El pasado agosto introduje un concepto en mi vida que, hasta la fecha, me ha ayudado enormemente: el de las necesidades extrañas. Bajo este título me he atrevido a dar pasos y a decir palabras que, dada mi tendencia paranoica, nunca hubieran sido si no me hubiese dicho “esto es una extraña necesidad, sin más. Adelante”.
En agosto escribí una carta al profesor que decidió cambiar el criterio de evaluación para aprobarme la asignatura que me condenaba a septiembre. Yo hice muchos méritos para conseguir una plaza en la convocatoria extraordinaria pues mi examen estaba más que suspenso y, por ello, no entraba en mis planes someterme a la humillación de revisar mi examen. me moría de vergüenza con sólo recordar las incoherencias que había escrito e intuía que allí –delante de un profesor al que admiro profundamente- me derrumbaría. Con todo, acudí a la cita porque el mismo profesor me pidió que asistiese.
Fui y ese hombre vio la desesperación en mi rostro. Filología Hispánica se había convertido en uno de los símbolos del mal para mí, era incapaz de hablar en público, no podía escribir absolutamente nada, ni tan siquiera podía seguir el esquema más básico (sujeto, verbo y predicado). En fin, estaba muy hundida en mi mierda.
Tengo la impresión de que en 5 minutos ese profesor se percató de todo. El problema no era que no hubiese estudiado o que no tuviese la capacidad suficiente para aprobar esa asignatura; el problema, en mi vida en general, era que estaba completamente bloqueada, acomplejada. Como os digo, ese hombre se dio cuenta de que septiembre no sólo era una putada o un aplazamiento para conseguir un título, era una cuestión vital. Sentía la necesidad de pasar página y encontrar alguna motivación para caminar, de una vez por todas, con alegría. Y me aprobó.
Meses después tenía la extraña necesidad de agradecerle el gesto y decirle que no fui a llorar a la revisión, lloré, que no es lo mismo. En aquel despacho me derrumbé como tantas veces lo había hecho en mi habitación o en la de Sonia. He sido demasiado dura y cruel conmigo misma y eso no se vale. Escribí una carta interminable y la mandé a su correo de la universidad. Le contaba todas mis miserias y le agradecía una y mil veces haberme permitido salir de un infierno en el que no sólo habitaba la carrera pero, eso sí, tenía un peso importante. Sinceramente, la situación era tan crítica que no sé si me hubiese presentado en septiembre, si me hubiese ido a México o si hubiese conseguido ser feliz, de haber tenido aquel septiembre. Estaba ciega y anulada totalmente.
En la carta también la decía que el borrón y cuenta nueva a veces es sólo una tapadera que tarde o temprano vuelve a abrirse pero a veces no y sólo ahora, en la ilusión de equilibrio en la que vivo, puedo encargarme de transformar esa tapadera en una realidad. Ahora soy otra cosa y me gusta, le dije a mi profesor.
Llorar (no llorarle, llorar) en aquella revisión fue una extraña necesidad, como también lo fue escribirle mis memorias a ese profesor o los “i can´t believe it” con los que le iba a mi imposible, así como otros tantos pasos o tumbos que voy dando ahora. Creo firmemente que una de las mejores apuestas que he hecho desde que vuelvo a ser persona, desde aquel agosto, ha sido introducir el concepto de necesidad extraña en mi vida. Gracias a él me atrevo a casi todo y dejo pocas cosas en mi tintero personal. Y es que lo que sale puede oler mal, pero lo que está dentro se pudre.
Al cabo, todo se resume en que, ahora, tengo la extraña necesidad de ser una persona feliz y ahí caben muchas cosas.
¡Que tengan un buen día, caracoles¡
Foto: Que no son gigantes, son molinos...
4 comentarios:
Me apunto a tener necesidades extrañas o a tachar mis necesidades de extrañas, impropias y ajenas. Una necesidad extraña es publicar lo que realmente hay que decirse a uno mismo. Otra es, sin duda, decidir continuar cada uno en su burbuja con su i.guión.pod porque el mundo ya no tiene nada que decir o porque no nos interesa lo que nos tiene que decir. Otra necesidad es la comunicación con la gente. Otra necesidad (aunque no es tan extraña) es darle patadas a la carrera y dejarla a las espaldas... y así, todo se convierte en una necesidad más impropia que propia...por ejemplo, ¿por qué no buscarle un mundo mejor a los caracoles?
Te extraño...
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=ajena
Y mientras no son gigantes, re-quesón manchego y molinos!
A estas alturas y desde las mismas creo que sólo puedo decirte que tras cada caída el caballero logre levantarse y reírse como ya lo has hecho tú. Remembereamos juntas¿?:
Timbre.
Puerta.
Manos en la boca.
Manos en el pelo.
Mesa camilla.
Ordenador.
Subrayado en amarillo.
No puedo.
Estás ciega.
Cereales.
Agosto.
Un día como hoy:
Un te acuerdas interrogante.
Silencio -por el respeto que merece el recuerdo de un momento así-.
Carcajadas -que tú empiezas-.
Más cereales.
Y el pelo creciendo... al sol, sol sol.
CE RE A LES, CE RE A LES!!!
Necesidades extrañas.
cbllyw (¿o será v v?)
Llevo un tiempo leyéndote y siguiéndote y me encanta comprobar lo bien que has crecido y madurado. Sigues siendo la misma, pero ahora no te empeñas tanto en esconderte. Bueno, para ser sinceras, una cosa ha cambiado, ahora escribes muy, muy bien. Un beso. Esther (yo hace un tiempo que ya abandoné mi blog porque ya no hay tiempo para tanto... ¡cómo nos cambia la vida a tod@s! jajaja)
gracias, pedroche de mi corazón.
Todo un honor tenerte por aquí. Y, ya sabes, sin una buena base no se sostiene la columna. A ti, también, te lo debo.
Publicar un comentario