jueves, 3 de julio de 2008

Vivan los novios...

Nunca un dolor de cabeza me produjo tanta dicha, caracoles. ¿Saben por qué? Porque, por primera vez en muchos meses, he podido volver a recogerme el pelo en una simpática coleta. Por eso me duele la cabeza, por la falta de costumbre. Reducir mi larga cabellera a una mata de dos o tres centímetros que apenas me protegía de las insolaciones fue un error, bueno, digamos que ha sido una experiencia poco agradable. Por suerte, el tiempo ha sabido enmendarlo... En fin, me ahorro el discursito porque lo de que de los errores se aprende, que todo pasa y blablablá ya nos lo sabemos todos –y, ni con ésas, conseguimos aplicarlo a más del 30% de las situaciones del día a día, ¿verdad? A ustedes también les pasa, ¿verdad?-.

Hablo de mi pelo para introducir el tema que me ocupa estos días: la boda de mi hermana. Falta un mes para la cita y no he pensado qué ropa voy a ponerme, ¿a ustedes también les parece una tragedia? A mi familia, sí. Por un lado, el hecho de que no haya recorrido todas las boutiques del país en busca de un modelito es síntoma de que en enlace matrimonial entre mi hermana y mi cuñado me importa un rábano, algo que no es verdad. Por otro, mi familia argumenta que su preocupación está más que justificada ya que, a escasos 30 días de la cita, aún no saben cuál va a ser el color predominante entre la ropa de los invitados y, claro, no pueden decidir el estampado de los manteles del banquete.

Harta como estoy del “Nata, ve mirando algo”, “Nata, algo discreto pero elegante, por favor”, “Nata, nada de zapatillas” y sucedáneos, mi familia me ha obligado a mentirles esta mañana. Mi hermana me llamó para contarme las últimas novedades acerca de su ajuar y, como siempre, aprovechó para soltar su inofensivo “y tú, ¿has mirado algo?”. Yo le dije que he estado de tiendas toda la mañana y he encontrado un vestido discreto pero elegante que combina muy bien con unas sandalias también sencillas pero elegantes:

-¿De qué color, Nata?

-Blanco, Ana, blanco como la nieve blanca.

- ¿Blanco? Ni se te ocurra. ¡Tú no puedes ir de blanco!

-Hombre, Ana, ya sé que eres tú la que tiene que fingirse virgen pero ello no implica que yo no pueda vestir de blanco, ¿no?

-Jo, Nata, no queda bien. Y te recuerdo que la boda es civil, no religiosa.

-Bueno, pues nada, mañana miraré otra cosilla.

-No te enfades pero… jo.

-Nada, tranquila. Si no queda bien, no queda bien y punto. Seguiré buscando.


No vayan a pensar que mi hermana es de esas personas que hacen de su boda la parafernalia número uno. Para mi hermana está siendo la parafernalia número 32, más o menos, pero no la número uno. Asumo que lo dicho hasta aquí sobre mi hermana (estas dos entradas, si mal no recuerdo: Más de cien palabras y La procesión del silencio) distan mucho de representar todo lo que mi hermana tiene ahí dentro. Y fuera, también lo tiene fuera. Cierto es que mi hermana se ha ido dejando caer en la espiral de vestidos de novia y ceremonias rimbombantes sin ella quererlo demasiado. Eso sí, como les digo, Ana, no es de esas personas que hacen de su boda la parafernalia número uno.

A Ana le da penica abandonar el domicilio familiar y al mismo tiempo sueña con desayunar junto a su Antonio. Se muere de ganas por tener un día a día bajo el mismo techo junto a la persona de la que está profundamente enamorada. Esto es, mi hermana desea cotidianeidad y, por lo tanto, el bodorrio que se está cociendo escapa de toda lógica sucede.

Cuando yo le recuerdo que la primera vez que oí campanas de boda, oí que sería un miércoles cualquiera de cualquier día después de julio (fecha en la que tendrían el nidito de amor acondicionado a su antojo), ella se pone colorada y responde que no puede hacer un día cualquiera de algo que no es una cosa cualquiera. En realidad, la ceremonia va a ser muy sencillita, sin invitados especiales ni nada por el estilo. De hecho, a nadie excepto a la hermana de la novia, se le exige tal o cual indumentaria. Pero, bueno, eso ya es otra historia.

La semana que viene buscaré algún modelito para ponerme el dos de agosto, de momento estoy lidiando con algunas de sus amigas para convencerlas de que nada de stripper y también estoy recorriendo sex shops para que esas mismas amigas tengan un micropene de plástico para ponerse en la cabeza el día que celebremos la despedida de soltera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nata no seas burra y cómprate un vestido para la ocasión. ¡Ay esta muchacha, cuántos disgustos nos va a costar! Jajajaja. Con o sin vestido, le deseo lo mejor a Ana.

Un beso, Montse

PD: ¡Qué guay que sea una ceremonia civil, es que a veces me parece que el mundo no cambia!