Supongo que el origen de toda esta reflexión radica en La cultura del miedo de Noam Chomsky, libro que me acompañó en el viaje de ida a Japón. No obstante, yo soy de las que necesitan pequeñas muestras concretas para entender cualquier totalidad y, de golpe y porrazo, me encontré con el ejemplo perfecto cuando intentaba llegar al centro de Tokio desde la parada de Katikama.
Aprovecho para contarles que tengo varias limitaciones ridículas, a destacar: soy incapaz de sintonizar la emisora de radio que quiero escuchar y no me oriento ni con el mejor de los GPS. El caso es que me perdí y, sin agobiarme demasiado dado que ya he aprendido a vivir con mi brújula mal configurada, pregunté cómo habría de llegar a la zona de las tiendas. No falla, basta con decir “¿le importaría decirme dónde está...?” para ver la cara de espanto del buen samaritano que nos ayudará a llegar al sitio en cuestión después de decir los dos o tres comentarios gratuitos de rigor:
-Uf, eso está muy lejos. ¿Vas andando? Ay madre, es que está muy lejos, de verdad.
Ésta es una de esas situaciones que me irritan hasta no se imaginan dónde. Como se trata de un buen samaritano que ha decidido detener su camino para ayudarme, sería muy descortés interrumpirle para repetirle “ te he pedido que me digas cómo puedo llegar a Katikama, tus nociones sobre el espacio me la repampinflan”. Y eso, si no se lo decimos, es única y exclusivamente porque sería descortés, no por falta de ganas de hacerlo.
Y si esto no falla, la constatación posterior de que el sitio que buscábamos se encuentra a unos minutos no le va a la zaga. ¿Qué gana ese hombre con asustar a mis pobres piernecitas? ¿No debería ser suficiente satisfacción ayudar a un alma en pena que camina sin saber las coordenadas de sus pasos? Parece ser que no, además, el buen samaritano necesita regocijarse en el hecho de conocer el sitio en el que probablemente vive desde hace años mejor que yo, que acabo de llegar a la ciudad.
Manuel Toharia, director del Museo de las Ciencias de Valencia, debe pensar algo parecido. Dice que hay muchos mitos sobre el cambio climático (acabará con la cerveza, por ejemplo) y que, en realidad, se trata de una transformación que viene dándose desde hace miles de años. Manifiesta que
“los principales problemas del mundo son los mil millones de personas que mueren de hambre y sed y las 30.000 bombas atómicas de los arsenales de varios países”.
2 comentarios:
¿Que se acabará la cerveza? Ay, Dios, eso sí que da miedo.
Me siento una "mierdis" cuando leo un (permíteme) artículo así y mi preocupación segunda al despertar hoy fue dónde ubicar un curso de inglés en un futuro inmediato (el 30 de noviembre también cabe dentro de la inmediatez absoluta). Eso está bien, que uno se sienta un "mierdis" de vez en cuando porque todos llevamos a un gigante "mierdis" dentro de nosotros, en la medida que también llevamos una natural esencia humana.
Ya se sabe... después del BOOM suele quedar nada y a mí personalemente me da mucho miedo eso, el silencio.
Mi preocupación primera fue descubrir que no había muerto durante la noche, que estaba viva y que qué se podía hacer con eso.
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