domingo, 2 de noviembre de 2008

Ajuste de cuentas

Hay dos cosas que me gustan especialmente de Mercadona, nuestro supermercado de confianza: los yogures de tarta de frambuesa y el hecho de que a los ochos años de vida se derribe el supermercado en cuestión y se construya uno nuevo en su lugar. Eso sí, he de decir que yo pondría más trocitos de frambuesa en el yogurt, de la misma manera que mis conocimientos de arquitectura y yo consideramos un derroche innecesario llegar hasta tal extremo (¡derribar el supermercado y construir uno nuevo!) habiendo tanto manitas como hay por el mundo.

No obstante, mi cuñada Rocío, empleada de Mercadona en Socuéllamos, me cuenta que la instalación está para el desguace: averías eléctricas, puertas frigoríficas que sólo se abren con el famoso "golpecito" y grietas por todos lados.

A mi cuñada le parece una excelente decisión lo del derribo y cuenta nueva para atajar esa maldita costumbre que tienen los desperfectos de desperfectarse a su antojo, sin la más mínima pretensión de guardar un orden o buscar cierta simultaneidad: un día hay que llamar al fontanero, otro al albañil… y así no podemos estar, Nata. Derribo y cuenta nueva.

No voy a proponer que acabemos con todo lo establecido y empecemos de nuevo porque, a pesar de que vivo en Un mundo mejor para los caracoles, tengo los pies en la tierra y no consigo encontrar la manera efectiva de trasladar el sistema menéame (que también tiene sus achaques, claro) a la carne y al hueso. Pero lo seguiré intentando.


Tampoco estoy llamando a esa anarquía a la que tantos temen. Creer en la anarquía es creer en el ser humano y, desde luego, viendo lo mal que hemos construido este mundo durante siglos y siglos y, sobre todo, viendo lo nada que hemos aprendido de los errores del pasado yo no apuesto un solo duro ni por ustedes, ni por mí.

Y no seré yo quien llame a la desobediencia (aunque ellos tampoco obedezcan demasiado). Llamo al cuestionamiento de fondo y a la actuación en consecuencia. Siempre ha habido estudiantes que en primer lugar asimilan los aspectos más concretos para, posteriormente, crear la visión de conjunto del temario y estudiantes que primero entienden o aprenden el marco general y luego pasan a las particularidades. Para gustos, colores.

Ya hemos denunciado y meneado lo sucedido: ya nos hemos manifestado. Y lo hemos hecho individualmente. A favor o en contra. Con nombre, pseudónimo o anónimo. Cada uno desde su ordenador se ha posicionado públicamente ante lo sucedido. Y ahora resulta que para poder hacerlo en carne y hueso tenemos que esperar a un colectivo que medio represente la denuncia que nosotros ya hemos denunciado (si es que llega a medio representarla o si es que ese colectivo aparece).

No digo que nos saltemos las reglas, digo que busquemos alternativas. Al fin y al cabo, eso es lo que hicieron las personas que en su momento lucharon para que hoy otros podamos manifestarnos en la calle sin temor a represalias de ningún tipo. Lo hicieron porque cuestionaron el orden establecido de cabo a rabo. No digo derribo y cuenta nueva porque no somos ningún supermercado de confianza digo que cuestionemos el marco general, hagamos las relaciones pertinentes y actuemos en consecuencia.

Y hasta aquí el “Yo también soy Carlos Otto” de Un mundo mejor para los caracoles.

Ay madre, ¿no me estaré volviendo punk?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

estoy con usted, caracola...

siempre me dió mucha rabia eso de que para poder hacer algo que en teoría es un derecho haya que pedir permiso...8/
si ya lo dijo einstein... libertad relativa? es eso libertad?

mi libertad termina donde empieza la de los que mandan - y no me vengan con el rollo ése de la democracia porque nosotros decidimos quién gobierna pero después impera la manga ancha-

pues eso, que mi libertad acaba ahí y pienso yo, que tal y como están las cosas, mi libertad no tiene demasiado espacio para expresarse...
ains, pobrecica libertad :(

mayte

Anónimo dijo...

¿Dónde estaba la gente? La quedada-butifarra ha sido un desastre, sólo estaba 1 persona!

¿Quién? dijo...

Pues no sé dónde estará la gente. Yo estoy en Alemania llorando de impotencia e intentando convencerme de que lo he intentado todo para subirme al puto avión que debía haberme aterrizado anoche en Barajas.

En Barajas, claro.