martes, 24 de marzo de 2009

Y tú, ¿de quién eres?

El origen de los orígenes, caracoles. ¿Cómo piensan que empezó todo? Yo, personalmente, no suelo hacerme esta pregunta todos los días (tampoco lo hago en fiestas de guardar). Las teorías científicas al respecto me aburren; las religiosas, sin más, me entretienen y, bueno, convengamos que, en mi jerarquía de cuestiones a resolver, los orígenes del mundo y del ser humano no están en el top ten de mi lista.

Sin embargo, hace días que vengo dándole vueltas al asunto. Todo empezó cuando Funda le preguntó a Aga acerca de la versión bíblica del comienzo de los comienzos: la Tierra inundada de agua, los seis días de trabajo y el séptimo de descanso del omnipresente... Ay, resulta que la versión munsulmana, en líneas generales, narra la misma historia y coincide con puntos y comas en el chascarrillo del paraíso, Adán, su constilla, Eva y la manzana.

Yo escuchaba con delectación a mis compañeras de autobús, como suele suceder cuando se habla de libros. Qué de simbolismo, qué de imaginación. Esos textos son las primeras muestras de escritura colectiva, me decía yo para mis adentros. A puntito estaba de perderme en una de mis frecuentes reflexiones sobre el porqué y para qué de la literatura cuando Aga, que además de católica es geóloga, dijo:

-Aber das könnte nicht so sein (Pero eso no pudo ser así).

Es científicamente imposible que el planeta Tierra estuviese inundado de agua, me lo han dicho en la universidad.

-Claro, eso sólo es literatura, dije yo.

Funda apeló a la cuestión de fe y, Corán en bolso, dijo que nosotras no estuvimos allí para verlo. Dijo que quizá todo fue verdad, warum nicht?

-¿Por qué no? Porque está demostrado que no pudo suceder como dicen que sucedió en los libros sagrados, dijo Aga. Y aquí me van a disculpar pero mis conocimientos de alemán no me permitieron retener del todo la esencia de la teoría geológica al respecto.

Entonces llegó ese momento de la conversación en el que Aga y yo nos discutimos el poder de la verdad. Me encanta hablar con ella sobre religión, caracoles. Nuestras conversaciones se suceden en el tiempo y pueden llegar a durar semanas y semanas (siempre con interrupciones, claro). Y si hace poco yo me hice con la corona de laurel al dejarla sin palabras tras preguntarle “¿por qué católica y no judía o musulmana?” Esta vez ella se lanzó a mi yugular en el autobús y, tras la lección de Prehistoria, repitió con retintín mi “claro, eso sólo es literatura” y añadió:

-Nata, tú crees en las hadas.

Yo hice ademán de contestarle que se trataba de un símbolo más de la actitud positiva que intento mantener. Sin embargo, reparé en mis asuntos de fe en general. En muchas de mis creencias abusrdas e infundadas que, con todo, no dejan de ser eso: creencias. Caí en la cuenta de que también gran parte de ellas las he sacado de algún que otro libro de literatura, algunas ocupan un casi inofensivo papel simbólico en mi vida y otras, a pesar de lo absurdo e infundado de su concepción, son lo que les digo: creencias.

Por eso me limité a dedicarle media sonrsia a Aga mientras le cedía la corona de laurel. Porque mientras nuestro autobús aparcaba en la estación yo comprobaba que habíamos llegado a destino con tres minutos de retraso y eso, para mí, significaba que no debía enviar el sms que había escrito antes de enzarzarnos en aquella conversación, cuando yo andaba perdida entre algunas de mis absurdas e infundadas creencias.

Tú crees en las hadas, dijo. Maldita sea, casi me deja sin argumentos.

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