lunes, 28 de julio de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?



No se me olvida que les debo una crónica del viaje de mi madre y yo a Mali, el tercer país más pobre del mundo. Ruego a todos los caracoles sean pacientes y, mientras tanto, lean lo que sigue. Algo está por suceder, amigos; no desesperen, hablaré de Mali a su debido tiempo.

En cuanto a este fin de semana, les cuento que ha tenido lugar la despedida de soltera de mi hermana, que se casa el próximo sábado. Así pues, esta vez la paella ha sido a puerta cerrada en el domicilio de los Alarcón Mosquera en el que, cabe decir, cada vez vive menos gente y sustituimos el estribillo del “Imagine” versión flamenca de Saudade por un incansable “ay Ana, que te casas ya”.


Una boda es una boda es y, como ya he comentado alguna vez en este blog, yo no soy muy partícipe de toda la parafernalia que gira en torno al hecho de que una pareja de tortolitos se instale bajo un mismo techo. Sin embargo, no puedo negar que algo de saudade y felicidad me invade cuando la miro y digo “ay Ana, que te casas ya”.


A mi madre le pasa igual. Ella no puede negar que le da penica pensar que la boda de mi hermana implica que, definitivamente, cada uno de sus seis mochuelos está en su olivo. Ayer recordábamos cuando apenas cabíamos en la mesa del comedor y hoy preparamos una salita de estar más en la que va a dejar de ser la habitación de mi hermana. Al mismo tiempo, Amelia mira a Goyo, mi padre, y suspira. Ésta es nuestra segunda boda, le dice.

Mis padres volverán a disfrutar de un nidito de amor para ellos solos. Después de tanta intimidad limitada y acaso nula, tantas veces nula. Amelia y Goyo podrán corretear desnudos por la casa y echar el pestillo de la puerta. Ya no tienen que aguantar las pequeñas insolencias y desfachateces que durante treinta y seis años han consentido a sus vástagos, como por ejemplo, el hecho de que ninguno de nosotros llevase las llaves encima. Mi madre siempre está en casa y, si es que va a ausentarse, ella misma deja las llaves escondidas en uno de los escondites de la familia Alarcón Mosquera.

Y qué mejor momento para comenzar una vida de recién casados que ahora, que de verdad son el uno para el otro. Como no está el horno para bollos, para no entrar en cuestiones tan controvertidas como el enamoramiento, el querer y el amar de las que no me apetece ni hablar ni pensar, convengamos que mis padres han estado enamorados férreamente desde que se dieron su primer beso hasta la fecha.

Bien, pues, como testigo directo de esta entrañable pareja, puedo decir que no es sino ahora, después de casi cuarenta años de matrimonio, cuando mis padres son realmente el uno para el otro. Insisto, no estoy poniendo en entredicho los sentimientos habidos y sentidos entre mis padres; sólo digo que es ahora cuando los dos disfrutan de las mismas cosas con similar intensidad o sufren por aspectos cotidianos y no tan cotidianos del mismo calibre.

Dicen que los que duermen sobre el mismo colchón se vuelven de la misma condición. Yo no sé si esto será bueno o malo -dependerá de la condición, supongo- lo que parece indudable es que algo de verdad esconde este refrán y que mis padres han ido asimilando costumbres, perspectivas e inquietudes hasta perder casi la totalidad de su esencia como individuos. Con esto no quiero decir que tal mutación haya sido equilibrada o satisfactoria para las dos partes, la de Goyo y la de Amelia, eso sólo lo pueden saber ellos. Bástese que quieran saberlo, claro.

Yo no acabo de posicionarme, caracoles. Y es que, a veces, este dejar la individualidad al margen de uno mismo por ese otro me parece sublime y, a veces, terrible. Supongo que cada uno cuenta la feria según le va, por eso hay días que ese dejarse ser con otra persona para ser otra cosa distinta a lo que se es me parece sublime y otras, terrible.

En fin, ¿qué no arreglará la paella de mi madre? Fíjense, dos bodas al precio de una y yo sigo sin vestido para la ocasión.

4 comentarios:

melmoth dijo...

Por mucho dinero que cueste la boda de tu hermana, nada comparado con los treinta y seis añazos que le han costado a de Goyo y Amelia... xD
Deberíais celebrar por todo lo alto ésta última, que se lo han currado de verdad.

Modificando la frase de Baudelaire, yo me posiciono y digo que si nos merece realmente la pena, seremos (junto a "ese otro") sublimes con interrupciones. Es decir, ése "dos en uno" tan maravilloso, nos parecerá en ocasiones terrible, pero es como todo en esta vida...

Anónimo dijo...

La primera vez que usé esa palabra fue cuando la aprendí y fue a propósito de Wordsworth, precisamente. Luego la he dicho pocas veces más, pero algunas.

Definiendo lo sublime, Schiller habla de un objeto cuya representación pone de manifiesto os límites de nuestra condición sensible y, a la par, la superioridad de nuestra naturaleza racional.

Ya sabes, de eso (de límites) seguro que sabe mucho más Dios.

Yo, por lo pronto y a no ser que suene Satie, cenaré pizza esta noche.

Que vamos de boda¡!

sonia.

Anónimo dijo...

Creo que lo mejor de las bodas es la celebración. Si consideras que es sublime lo tienes que celebrar porque de alguna manera hay que dejar salir la felicidad que te invade; si consideras que es terrible también porque es el último momento anterior a la premeditada catástrofe y tiene que ser memorable.

El caso es celebrar y en esto todo el mundo está de acuerdo. Siempre he pensado que se debería celebrar más.

Me encantaría recibir una invitación a un divorcio: Los hasta dentro de unos días señores de Azcárregui tienen el honor de invitarle a su fiesta de divorcio. Ambos celebran que por fin van a poder empezar a rehacer sus vidas.

Nada de dramas, nada de traumas. Un poquito de celebración.

¿Quién? dijo...

Sublimes con interrupciones: chapeau!

Ese maldito Dios que de tantas cosas sabe debería dejarse de dogmas y estupideces y revelar, de una vez por todas, los grandes misterios que de verdad nos afectan en el día a día. Ais.

¡Santifiquemos las fiestas! Claro que sí. Ay, as grandezas del lenguaje son ilimitadas, ¿verdad? Miren que sutileza gasta Blas para defender ese lema que a tantos nos mantiene vivos: ¡viva la fiesta!

... Ya lo decía Chimo Bayo..