miércoles, 29 de octubre de 2008

Tonto es el que hace tonterías. Yo también soy Carlos Otto (II)

Desde que vivo en armonía con los pájaros, con las florecillas del campo y conmigo misma, intento rasgar todo lo posible antes de inclinarme a pensar que el sujeto que tengo enfrente es imbécil, idiota, estúpido o tonto. Antes era mucho más fulminante (yo antes era un poco mala, caracoles) pero ahora alargo mucho más el supuesto beneficio de la duda, que a tantas veces no benefecia lo más mínimo.

Es cosa de catecismo que un cinturón naranja no puede competir con un cinturón negro, nuestros enemigos también nos definen y es por eso que me resisto a creer que el despido de Carlos Otto haya sido ordenado por un imbécil.

Ignoro si ha sido el mismísimo Díaz de Mera el que ha solicitado la expulsión inmediata o lo han decidido sus súbditos que, si bien olvidan todo principio y pensamiento crítico cuando llegan al puesto de trabajo, siempre tienen muy presente qué hacer o qué no hacer para tener contenta a la mano que les da de comer. El caso es que, haya sido Díaz de Mera o hayan sido los jefes más inmediatos de Carlos Otto, no consigo imaginar qué carajo ha pasado por la cabeza de uno o de otros a la hora de efectuar dicho despido a tan sólo 24 horas de que el artículo en cuestión hubiese salido publicado.

Cómo pueden ser tan tontos, me pregunto. ¿Acaso no se dieron cuenta de que éramos muchos los ciudadrealeños y los españoles en general que estábamos pendientes del desenlace de la historia? Dejando a un lado la vía legal, desde la que parece que los dos bandos pueden hacerse pupa, sigo rasgando y me digo que tanto descaro sólo puede proceder del cerebro de un imbécil.

Estando como estamos con la crisis, ¿cómo se les ocurre facilitarnos tanta mala propaganda de su propia empresa? ¡Tenían que haber esperado un poco, hombre! Además, las personas imbéciles, por lo general, suelen disfrutar de las desgracias ajenas; por eso, un verdadero imbécil haría insoportable la vida laboral de Carlos Otto condenándole a adornar notas de prensa y poniendo bombas fétidas cerca de su puesto de trabajo para que todos sus compañeros piensen que Carlos Otto se ha tirado uno de esos pedos que pasan a la historia de los pedos. Aplicando este modus operandi diariamente, en un par de meses, Carlos Otto abandonaría el lugar a pesar del cual se ha formado como periodista.

Probablemente Otto, que de tonto no tiene un pelo, haría algo con tamaña extorsión (¡bombas fétidas!) e incluso podría llegar a los tribunales... Pero un imbécil siempre cree que tiene el plan perfecto porque también cree que es más listo que nadie. Un imbécil actuaría con lo que para él es “precaución” y,por lo tanto, la posible denuncia por extorsión laboral no se le antojaría como un verdadero problema.


De cara a Carlos Otto, el imbécil podría haber fingido no estar al tanto de las “barbaridades” que el susodicho suelta por esa página suya con la que se entretiene y, pasado un tiempo, podría haberlo puesto en la calle aduciendo recorte de plantilla y antigüedad ─para ello sólo tendría que quitarse del medio previamente a la última persona contratada después de Carlos Otto, lo cual no supondría ningún tipo de conflicto para un imbécil (porque los imbéciles tampoco tienen escrúpulos, claro)─ .

Es probable que, también en este hipotético caso, a Carlos Otto la reducción de plantilla le oliese un poco mal y el imbécil no desdeñaría la opción de que, una vez más, Carlos y su blog difamasen y calumniasen acerca de su despido proponiendo otras causas diferentes a las alegadas por sus superiores. Aún así, el imbécil seguiría creyéndose con el plan perfecto y, bueno, en algún momento de lucidez, caería en la cuenta de que se hubiese armado mucho más revuelo con un despido inmediato. El "recorte de plantilla" no ha sido la mejor opción pero podría haber sido mucho peor, diría el imbécil para sus adentros.

Aliviada tras comprobar que un individuo de la talla de Carlos Otto-Reuss Cantón no se las está viendo con un imbécil, me pregunto qué clase de persona ha ordenado su despido inmediato.

Y ninguna respuesta me convence, caracoles. Eso sí, sobre lo que no me cabe la menor duda y rabia es qué somos nosotros para ellos, para esta clase de malos en general. Ellos nos tienen por imbéciles y juegan con ventaja porque somos más y hay más probabilidades de que entre nosotros se encuentre algún imbécil de verdad. También juegan con nuestra memoria que tiende a olvidar lo que no nos afecta en primerísima persona y, por supuesto, juegan con la simultaneidad. Porque, mientras todos tenemos los ojos puestos en el periodista despedido, dios sepa lo que se esté haciendo y deshaciendo con el aeropuerto de Ciudad Real.

Por eso no han fingido la más mínima consideración hacia la inteligencia y la sensibilidad del ciudadano de a pie que ha sido testigo del caso "Otto" en el que, antes que el despido, estaba la denuncia de los trapicheos de cuatro malnacidos. Porque ni la tienen, ni la necesitan.

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