Antes de nada, quiero agradecer a Saudade que accediese a escribir la crónica de nuestro viaje a Suráfrica: ¡gracias, Saudade! En cuanto a la paella, pues eso. Se puso fea la cosa pero ya estoy bien, pueden estar tranquilos, caracoles.
Esta mañana he vuelto a colgarme los auriculares de Teléfono de la Esperanza-Digitex y estoy pasando este miércoles sin ningún tipo de contratiempo gracias (en parte) a la charla que nos ha soltado Alfonso, mi jefe. Dice que en Digitex nunca hay problemas, hay incidencias. Y también dice que la vida nos irá mucho mejor si nos animamos a usar este pequeño matiz en nuestro día a día.
Incidencias, dice. Suena bien, ¿no? A partir de ahora yo tampoco tendré problemas sociales, familiares, sentimentales o económicos; tendré incidencias y, es más, fíjense en lo que digo: a partir de ahora, todo aquello que pueda considerarse negativamente será una incidencia provocada por agentes externos a mi persona. La culpa será de la sociedad, de la familia, de los sentimientos, de la economía, de mi voluntad, de mi abulia, de mi ilusión, de mi frustración… pero nunca será mi culpa. Pelillos a la mar.
No crean que no me asusta concederle tanta potestad a la palabra; asumo que lo dicho en el párrafo anterior puede volverse contra a mí y demoler la arquitectura que sostiene a este individuo que les escribe. Me asusta, claro que me asusta, pero desde que tomé la determinación de poner el lenguaje de mi parte, no puedo dejar de buscar beneficios entre los intersticios de sintagmas, subordinadas o interminables parrafadas. No soy yo, es mi reconciliación con el lenguaje la que no conoce límites. ¿Esto será una ventaja o una incidencia?
El otro día les hablaba de mi superadísima fobia a los perros gracias a Quita, la perra de la casa, y también les decía que se trataba de uno de mis tres miedos irracionales. Pues bien, los otros dos son cruzar la calle y el lenguaje, así, a secas. Nunca tuve un accidente atravesando la calzada, como tampoco presento síntomas de dislexia o tartamuditis ni fui atacada por animal alguno en los veintitrés añitos que llevo rondando por aquí pero sólo pensar en esas tres cosas, me horrorizaba. Ea.
Nunca me propuse con demasiado ahínco luchar contra esas pesadas losas irracionales y, por ende, de alguna manera incontrolables. De hecho, conservo el homigueo en los pies cada vez que tengo que llegar al otro lado de la calle para continuar mi camino y es que tampoco quiero ser la más valiente del cementerio, que por algo somos humanos. Esto es, somos destructibles y sensibles al entorno y a nosotros mismos.
Me atrevo a decir que, en cuanto al lenguaje, ni llegué me planteé la posibilidad de afrontar el poder del verbo desde otra perspectiva que no fuese la del dolor. Me sentía tan incapaz de mantener una conversación o escribir siquiera la lista de la compra que ni en los días de sol más intenso podía concebir que hubiese una salida en la que la palabra y yo mantuviésemos, al menos, un trato cordial. Sin duda alguna, de los tres, ha sido el miedo al lenguaje el que más me ha marcado. Ignoro cuándo y por qué apareció y ahora que él solito se ha marchado, no me apetece averiguarlo. Quiero pensar que si no lo digo en voz alta, no volverá nunca. Por eso escribo sin mirar la pantalla del ordenador.
Resumiendo, como el que se apunta a yoga o a pilates, yo me apunto a las incidencias. Nunca volveré a tener un problema y nunca más la culpa será sólo mía, ampliaré horizontes para dar cabida a cuantos factores hayan podido intervenir. Pero qué grande es el lenguaje, caracoles.
Eso mismo decía ayer José Luis Sampedro al hablar de la diferencia entre tolerancia y comprensión. El escritor manifestaba su predilección por esta última palabra neutral y aséptica pues, según él, la primera, la tolerancia, supone cierta superioridad del sujeto para con el objeto. No es lo mismo que una persona tolere o comprenda, de la misma manera que no es lo mismo ser tolerado que comprendido. Hay que ver, la de matices que se esconden tras algo tan cotidiano y práctico como el lenguaje, ¿verdad? Por supuesto, a partir de ahora, también me apunto a lo de comprender en vez de tolerar.
#MockingGod, burlándose de Dios
Hace 13 horas
1 comentario:
Ya con heterónimos, reflexiones sobre el lenguaje, ¿qué más?
Profesional, muy profesional.
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