jueves, 18 de septiembre de 2008

El emparrao de mi padre. Los racimos que no tienen uvas


Caracoles, van a disuclpar mis entradas de estos días, soy consciente de que rezuman demasiada ¿trascendentalidad? Sí, bueno, algo parecido. Disculpen de veras pero, como ya sabrán, para adaptarse a algo nuevo es necesario cuestionar todo lo anterior, posicionarse, proyectarse en ese algo nuevo y, en fin, esas cosas que le hacen a uno divagar a veces sobre cuestiones aparentemente insustanciales.

Mis idas y venidas con el lenguaje no son algo insustancial, al menos para mí, en la medida de que se trata de una inquietud que me acompaña desde que tengo uso de razón. Lo que sí puede resultar pobre de contenido es la reflexión que me traigo y me llevo desde hace unos días. Desde que descubrí que en el orfanato en el que trabajo no hay ningún huérfano.

Los lingüistas ya encontraron una palabrita para taponar esta clase de agujeros que vamos dejando por ahí en tanto que seres sociales con tendencia a la (auto)represión. Los lingüistas hablaron de eufemismo para referirse a todas aquellas expresiones o palabras utilizadas para disimular la realidad por motivos varios. He de reconocer que, en este caso, en el del orfanato sin huérfanos, no podemos hablar exclusivamente de “eufemismo” en la medida de que si, mañana, un menor de edad de los alrededores de Lemgo perdiese a sus padres y ningún familiar allegado quisiese o pudiese hacerse cargo de él, ese menor iría a parar al orfanato y entonces la denominación del lugar tendría más sentido.

Sin embargo, sucede que ningún menor de edad de por aquí está en esa situación. Toco madera, cruzo los dedos y rezo un padrenuestro para que así siga por los siglos de los siglos. Roguemos a Dios para que nos libre de las grandes y catastróficas tragedias pero, eso sí, bendito Dios que nos deja tirados con los medios tintes.

Con esto que digo no quiero decir que no sienta profundamente las grandes tragedias, los monumentales 11 de septiembre y 11 de marzo, las desfachateces del destino que, por un despiste en la carretera destrozan familias en las que, de cinco miembros, sólo sobrevive el pequeño de los tres hijos. Son desgracias con nombre, está claro. Y también esta claro que el mundo en general y el vecino de al lado ha de tener la calidad humana suficiente como para contribuir a que esas fatídicas situaciones se lleven de la mejor manera posible. Pero, jo, hay tantas desgracias sin nombre o con tantos nombres que ninguno nos convence y, al final, todo se reduce en “orfanato”.

Un orfanato en el que no hay huérfanos sino niños y adolescentes cuyos padres se deshicieron de la responsabilidad que implica traer un ser humano al mundo. Padres enfermos y padres que no abandonaron pero distan mucho de estar cualificados para llevar a cabo la empresa: criar a un hijo, con todo lo que ello supone.

Y, como cada cual sobrelleva las cosas como quiere o como puede, Marie me preguntó en nuestro tandem de alemán-español cómo se dice “kinderdörf” en nuestro idioma. “orfanato” dije yo. “ok”, dijo ella, “Mi hermana y yo vivimos en un orfanato”. Supongo que, por dentro, Marie, que de tonta no tiene ni un solo pelo, es consciente de que esa especie de urbanización en la que vive no es sólo un lugar para huérfanos porque ni ella ni su hermana son tal cosa. Desde dentro, Marie sabe cuál es su verdadera situación, sabe cómo se siente y sabe cómo la han hecho sentir a lo largo de la vida.

A Marie le ha tocado vivir todo esto que les digo sin posibilidad de elección y, aunque es una verdadera putada circunstancial, lo realmente jodido de este asunto es que Marie lo sabe sólo para dentro y, claro, no le pone nombre a nada. Así, de entre lo malo y lo peor, de puertas para fuera, ella se queda con “orfanato”. El orfanato en el que no hay huérfanos.

Marie no ve otra salida, ¿ustedes creen que hay otra salida, caracoles? Desde dentro, sólo desde dentro, la experiencia me dice que no, que no hay otra salida: “orfanato” está bien. Al fin y al cabo sólo es una palabra, sólo es lenguaje. Ojalá Marie se mire algún día desde fuera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

acabo de levantarme después de mi primera fiestecica en Toledo y andan las neuronas más vivas que muertas...así que mejor te comento otro día...
así que te mando un besaco enorme y ni suerte ni ná, que tú con las hadas (o sin ellas) vas a ser muy feliz en Lemgo...

cuídese mucho, pequeño caracol ;p

mayte