A veces me da frío al pensar en la impunidad de los ojos que me rodean y me juzgan a su antojo. Sus ojos, caracoles, los ojos de mis amigos y de mis vacantes. Los ojos de Janet y Katharina. Los ojos de mis compañeros en el kinderdorf. Los de mi tilín. Los ojos del que fue mi imposible, por supuesto. Los de Amelia y Ana. También los de Edurne, y eso que aún no han visto más que las entrañas de mi hermana (va a ser niña, caracoles).
A pesar de que no suelo concederle demasiada importancia a la opinión de los demás, he de reconocer que me incomodan según qué interpretaciones sobre mi persona. “El ojo que ves no es ojo sólo porque tú lo miras, es ojo porque te ve”, lo dijo Machado y en Un mundo mejor para los caracoles también lo hemos dicho alguna que otra vez. No somos sólo lo que nosotros creemos que somos, también somos (en parte) lo que los demás ven en nosotros, es cosa de catecismo.
Como ven, no vengo a ofrecerles ninguna novedad. El que se tiene por tímido y siempre acaba siendo el alma de la fiesta. La insegura que inyecta coraje y decisión en sus amigos. La profunda romántica que folla en los servicios. El cerebro privilegiado que no da un palo al agua. Los corazoncitos buenos que se disfrazan de ogros para que nadie vaya a robarles el mes de abril. Los malos que se fijen buenos para comerse el almuerzo de nuestra abuelita. De esto, sabemos todos, ¿verdad?
A mi puta bola, decía siempre mi hermano Raúl, yo voy a mi puta bola. Y a su puta bola fue, vaya sí lo fue, pero no por ello consiguió librarse de los ojos que eran ojos no sólo porque Raúl los miraba, sino que eran ojos porque miraban a Raúl.
Como podrán deducir, todo esto viene a cuento de mi final indefinido en Alemania. Cuando mi madre lea este post, me dirá que la culpa es de mi forma de vestir y de la falta de rimel en mis ojos y, probablemente, tenga su cachito de razón. El caso es que algo así como el 90% del kinderdorf no ha visto otra cosa más que a una jovencita con muchos pájaros en la cabeza en mi persona y, sin agobiarme demasiado, me pregunto el porqué de esa interpretación. Yo no niego a los pájaros de mi cabeza (“El ojo que ves no es ojo sólo porque tú lo miras...”, ya saben) pero estoy segura de que no soy sólo eso.
Y mientras ninguna respuesta termina de convencerme caigo en la cuenta de que estas cosas pasan y punto. Nuestros ojos y los ojos de los demás no ven de la misma manera ni con la misma intensidad y eso puede llegar a ser realmente hermoso y constructivo y también puede ser, sencillamente, una mierda. Sobre todo cuando una se ha entregado limpiamente a la causa de entregarse. Afortunadamente, con la misma ausencia de lenguaje, me he ganado a un 10% del kinderdorf y a un puñado de amigos y vacantes. No está mal del todo, ¿no?
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Ay caracoles, disculpen el exceso de pseudo trascendentalidad y egoblog de mis últimos caracoleos. Entre la dignidad de los finales y mi ordenador roto, Un mundo mejor para los caracoles no atraviesa uno de sus mejores momentos. Ala, ya me he echao la bronca yo solita :)
Sin noticias de Palestina
Hace 20 horas
1 comentario:
En eso de que "el ojo que ves tatatá" he pensado que la clave de tu refutación se basa sobre todo en dar por hecho que "el ojo que te ve" es otro. Otro=uno que no es mío. Puede que me equivoque (siendo además el cerebro privilegiado que cuentas en tu entrada ; )(doble paréntesis: sé que no soy ése y digo "sé":p)), pero... la clave de mi subrayado (porque subrayo "el ojo que ves no es ojo porque lo miras, es ojo porque te ve") es que ese que te ve es el tuyo, o el mío, o el de cualquiera que se mire al espejo. Mirarse al espejo y hacer lo que veas. Eso es.
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