viernes, 15 de mayo de 2009

En primera persona: Tres cosas hay que hacer en la vida

Se dice que no hay literatura femenina sin reflexión de la protagonista frente al espejo. Se dice de la sensibilidad, de las radiografías humanas, los detalles y la fineza en la mirada de todo lo que rodea la historia. Literatura femenina, que no necesariamente literatura por y para mujeres.

Ay, una no puede evitar sentirse presionada cuando se dispone a escribir la historia que le viene rondando la cabeza Todo empezó cuando vinieron a mi mente distintas situaciones en las que un individuo atraviesa un momento crucial. Un antes y un después. Pensé en un cualquiera firmando su primer contrato de trabajo, en otro modificando la ruta habitual que le conduce a la universidad para darle una alegría a la vista pasando por el parque (con el consiguiente añadido de diez minutos más de recorrido). Resumiendo, se me ocurrieron numerosos momentos puntuales y ante todos y cada uno de ellos, llegué a la misma conclusión: Ana, eres una ñoña sin remedio. ¿Tendré un pensamiento femenino? Soy mujer pero, ¿tendré un pensamiento femenino? Todo apunta a que sí y, además, en tanto que pretendo erigirme como escritora, parece que también me acerco a eso que llaman literatura femenina.

Éste es el primer texto literario que escribo y, como les digo, no puedo evitar sentir cómo una enorme etiqueta se me estampa en la frente y reza lo siguiente: “literatura femenina”. Supongo que esta amarga sensación no variaría mucho si me dispusiese a escribir sobre algún acontecimiento histórico o fantástico. Inevitablemente sentiría cómo me voy categorizando según avanzan los renglones: “literatura histórica” me dirían cuando saliesen a la luz Los tejados de la tierra o “literatura fantástica” si se tratase de El señor de las pulseras de tobillo (o tobilleras).

Asumo que en esta vida es necesario posicionarse un poco, ¿para qué quiero yo que cuatro capitalistas desalmados lean los libros que me consagrarán como escritora en un futuro? Para nada. No lo quiero para nada. ¿Será mejor que los lectores vayamos apercibidos sobre lo que podemos encontrarnos entre cubierta y cubierta de un libro? Sí, será mejor.

¡Ya lo he vuelto a hacer! No imaginan cuánto detesto irme por las ramas: yo iba a escribir mi primer relato y acabo escribiendo sobre lo que me sucede cuando voy a escribir mi primer relato… ¡a este paso no empezaré mi primer relato nunca! Y, encima, seguro que toda esta disertación es uno de los puntos clave de la literatura femenina… bueno, bien pensado, al menos esto indicaría que estoy haciendo literatura y, si estoy haciendo literatura, éste es mi primer texto literario. ¡Yuju!

Pero no me siento realizada del todo; los escritores curtidos dicen que cuando escriben alcanzan algo así como un orgasmo intelectual y yo no he sentido nada parecido, ¿qué hago? Bueno, voy a relatar uno de esos momentos de tensión de los que les hablé al principio. Al fin y al cabo, yo quería que mi primer relato girase en torno a ese asunto y no hacerlo sería tirar piedras en contra de mis sueños y desaprovechar mi primer relato no tratando los temas que en él quería tratar. Ahí va, pues:

Desde que se levantó sabía que aquel día marcaría un antes y un después en su vida

¿Y ahora qué? ¿Triste, simpático, superficial, profundo, objetivo…femenino? Quién me manda a mí meterme en estos berenjenales…

Acabada la cita matutina con la higiene corporal, se dispone a regar el poto que su madre le regaló: “Sólo quien sabe cuidar una planta, puede cuidar de sí mismo”, repite refunfuñando mientras recoge la que hasta ayer era la penúltima hoja de la planta en cuestión. Sin saber muy bien por qué, vuelve al baño y pierde la noción del tiempo mirándose al espejo. No está retocando sus cejas, tampoco extrae esos insidiosos puntos negros: está reflexionando. Siempre dice que los mejores consejos que se ha dado a sí misma desde niña han surgido tras un ratito frente al espejo.

Vuelve al salón. El poto está en la mesa que hay al lado de la ventana y encima de la mesa también está el ordenador portátil, encendido. Sólo hay un programa abierto: el procesador de textos. Mientras se sienta en la silla y enciende un cigarro piensa que ya es tarde para tener un hijo; del mundo vegetal, ni hablar y en cuanto al libro, sigue sin poder elegir el detonante que cambiará la vida del personaje que será protagonista del relato que quiere escribir pero no se atreve a empezar.

Se levanta de la silla, emite una serie de ruidosas carcajadas (todo apunta a que sufre algún tipo de ataque cercano a la histeria), introduce el poto, el portátil y el espejo del baño en el mismo saco de basura. Abre la puerta que da a la calle y atraviesa la frontera. Lanza el saco de basura al contenedor verde. No deja de emitir ruidosas carcajadas.

Mi vista alcanza sólo hasta el final de la avenida. Ignoro qué hace después de cruzarla, eso sí, sigo oyendo las carcajadas.


¡Misión cumplida! Al fin he escrito mi primer relato.

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