lunes, 2 de febrero de 2009

¿Qué no arreglará la paella de mi madre?


La familia de Saudade ha tenido a bien regalarnos la furgoneta con la que nuestro gitano recorría los pueblos de España vendiendo naranjas washingtonas y demás frutas de lunes a viernes. Para cuando hagáis la paella por aquí, dijo Lola, su madre. Ha sido todo un detalle que, ciertamente, nos viene de maravilla porque a veces, he de reconocer, era todo un derroche despegar El caparazón del caracol. Por no hablar de lo difícil que está Madrid, también para aterrizar.

La Renaul Traffic de Saudade parece haber sido hecha para transportar la paellera de Amelia y todos los trastos que acarrea. Mi madre, ya se lo he dicho alguna vez, nunca se queda corta y siempre llevamos unos 50 kilos de arroz de más por si acaso. A mi madre le encantan los por si acaso, caracoles.

Como en Madrid siempre hay algo que hacer (sic) y las dos teníamos unas ganas locas de montarnos en el auto de Saudade, en menos de una hora cargamos la furgoneta, la bautizamos como “Las ruedas del caracol” y nos pusimos rumbo a la capital.

Ajenas a las señales de tráfico (invisibles para todo aquel que no ha pisado una autoescuela en su vida) llegamos sin ningún problema a la Plaza Mayor. Y a pesar de que el nuestro era el único vehículo motorizado de la zona, no conseguimos llamar la atención del personal. Ésta es la única contraindicación de la furgoneta, caracoles, porque con nuestro avión nunca tuvimos que reparar en cómo congregar a los futuros comensales pues llegaban por su propio pie y curiosidad. Pero, claro, a quien no ha conocido a Saudade, esa Renault Traffic no le dice nada y es normal.

El tiempo nos hizo justicia durante la primera media hora, la primera media hora en la que se nos fue el santo al cielo contemplando al hombre del viento (no confundir con El hombre viento) y luego empezó a llover, hay que ver cómo está el tiempo por España últimamente, ¿verdad?

Amelia y yo habíamos llegado a Madrid sin un objetivo concreto: Comernos una paella, sí, pero, ¿con quién? Ay, y es que de estas cosas solía encargarse Saudade.

- Podemos ir a casa de Esperanza Aguirre, Nata, a ver si nosotras le sacamos algo.

- Anda, pues suena bien. Pero no la hemos avisado, seguramente estará con la familia en su finca y no sabemos llegar, mama. Saudade también era nuestro GPS.

- Pero podemos coger el AVE a Guadalajara, que casualmente hace una paradita justo en la dichosa finca, ¿no te acuerdas?

- Uh, mucho lío, mama, mucho lío. Además, si papa se entera de que hemos estado con la lideresa y no le hemos avisado, se enfadará con nosotras.

- Cierto. Pero qué hacemos, hija. Esta lluvia va para largo.

- ¡Tengo una idea! Mama, ¿te atreverías a hacer una paella dentro de la furgoneta?

- Pues claro que me atrevo, ¿por quién me has tomado?

- Es una manera de hablar, mujer, sé que eres capaz de eso y de mucho más. ¿Qué te parece si quitamos los asientos traseros de la furgoneta y hacemos un segundo piso con la chatarra que hay en la vaca?

- Sublime, me parece sublime.

- Ala, pues tú ponte con la paella, que yo apaño esto en un periquete.

- ¿Tú, hija?

- ¿Qué insinúas, mama? No soy muy mañosa, lo sé, pero no puede ser tan difícil.

- No, no, claro que no. Dale con fe.

