¡Hola, caracoles! Creo que no les he llegado a contar del todo los motivos por los que, desde una pausa a esta parte, ya no acepto, ni cancelo, ni actualizo. Yo, ahora, “Zamknij” o no “Zamknij”. Quiero decir que mientras la placa base de mi ordenador muere lenta y dolorosamente, ustedes y yo mantenemos nuestra relación gracias a la caridad y la incompatibilidad de horarios de mis compañeros de casa.
Y como no hay dos sin tres, ni tres sin cuatro, después de mi computadora, vinieron mi móvil español y la jarrita eléctrica que inaugura la hora del té en Hamelner Strasse 1, mi casa. Espero que la quinta no sea el aparato que hace latir mi corazón, oh.
No obstante, yo a veces soy una persona positiva y risueña y, por lo tanto, encajo estas pequeñas incidencias como si de regalos divinos se tratasen. Alabado sea el Señor, que ha permitido que mi puente de conexión con la realidad española se resquebraje considerablente y me ha enfrentado a otra no mucho más agradable: la ilegilibilidad de mi caligrafía.
Me convenzo de que no pasa nada, tarde o temprano regalarán ordenadores por cuatro perras y el asunto estará resuelto y también intento convencerme de que no las necesito. Yo no necesito a las máquinas. Y entre tanto pensamiento positivo y tanta florecita, ahora las miro con cara de mala leche: caracoles, yo odio a las máquinas.
Descubrí este negro sentimiento el otro día mientras me disponía a enchufar mi Silk epill. Resulta que al principio le costó empezar a abrir y a cerrar esas pequeñas pincitas con las que dolorosamente tendría que arrancar los cabellos de mis piernas y ahí fue cuando dije para mis adentros: os odio a todas, máquinas.
Luego reflexioné acerca de ese mi desprecio y caí en la cuenta de que, en este caso, mi repudio podía hacerse extensible a la cera (fría y caliente), a las pinzas tradicionales y a las cuchillas. La cosa no iba tanto en contra de las máquinas, sino más bien en contra de la depilación. Odio la depilación, caracoles, y la odio tanto que he decidido dejar de depilarme, ea.
Habida cuenta de todos los atentados que la sociedad ha perpetrado en contra de mi persona, la imposición de un canon de belleza que exige la ausencia de pelo en las piernas femeninas se me antoja un tanto baladí. Cierto es que, si me paro a pensar en el dinero desembolsado y las lágrimas vertidas (sobre toco cuando de las cejas se trata), puedo llegar a manifestar ciertos síntomas de enfado y a veces, incluso, puedo llorar y lamentarme por tamaña condena. ¿Por qué me veré más guapa sin pelos en las piernas, caracoles? ¿Por qué?
¿Quién es el desalmado que se esconde detrás de los cánones de belleza? ¿Quién condiciona nuestra concepción sobre lo bonito y lo feo? Porque yo no reparé en que “tenía que” depilarme hasta bien entrada la adolescencia, cuando mis compañeras de pupitre ya habían subido de tramo dejando a un lado el afeitado a escondidas y entregándose al buen hacer de los gabinetes de estética.
Y empecé a depilarme yo también, caracoles.
Durante todos estos años no he podido evitar poner cara de vinagre cuando me he topado con una de esas hippies que lucen con toda la naturalidad del mundo su numeroso vello corporal sin el menor atisbo de complejo, sino más bien de todo lo contrario.
¡Yo también quiero ser guay! Quiero ser más natural y quiero cambiar mi concepto sobre la belleza para con este tema. ¿Creen que se puede cambiar tal concepción? Quiero decir que, cuando algo te parece bonito, te parece bonito y sanseacabó y, encuanto a lo feo, tres cuartos de lo mismo ¿no? Ay caracoles, y a mí me da cierto repelús mirar mis axilas cuando empiezan a poblarse en exceso. Estoy realmente consternada.
Ahora intento convencerme de que dejarme los pelos largos será un síntoma más de que he aprendido a quereme y a aceptarme. Quizá mirando desde esta perspectiva puede que consiga contemplar lo bonito de este asunto. Lo bonito por natural o lo bonito por trabajado, ¿qué prefieren ustedes?
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3 comentarios:
"No tengo pelos en la lengua... porque tú no quieres".
Siento estropearte el post con tamaña estupidez, pero no he podido evitarlo. Y aunque te parezca mentira ahora me estoy descojonando de la risa xD
Muchas gracıas por tu aportacıòn, Carlos.
He de reconocer que yo tambıèn me he reìdo xD
Otto!
Yo también quiero reírme! Yo también quiero reírme! (Muy típico mío, ¿no?) Oye, pour quoi pas?
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