de nuestro futuro... ¿Quién me iba a decir a mí que, cuando me despedía de ustedes con aquel simpático y sentido “¡Nos vemos el lunes!” mi fin de semana estaba a punto de dar un giro de 180 grados? Mi madre y yo habíamos pensado no salir de la península, no nos apetecía machacarnos con muchas horas de vuelo y nos moríamos de ganas por hablar con Rocío Montes, así que habíamos quedado con ella para ir a guisarnos y comernos la paella en plena plaza Mayor de Córdoba; pero dos acontecimientos cambiaron nuestro más inmediato:

A las 12:05 a.m. Amelia me llamó para comunicarme que me ha sido ingresada la segunda cuota de la prórroga de la beca para continuar “mis estudios” en México (beca que, como ustedes saben, no estoy disfrutando según las cláusulas establecidas principalmente porque estoy en Albacete y no en Cuernavaca) y a las 14:40 a.m. un Peter apenado me comunicaba que Sarah, su madre, había perdido el avión que la devolvería a su Memphis natal tras una semanita de estancia en Albacete.

¡Blanco y en botella! A las 14:44 la madre mi flatemate (yeah) y yo nos pusimos rumbo a Socuéllamos mientras mi madre preparaba la maleta y ponía a punto nuestro avión, El caparazón del caracol, y a eso de las cinco de la tarde del mismo viernes Sarah, Saudade, Amelia y yo aterrizábamos en Memphis. ¿Que qué pintaba Saudade en este viaje? Lo pintaba todo, como siempre. Nuestro gitano favorito, además de convertirse en compañero habitual de las parrandas de fin de semana, no quiso dejar pasar la oportunidad de saludar a Rabiatengo, un viejo amigo suyo que hace un par de años reside en Washingtong.

Una vez en Washington, disfrutamos de un agradable desayuno con Rabiatengo que se alargó hasta bien entrada la hora del almuerzo y, como ninguno de los allí presentes quería romper el hechizo, decidimos preparar la paella para nosotros solos. Tratamos infinitos asuntos entre café y tostadas y propusimos tantos mundos posibles y alternativos a este que vivimos que no nos apetecía lo más mínimo enfrentarnos al entorno “real” en ninguna de sus dimensiones.

Así las cosas, Saudade, Rabiagning, Amelia y yo nos pusimos a caminar en busca del lugar que nos permitiese seguir viviendo en nuestra burbuja mientras degustábamos el delicioso arroz. Caminamos y caminamos y, sin apenas darnos cuenta, acabamos en frente de la Casa Blanca, a dos metros del guarda de seguridad que custodiaba la puerta. Mi madre se puso a cocinar mientras los demás nos ocupábamos del resto de detalles: mantel, entrantes, calimocho y sucedió que, una vez sentados en las sillas plegables, dejó de apetecernos hablar. Ni tan siquiera mi madre recibió las merecidas felicitaciones por preparar tan delicioso manjar.

Allí estábamos los cuatro, sentados en círculo, mirándonos a los ojos de vez en cuando y mirando al suelo de cuando en vez. Ajenos a si gana el negro o el viejo. Ajenos a todo, apenas se oían los golpecitos que el guarda de seguridad emitía cuando golbepaba la porra que sujetaba en su mano derecha contra la mano izquierda y nuestro lento masticar.

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Y esto fue lo que debí contarles el lunes. Para justificar mi ausencia no diré que me dolía la cabeza y, cariño, esta noche no me apetece (aunque algo de eso hay); diré que me ha resultado imposible actualizar y no diré más porque ya se sabe que las explicaciones suelen ser tenidas en cuenta como falsos pretextos y no es el caso.

Disfruten del fin de semana, caracoles. ¡Estamos en contacto!