lunes, 14 de abril de 2008

Qué no arreglará la paella de mi madre



El viaje ha sido todo un éxito, caracoles. Como reza el título, qué no arreglara la paella de mi madre, me pregunto. Al principio, tanto invasores como invadidos se mostraban reticentes a dejar sus ocupaciones para degustar uno de los manjares más exquisitos de la gastronomía española. Además, no entendían por qué estábamos allí y, sobre todo, por qué era gratis. Nosotras sólo decíamos “free, free” y ellos “free?” y nostras “yes, free” y ellos “free?” de nuevo hasta que mi madre le dijo al primero que tuvo la suerte de degustar la paella “toma y calla, anda”.

Calló y comió y, poco a poco, los demás se fueron acercando a la paella. Al principio el ambiente estaba un poco tenso: la gente comía sin apenas mirar el plato, los invasores observaban a los invadidos y, viceversa, los invadidos no quitaban ojo a los invasores. Hasta que saqué mi guitarra y me arranqué por bulerías; entonces pasamos a ser un grupo numeroso de gente pasando un buen rato. Tenían que haber visto a Amelia, una gallega con duende, bailando flamenco.
La despedida cumplió con los requisitos mínimos que se le exigen a una despedida. Es increíble cómo en tan poco tiempo todos nos cogimos tanto cariño. En cuanto les comunicamos la petición de acercar a los soldados a EE. UU. que nos había hecho Bush todos se pusieron a dar saltos de alegría y se abrazaron como hermanos con lágrimas en los ojos. Los invasores a los invadidos y, viceversa, los invadidos a los invasores. Mi madre y yo contemplábamos la escena y pensamos que era normal, quieras o no han sido cinco años juntos…
Finalmente no nos acompañaron. El soldado Smith nos dijo que el viernes que viene le toca ir a su madre (cada semana va una madre estadounidense a Irak a dar abrazos y a dejarles ropa limpia y tupperwares cargados de comida) y habían decidido aprovechar estos días para hacer algo de turismo en la zona, comprar souvenirs y preparase psicológicamente para la vuelta. Se irían en el avión privado de la Sra. Smith.
Pero qué turismo vais a hacer, cabeza de chorlito, si habéis arrasado con todo. Hay que ver cómo son estos americanos. En fin, a nosotras nos encantaría quedarnos más tiempo pero tenemos que llegar a Socuéllamos antes de las 10. Unas lagrimejas más y pal´pueblo que, como cada domingo, queríamos estar en nuestros sofás con café y pijama a las 22.15 para ver “Aida”.

No hay nada mejor que acabar la semana con un efectivo humor facilón, por eso Aida es uno de los rituales de domingo; como comprar El País para hojear el cultural que, alguna que otra vez, nos sorprende gratamente y leer a Javier Marías y a mi gran amiga Elvira Lindo, que nunca me falla. Copio un fragmento de su artículo de ayer:

A propósito de Charlton Heston

“Si ese hombre hubiera muerto en los primeros setenta, se la habría recordado por "El planeta de los simios" y por ser un activista de los derechos civiles de los negros, si hubiera muerto en los noventa, por eso y por liderar la defensa de las armas de fuego (que aquí tienen una connotación cultural sobre la que habría que escribir alguna vez en serio), pero ha muerto después de que el megalómano de Michael Moore le faltara al respeto en su triste vejez desmemoriada. Todo para alegría de miles de pacifistas del mundo que, en su versión más fanática, entendían que la falta de piedad está justificada si se trata de defender la causa”.

Si Bush hubiese muerto después de retirar a Sadam, el dictador que fue colocado como tal por el mismo Bush se le hubiese recordado por… no, bajo ningún concepto, la falta de piedad, corazón y sentido común justifica las supuestas causas de este desalmado.

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