viernes, 1 de mayo de 2009

Y mi mamá también

¿Alguien puede decirme qué se siente cuando uno empieza a madurar? Tranquilos, no les vengo con ningún complejo de Peter Pan ni nada por el estilo. Tengo, como todos, mis cosas de niña (para bien y para mal) pero no me apetece lo más mínimo volver a la tierna infancia, pueden estar seguros de ello: estoy más que encantada con mis veinticuatro, caracoles. No obstante, he de reconocer que hay algo en la maduración que me viene inquietando últimamente.

Les cuento que me tengo por una persona impulsiva a la par que sensata, aunque muy a mi pesar tengo cierta tendencia al destiempo. Esto es, suelo ser impulsiva cuando tengo que ser sensata y viceversa. Con todo, ya hace tiempo que decidí desentenderme de lo de madurar: ¡Yo ya he madurado! Me dije hará cosa de un año. Tengo mucho que aprender, por supuesto, pero en líneas generales ya no estoy tan verde en esto de vivir. Yo creía, yo pensaba…

Y a veces Narciso y yo mirábamos nuestro reflejo en el río y nos preguntábamos si acaso no habíamos tenido la cabeza madura ya desde niños y ni Narciso ni yo queríamos escuchar un no por respuesta. Nosotros dos nacimos maduros, somos los elegidos.

Qué me ha hecho cambiar de opinión, se preguntarán algunos de ustedes. Pues el debate filológico que mi madre y yo nos traemos entre manos. Jamás pensé que una conversación sobre adverbios podría alargarse tanto (¡llevamos casi una semana con el tema!).

Ella me dice que “ya” tengo veinticuatro años a lo que yo respondo señalando su error de percepción sobre mi persona con el contraejemplo a mi juicio acertado: querrás decir que “sólo” tengo veinticuatro años, mama.

Por suerte, aunque mi madre también es una madre, ella es una de esas progenitoras molonas y nunca tarda demasiado en apoyar mis decisiones vitales. Sólo tengo que exponérselas sin pausas ni titubeos. En el momento en que ella percibe que realmente creo en lo que digo, hace todo lo que está en su mano para allanarme el camino. Tendrían que haberla visto cuando le hablaba de la desfilologización antes de marcharme a Alemania, caracoles.

Eso sí, seguimos en tablas en cuanto al “ya” versus “sólo”. Y qué tiene que ver esto que les cuento sobre mi madre con madurar, quizá se pregunten los mismos que se preguntaron por el origen de mis actuales conflictos con la madurez. ¿Se lo cuento? Resulta que he llegado a la conclusión de que ese sentar la cabeza es, como tantas otras cosas, un largo proceso y, como tantas otras cosas, hay que trabajarlo a diario con energía y entusiasmo. Cuestionando todo lo que uno es y todo lo que uno quiere ser, sin olvidarse de nada y partiendo siempre de esa premisa tan básica que a veces tendemos a olvidar: partiendo de sentirse vivo.

Quizá Narciso y yo no estuviésemos tan desencaminados y va a resultar que uno empieza a madurar ya desde la cuna. Es que sencillamente estás hablando de vivir, podría decirme alguno de ustedes. Hombre, es cuestión de matices, le repondría yo. Resulta que en ese proceso que es vivir, cada nivel tiende a ser más complicado en la medida en que cada vez intervienen más factores y atenderlos a todos debidamente puede resultar harto complicado.

En líneas generales, yo ahora me veo en la necesidad de jugar con las directrices y principios que asenté cuando concluí que ya no estaba tan verde en esto del vivir. Ahora que regreso a España y ya o sólo tengo 24 años he de barajar la faceta caracol, los cinco años invertidos en la universidad, las ganas de dejar constancia de mi desencanto para con este sistema tan falsa y maliciosamente construido. Las ganas de intentar cambiarlo. La soledad del individuo y la relativa necesidad de compañía limpia y pura. La armonía y la constante búsqueda de todo aquello que me haga sentir viva. Tengo que barajar todo eso a diario y seguir jugando; con el añadido de que acabo de pasar una pantalla y empiezo en un nivel más, digamos, complicado.

Asenté algunas directrices fundamentales en mi vida, ciertos principios que no siento la necesidad de quebrantar, sino más bien todo lo contrario pero es que ahí no acaba la cosa, caracoles. Tengo que seguir barajando a diario todas esas cartas que les digo sin olvidar que acabo de pasar una pantalla y ahora el nivel es un poquito más peliagudo.

Lo que está claro es que ni el regreso ni el ya o el sólo pueden modificar bruscamente ese proceso porque por algo es un proceso. Porque es paulatino, ¿no creen? Lo suyo será madurar con todo lo que uno tiene, con todo lo que uno es. Yo, por ejemplo, no soy sólo un caracol pero tampoco soy sólo una filóloga (“sólo una filóloga”, me da la risa sólo con pensarlo). Si uno nunca deja de ser consciente de que son muchas las cartas con las que juega, vivir puede ser realmente apasionante, ¿no les parece?


Y aquí se queda uno de esos posts que espero comprender en su totalidad algún día. ¡Disfruten del puente, caracoles!

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