sábado, 6 de junio de 2009

En primera persona: Un personaje en busca de autor

Si usted llega a leer esto, yo habré conseguido mi objetivo y probablemente esté entre rejas. Quizá haya corrido más suerte, todo depende del autor o autora de este libro. En el mejor de los casos, esa persona habrá llegado a comprender la esencia de mi misión, puede que quiera ser mi amigo o incluso algo más que un amigo, quién sabe. En el peor de los casos, como le digo, acabaré en la cárcel de nuevo.

No exagero, no. Ya llevo tres condenas a mis espaldas. El segundo escritor con el que traté comenzó compadeciéndose de mí, luego quiso ser mi amigo y acabó denunciándome al igual que hicieron el primero y la última.

Ya nunca más quiero ser real, mi sueño es convertirme en un personaje de ficción. Me da igual el argumento de la obra, no me importa ser el malo o la fea. No me importa lo más mínimo, de verdad. Sólo quiero un argumento distinto al que tengo y ya nunca más ser de verdad.

Ahórrese los consejos, no será usted el primer lector que intente hacerme cambiar de opinión. Nadie quiere entenderlo: yo no busco una vida interesante repleta de altas o bajas pasiones, con idas y venidas de otros personajes. No. No quiero hacer de mi vida un cuento de hadas, una comedia o un drama. No tengo valor suficiente para hacerlo y, si me apura, ni tan siquiera tengo ganas de intentarlo. Cuesta demasiado trabajo vivir intensamente, por eso me gustaría ser un personaje de ficción.

Quiero que un escritor haga ese pequeño esfuerzo por mí y me conceda un argumento interesante. ¿Acaso eso es mucho pedir, lector? Parece que sí. Tuve la mala suerte de ir a dar con uno de esos escritores puristas la primera vez. En aquella época él escribía una novela sobre un tipo que se marchaba a Dublín a trabajar en una universidad y también andaba metido en estudios sobre crítica literaria. Yo aparecí en su texto en calidad de amigo irlandés que hace más llevadera la estancia del protagonista ─estará de acuerdo en que elegí un papel más que modesto, ¿verdad? ─- bien, pues, no le hizo ni pizca de gracia. Así como lo lee.

Cuando me descubrió entre sus líneas, montó en cólera y no quiso escuchar mi explicación. Colarse en mi novela, menuda desfachatez, me dijo una y mil veces. También me dijo que no podía ir por ahí contaminando el delicado trabajo de un escritor y que quién me había creído que era. Llamó a la policía y pasé tres meses en la cárcel. Allí sólo había poetas, ni rastro de novelistas, siquiera cuentistas.

El segundo era una buena persona y además era uno de esos artistas pasionales ajenos al manual de teoría literaria; escribe novelas de amor pero a mí eso me daba igual. Cualquier argumento me sirve, incluso el amoroso. Quise ser uno de los deslices de Marie antes de que ella se atreviese a aceptar su homosexualidad pero el escritor no contaba conmigo y, claro, se asustó al verme en su borrador. Primero quiso sacarme del argumento aunque, a diferencia del escritor purista, me dio la oportunidad de explicar la razón de mi intromisión. Como ya le he dicho, al principio me compadecía, luego quiso que yo fuese Marie, la protagonista.

Aquello no era sano, había algo extraño en ese hombre. Me veneraba, me regalaba flores y me prometió no defraudarme con la asignación de un argumento nuevo. Él haría de mí todo un personaje de ficción. Llegó a retorcer el hilo de la historia de tal forma que Marie acabó acostándose con el mismísimo escritor, que también hizo acto de presencia en la obra. Me denunció por despecho, no podía consentir que Marie no llegase a enamorarse del todo de él.

Volví a la cárcel. En un intento desesperado por convertirme en un personaje de ficción de una vez por todas, me decidí a escribir yo mismo la novela en la que concederme un nuevo argumento. Lamentablemente no se puede ser médico y herida al mismo tiempo; además, he de reconocer que no supe por dónde empezar la que sería mi primera obra. Ni modo, seguía necesitando que un escritor me hiciese el pequeño favor de convertirme en ficción.

La tercera fue una intelectual. Antes de llamar a la policía quiso ridiculizarme haciéndome una prueba de nivel; me prometió que si superaba un examen de cultura general, estudiaría la posibilidad de hacerme personaje de su novela. Consiguió ridiculizarme y yo todavía escucho sus carcajadas dentro de mi cabeza. Parece ser que no acerté con ninguna de mis respuestas sobre cultura general.

Acabo de salir de la cárcel. La policía me ha advertido que no vuelva a reincidir en mi delito o la próxima vez mi estancia en prisión será mucho más larga pero a mí, lo mismo me da. O personaje de ficción o nada, no me importa volver a la celda.

Es la primera vez que utilizo mi realidad para convertirme en ficción. Quiero decir que las otras veces entraba en el texto directamente reencarnado en un personaje concreto. No obstante, la experiencia me dice que los escritores no gustan de la espontaneidad de los demás. Por eso he decidido que a partir de ahora confiaré mi sueño y mi esperanza a la bondad o al criterio del escritor en cuestión, sin intentar engañarle ni perturbar la concepción de su obra inicial.

Quizá el escritor o escritora de este libro me ha convertido en psicólogo o en asesino, en ese caso usted no llegará nunca a saber de mí existencia real (me encantaría que fuese así), puede que usted ahora está leyendo íntegramente la carta que dejé en el borrador de En primera persona o quizá el autor la haya modificado para adaptarla a su obra, quién sabe. Sea como fuere, si usted llega a conocerme como psicólogo o asesino, íntegramente o en versión adaptada, mi sueño se habrá cumplido: Me habré convertido en un personaje de ficción y ya nunca más seré real. Puede que haya vuelto a la cárcel o puede que esté tomando un café con el escritor o escritora de este libro.

3 comentarios:

ottoreuss dijo...

paellaaaarrll

ottoreuss dijo...

Perdón, creo que no lo dije antes:

Paellaaaarrll

¿Quién? dijo...

jo, pues no me ha dado tiempo :(