lunes, 1 de septiembre de 2008

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


Estuvo Juanair, estuvo Saudade, estuvieron todos los Alarcón Mosquera (menos Álex). Fue en la huerta de mi padre, fue donde mi sobrina Andrea me pidió ayuda para construirle un mundo mejor a los caracoles y todo fue verdad, como siempre. La paella de mi madre esta vez reajustó las dosis de mis humores: menos miedo, más alegría, soledad, sí, pero relativa. La paella de mi madre también me devolvió a la perspectiva que mantuve sobre mi futura estancia en Alemania desde que concebí la idea hasta hace unos días, cuando la idea se fue acercando cada vez más. Era eso, había perdido la perspectiva pero ya la he recuperado, caracoles. Qué no arreglará…

Un tanto exagerada mi entrada anterior, ¿no? Sí. Tenía que caracolear ese asunto, el del momento “aeropuerto” y no intenté engañarnos (ni a ustedes ni a mí), lo prometo. En aquella tarde tristona en la que recogía mis últimas huellas en Albacete sentí que lo vertido en la entrada anterior era el caracoleo adecuado pero no, no lo era.

Ahora que ha pasado me doy cuenta de que caracolear el momento “aeropuerto” fue saber pedir ayuda a tiempo, que a veces (a tantas veces) también es necesario. Se vive mejor sin proponerse expectativas que impliquen la acción de los demás. Al cabo, es como debe de ser, ¿no? Se vive mejor cuando los demás te regalan un detalle o reparan en el detalle con el que a ti te gustaría ser detallada. Así debería ser, supongo, para vivir en una mayor armonía con uno mismo y con el entorno. Reconozco que, a día de ayer, ése era mi objetivo y, de alguna manera, lo sigue siendo pero con un pero, claro.

Durante un tiempo envidié a esa gente que no tiene jerarquías sentimentales ni afectivas. Esos hippies que todas las cosas en su justa medida aman y, como tal, todas les resultan igual de bonitas. Yo tengo mi cantera de prójimos, como decía Benedetti. Son prójimos porque lo son y porque, además, me regalan más de un detalle y reparan en el detalle con el que yo quiero ser detallada. Yo hago lo mismo con ellos. Y, además, si no nos regalamos o no reparamos existe el amor suficiente como para decir: “es muy importante para mí no ir sola al aeropuerto”.

¿Saben qué es lo mejor de toda esta historia? Según pasaban los segundos en los que mi hermano Alberto y mi madre me preguntaban a qué hora tendríamos que salir de casa para ir a Barajas, yo empezaba a sentir un algo en el cuerpo, una sonrisa en la boca y una lágrima en el ojo y entonces, antes de decir “a las 7.00 a.m.”, sentí el amor suficiente como para decir que “no es tan importante para mí ir sola al aeropuerto”.

Esto sí es caracolear. Quien lo probó, lo sabe.

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¿Y Blas?

1 comentario:

bliss dijo...

no me borres hombre, si para mí es un honor aparecer aquí, entre paellas y caracoles (@) :D