jueves, 17 de abril de 2008

Nos fuimos de excursión


¡Buenos días a todos!

¿Les confieso una cosa? No soy tan parásito como les cuento: además del pellizquito que me regaló la universidad, doy clases particulares a niños con madres desesperadas por la formación de sus mochuelos. Les presento a Laura, Alba, Josema y Raúl, de 10. 13, 14 y 8 años de edad respectivamente. Estos son mis cuatro alumnos particulares pero hoy sólo les hablaré de los dos últimos, los hermanos Trillo López, con los que paso tres horitas al día.


- Bueno, Josema, ¿por dónde empezamos? ¿Qué has suspendido?
- Seis pero he recuperado dos, ¿siempre vas así vestida? ¿me vas a dejar ponerte extensiones en el pelo?
- ¿Ein? ¿Empezamos por Educación para la ciudadanía?


Josema es buena gente pero es demasiado socuellamino y sólo le interesan dos cosas de lo que yo pueda decirle: qué vestido voy a llevar el día de la boda de mi hermana y cómo se llama mi novio. Ni tan siquiera pregunta si voy a llevar vestido o no o si tengo novio; quiere saber qué vestido me voy a poner y cómo se llama mi novio porque seguro, dice, lo conoce.


Josema se enorgullece de conocer a todos y cada uno de los socuellaminos socuellaminos, “a la gentuza de fuera no pero, de los del pueblo, no se me escapa ni uno”. Estuve por decirle que era lesbiana para darle un poco de vidilla a sus recreos y también para que empezase a aceptarse cuanto antes viendo la homosexualidad como lo más normal del mundo. No obstante, pensé en mi santo padre y no quise darle un disgusto con rumores falsos. Y es que, en Socuéllamos, lo que más se oye ─más que las obras o el afilador─ son los rumores.


Josema y Raúl no tienen absolutamente nada que ver. A Raúl tampoco le interesan lo más mínimo las clases (ni las oficiales ni las particulares). Bueno, le interesa relativamente el inglés… Caracoles, me he visto obligada a reservar los últimos 5 minutos de clase para formación complementaria de vocabulario: al niño le vale madres cómo se dice “zumo de naranja” en inglés, quiere aprender a decir “mierda, feo, tonto, pedo…”. Mis años de estudios pedagógicos, la fe en la educación y en el ansia de conocimiento que suponía habitaba en todo individuo, gozan en un pozo. Ais.


El caso es que no se esfuerzan demasiado pero algo van aprendiendo en las tres horas de atención académica personalizada y a las pruebas me remito: ¡han sacado sendos notables en la recuperación de lengua y literatura! Los felicité orgullosa y satisfecha por mi labor y decidí que nos merecíamos una excursión: aproveché que viven al lado de la “casa de la cultura” y los llevé a ver una exposición sobre el pueblo saharaui (¿a que no se imaginan dónde nos vamos este finde mi madre y yo?).


De esta excursión podrían extraerse cincuenta mil aspectos dignos de reflexión. Ante el “tú antes molabas” de Raúl, por ejemplo, deduzco que visitar un “museo” no es un buen regalo para un niño de 8 años y también deduzco que tampoco nunca lo ha sido para mí. Ni tan siquiera ahora, a mis 23 añitos con aires de cultureta. Las exposiciones contienen demasiada información y, por lo general, suelen hacerse en sitios tan fríos y asépticos que cuesta adentrarse en la movida que te quieren contar. Al menos a mí me pasa eso.


Les puedo asegurar que disfruté mucho más –y saqué mucho más jugo- observando “El jardín de las delicias” de El bosco en mi casita que cuando lo vi en el museo de El Prado. Disculpen mi frivolidad pero lo único que dije fue “uy, qué pequeño” principalmente porque tenía apenas unas horas para ver todo el museo y quería “disfrutar” de alguna obra más; además, sinceramente, no me apetecía dedicarle mucho más tiempo ese día a El Prado. Estaba saturada por tanta información. Demasiados detalles.


El caso es que me dio la impresión de que Josema y Raúl hubiesen preferido que les metiese la matraca con los análisis sintácticos y el vocabulario políticamente correcto del inglés, en vez echar un vistazo a la exposición y contarles la historia de Shaia, mi alumna saharaui favorita.


No hay comentarios: