“Yo sé quién soy”, decía don Quijote dándose golpes de pecho cuando se echó a la calle a desfacer los entuertos que en verdad no había, a encontrar a la mujer que en verdad no existía. Y no es por estas cosas que no eran por lo que el personaje no sabía realmente quién era, no, no era sólo por eso. En primer lugar, su “yo sé quién soy” surge de la extraña necesidad de demostrarse ante los demás ocultando, malamente, que poco (muy poco) sabía don Quijote de sí. Y es que, el que lo sepa todo de sí, que tire la primera la primera piedra.
Don Quijote sabía que era un caballero andante, que no es poco, sí, pero no lo suficiente como para saber “yo sé quién soy”. Será muchos capítulos después cuando el personaje comience a saber quién es; lo sabrá tras llevarse terribles batacazos y someter su realidad y la realidad de los demás a examen (siempre bajo su perspectiva disparatada, claro).
Cuanto más sabía de sí y del entorno, más triste estaba don Quijote y más le costaba luchar y creer en sus causas. Díganme si no es una verdadera putada que el autoconocimiento llevase a este hombre a desidentificase con el héroe que, de alguna manera era. Él, que de las pocas cosas que sabía de sí antes de saber quién era realmente, sabía que era andante. Se vio obligado a descreer aquello y a priorizar la realidad lineal y aburrida de aquel lugar de La Mancha, así como a desentenderse de la realidad que él había instalado en su cabeza. ¡pero si ni él ni su biógrafo querían acordarse de aquel lugar lineal y aburrido de La Mancha! Cuánta sinrazón, vive dios…
Además, por si fuera poco, decantarse por esa realidad implicó tristeza, mucha tristeza. Nuestro personaje murió de pena.
Antes de saberse como dios manda, don Quijote siempre encontraba la manera (no necesariamente la mentira) para justificar el entuerto que no había podido desfacer. Buscaba sus artimañas para interpretar lo acontecido con unos molinos/gigantes desde una perspectiva tal que le permitiese seguir caminando como el caballero andante que sentía dentro de sí.
No oía las burlas, tampoco veía las miradas de los demás ─que lo miraban abriendo los ojos como platos, incrédulos ante el hecho de que un personaje así campase libremente y no estuviese encerrado en un manicomio─.
Cuando hay mucha distancia entre los sueños y la realidad, se adoptan posturas tristes, decía un profesor mío. Pues claro que sí; y, las más de las veces, se adoptan posturas tristes, porque esa maldita realidad que decía él es una metomentodo y aparece para romper los esquemas que mantienen vivo a don Quijote, por ejemplo, que murió de pena cuando tuvo que asimilar la farsa que, de alguna manera, había sido su vida.
Esto es lo que pasa con esa realidad de ahí afuera, que es una metomentodo. Aunque, claro, a veces sucede lo contrario. Nuestro caballero andante alguna vez necesitó una respuesta de esa realidad para que su verdad se mantuviese viva y sólo la tuvo cuando Sancho se apuntó a la opción (nada desdeñable) de alejarse de esa realidad de ahí afuera y urdió todo un plan para que su amo pudiese seguir creyendo que Dulcinea esperaba religiosamente un encuentro con él.
Es una pena que no haya muchos Sanchos por ahí que se apunten a eso de adornar esa puta realidad de ahí afuera para que nuestra verdad pueda mantenerse viva. Y es que don Quijote murió de pena y de realidad.
#MockingGod, burlándose de Dios
Hace 16 horas
3 comentarios:
Galeano decía “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” y yo opino como él. Así que estoy convencida de que don Quijote dijo con acierto aquello de “yo sé quién soy”.
Había leído mucho sobre caballeros andantes, quería ser uno de ellos y sabía – quizás debiéramos ser prudentes y decir “intuía”, contemos con el azar- las aventuras a las que tendría que hacer frente para convertirse en uno de ellos. Sabía lo que tenía que hacer – que el payo no era tonto- para cambiar lo que era y lo hizo. Por tanto, de acuerdo con Galeano, sabía lo que era. ;p
Y ahora aviso de que me he rallado bastante más que en el párrafo anterior y voy a hacer una interpretación totalmente particular de El Quijote. Perdón por la salvajada, Nata y demás filólogos y/o entendidos :P.
Allá va…
Yo diría lo contrario que afirma usted. Cuando salió de casa don Quijote se conocía y se fue perdiendo poco a poco, porque empezó a no saber qué hacer para cambiar lo que era y convertirse en un caballero andante. Poco a poco se fue rindiendo a los contratiempos que le imponía un mundo que era totalmente distinto a su mundo.
(Y no llamo a ese mundo realidad, porque no estamos seguros de nada. La historia real podría ser la de don Quijote y desarrollarse en un mundo ficticio creado por Sancho Panza en el que no existen los gigantes ni las doncellas ni se lucha ya con la espada. Puede que Sancho imaginase molinos. Puede que viera a don Quijote como otra pieza de ese mundo y le tomase por loco porque no veía ni pensaba igual que él o igual que todos los seres que vivían con él y que él había creado. Puede que fuera don Quijote el alter ego “cuerdo” del loco Sancho)
El villano de mi cuento no será entonces la realidad, sino la masa, que crea un mundo diferente al individual. Así que diremos que la masa se lo puso difícil porque ésa era su misión. Y don Quijote cedió su personalidad a cambio de integración. Cambió lo que era por lo que querían que fuera. Se dejó engañar porque necesitaba sentirse un ser social. ¿De qué servía ser un caballero andante si todos se empeñaban en que no había malos contra los que luchar, ni doncellas a las que amar, ni reyes a los que honrar? Y lo más importante, ¿de qué servía sí nadie iba a reconocer sus hazañas? Ser distinto tiene un precio que no todos están –estamos- dispuestos a pagar.
Y sí, al final quedó Sancho. El buen e influenciable Sancho, que puede que le regalase esas gotitas de ilusión esperando conseguir las ínsulas que su amo le había prometido. O pensar, al igual que todos los demás, que todo lo que hablaba o prometía don Quijote, era mentira, que eran imaginaciones suyas, pero aún así querer volver a pasárselo bien porque temía regresar a la misma rutina de siempre.
De todas formas de nada sirvió al final porque, perdonen que lo desmitifique pero don Quijote, como caballero andante, tenía la obligación de ser gentil sólo con los “gentiles”. Poseedor de alta alcurnia no iba a anteponer la visión de Sancho a la de personas más influyentes. Al fin y al cabo, Sancho era sólo su escudero. Y al no aceptar el regalo de Sancho, fiel amigo que no hacía más que recordarle quién era, se contaminó más que nunca de aquel mundo que no era el suyo.
(O tal vez, fue Sancho, desde ese posible mundo ficticio, elegido democráticamente, el que se lo cargó aburrido ya de tanta “fantasía”.)
Y sí, es una pena no poder contar siempre con un sancho que esté dispuesto - por el motivo que sea- a compartir, creer o al menos respetar nuestras locuras. Pero ya vendrán para quedarse porque haberlos haylos, caracol.
A mí me tocó la lotería cuando el espermatozoide adecuado fecundó al óvulo de mi madre y vine a este mundo siendo su hija. Ella es mi Sancho. A veces incluso, es Quijote. :P
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Quijote del bueno, claro...de esos que aún sueñan...;p
¡Pues me ha encantao tu versión, sin anchoas! Totalmente de acuerdo, la culpa siempre es de la masa.
Ella, la mía, también lo es pero no siempre, jo.
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