Mi madre suele perder la noción del tiempo cuando de cocinar se trata, lo cual, en esta ocasión, me permitió hacer de Las ruedas del caracol una verdadera caravana y también me permitió hacer alguna cosilla más: tenemos que decorar la furgoneta, está claro. Mientras fumaba un cigarrillo reparé en que aquella gente desairada de la capital a la que tanto cuesta impresionar seguía sin reparar en nuestra presencia, ni tan siquiera con el olor del arroz de mi madre, que ya iba cogiendo forma, y fue justo en ese momento, en ese pensamiento, cuando la tierra se abrió y de sus entrañas brotaron cuatro botes de pintura de cuatro colores distintos: negro, azul cyan, amarillo y rojo. Los vientos volvían a estar a nuestro favor, caracoles.

Como buenamente pude, eché mano de todas las manualidades aprendidas en el kinderdorf y, bueno, el resultado fue, convengamos, aceptable: una furgonetilla llena de florecitas y soles en la que puede leerse:

Lo único claro es que tú existes. Disfrútate, disfrútala y déjales disfrutarla.

El olor de la paella de mi madre mezclado con las flores estampadas en nuestra Reanault Traffic empezaron a hacer su efecto y, con la excusa de la lluvia, el personal poco a poco se fue acercando a nosotras y, cuanta más gente entraba, incomprensiblemente, más espacio libre quedaba. Era la furgoneta de Saudade, supongo que la explicación a tan misterioso suceso lleva su nombre, porque todo lo que tocaba Saudade tenía un toque encantado, caracoles. El caso es que nos juntamos alrededor de unas 500 personas dentro de Las ruedas del caracol y aún parecía haber sitio disponible para más y más gente.

Los transeúntes que transeaban por las aceras, instigados por el aroma del arroz de Amelia, levantaban sus paraguas y leían aquello:

Lo único claro es que tú existes. Disfrútate, disfrútala y déjales disfrutarla.

Y luego sonreían.

No fue lo mismo, fue distinto. Faltan su guitarra, su alegría y su tristeza. Faltaba la correspondiente versión del Imagine. Fue distinto, no fue lo mismo.

6 comentarios:

Sonia dijo...

Y cuál era la B.S.O. ¿? :

http://es.youtube.com/watch?v=lZdal3pJPi0&NR=1

Entre tanto blanco seguro que las flores quedaron muy bien.

Buenos días!

Anónimo dijo...

Mientras leo tu entrada sentada en el sofá de mi piso Lola prepara una sopa de verduras que huele a gloria, me doy cuenta de que tengo los dedos amarillos y no es por el limón (aquí nadie prepara paellas, Nata) y pienso como tú que no es lo mismo, que es distinto pero tengo una gran sonrisa de oreja a oreja.
Espero que dentro de poco, sin empequeñecer el recuerdo de saudade, dios me libre, pueda usted sonreír también.

¿Quién? dijo...

Ahí está la cosa, que no llevábamos banda sonora. Ahí está la ausencia. Eso sí, las florecicas quedaron hermosismas.

Por la puerta de Alcalá..

¡A sonreír se ha dicho! Muchas gracias por tu aguda lectura, anónimo. Un fuerte abrazo y, lo dicho, a sonreír :)

Anónimo dijo...

Me encanta tu madre, la paella, la furgoneta de Saudade y lo bien que están las historietas de la saga "¿Qué no arreglará la paella de mi madre?" Ole, ole y ole, la madre que te parió.

Por cierto, el anonimo tiene algo que ver con Ana C. pregunto.

Un abrazo, Montse

¿Quién? dijo...

Ay Montse, que me sacas los colores... Jo, muchas gracias. La verdad es que cada vez disfruto más con la crónica de las paellas de mi madre. Aunque lo verdaderamente hermoso es el directo, ¿te apuntas a una paella con nosotras? ¿Sabes tocar algún instrumento? Buscamos banda sonora.

En cuanto al anónimo, no, no tiene nada que ver con Ana C. Es bonito, ¿verdad? He perdido la cuenta de las veces que he leído ese comentario desde ayer y, una vez más: un fuerte abrazo, anónimo.

محمد مهدی رضائیان dijo...

hola desde Iran